- •Vimes se lo miró de reojo. Era un comentario típico de Zanahoria. Sonaba tan inocente como el infierno, pero podías interpretarlo de una forma distinta.
- •Vimes vio una hacha de guerra enterrada en la pared.
- •Vimes sacó su reloj y lo miró. Se estaba convirtiendo en uno de esos días… de los que tienes todos los días.
- •Vimes se quedó mirando fijamente.
- •Vimes le miró a él, luego al Patricio y luego volvió a empezar.
- •Vetinari se puso de pie y caminó hasta la gran ventana, dándoles la espalda.
- •Vimes, cuyo conocimiento sobre geografía era microscópicamente detallado en un radio de ocho kilómetros alrededor de Ankh-Morpork y sólo microscópico en un radio superior, asintió titubeante.
- •Vimes y Vetinari intercambiaron miradas. En ocasiones Zanahoria parecía un tratado cívico escrito por un monaguillo aturdido.
- •Vimes sabía que había perdido. Había perdido tan pronto como se había mencionado a Sybil, porque ella era siempre un buen ariete contra las murallas de sus defensas. Pero siempre podía caer luchando.
- •Vimes oyó como Zanahoria escarbaba en la penumbra, y el sonido de una llave en la cerradura.
- •Vimes suspiró.
- •Vaciló y luego quitó la cuerda de campana de encima del ataúd. Igor reapareció, a la manera de los Igors.
- •Vimes se agachó y miró los pedazos de cristal.
- •Vimes se pasó la mañana siguiente intentado aprender sobre dos países extranjeros. Uno de ellos resultó llamarse Ankh-Morpork.
- •Vimes probó suerte, pero sabía que para hablar verdadero enanés necesitabas toda una vida de estudio y, para hacerlo factible del todo, una grave infección de garganta.
- •Vetinari le estaba arrojando a los lobos. Y a los enanos. Y a los vampiros. Vimes se estremeció. Y Vetinari nunca hacía nada sin una razón.
- •Igor asintió.
- •Vimes sonrió interiormente. Recordaba el dicho de su niñez: demasiado pobre para pintar, pero demasiado orgulloso para encalar…
- •Vimes tuvo una visión mental del Guardia Swires, un gnomo de quince centímetros de alto, pero de dos kilómetros de largo en agresividad contenida.
- •Vimes asintió. Por supuesto, la mayoría de la gente se preocupaban de algo si estaban trabajando con Nobby. Solían mirar mucho los relojes.
- •Vetinari miró alrededor. Una mano se movía desesperadamente ante él desde detrás de un banco volcado.
- •Vetinari suspiró de nuevo:
- •Volvió a tapar el sulfuro y olfateó el aire de la fábrica. Olía a goma líquida, que es un olor muy parecido al de gatos con incontinencia.
- •Visita le observó. Los labios de Zanahoria se movieron ligeramente mientras leía.
- •Vimes miró abatidamente por la ventana.
- •Vimes sacudió la cabeza. Eso eran los mensajes sin significado: telepatía sin cerebro.
- •Vimes odiaba y despreciaba los privilegios de su rango, pero había de admitir esto: al menos comportaban que los podías odiar y despreciar cómodamente.
- •Vimes miró el papel.
- •Vimes se acercó al otro carruaje, metió la cabeza dentro y comentó:
- •Vimes ayudó a Sybil a bajar del carruaje.
- •Vimes recorrió con la mirada las caras. Parecían mas sorprendidas que enfadadas, aunque vio un par de enanos en un rincón que estaban absolutamente descontentos.
- •Iñigo suspiró.
- •Iñigo se tocó un mechón de pelo.
- •Vimes levantó la mirada hacia el cartel de la posada. Toscamente pintada había una gran cabeza roja completada con trompa y colmillos.
- •Varios centenares de enanos, en línea de cuatro, estaban trotando a través de la blanca llanura hacia ellos. Tenían, pensó Vimes, un aire de severa determinación.
- •Volvieron veinte minutos después. Angua volvía a ser humana (al menos volvía a tener forma humana, se corrigió Gaspode) y los lobos estaban aparejados a un gran trineo para perros.
- •Vimes miró por la ventana. Había media docena de guardias, y efectivamente llevaban alabardas.
- •Vimes subió las escaleras y siguió el ruido de conversación hasta que llegó al dormitorio, donde Sybil estaba tendiendo la ropa en una cama del tamaño de un pequeño país. Cheery la ayudaba.
- •Vimes cortó una salchicha y miró.
- •Vimes descubrió que bostezaba.
- •Iñigo suspiró.
