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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vetinari le estaba arrojando a los lobos. Y a los enanos. Y a los vampiros. Vimes se estremeció. Y Vetinari nunca hacía nada sin una razón.

—Entra, Detritus.

El Sargento Detritus siempre se sorprendía de que Vimes supiera que estaba ante la puerta. Vimes nunca había mencionada que las paredes de la oficina crujían y se combaban hacia dentro mientras el enorme troll caminaba por el largo pasillo.

—Tú querer verme, señor.

—Sí. Siéntate, hombre. Es ese asunto de Uberwald.

—Síseñor.

—¿Cómo te sientes al visitar la vieja tierra?

La cara de Detritus permaneció impasible, como siempre hacía cuando esperaba pacientemente a que las cosas tuvieran sentido.

—Me refiero a Uberwald —dijo Vimes.

—Nidea, señor. Ser sólo un guijarro cuando irnos. Padre querer una vida mejor en gran ciudad.

—Habrá mucho enanos, Detritus —Vimes ni se preocupó en mencionar los vampiros y los hombres lobo. Cualquiera de los dos que atacara a un troll estaba haciendo el último gran error de su carrera. Detritus llevaba una ballesta de 900 Kg. como arma de mano.

—No problemo, señor. Ser muy moderno en eso de enanos.

—No obstante, los de allí te pueden parecer un poco anticuados.

—¿Esos enanos que excavan muy hondo?

—Exacto.

—Oído hablar de ellos.

—Aun hay guerras con los trolls allí arriba cerca del Eje, por lo que he oído. Tacto y diplomacia es lo que hace falta.

—Ser el troll indicado para eso —dijo Detritus.

—Hiciste atravesar la pared a ese hombre la semana pasada, Detritus.

—Hacerlo con tacto, señor. Pared muy fina.

Vimes lo dejó. El hombre en cuestión había dejado tendidos a tres guardias con una maza, que Detritus había roto con una mano antes de elegir la apropiada pared con tacto.

—Nos vemos mañana, entonces. La mejor armadura de gala, recuerda. Envíame a Angua ahora, por favor.

—Ella no estar aquí, señor.

—Maldición. Envíale un mensaje, por favor.

Igor se avanzaba dando bandazos por los pasillos del castillo, arrastrando un pie detrás del otro, de la forma apropiada.

Era Igor, hijo de Igor, sobrino de varios Igors, hermano de Igors y primo de más Igors de los que podía recordar sin consultar su diario. Los Igors no cambiaban una fórmula de éxito14.

Y, como clan, a los Igors les gustaba trabajar para los vampiros. Los vampiros eran de horarios regulares, generalmente educados con sus sirvientes, un importante extra, no daban mucho trabajo en el asunto de hacer las camas o cocinar, y acostumbraban a tener frescos y espaciosos sótanos donde un Igor podía dedicarse a su verdadera vocación. Esto compensaba sobradamente esas ocasiones en que habías de barrer sus cenizas.

Entro en la cripta de Lady Margolotta y golpeó educadamente con los nudillos la tapa del ataúd. Se desplazó unos centímetros.

—¿Sí?

—Shiento deshpertarla a media tarde, sheñora, pero dijo que…

—Muy bien. ¿Y…?

—Va a sher Vimesh, sheñora.

Una delicada mano surgió del ataúd parcialmente abierto y hendió el aire.

—¡Sí!

—Bien, sheñora.

—Bueno, bueno, Samuel Vimes. Pobrre diablo. ¿Lo saben los perritos?

Igor asintió.

—El Igor del Barón también reshibió el menshaje, sheñora.

—¿Y los enanos?

Esh una shita ofishial, sheñora. Todo el mundo lo shabe. Shu Grashia el Duque de Ankh-Morpork, Shir Shamuel Vimesh, Comandante de la Guardia de la Shiudad.

—Entonces la podrredumbrre ha llegado al molino, Igorr.

—Muy bien apuntado, sheñora. A nadie le gushta una corta lluvia de mierda.

—Imagino, Igorr, que los va a abandonarr detrrás de él.

Consideremos un castillo desde el punto de vista de sus muebles.

Este tiene sillas, sí, pero no parece que las usen mucho. Hay un gran sofá cerca del fuego, y está destrozado debido al uso, pero otras piezas del mobiliario parece que estén allí sólo como adornos.

Hay una gran mesa de roble, bien pulida y que parece curiosamente poco usada para un mueble de su antigüedad. Posiblemente la razón es que en el suelo a su alrededor hay un gran número de tazones de arcilla blanca.

Uno tiene escrito “Padre”.

La Baronesa Serafine von Uberwald cerró con irritación la Nobleza de Twurp.

—El tipo es un… don nadie —dijo—. Un cabeza de turco. Un hombre de paja. Un insulto.

—El apellido Vimes tiene una larga tradición —dijo Wolfgang15 von Uberwald, que estaba haciendo flexiones con una sola mano ante el fuego.

—Lo mismo el apellido Smith. ¿Qué dices a eso?

Wolf cambio de mano en el medio del aire. Estaba desnudo. Le gustaba que sus músculos se airearan. Brillaban. Alguien que tuviera un buen gráfico anatómico los podría haber ido señalando todos. También habría mencionado la curiosa forma en que el pelo rubio no sólo le crecía en la cabeza sino también más abajo y a lo ancho de los hombros.

—Es un duque, Madre.

—¡Ja! ¡Ankh-Morpork ni siquiera tiene un rey!

—… diecinueve, veinte… He oído historias sobre eso, Madre…

—Oh, historias. ¡Sybil me escribe cartas idiotas cada año! Sam esto, Sam eso otro. Por supuesto tiene que estar agradecida de lo que pudo conseguir, pero… el tipo es sólo un atrapa-ladrones, después de todo. Me negaré a recibirlo.

—No harás eso, Madre —gruñó Wolf—. Eso sería… veintinueve, treinta… peligroso. ¿Qué le cuentas a Lady Sybil sobre nosotros?

—¡Nada! Nunca contesto a sus cartas, por supuesto. Una mujer bastante triste y boba.

—¿Y te sigue escribiendo cada año?… treinta y seis, treinta y siete…

—Sí. Normalmente cuatro páginas. Y te cuenta sobre ella todo lo que necesites saber. ¿Dónde está tu padre?

Se abrió la trampilla situada en la zona inferior de la cercana puerta y un lobo grande y corpulento, entró corriendo. Paseó su mirada por toda la habitación y luego se sacudió vigorosamente. La baronesa mostró su desagrado.

—¡Guye! ¡Sabes lo que dije! ¡Pasan de las seis! ¡Cámbiate cuando vengas del jardín!

El lobo se la miró y caminó hasta situarse detrás de un gran mampara de roble justo en el extremo de la habitación. Se oyó un… ruido, suave y bastante extraño, no tanto un sonido real como un cambio en la textura del aire.

El Barón salió de detrás de la mampara atándose el cordón de una harapienta bata de vestir. La Baronesa sorbió por la nariz.

—Al menos tu padre lleva ropa —dijo.

—Las ropas no son sanas, Madre —dijo Wolf calmosamente—. La desnudez es pureza.

El Barón se sentó. Era un hombre de gran tamaño, con la cara roja, al menos el trozo de cara que se podía ver debajo de la barba, el pelo, el bigote y las cejas, que estaban enfrentados en una encarnizada guerra a cuatro bandas para ocupar las restantes zonas de piel desnuda.

—¿Bien? —gruñó.

—¡Vimes el atrapa-ladrones de Ankh-Morpork va a ser el supuesto embajador! —ladró la Baronesa

—¿Enanos?

—Por supuesto se lo dirán.

El Barón estaba sentado mirando a la nada, con la misma expresión que Detritus usaba cuando ensamblaba un nuevo pensamiento.

—¿Malo? —aventuró, al final.

—¡Guye, te lo he explicado un millar de veces! —dijo la Baronesa—. ¡Te pasas demasiado tiempo metamorfoseado! Sabes lo que pareces después. ¿Qué pasaría si tuviéramos visitantes protocolarias?

—¡Los muerdo!

—¿Lo ves? Vete, métete en la cama y no salgas hasta que parezcas un humano.

—Vimes lo podría arruinar todo, Padre —dijo Wolfgang. Estaba haciendo el pino con una sola mano.

—¡Guye! ¡Quieto!

El Barón dejó de intentar rascarse la oreja con su pierna.

—¿Si? —dijo.

El cuerpo brillante de Wolfgang bajó un momento mientras cambiaba de mano otra vez.

—La vida en la ciudad hace a los hombres débiles. Vimes va a ser divertido. Aunque dicen que le gusta correr —soltó una pequeña carcajada—. Tendremos que ver lo rápido que es.

—Su esposa dice que tiene muy buen corazón. ¡Guye! ¡No te atrevas a hacer eso! ¡Si vas a hacerlo, hazlo en el piso de arriba!

El Barón parecía sólo moderadamente avergonzado, pero se reajustó las ropas.

