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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes se agachó y miró los pedazos de cristal.

—¿Como lo hemos descubierto? —dijo empujando unos trocitos.

—El Guardia Ping ha oído un ruido, señor. Ha dado la vuelta por detrás y ha visto la ventana abierta. Entonces los bandidos han salido por la puerta delantera.

—Lo siento, señor —dijo Ping, adelantándose con un paso y saludando. Era un joven de aspecto cauto que parecía siempre dispuesto a responder una pregunta.

—Todos cometemos errores —dijo Vimes—. ¿Has oído el cristal romperse?

—Síseñor. Y alguien ha blasfemado.

—¿De verdad? ¿Qué ha dicho?

—Ehh… «Mierda», señor.

—¿Y tú has dado la vuelta por atrás y has visto la ventana rota y entonces…?

—He gritado: «¿Hay alguien ahí?», señor.

—¿De verdad? ¿Y qué hubieras hecho si una voz hubiera contestado «No»? No, no me contestes a eso. ¿Qué ha pasado después?

—Ehh… he oído más rotura de cristales y cuando he dado la vuelta y la puerta de delante estaba abierta y se habían ido. Así que me he ido al Yard y se lo he contado al Capitán Zanahoria, sabiendo que él valora mucho este lugar.

—Gracias… Ping, ¿no?

—Síseñor —aunque no se le había preguntada para nada, pero evidentemente preparado para contestar, Ping dijo—: Es una palabra que en dialecto significa «Pradera de agua», señor.

—Ve, entonces.

El guardia interino, aliviado visiblemente se relajó y se marchó.

Vimes dejó que su mente se desenfocara un poco. Disfrutaba los momentos así, el pequeño espacio de tiempo en el que el crimen estaba ante él y él creía que el mundo era una cosa capaz de ser resuelta. Era el momento en que de verdad parecías poder ver lo que había allí, y algunas veces las cosas que no estaban allí eran las más interesantes.

La Torta había estado guardada en una peana de unos noventa centímetros de alto, dentro de una urna compuesta por cinco láminas de cristal que formaban una caja que estaba firmemente atornillada a la peana.

—Rompieron el cristal accidentalmente —dijo al final.

—¿De verdad, señor?

—Mira aquí, ¿lo ves? —Vimes señaló tres tornillos sueltos, perfectamente alineados—. Estaban intentando retirar la caja cuidadosamente. Se les debe de haber caído.

—Pero, ¿cuál es la razón? —dijo Zanahoria—. ¡Es solo una copia, señor! Incluso si pudiera encontrar un comprador, no vale más que unos pocos dólares.

—Si es una buena copia, la puedes cambiar por la real —dijo Vimes.

—Bueno, sí, supongo que podría probarlo —dijo Zanahoria—. Habría pequeño un problema, eso sí.

—¿Cuál es?

—Que los enanos no son estúpidos, señor. La copia tiene una gran cruz tallada debajo. Y está hecha de yeso además.

—Oh.

—Pero era una buena idea, señor —dijo Zanahoria alentadoramente—. No lo podía saber.

—Me pregunto si los ladrones lo sabían.

—Incluso si no lo supieran, no tendrían ninguna esperanza de escapar con ella, señor.

—La Torta real está muy bien guardada —dijo Cheery—. Es difícil que la mayoría de los enanos tenga oportunidad de verla.

—Y los otros se darían cuenta de que tienes un gran pedazo de roca en tu jersey —dijo Vimes, más o menos para sí mismo—. Así que este fue un crimen estúpido. Pero no parece estúpido. Quiero decir, ¿por qué tomarse tantas molestias? La cerradura de la puerta es una broma. La puedes arrancar de la madera de una patada. Si yo tuviera que llevarme esta cosa, entraría y saldría antes de que el cristal hubiera dejado de tintinear. ¿Qué razón había para ser silencioso a esta hora de la noche?

La enana había estado rebuscando por debajo de un expositor cercano. Levantó la mano. Sangre seca brillaba en el filo de un destornillador.

—¿Lo veis? —dijo Vimes—. Algo se deslizó y alguien se cortó en la mano. ¿Cuál es la razón de todo esto, Zanahoria? Meado de gato y sulfuro y destornilladores… Odio cuando tienes demasiadas pistas. Hace tan condenadamente difícil resolver cualquier cosa.

Dejó caer el destornillador. Por pura suerte golpeó la tabla del entarimado con la punta y se quedó allí temblando.

—Me vuelvo a casa —dijo—. Descubriremos de qué va todo eso cuando empiece a oler.

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