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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes se dio cuenta de que era un hombre muerto bañándose. Lo podía ver en los ojos de Wolf.

—No hay nada como un chapuzón caliente antes de desayunar —dijo.

—Ah, sí. Nosotros tampoco hemos desayunado, hasta ahora —dijo Wolf. Se levantó, se estiró y despejó los alrededores de la poza como línea de salida. Recogió los pantalones de Vimes y los examino.

—Tiré la condenada cosa de Iñigo —dijo Vimes—. No creo que un amigo la pusiera allí.

—Es todo un gran juego, Vuestra Gracia —dijo Wolf—. ¡No os lo reprochéis! ¡Los más fuertes sobreviven, tal como debería ser!

—Dee lo planeó todo, ¿verdad?

Wolf rió.

—¿El pequeño encanto de Dee? Oh, él tenía un plan. Era un pequeño plan bastante bueno, aunque un poco loco. ¡Felizmente, su plan no se necesitará más!

—¿Quieres que los enanos vayan a la guerra?

—El poder es bueno —dijo Wolf, plegando pulcramente las ropas de Vimes—. Pero como otras cosas buenas, sólo es bueno si no lo posee demasiada gente —lanzó las ropas tan lejos como pudo.

—¿Qué es lo que queréis que diga, Vuestra Gracia? —continuó Wolf—. ¿Quizás algo como «Vais a morir igualmente así que también os lo puedo contar todo»?

—Bueno, eso sería una gran ayuda —dijo Vimes.

Vais a morir igualmente —sonrió Wolf—. ¿Por qué no me lo contáis a mí?

Tiempo de conversación ganada. Quizás esos leñadores y carboneros aparecerían en cualquier momentos. Si no habían traído las hachas, todo el mundo iba a meterse en un gran problema.

—Estoy… bastante seguro de por qué la copia de la Torta fue robada en Ankh-Morpork —dijo Vimes—. Sólo tengo el indicio de una idea de que con ella se hizo una copia, que trajimos aquí en una de nuestras carrozas. A los diplomáticos no se les registra.

—¡Exacto!

—Una pena que Igor fuera a descargar la carroza cuando uno de tus muchachos estaba allí, ¿no?

—Oh, ¡es difícil herir a un Igor!

—No te importa, ¿verdad? —dijo Vimes—. Un puñado de enanos quieren a Albrecht en el tron… en la Torta porque quieren agarrarse a la seguridad de la tradición, y tú simplemente quieres que los enanos combatan. ¡Y el viejo Albrecht ni siquiera recibirá a cambio la Torta auténtica!

—Digamos que justo ahora encontramos que nuestros intereses convergen, ¿de acuerdo? —dijo Wolf.

Por el rabillo del ojo Vimes vio como los otros hombres lobo se desplegaban alrededor de la poza.

—Y me preparaste una trampa —dijo—. Bastante de aficionados, diría yo. Pero impresionante, porque Dee no podía tener mucho tiempo después de que se diera cuenta de que me estaba acercando. Habría funcionado, además. Las personas no son buenos testigos. Lo . Creen lo que quieren ver y lo que las gente les dice que han visto. Fue un buen punto el darme esa condenada ballesta de un disparo. Dee de verdad debía esperar que yo matara para escapar…

—¿No es hora de que salgáis de esa… poza? —preguntó Wolfgang.

—¿Quieres decir de este baño? —preguntó Vimes. Sí, hubo un sobresalto. Vimes lo vio. Oh, caminas erguido y hablas, muchacho, y pareces fuerte como un buey, pero algo entre un humano y un lobo tiene un poco de perro en él, ¿no?

—Tenemos una antigua costumbre aquí —dijo Wolf, apartando los ojos—. Y es buena. Cualquiera puede retarnos. Es una pequeña… cacería. ¡El gran juego! Una competición, si preferís. Si corren más que nosotros, ganan cuatrocientas coronas. ¡Es una suma muy buena! Un hombre puede empezar un pequeño negocio con ella. ¡Por supuesto, como veo que habéis entendido, si no nos ganan, la cuestión del dinero ni se menciona!

—¿Alguien ha ganado alguna vez? —dijo Vimes. ¡Venga, leñadores, la gente necesita leña!

—A veces. ¡Si se entrenan bien y conocen el terreno! Muchos hombres de éxito de Joder deben el inicio de su vida a nuestra pequeña costumbre. En vuestro caso, os daremos, oh, una hora de ventaja. ¡Por la deportividad! —señaló—. Joder está a ocho kilómetros en esa dirección. La tradición marca que no debéis entrar en ninguna casa hasta que lleguéis allí.

—¿Y si no corro?

—¡Entonces será un acontecimiento muy breve! No nos gusta Ankh-Morpork. ¡No os queremos aquí!

—Es extraño —dijo Vimes.

Wolf levantó un ancha ceja.

—¿Qué queréis decir?

—Oh, es sólo que vaya donde vaya de Ankh-Morpork, parezco tropezarme siempre con gente que viene de Uberwald, ¿sabes? Enanos, trolls, humanos. Todos trabajando con bastante entusiasmo y escribiendo cartas a casa que dicen: «Venid, esto está muy bien: no te comen vivo por un dólar».

Los labios de Wolf se curvaron, revelando el brillo de un incisivo. Vimes había visto esa expresión en Angua… quería decir que tenía un día de pelo horrible. Y un hombre lobo puede tener un día de pelo horrible por todas las partes del cuerpo.

Forzó su suerte. Claramente era demasiado débil para que ella sola se moviera45.

—Angua lo está haciendo bien…

—¡Vimes! ¡Señor Civilizado! ¡Ankh-Morpork! ¡Correréis!

Esperando que las piernas lo sostuvieran, Vimes puso pie en la nieve de la orilla, tan lentamente como se atrevió. Los hombres lobo se rieron.

—¿Entráis en el agua con ropa?

Vimes bajó la mirada hacia sus piernas flojas.

—¿Nunca habíais visto unos calzoncillos antes? —preguntó. Los labios de Wolf se curvaron de nuevo. Miró triunfalmente a los otros.

—Contemplad… ¡la civilización! —dijo.

Vimes insufló vida a su cigarro y miró el bosque helado con tanta altanería como pudo acumular.

—¿Cuatrocientas coronas, has dicho? —preguntó.

—¡Sí!

Vimes despreció el bosque con otra mirada.

—¿Sabes cuánto es eso en dólares de Ankh-Morpork? ¿Un dólar cincuenta?

—¡La cuestión del dinero no tendrá ni que plantearse! —rugió Wolf.

—Bueno, no quiero tener que gastarlo todo aquí…

¡Corred!

—En estas circunstancias, no te preguntaré si llevas el dinero encima.

Vimes se alejó caminando de los hombres lobo, contento de que no pudieran ver su cara y muy consciente de que la piel de su espalda quería gatear hasta su frente.

Continuó moviéndose con calma, con sus calzoncillos mojados que empezaban a crujir en el aire helado, hasta que estuvo seguro de que estaba fuera del campo visual de la manada.

Así que veamos… son más fuertes que tú, conocen el terreno, y si son tan buenos como Angua pueden rastrear un pedo en medio de una reunión de mofetas, y ya te duelen las piernas.

¿Cuál es el aspecto bueno? Bueno, has hecho enfadar de verdad a Wolf.

Vimes empezó a correr.

No era un aspecto demasiado bueno, considerándolo todo.

Vimes empezó a correr más rápido.

En la distancia, los lobos empezaron a aullar.

Hay un proverbio: no mejorará si vas a la huelga.

El Cabo Nobbs o, mejor, el Presidente del Gremio de Guardias de la Ciudad St J. Nobbs reflexionó sobre esto. Un poco de nieve tempranera siseaba en el aire de encima del bidón de metal que, al estilo aprobado de las huelgas, brillaba candente ante el Cuartel de la Guardia.