- •Vimes entró. Los enanos cerraron la puerta, dejándoles en la habitación, que estaba iluminada por una sola vela.
- •Imagínatelo como mucha gente dirigiéndose hacia algo que una hilera de personas estaba… guardando.
- •Vimes continuó callado. Dee era mejor que Lo He Hecho Duncan.
- •Vimes se giró. Un enano, bajo hasta para los estándares enanos, estaba plantado a su espalda. Parecía esperar una réplica.
- •Vimes miró las arrugadas cartas que el Rey le había metido en la mano. A la luz del día pudo ver la fina escritura en un rincón. Eran sólo cuatro palabras: ¿a medianoche, nos vemos?
- •Vimes vio las imágenes en su mente mientras Cheery se lo explicaba…
- •Igor abrió una puerta interior mientras Tantony casi se iba corriendo del vestíbulo.
- •Igor dejó un plato de pastas y salió arrastrándose de la habitación.
- •Igor se arrastró hasta un amplio vestíbulo, una de cuyas paredes la ocupaba mayormente una chimenea, y se despidió con una reverencia.
- •Vimes decidió explorar todo el horror de la situación. Le apartaba la mente de los trofeos que faltaban.
- •Vimes volvió a subir al carruaje e, intentando no mirar a Sybil, levantó uno de los asientos, sacando la espada que había escondido allí.
- •Vimes había sacado el cohete de su tubo. Miró a Iñigo interrogativamente.
- •Vimes se rindió y le explicó lo poco que sabía.
- •Vimes entró en la embajada y convocó a Detritus y a Cheery.
- •Vimes empujó una de las palancas. Una minúscula trampilla se abrió y la cabeza más pequeña que Vimes hubiera visto que pudiera hablar hizo:
- •Iñigo acaba de volver a entrar en la habitación cuando oyó que llamaban a la puerta en la planta baja.
- •Vimes vio el asentimiento de Cheery.
- •Vimes miró el papel que le ofrecían. Era marrón y bastante rígido. Estaba cubierto de runas.
- •Vimes se quedó mirando. Se perdía en cualquier canción que fuera más compleja que las que tienen títulos del tipo «¿Dónde Se Han Ido Todas Las Natillas (La Gelatina No Es Lo Mismo)?».
- •Vimes levantó la mirada. Algo cálido, como una gota de mantequilla fundida, le golpeó la mejilla. Mientras se la limpiaba, vio las sombras moverse.
- •Vimes se despertó en la oscuridad. Parpadeó y se tocó los ojos para asegurarse de que estaban abiertos.
- •Vimes vaciló.
- •Vimes pensó de la malvada minúscula arma que había en la almohada.
- •Vimes tomó un puñado de nieve, y cuando levantó la vista, un copo se fundió en su cara. Sonrió en la oscuridad. La luciérnaga iluminó sólo el extremo de unas escaleras en espiral fijadas a la roca.
- •Vimes se dio cuenta de que era un hombre muerto bañándose. Lo podía ver en los ojos de Wolf.
- •Veamos, ¿cómo pensaría un hombre lobo?
- •Vimes guiñó los ojos. Una alta figura vestida de negro estaba sentada en el bote.
- •Vimes se acercó al borde del témpano e intentó impulsarse fuera del agua, pero el hielo crujió amenazadoramente bajo su peso y varias grietas zigzaguearon por su superficie.
- •Vimes levantó la vista. La sangre le corría por los brazos. El aire olía a huevos podridos. Y allí, encima de una colina, a un quilómetro y medio o algo así, estaba la torre del telégrafo.
- •Vimes gruñó. Ni los asesinos se merecían una muerte así.
- •Vimes se enfureció. ¡Se suponía que no habían de hacer algo así!
- •Vimes juntó las piernas y se columpió en la rama mientras el hombre lobo subía. Lo cazó con un golpe en la oreja y, cuando la criatura levantó la mirada, consiguió darle otro golpe justo en la nariz.
- •Vimes agarró una rama rota.
- •Vimes vaciló, con el garrote levantado.
- •Vimes apartó a Zanahoria cuando intentó ayudarle a ponerse en pie.
- •Vimes se giró cuando escuchó un débil sonido a su espalda.
- •Vimes se detuvo.
- •Vimes bajó la mirada. Estaban plantados encima de un enrejado.
- •Vimes apareció arriba. Había sangre en su camisa, y encostrada en un lado de su cara. Para horror del capitán, empezó a bajar las escaleras.
- •Vimes sintió un hilillo de hielo supercalentado bajar por su columna vertebral.
