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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes encontró una sábana en una de las cajas rotas, y rasgó una larga tira. Luego cogió la ballesta de las manos de su esposa.

—Sabes, ahora ha cometido un crimen en Ankh-Morpork —dijo—. Eso lo hace mío.

—Sam, no estamos…

—Mira, todo el mundo me dice tan a menudo que no estoy en Ankh-Morpork que lo he creído. Pero esta embajada es Ankh-Morpork y, justo ahora —levantó la ballesta—, yo soy la ley.

—¿Sam?

—¿Sí, cariño?

—Conozco esa mirada. No hieras a nadie más, por favor.

—No te preocupes, cariño. Voy a ser civilizado.

Había una muchedumbre de enanos en la calle de fuera, rodeando a uno tendido en la nieve en un charco de sangre.

—¿Por dónde? —preguntó Vimes, y si no entendieron sus palabras, entendieron la pregunta. Varios señalaron calle abajo.

Mientras caminaba, Vimes acunó la ballesta y encendió un delgado cigarro.

Esto sí que lo entendía. Nunca se sentía cómodo con la política, donde lo bueno y lo malo eran sólo, aparentemente, dos formas de mirar la misma cosa o, al menos, así lo describía la gente que Vimes consideraba que estaban en el lado «malo».

Era todo demasiado complicado, y cuando era complicado significaba que alguien trataba de engañarte. Pero en las calles, de persecución, todo estaba claro. Alguien quedaría aún de pie al final de la caza, y en todo lo que habías de concentrarte era en asegurarte que eras tú.

En una esquina, una carreta había volcado y su conductor estaba arrodillado al lado de un caballo desventrado.

—¿Por dónde?

El hombre señaló.

La nueva calle era más ancha y concurrida, y había una gran cantidad de carrozas elegantes moviéndose lentamente entre la multitud. Por supuesto… la coronación.

Pero eso pertenecía al mundo del Duque de Ankh y, justo ahora, no estaba aquí. Sólo estaba Sam Vimes, a quien no le gustaban mucho las coronaciones.

Había gritos frente a él, y el caudal de gente de repente giró en dirección contraria a Vimes, con lo que pareció que fuera contra corriente, como un salmón.

La calle se abrió en una gran plaza. La gente corría ahora, lo que sugirió a Vimes que estaba avanzando en la dirección correcta. Era bastante claro que encontraría a Wolfgang en algún sitio en que nadie más quisiera estar.

Hubo un remolino de movimiento a un lado y un escuadrón de la guardia de la ciudad cruzó a buen paso. Se detuvieron. Uno de ellos volvió atrás. Era Tantony.

Miró a Vimes de arriba abajo.

—¿Os tengo que agradecer lo de anoche? —preguntó. Había cicatrices frescas en su cara, pero ya se estaban curando. Hemos de conseguir un Igor, se recordó Vimes.

—Sí —dijo Vimes—. Las partes buenas y las partes malas.

—¿Y veis lo que ocurre cuando te enfrentas con un hombre lobo?

Vimes abrió la boca para decir «Eso que llevas, capitán, ¿es un uniforme o un bonito disfraz?», pero se detuvo a tiempo.

—No, es lo que ocurre cuando eres tan loco de enfrentarte a un hombre lobo sin refuerzos ni potencia de fuego —dijo—. Lo siento, pero todos hemos de aprender una lección. La integridad es una pobre armadura.

El hombre se sonrojó.

—¿Por qué os metéis en esto? —preguntó.

—Nuestro amigo peludo acaba de matar a una persona en la embajada, que es…

—Sí, sí, territorio de Ankh-Morpork. ¡Pero este no lo es! ¡Yo soy el guardia aquí!

—Estoy en persecución transfronterera, capitán. Ah. Veo que conocéis la palabra48.

—Yo… yo… ¡eso no se aplica!

—¿De verdad? Todos los policías conocen la regla de la persecución transfronterera. Puedes cazar al sujeto más allá de tu jurisdicción legal si estás en persecución transfronterera. Por supuesto, puede haber un poco de disputas una vez lo has cogido, pero podemos dejar eso para más tarde.

—¡Yo intento arrestarle por crímenes cometidos hoy mismo!

—Eres demasiado joven para morir. Además, yo lo he visto primero. Te diré qué… Después de que me haya matado, puedes intentarlo. ¿Es justo? —miró a Tantony en el ojo—. Ahora sal de mi camino.

—Sabéis que os podría arrestar.

—Probablemente, pero hasta ahora te he considerado un hombre inteligente.

Tantony asintió, y probó que Vimes tenía razón.

—Muy bien. ¿Cómo podemos ayudaros?

—No entrometiéndoos. Oh, y juntando mis restos si no funciona.

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