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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Igor dejó un plato de pastas y salió arrastrándose de la habitación.

—¿De verrdad? No, crreo que no es posible que yo haya dicho eso. No es una cosa diplomática parra decirrla —dijo Lady Margolotta suavemente—. Estoy segurra de que todos apoyamos al nuevo Bajo Rrey, la elección de la comunidad de los enanos en generral, incluso si creían que estaban poniendo a un trradicionalista y han obtenido una incógnita.

—¿Habéis dicho esa última parte? —preguntó Vimes, nadando en un mar de diplomacia y pantalones mojados.

—Evidentemente no. ¿Sabéis que su Torrta de Piedrra ha sido rrobada?

—Ellos dicen que no lo ha sido —dijo Vimes.

—¿Y les crréeis?

—No.

—La corronación no puede seguirr adelante sin ella, ¿lo sabíais?

—¿Vamos a tener que esperar hasta que horneen una nueva? —preguntó Vimes.

—No. No habrrá más Bajos Rreyes —dijo Lady Margolotta—. Legitimidad, ¿sabéis? La Torrta rreprresenta la continuidad de toda la trradición desde B’hrrian Hachasangrrienta. Dicen que él se sentó en la Torrta cuando aún estaba blanda y dejó su imprronta.

—¿Queréis decir que la realeza ha pasado de trasero en trasero?

—Los humanos crreen en las corronas, ¿verrdad?

—¡Sí, pero al menos se ponen en el otro extremo!

—En los trronos, entonces —Lady Margolotta suspiró—. La gente le da valorr a cosas extrrañas. Corronas. Rreliquias. Ajo. De todos modos, habrrá una guerra civil porr el liderrazgo que ganarrá segurramente Albrrecht, y él corrtarrá todo interrcambio comerrcial con Ankh-Morrporrk. ¿Lo sabíais? Piensa que ese lugarr es malvado.

que lo es —dijo Vimes—. Y yo vivo allí.

—He oído que piensa declarrarr a todos lo enanos allí d’hrarak —continuó la vampiresa. Vimes oyó como Cheery ahogaba una exclamación—. Significa «no enanos».

—Eso le cae muy grande —dijo Vimes—. No creo que a nuestros muchachos le vaya a preocupar mucho.

—Em —dijo Cheery.

—Exacto. La joven parrece prreocupada, y vos harréis bien en escucharrla, Sirr Samuel.

—Perdonadme —dijo Vimes—. ¿Pero en qué os incumbe todo esto?

—¿De verrdad no bebéis nada en absoluto, Sirr Samuel?

—No.

—¿Ni una copa?

—No —dijo Vimes, más duramente—. Si sabéis algo sobre…

—Todavía guarrdáis media botella en el cajón inferriorr como una especie de test perrmanente —dijo Lady Margolotta—. Eso, Sirr Samuel, sugierre un hombrre que no tiene la conciencia trranquila.

—¡Quiero saber quién va diciendo estas cosas de mí!

Lady Margolotta suspiró. Vimes tuvo la impresión de haber suspendido otro examen.

—Soy rrica, Sirr Samuel. Los vampirros acostumbrran a serrlo. ¿No lo sabíais? Lorrd Vetinarri, lo sé, crree que la inforrmación es dinerro. Perro todo el mundo sabe que el dinerro siemprre ha sido inforrmación. El dinerro no ha de hablarr, sólo ha de escucharr.

Se detuvo y se sentó mirando a Vimes, como si hubiera decidido de repente escucharle. Vimes se removió incómoda bajo la mirada fija.

—¿Como está Havelock Vetinarri? —preguntó la vampiresa.

—¿El Patricio? Oh… bien.

—Debe serr bastante mayorr ahorra.

—La verdad es que nunca he estado seguro de su edad —dijo Vimes—. Aproximadamente la mía, supongo.

Entonces ella se puso en pie de golpe.

—Esta ha sido una rreunión muy interresante, Sirr Samuel. Esperro que Lady Sybil esté bien.

—Esto, sí, lo está.

—Magnífico. Me alegrra. Nos encontrrarremos de nuevo, estoy segurra. Igorr le guiarrá hasta la salida. Mis rrecuerrdos al Barrón, cuando lo vea. Rrásquele la cabeza de mi parrte.

—¿De qué demonios iba todo eso, Cheery? —preguntó Vimes, mientras la carroza bajaba por la colina de nuevo.

—¿Qué parte, señor?

—Prácticamente todo, en realidad. ¿Por qué los enanos de Ankh-Morpork habrían de objetar si alguien dice que no son enanos? Saben que son enanos.