- •Vimes, aún luchando por respirar, sin decir una palabra le pasó las llaves a Zanahoria.
- •Vimes se acercó al tembloroso Tantony y le palmeó en un hombro.
- •Vimes miró al otro lado del puente levadizo. Unas figuras se amontonaban en la oscuridad: la luz de las antorchas brilló en las armaduras y las armas que bloqueaban el camino.
- •Vimes estaba impresionado con la Baronesa, que se defendía en un rincón.
- •Vimes miró los enanos. Estaban fascinados, y uno o dos vocalizaban las palabras.
- •Vimes oyó como los enanos de detrás se quedaban sin respiración.
- •Vimes señaló la masa de enanos que tenía detrás.
- •Voy a ser afortunado si salgo de aquí vivo, ¿verdad?
- •Vimes pudo ver como la piel de las manos del enano se ponía blanca al intentar apartarlas de la piedra.
- •Vimes vio que Cheery, para su sorpresa, parpadeaba como consecuencia de las lágrimas.
- •Vimes recordó la expresión de la cara de Albrecht.
- •Vimes parpadeó. Su cerebro se había rendido finalmente. Ya no quedaba nada. No estaba seguro de ni siquiera poderse poner en pie.
- •Vimes intentó centrarse en su mujer, que, inexplicablemente, parecía estar muy lejos.
- •Igor miró hacia abajo desde arriba de la carroza.
- •Vimes entró arrastrándose en el dormitorio. Sybil llevaba otro vestido azul, una tiara y una expresión tirante.
- •Vimes se vistió a toda prisa, con la oreja atenta a…
- •Vimes bajó la espada e intentó relajarse.
- •Vimes encontró una sábana en una de las cajas rotas, y rasgó una larga tira. Luego cogió la ballesta de las manos de su esposa.
- •Vimes abrió la boca para decir «Eso que llevas, capitán, ¿es un uniforme o un bonito disfraz?», pero se detuvo a tiempo.
- •Vimes notó la mirada del hombre fija en la parte trasera de su cuello mientras se iba.
- •Vimes sostuvo su mirada un momento, y luego le palmeó el hombro.
- •Vimes se subió al carruaje con furiosa velocidad.
- •Vimes abrió las puertas del vestidor.
- •Vio la sonrisa de Angua y se preguntó si Sybil se lo había contado.
Vimes vio el asentimiento de Cheery.
—No estoy… seguro —dijo—. Dime, ¿qué valor intrínseco tiene la Torta?
—¿Intrínseco? ¡No tiene precio!
—Sé que es valiosa como símbolo, pero ¿cuál es su valor en sí misma?
—¡No tiene precio!
—Estoy intentando descubrir por qué un ladrón querría robarla —dijo Vimes, tan pacientemente como pudo.
Cheery había levantado el disco circular de piedra y miraba debajo. Vimes frunció los labios.
—¿Qué esta haciendo… ella? —preguntó Dee. El pronombre goteó con repugnancia.
—La Cabo Pequeñotrasero busca pistas —dijo Vimes—. Son lo que llamamos signos, que puedan ayudarnos. Es una habilidad.
—¿Esta carta podría acelerar vuestra búsqueda? —preguntó Dee—. Tiene cosas escritas. Son lo que llamamos… signos, que pueden ayudaros.
Vimes miró el papel que le ofrecían. Era marrón y bastante rígido. Estaba cubierto de runas.
—Yo, eh, no sé leerlas —dijo.
—Es una habilidad —dijo Dee solemnemente.
—Yo sí sé, señor —dijo Cheery—. ¿Me permite?
Cogió el papel y lo leyó.
—Eh, parece ser una nota de rescate, señor. De los Hijos de Agi Ladrondemartillo. Dicen que tienen la Torta y que… dicen que la destruirán, señor.
—¿Dónde está el dinero? —preguntó Vimes.
—Dicen que Rhys tiene que renunciar a toda exigencia de ser Bajo Rey —dijo Dee—. No hay más condiciones. La nota apareció en mi escritorio. Pero todo el mundo deja papeles en mi escritorio estos días.
—¿Quiénes son los Hijos de Agi Ladrondemartillo? —preguntó Vimes, mirando a Dee—. ¿Y por qué no me lo habéis dicho antes?
—No lo sabemos. Es sólo un nombre inventado. Algunos descontentos, creemos. Y me dijeron que vos me harías las preguntas.