—¡Bandidos! —dijo.

—Sí, podrían ser un problema en esta época del año —dijo Wolfgang.

—Al menos una docena —dijo la Baronesa—. Si, eso debería…

Wolf gruñó cabeza abajo.

—No, Madre. Te estás comportando como una estúpida. Su carruaje debe llegar sin percances. ¿Entiendes? Cuando esté aquí… eso es otra historia.

Las enormes cejas del Barón se fruncieron con un pensamiento.

—¡Plan! ¡Rey!

—Exactamente.

La Baronesa suspiró.

—No confío en ese pequeño enano.

Wolf se puso de pie con un salto mortal.

—No. Pero de confianza o no, es todo lo que tenemos. Vimes debe llegar aquí, con su buen corazón. Quizás hasta sea útil. A lo mejor deberíamos… ocuparnos de los asuntos.

—¿Por qué? —estalló la baronesa—. ¡Deja que Ankh-Morpork se ocupe de los suyos!

Alguien llamó a la puerta mientras Vimes desayunaba. Willikins condujo a un hombre pequeño y delgado con ropas negras limpias pero deshilachadas, al cual su enorme cabeza le daba el aspecto de una piruleta a la que solo le quedara una chupada. Llevaba un sombrero de hongo negro del mismo modo que un soldado lleva su casco, y caminaba como un hombre que tiene algún problema en las rodillas.

—Siento tanto molestar a Vuestra Gracia…

Vimes soltó su cuchillo. Había estado pelando una naranja. Sybil insistía en que comiera fruta.

—Nada de Vuestra Gracia —dijo—. Sólo Vimes. Sir Samuel, si debes. ¿Eres el hombre de Vetinari?

—Iñigo Skimmer, señor. Mmm-mmm. Voy a viajar con vos a Uberwald.

—Ah, eres el empleado que va a hacer todo los cuchicheos y guiños, mientras yo ofrezco los bocadillos de pepinos, ¿no?

—Intentaré ser de utilidad, señor, aunque no se me da mucho eso de los guiños. Mmm-mmm

—¿Quieres desayunar?

—Ya he comido, señor. Mmm-mmm.

Vimes miró al empleado de arriba a abajo. No es que tuviera la cabeza grande, es que simplemente parecía que alguien la había exprimido por la parte inferior, forzando todo a amontonarse en la parte superior. Se estaba quedando calvo, también, y había peinado cuidadosamente las restantes hebras de cabello por encima de la cúpula rosada. Era difícil calcular su edad. Podía tener veinticinco años y ser un gran aprensivo, o cuarenta y ser un cara-dura. Vimes se inclinó por lo primero: el hombre tenía la apariencia de aquel que se ha pasado toda su vida mirando el mundo desde el borde de un libro. Y luego había esa… bueno, ¿era una risa nerviosa? ¿Una risa tonta? ¿Una desafortunada forma de aclararse la garganta?

Y esa manera extraña en la que andaba…

—¿Ni siquiera unas tostadas? ¿Una fruta? Estas naranjas acaban de llegar de Klatch, puedo recomendarlas de verdad.

Vimes le lanzó una al hombre. Rebotó en su brazo, y Skimmer dio un paso atrás, algo aterrado por el hábito de las clases altas de lanzar la fruta.

—¿Os encontráis bien, señor? ¿Mmm-mmm?

—Siento eso —dijo Vimes—. Me dejé llevar por la fruta.

Dejó a un lado la servilleta y luego se levantó de la mesa, rodeando con el brazo los hombros de Skimmer.

—Te llevaré al Salón Amarillo Claro donde podrás esperar —dijo, llevándole hacia la puerta y dándole golpecitos en el brazo amistosamente—. El equipaje ya está en los carruajes. Sybil está enyesando de nuevo el baño, aprendiendo Klatchiano Antiguo y haciendo todas esas pequeñas cosas de último-minuto que las mujeres siempre hacen. Irás con nosotros en el gran carruaje.

Skimmer respingó.

—¡Oh, no puedo hacer eso, señor! Viajaré con vuestro séquito. Mmm-mmm. Mmmm.

—Si te refieres a Cheery y Detritus, irán allí con nosotros —dijo Vimes, advirtiendo que la expresión de horror aumentaba ligeramente—. Necesitas a cuatro para una partida decente de cartas y las carreteras son muy aburridas la mayor parte del camino.

—¿Y, ehh, vuestros sirvientes?

—Willikins y el cocinero y la doncella de Sybil irán en el otro carruaje.

—Oh.

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