Un problema principal, tal como él lo veía, es que había algo filosóficamente equivocado en montar un piquete ante un edificio en el que nadie que no sea un guardia querría entrar, en todo caso. Es imposible mantener a la gente fuera de algo donde no quieren entrar. No se puede hacer.

La cantinela no había funcionado. Una anciana le había dado un penique.

—¡Colon, Colon, Colon! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! —gritó Reg Shoe feliz, agitando su pancarta.

—Eso no suena bien, Reg —dijo Nobby—. Parece algo de cirugía.

Miró las otras pancartas. Dorfl tenía una de grande, profusamente escrita con letra apretada, detallando sus quejas en su totalidad, con referencia a la metodología de la Guardia y citando una buena cantidad de textos filosóficos. Por otro lado, el guardia Visita, convertido en hombre anuncio, proclamaba: «¿Qué provecho sacará un reino si el buey se deshincha? —Acertijos 11, vers. 3».

De algún modo, estos convincentes argumentos no parecían estar poniendo a la ciudad de rodillas.

Se giró al oír una carroza parándose en seco y vio un puerta que tenía un emblema que consistía principalmente en un escudo negro. Y encima, mirando por la ventana, estaba la cara de Lord Vetinari.

—Ah, nadie más que el Cabo Nobbs —dijo Lord Vetinari.

Llegados a este punto, Nobby hubiera dado cualquier cosa por ser cualquier persona distinta del Cabo Nobbs.

No estaba seguro de si, como huelguista, había de saludar. Saludó igualmente, en la base que un saludo raramente estaba fuera de lugar.

—Tengo entendido que habéis retirado vuestros servicios —continuó Lord Vetinari—. En su caso, estoy seguro de que eso debe haber presentado un buen nivel de dificultad.

Nobby no estaba seguro de qué significaba esa frase, pero el Patricio parecía bastante amigable.

—No podemos estar mano sobre mano cuando la seguridad de la ciudad está involucrada, señor —dijo, exudando atropellada fidelidad por cada poro desobstruido.

Lord Vetinari se detuvo lo suficiente para que los pacíficos y cotidianos ruidos de la ciudad aparentemente al borde de la catástrofe se filtraran en la conciencia de Nobby.

—Bien, por supuesto ni en sueños me atrevería a interferir —dijo al final—. Esto es un asunto del Gremio. Estoy seguro de que Su Gracia lo entenderá todo cuando vuelva —dio un golpe al costado de la carroza—. ¡Adelante!

Y la carroza se había ido.

Un pensamiento que había estado carcomiendo a Nobby durante un tiempo eligió este momento para acosarlo de nuevo otra vez.

El señor Vimes va a subirse por las paredes. Se le va a ir la cabeza.

Lord Vetinari se retrepó en su asiento, sonriendo.

—Eh, ¿de verdad queríais decir eso, señor? —preguntó su secretario Nudodetambor, que estaba sentado frente a él.

—Efectivamente. Anota que la cocina les lleve cacao y bollos hacia las tres de la tarde. Anónimamente, claro. Hoy ha sido un día libre de crimen, Nudodetambor. Muy inusual. Ni el Gremio de Ladrones asoma la cabeza.

—Sí, mi señor. No puedo imaginarme por qué. Cuando el gato no está…

—Sí, Nudodetambor, pero los ratones están felizmente libres de toda aprensión sobre el futuro. Los humanos, por otro lado, no lo están. Y saben que Vimes va a volver en una semana más o menos, Nudodetambor. Y Vimes no va a estar contento. Sin duda, no lo va a estar. Y cuando un Comandante de la Guardia es infeliz, tiende a repartir esa infelicidad con una gran pala.

Sonrió de nuevo.

—Es el momento de que los hombres sensatos sean sinceros, Nudodetambor. Sólo espero que Colon sea lo suficiente estúpido para dejar que continúe.

La nieve cayó con más fuerza.

—Qué bella es la nieve, herrmanas…

Tres mujeres estaban sentadas ante la ventana de su solitaria casa, mirando el blanco invierno de Uberwald.

—Y que frrío es el viento —dijo la segunda hermana.

La tercera hermana, que era la más joven, suspiró.

—¿Porr qué siemprre hablamos del tiempo?

—¿Qué más hay?

—Bueno, o es helado o es muy calurroso. Quierro decirr, eso es todo, la verrdad.

—Así son las cosas en la Madrre Uberrwald —dijo la hermana mayor, lenta y severamente—. El viento y la nieve y el arrdiente calorr del verrano…

—¿Sabéis? Apuesto a que si talárramos el huerrto de cerrezos podrríamos ponerr una pista de patinaje sobrre rruedas…

—No.

—¿Y un inverrnaderro? Podríamos cultivarr piñas.

—No.

—Si nos mudárramos a Joderr, podrríamos conseguirr un grran aparrtamento porr el prrecio de esta casa…

—Este es nuestro hogarr, Irrina —dijo la hermana mayor—. Ah, un hogar de ilusiones perrdidas y esperranzas frrustrradas.

—Podrríamos salirr a bailarr y todo eso.

—Rrecuerrdo cuando vivíamos en Joderr —dijo la hermana mediana soñadoramente—. Las cosas erran mejorres entonces.

—Las cosas siemprre erran mejorres entonces —dijo la hermana mayor.

La hermana menor suspiró y miró por la ventana. Se quedó con la boca abierta.

—Hay un hombrre corriendo por el huerrto de cerrezos.

—¿Un hombrre? ¿Qué puede querrerr?

La hermana menor se estiró para poder mirar.

—Parrece que quierre… un parr de pantalones…

—Ah —dijo la hermana mediana soñadoramente—. Los pantalones erran mejorres entonces.

La manada se detuvo en un frío valle azul cuando el aullido llenó el aire. Angua retrocedió a grandes zancadas hasta el trineo, sacó la bolsa con sus ropas con las mandíbulas, miró a Zanahoria y desapareció entre los montones de nieve. Unos momentos después volvió caminando, arreglándose la camisa.

—Wolfgang tiene a un pobre diablo jugando a la caza —dijo—. Voy a ponerle un alto a eso. Era suficiente malo que Padre mantuviera la tradición, pero al menos el jugaba limpio. Wolfgang hace trampas. Los otros nunca ganan.

—¿Es el juego del que me has hablado?

—Sí. Pero Padre respetaba las reglas. Si el corredor era lo suficiente rápido e inteligente, ganaba cuatrocientas coronas y Padre le invitaba a cenar en el castillo.

—Si perdía, entonces tu padre se lo cenaba en los bosques.

—Gracias por recordármelo.

—Intentaba no ser encantador.

—Debes tener un talento natural sin descubrir todavía —dijo Angua—. Pero nadie tendría que correr, es mi argumento. No pienso disculparme. He sido policía en Ankh-Morpork, recuerda. Lema de la ciudad: A Lo Mejor No Te Matan.

—En realidad, el lema es…

—¡Zanahoria! Lo . Y el lema de nuestra familia es Homo Homini Lupus. «El hombre es un lobo para el hombre». Qué estúpido. ¿Crees que significa que los hombres son tímidos y esquivos y leales y sólo matan para comer? ¡Claro que no! ¡Significa que los hombres actúan como hombres ante los otros hombres, y cuanto peor lo hacen, más creen que les gustaría ser de verdad lobos! Los humanos odian los hombres lobo porque ven el lobo que hay dentro de nosotros, pero los lobos nos odian porque ven el humano que hay en nuestro interior. ¡Y no les culpo!

Vimes se apartó de la granja y corrió a toda velocidad hacia el cercano granero. Tenía que haber algo dentro. Incluso un par de sacos servirían. Las cualidades irritantes de la ropa interior helada son seriamente menospreciadas.

Había estado corriendo media hora. Bueno, veinticinco minutos, en realidad. Los otros cinco los había pasado cojeando, resollando, agarrándose el pecho y preguntándose cómo sabes si estás teniendo un ataque al corazón.

El interior del granero era… como el de un granero. Había montones de heno, herramientas de granja polvorientas… y un par de deshilachados sacos colgando de un clavo. Agarró uno con gratitud.

Detrás de él la puerta se abrió chirriando. Vimes se giró y agarró bien fuerte el saco. Vio tres mujeres vestidas muy sombríamente observándole cuidadosamente. Una de ellas tenía en una mano temblorosa un cuchillo de cocina.

—¿Has venido a violarrnos? —preguntó.

—¡Señora! ¡Me persiguen los hombres lobo!

Las tres se miraron entre sí. De repente a Vimes le pareció que el saco era demasiado pequeño.

—Eh, ¿te ocuparrá todo el día? —preguntó una de las mujeres.

Vimes sujetó el saco con más fuerza.

—¡Señoritas! ¡Por favor! ¡Necesito pantalones!

—Podemos verrlo.

—¡Y un arma, y botas si tenéis! Por favor…

Volvieron a reunirse en otro corrillo.

—Tenemos los pantalones tétricos e inútiles del Tío Vanya —dijo una, dubitativamente.

—Raramente se los ponía —dijo otra.

—Y yo tengo un hacha en mi armario de ropa de cama —dijo la más joven. Miró culpablemente a las otras dos—. Oíd, sólo por si la necesitaba, ¿vale? No es que fuera a talar cualquier cosa.

—Os estaría tan agradecido —dijo Vimes. Observó las ropas de buena calidad aunque viejas, la aristocracia desdibujada y jugó la única carta que le quedaba—. Soy Su Gracia el Duque de Ankh, aunque entiendo que este hecho no es evidente en…

Hubo un suspiro a tres bandas.

—¡Ankh-Morrporrk!

—Tenéis un excelente teatrro de la óperra y muchas prreciosas galerrías.

—¡Unas avenidas tan magníficas!

—¡Un auténtico cielo de culturra y sofisticación y hombrres solterros de calidad!

—Eh, he dicho Ankh-Morpork —dijo Vimes—. Con una A y una M.

—Siemprre hemos soñado con irr allí.

—Tan pronto como llegue a casa haré que envíen tres billetes para la carroza que hace el trayecto —dijo Vimes, mientras los oídos de su mente oían el crujido de patas corriendo sobre la nieve—. Pero, queridas señoritas, si pudierais traerme esas cosas…

Las mujeres se marcharon apresuradas, pero la más joven se demoró en cruzar la puerta.

—¿Tenéis invierrnos larrgos y frríos en Ankh-Morrporrk? —preguntó.

—Sólo fango y lodo, normalmente.

—¿Y huerrtos de cerrezos?

—Me temo que ninguno.

El puño hendió el aire.

—¡Sнннннн!

Unos minutos después Vimes estaba solo en el granero, llevando un par de antiguos pantalones negros que se había atado a la cintura con una cuerda, y sosteniendo un hacha sorprendentemente afilada.

Tenía cinco minutos, quizás. Los lobos probablemente no se paraban a preocuparse por los ataques de corazón.

No se sacaba nada corriendo. Ellos podían correr más rápido. Tenía que quedarse cerca de la civilización y sus sellos distintivos, como los pantalones.

Quizás el tiempo estaba del lado de Vimes. Angua nunca había sido muy comunicativa sobre su mundo, pero había dicho que, en las dos formas, un hombre lobo lentamente perdía algunas de las habilidades de la otra forma. Después de una horas yendo sobre dos piernas su sentido del olfato disminuía de impresionante a simplemente bueno. Y después de estar demasiado rato como lobo… era como estar borracho, por lo que Vimes había entendido. Una pequeña parte íntima intentaba aún dar instrucciones, pero el resto actuaba de forma estúpida. La parte humana empezaba a perder el control.

Miró otra vez el granero. Había una escalera que llevaba a un corredor superior. Subió por ella y miró por una ventana sin cristal el prado nevado. Había un río allá lejos, y lo que parecía mucho un cobertizo para botes.

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