—Pero esto ya no es un crimen auténtico, ¿no? —dijo Vimes—. Ahora es política. ¿Por qué el Rey no renuncia a toda exigencia, recupera la Torta, y luego dice que tenía los dedos cruzados? Si se ha hecho mediante coacción…
—Nos tomamos nuestras ceremonias seriamente, Vuestra Excelencia. Si Rhys renuncia al trono, no puede cambiar de opinión al día siguiente. Si permite que la Torta sea destruida, entonces la monarquía no tiene legitimación y habrán…
—.. habrán problemas —dijo Vimes. Y se extenderán a Ankh-Morpork, añadió para sí mismo. Por ahora son sólo disturbios.
—¿Quién se convertirá en Rey si él abdica?
—Albrecht Albrechtson, como todo el mundo sabe.
—Y entonces también habrán problemas —dijo Vimes—. Una guerra civil, por lo que he oído.
—El Rey dice —anunció Dee en voz baja— que está dispuesto a renunciar en último término. Mejor cualquier rey que el caos. A los enanos no les gusta el caos.
—Pero habrá caos de las dos formas —dijo Vimes.
—Ha habido rebeliones contra los reyes anteriormente. La comunidad enana sobrevive. La Corona continúa. La tradición aguanta. La Torta permanece. Hay una… cordura a la que volver.
Oh, dioses, pensó Vimes. Miles de enanos mueren, pero todo está bien si un pedazo de roca sobrevive.
—Aquí no soy un policía. ¿Qué puedo hacer?
—¡Esto no ha ocurrido! —chilló Dee, perdiendo los nervios—. ¡Pero todo el mundo sabe que los extranjeros de Ankh-Morpork no se ocupan de sus propios asuntos!
—Ah, ¿quieres decir que… dado que no quieres que la gente se entere de esto… estaría mal si parecieras estar demasiado excitado, pero no se te puede culpar si un estúpido piesplanos mete la nariz en los asuntos de otros?
Dee movió las manos en el aire.
—¡Ésa no era mi idea!
—Oye, la seguridad que tenéis aquí deshonraría la de la hucha de un niño. Se me ocurren dos o tres formas de sacar la Torta de aquí. ¿Y que hay del pasadizo secreto de esta habitación?
—¡No sé de ningún pasadizo secreto en esta habitación!
—Oh, bien. Al menos hemos descartado algo. Ve y espera junto al bote. La Cabo Pequeñotrasero y yo tenemos que hablar de algunas cosas.
Dee se marchó de mala gana. Vimes esperó hasta que el enano fue visible en el brillo de las velas más allá del pasadizo-báscula.
—¡Qué asco! —dijo—. Los misterios de cuarto cerrado son aún peores cuando no cierran el cuarto.
—Piensa que Dormilón podría haber traído sacos de arena bajo sus ropas, ¿verdad, señor? —dijo Cheery.
No, pensó Vimes. No lo pensaba. Pero ahora sé cómo un enano resolvería esto.
—Posiblemente —dijo, en voz alta—. La arena blanca mugrienta no puede ser rara. Vas añadiendo un poco de arena cada día, ¿sí? Sólo lo suficiente para no accionar la balanza. Finalmente tienes… ¿Cuánto pesa la Torta?
—Unos siete quilos y cuarto, señor.
—Muy bien. Tiras la arena al suelo, escondes la Torta bajo tus ropas, y… esto podría funcionar.
—Arriesgado, señor.
—Pero nadie cree que fueran a intentar robar de verdad la Torta. ¿Me estás diciendo que cuatro guardias sentados en un pequeña garita en un turno de doce horas van a estar alertas todo el rato? ¡Es suficiente para jugar unas manos de póquer!
—Supongo que confían en el hecho que saben cuando un bote sube, señor.
—Exacto. Gran error. ¿Y sabes qué? Me apuesto que cuando un bote ha bajado es el momento en que están menos alerta. Cheery, si un humano puede llegar aquí, puede entrar en la Cueva de la Torta. Tendría que ser ágil y un buen nadador, pero podría hacerlo.
—Los guardias de las puertas estaban bastante alerta, señor.
—Bueno, sí. Los guardias siempre lo están después de un robo. Listos como zorras y agudos como cuchillos, no sea que alguien se pregunte si fueron ellos los que se quedaron dormidos en el momento menos adecuado. Soy un policía, Cheery. Sé lo aburrido que puede ser hacer guardia. Especialmente cuando sabes que nadie va a robar jamás lo que estás guardando —arrastró la arena con su bota.
»Registraban detenidamente cada carro que entraba o salía esta mañana. Pero era sólo porque la Torta había sido robada. Es en momentos como éste en los que te vuelves muy oficial, muy eficiente y con mucha actividad inútil. No intentes hacerme creer que la semana pasada abrían cada barril y pinchaban cada saco de heno. ¿Incluso las cosas que entran? ¿Puedes ver a Dee? ¿Me está mirando?
