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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Iñigo suspiró.

—En el Gremio, Vuestra Gracia, no hacemos… teatro.

—¿Teatro?

—Eso del cigarro…

—¿Quieres decir cuando he cerrado los ojos y han tenido que mirar a una llama en la oscuridad?

—Ah… —Iñigo vaciló—. Pero os podrían haber disparado en ese momento.

—No. Yo no era una amenaza. Y tú escuchaste su voz. Muchas veces escucho ese tipo de voz. No iba a dispararle a las personas demasiado pronto y arruinar la diversión. ¿Puedo dar por sentado que no has sido contratarte para matarme?

—Exacto.

—¿Lo juras?

—Por mi honor de asesino.

—Sí —dijo Vimes—. Es aquí donde topo con una dificultad, por supuesto. Y no sé como decirlo, Iñigo, porque tú no actúas como un asesino típico. Lord por aquí, Sir por allá… El Gremio es una escuela de caballeros pero tú (y los dioses saben que no quiero ofenderte) no eres exactamente…

Iñigo se tocó un mechón de pelo.

—Soy un becado, señor —dijo.

Dioses, claro, pensó Vimes. El asesino aficionado normal lo puedes encontrar en cada calle. Son en su mayoría locos o borrachos o una pobre mujer que ha tenido un día duro y su marido le ha levantado la mano una vez de más y de repente veinte años de frustración toman el control. Matar un extraño sin malicia o satisfacción, que no sea el orgullo del artesano ante un trabajo bien hecho, es un talento tan raro que los ejércitos se pasan meses enteros intentando inculcarlo en sus jóvenes soldados. La mayoría de la gente huiría aterrorizada del hecho de tener que matar gente a la que no ha sido presentada.

El Gremio había que tener uno o dos como Iñigo. ¿No había dicho algún bastardo filosófico que un gobierno necesitaba tanto carniceros como pastores? Señaló la pequeña ballesta:

—Muy bien, cógela —dijo—. Pero puedes extender la voz de que si alguna vez, alguna vez, veo una en las calles, el propietario se la va encontrar metida allí donde no da el sol.

—Ah —dijo Iñigo—. Ese es el sitio jocosamente llamado Lancre, ¿no? Está a sólo ochenta kilómetros de aquí, creo. Mmm, mmm.

—Ten por seguro de que puedo encontrar un atajo.

Gaspode intentó soplar en la oreja de Zanahoria otra vez.

—Hora de levantarse —gruñó.

Zanahoria abrió los ojos, se sacó la nieve que tenía en ellos con unos parpadeos y luego intentó moverse.

—Quédate tendido, ¿vale? —dijo Gaspode—. Si ayuda, piensa en ellos como en un edredón muy pesado.

Zanahoria se revolvió débilmente. Los lobos apilados encima de él cambiaron de posición.

—Te están calentando —dijo Gaspode, sonriendo nerviosamente—. Una manta de lobos, ¿ves? Por supuesto vas a apestar durante un rato, pero es mejor estar lleno de pulgas que muerto, ¿eh? —se rascó trabajosamente una oreja con una pata trasera. Uno de los lobos le gruñó—. Lo siento. La pitanza estará en un momento.

¿Comida? —murmuró Zanahoria.

Angua apareció en el campo de visión de Zanahoria, vestida con una camisa de cuero y pantalones. Se quedó plantada mirándolo, con las manos en las caderas. Para sorpresa de Gaspode, Zanahoria consiguió auparse con los codos, desplazando varios lobos.

—¿Nos estabas siguiendo? —preguntó.

—No, ellos sí —dijo Angua—. Pensaron que eras un jodido idiota. Lo oí en el aullido. ¡Y tenían razón! ¡No has comido en tres días! Y aquí arriba el invierno no se insinúa durante un mes más o menos. ¡Se presenta en una noche! ¿Por qué fuiste tan estúpido?

Gaspode paseó su mirada por el claro. Angua había vuelto a encender el fuego. Gaspode no lo hubiera creído si no lo hubiera visto, pero lobos de verdad le habían traído madera seca para ella. Y luego otro había vuelto con un pequeño ciervo, aún gordito tras el otoño. Babeaba ante el olor que hacía al cocerse.

Algo humano y complicado se desarrollaba entre Zanahoria y Angua. Sonaba como una discusión, pero no olía como una. De todas formas, los últimos acontecimientos tenían sentido para Gaspode. La hembra huía y el macho la perseguía. Así funcionaban las cosas. Realmente, eso era habitual para veinte machos de todo tamaño, pero claramente, concedió Gaspode, las cosas eran un poco distintas para los humanos. Muy pronto, calculó, Zanahoria se daría cuenta del gran lobo macho sentado al lado del fuego. Y entonces la piel volaría. Humanos, ¿eh?

Gaspode no estaba seguro de sus propios antepasados. Había algo de terrier, y un toque de spaniel, y probablemente la pierna de alguien, y un horrible montón de perro callejero. Pero consideraba un dogma de fe que en todos los perros hay una pequeña parte de lobo, y la suya le estaba enviando mensajes urgentes de que el lobo junto al fuego era uno que ni siquiera mirarías directamente.

No es que el lobo fuera claramente cruel. No necesitaba serlo. Incluso sentado quieto irradiaba una seguridad de poder capacitado. Gaspode era, si no el vencedor, al menos el superviviente de muchas peleas callejeras, y como tal no se hubiera enfrentado a este animal ni con el apoyo de un par de leones y un hombre con un hacha.

En lugar de eso, se acercó a una loba que observaba el fuego altivamente.

—Hey, perra29 —dijo.

—¿Qué ha ssido esso?

Gaspode reconsideró su estrategia.

—Hola, zorrita… esto… loba —intentó.

Un determinado descenso de la temperatura sugirió que esto tampoco había funcionado.

—Encantado, señorita —dijo esperanzado.

El morro de la loba se giró en su dirección. Sus ojos se convirtieron en una rendija.

—¿Qué erress ? —cada sílaba destilaba hielo.

—Me llamo Gaspode —ladró Gaspode, con loca alegría—. Soy un perro. Eso es un tipo de lobo, más o menos. ¿Cuál es tu nombre, entonces?

—Vfete.

—No quería ofenderte. Oye, escuché que los lobos son compañeros de por vida, ¿no?

—¿Sí?

—Me gustaría ser uno.

Gaspode se quedó quieto cuando la loba acercó su morro a dos centímetros de su nariz.

—De donde vfengo, noss comemoss lass cosass como tú —dijo.

—Vale, vale —murmuró Gaspode, retrocediendo—. Es que… intentas ser amistoso y esto es lo que recibes…

Más cerca del fuego los humanos se estaban enzarzando en una disputa. