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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes volvió a subir al carruaje e, intentando no mirar a Sybil, levantó uno de los asientos, sacando la espada que había escondido allí.

—¡Sam! —le dijo ella, acusadoramente.

—Lo siento, cariño. Pensé que había de traer un repuesto.

Al lado de la puerta de la torre había la cuerda de un timbre de campana. Vimes tiró de ella y oyó un tañido en algún sitio por encima de él.

Cuando nada más ocurrió lo intentó con la puerta. Se abrió.

—¿Hola?

Silencio.

—Aquí la Guar… —Vimes se detuvo. No era la Guardia, ¿verdad? No aquí. La placa no funcionaba. Era tan sólo un curioso entrometido bastardo.

—¿Hay alguien?

En la habitación había apilados sacos, cajas y barriles. Una escalera de madera llevaba al segundo piso. Vimes subió hasta una habitación que era el combinado de un dormitorio y comedor. Había sólo dos literas, con los cubrecamas retirados.

Había una silla en el suelo y un plato de comida en la mesa, con el cuchillo y el tenedor perfectamente colocados. En el fogón alguien había hervido en una olla de hierro agua hasta que se había evaporado. Vimes abrió la puerta del fogón y se oyó un whoomph cuando el aire que entró avivó la chamuscada madera.

Y, de arriba, el clinc del metal.

Miró la escalera y la trampilla del piso de arriba. Cualquiera que subiera por ella pondría la cabeza a una altura perfecta para una espada o una patada.

—Complicado, ¿eh, Vuestra Gracia? —dijo alguien arriba—. Mejor que subáis. Mmm, mmm.

¿Iñigo?

—Es seguro, Vuestra Gracia. Sólo estoy yo aquí. Mmm.

—Y eso es seguro, ¿no?

Vimes subió por la escalera. Iñigo estaba sentado en una mesa, hojeando una pila de papeles.

—¿Dónde están los encargados?

—Ese, Vuestra Gracia —dijo Iñigo—, es uno de los misterios, mmm, mmm.

—¿Y los otros están…?

Iñigo hizo un gesto hacia los escalones que llevaban arriba.

—Vedlo vos mismo.

Los controles de los brazos habían sido destrozados a conciencia. Listones de madera y pedazos de alambre colgaban descuidadamente de su complejo armazón.

—Varias horas de reparación por parte de hombres hábiles, diría yo —dijo Iñigo, mientras Vimes volvía.

—¿Qué ha pasado aquí, Iñigo?

—Diría que los hombres que vivían aquí fueron forzados a irse, mmf, mmm. Con algo de desorden.

—¡Pero es una torre fortificada!

—¿Y? Tenían que cortar leña. Oh, la compañía tiene normas, y luego meten a tres jóvenes en una torre solitaria durante semanas y esperan que funcionen precisos como relojes. ¿Veis la trampilla que lleva a los controles? Debería estar cerrada todo el tiempo. Y vos, Vuestra Gracia, y yo mismo también, porque somos… somos…

—¿Unos cabronazos? —propuso Vimes.

—Bueno, sí… mmm… hubiéramos diseñado un sistema que supusieran que el telégrafo no puede funcionar hasta que la trampilla esté cerrada, ¿no es así?

—Algo así, sí.

—Y hubiéramos escrito en las normas que la presencia de cualquier visitante en la torre habría de ser, mmm, automáticamente comunicada a las torres vecinas, también.

—Probablemente. Eso hubiera sido un comienzo.

—Siendo así, sospecho que cualquier visitante de aspecto inofensivo con un pastel de manzanas recién hecho para los muchachos sería calurosamente recibido —suspiró Iñigo—. Hacen turnos de dos meses de duración. Sin nada que mirar excepto árboles, mmm.

—No hay sangre, ni demasiados signos de lucha —dijo Vimes—. ¿Has mirado fuera?

—Tendría que haber un caballo en el establo. No está. Aquí estamos más o menos encima de roca. Hay huellas de lobos, pero hay huellas de lobos por toda esta zona. Y el viento ha removido la nieve. Se han… ido, Vuestra Gracia.

—¿Estás seguro de que los hombres dejarían entrar a alguien por la puerta? —preguntó Vimes—. Cualquiera que pudiera llegar hasta la plataforma podría entrar por una de estas ventanas en un momento.

—¿Un vampiro, mmm?

—Es una idea, ¿no?

—No hay manchas de sangre.

—No está bien malgastar la comida —dijo Vimes—. Piensa en esos pobres chiquillos hambrientos de Muntab. ¿Qué es eso?

Sacó una caja de debajo de la litera inferior. Dentro había varios tubos, como de unos treinta centímetros de largo, con un extremo abierto.

—«Badger & Normal, Ankh-Morpork —leyó en voz alta—. Bengala en cohete (Roja). Encender la mecha. No introducir en la boca». Son fuegos artificiales, señor Skimmer. Los he visto en los barcos.

—Ah, sí, había algo… —Iñigo hojeó el libro de encima de la mesa—. Podían disparar una bengala de emergencia si había problemas gordos. Sí, la torre más cercana a Ankh-Morpork envía entonces un par de hombres, y un escuadrón más grande viene del cuartel que hay en las llanuras. Se toman el derribo de torres muy seriamente.

—Sí, bueno, les podría costar mucho dinero —dijo Vimes, mirando la boca del cohete—. Necesitamos que la torre funcione, Iñigo. No me gusta estar incomunicado aquí.

—Los caminos aún están en bastante buen estado. Podrían estar aquí mañana por la noche. ¡Estoy seguro de que no deberíais hacer eso, señor!

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