—No estarían sujetos a la ley enana, señor.

—No sabía que lo estuvieran.

—Quiero decir, es como… cómo vives tu vida, señor. Matrimonios, entierros, ese tipo de cosas. Los matrimonios no serían legales. Los enanos ancianos no podrían ser enterrados de vuelta en su hogar. Y eso sería terrible. Todos los enanos sueñan volver a casa cuando sean ancianos y empezar una pequeña mina.

—¿Todos los enanos? Inclusos esos que han nacido en Ankh-Morpork?

—El hogar puede significar todo tipo de cosas, señor —dijo Cheery—. Hay más cosas, también. Los contratos no serían válidos. A los enanos les gustan las normas buenas y sólidas, señor.

—Tenemos leyes en Ankh-Morpork, también. Más o menos.

—Entre ellos mismos, los enanos prefieren utilizar las suyas propia, señor.

—Apuesto que a los enanos de Cabeza de Cobre no les gustará que eso ocurra.

—Sí, señor. Habrá una rotura. Y otra guerra —suspiró.

—¿Pero por qué hablaba tanto ella de la bebida?

—No lo sé, señor.

—No me gustan. Nunca me han gustado y nunca me gustarán.

—Sí, señor.

—¿Has visto esa rata?

—Sí, señor.

—Creo que ella se estaba riendo de mí.

Una vez más, la carroza rodaba por las calles de Joder.

—¿Cómo de grande la guerra?

—Peor que la que tuvimos hace cincuenta años, creo —dijo Cheery.

—No recuerdo a la gente hablando de esa —dijo Vimes.

—La mayoría de humanos no la conocen —explicó Cheery—. En su tuvo lugar bajo tierra. Socavar pasadizos y cavar túneles de invasión y todo eso. A lo mejor algunas casas cayeron en hoyos misteriosos y la gente no recibió su provisión de carbón, pero eso fue todo.

—¿Quieres decir que los enanos simplemente intentan colapsar las minas de otros enanos?

—Oh, sí.

—Siempre pensé que erais muy cumplidores de la ley.

—Oh, sí, señor. Muy cumplidores de la ley. Simplemente no muy clementes.

Dioses, pensó Vimes, mientras la carroza cruzaba el puente del centro de la ciudad, no me han enviado a una coronación. Me han enviado a una guerra que aún no ha empezado.

Levantó la vista. Tantony le estaba observando atentamente, pero desvió la mirada rápidamente.

Lady Margolotta vigiló la carroza hasta que llegó a las puertas de la ciudad. Se alejó un poco de la ventana. El cielo estaba encapotado, pero era difícil desprenderse de los hábitos de supervivencia.

—Qué hombrre más furrioso, Igorr.

—Shí, sheñora.

—Podías verr como se rrefugiaba detrrás de su paciencia. Me prregunto cuánto puede serr empujado.

—He aparcado la carrosha funeraria ante la entrada, sheñora.

—Oh, ¿es tan tarrde? Mejorr que vayamos, entonces. Todo el mundo se desanima cuando no voy a una rreunión, ya sabes.

El castillo al otro lado del valle era mucho más tosco que el de Lady Margolotta. Pero incluso así, las puertas estaban abiertas de par en par y no parecía como si se cerraran a menudo.

La puerta principal era alta y de aspecto pesado. La única cosa que sugería que no había sido encargada en el catálogo estándar para castillos era la puerta más pequeña y estrecha, que no debía medir más de un metro de alto, practicada en la mayor.

—¿Y eso para qué? —preguntó Vimes—. Incluso un enano se daría de cabeza con ella.

—Creo que depende de la forma que se tiene al entrar —dijo Cheery sombríamente.

La puerta principal se abrió tan pronto como Vimes puso la mano encima de la aldaba con forma de cabeza de lobo. Pero esta vez estaba preparado.

—Buenos días, Igor —dijo.

—Buenosh díash, Shu Eshelenshia —dijo Igor, haciendo una reverencia.

—Igor e Igor te envían recuerdos, Igor.

—Grashiash, Shu Eshelenshia. Ya que lo menshionaish, ¿podría poner un paquete en vueshtra carrosha para Igor?

—¿Te refieres al Igor de la embajada?

—Eshe esh el que quería deshir, sheñor —dijo Igor, pacientemente—. Me ha pedido si le podía eshar una mano.

—Muy bien, no hay problema.

—Perfecto. Eshtá muy bien envuelta y el hielo la mantendrá en buen eshtado y freshca. Hashed el favor de sheguirme. El amo she eshtá cambiando en eshtos momentosh.

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