Cheery echó un vistazo.
—No, señor.
—Bien.
Vimes entró en el túnel, presionó la espalda contra la pared, tomó una profunda inspiración de aire y apoyó las piernas contra la pared contraria. Luego empezó a desplazarse por encima de las láminas del pasadizo-báscula, avanzando lentamente con los pies y los omoplatos y, haciendo una mueca a cada protesta de sus rodillas, finalmente llegó al otro extremo. Se acercó a Dee, que hablaba con los guardias.
—¿Cómo habéis… ?
—No importa —dijo Vimes—. Digamos sólo que soy más largo que un enano, ¿de acuerdo?
—¿Lo habéis resuelto?
—No. Pero tengo una idea.
—¿De verdad? ¿Ya? —preguntó Dee—. ¿Y cuál es?
—Aún estoy trabajando en ella —dijo Vimes—. Pero es una suerte que el Rey te haya dicho que hablaras conmigo, Dee. Una cosa que he descubierto es que ningún enano te dará la respuesta correcta.
La opera estaba a punto de acabar cuando Vimes se deslizó hasta su asiento al lado de Sybil.
—¿Me he perdido algo? —preguntó.
—Es muy buena. ¿Dónde has estado?
—No me creerías.
Miraba sin ver el escenario. Un par de enanos estaban en medio de una ensayada pelea de mentira.
Muy bien, entonces. Si era política era… bueno, política. No había nada que pudiera hacer él con la política. Así que piensa en eso como un crimen…
¿Cuál era la solución sencilla? Mejor empezar con la primera norma del policía: sospecha de la víctima. Sin embargo, Vimes no estaba muy seguro de quién era la víctima aquí. Así que sospecha del testigo. Ésa era otra buena regla. Eso significaba el finado Dormilón. Podría haberse llevado la Torta días antes de que «descubriera» la desaparición. Podría haber hecho cualquier cosa. La forma en la que se custodiaba la cosa era una broma. Nobby y Colon podrían haberlo hecho mejor. Mucho mejor, se corrigió, porque tenían pequeñas mentes retorcidas y eso era lo que los hacía policías. Los guardias de la Torta eran enanos honorables, la última gente a la que le confiarías la guarda de algo. Hubieras preferido gente taimada para un trabajo así.
Pero esto no tenía sentido. Dormilón sería el principal sospechoso. Vimes no manejaba muy bien la ley enana, pero imaginaba que no había un futuro muy plácido para el principal sospechoso, especialmente si no se encontraba otra solución.
Quizás había estallado después de sesenta años de cambiar velas. No, eso no sonaba bien. Cualquiera que soportara un trabajo así durante diez años probablemente lo haría durante el resto de la eternidad. Además, Dormilón se había ido a la gran mina de oro del cielo o de las profundidades de la tierra, o a dondefuera que los enanos creían. No iba a responder ninguna pregunta.
Podía resolverlo, se dijo Vimes. Tenía todo lo que necesitaba, sólo había de hacer las preguntas correctas y pensar de la forma correcta.
Pero sus instintos Vimescos estaban intentando decirle algo más.
Esto era un crimen —si retener una cosa para pedir un rescate era técnicamente un crimen—, pero no era el crimen.
Había otro crimen aquí. Lo sabía del mismo modo que un pescador ve un banco de arena por la ondulación del agua.
La lucha en el escenario continuaba. Se hacía más lenta por la necesidad de parar después de cada cuidadoso golpe de hacha para cantar una canción, probablemente sobre oro.
—Eh, ¿de qué va todo esto? —preguntó.
—Casi ya está acabada —susurró Sybil—. Sólo han representado la parte que hacía referencia a la cocción de la Torta, en realidad, pero al menos han incluido el Aria de Rescate. Martillodehierro escapa de la prisión con la ayuda de Skalt, roba la verdad que Agi ha escondido, la disfraza cociéndola dentro de la Torta, y convence a los guardias que hay alrededor del campamento de Hachasangrienta de que le dejen pasar. Los enanos creen que la verdad fue una vez un, una cosa… un tipo de rarísimo metal, en realidad, y el último pedazo que queda está dentro de la Torta. Y los guardias no pueden resistirse, por el poder que emana de ella. La canción es de cómo el amor, del mismo modo que la verdad, siempre se revelará, tal como el grano de verdad que hay dentro de la Torta lo hace todo verdadero. En realidad es una de las mejores canciones del mundo. El oro casi ni se menciona.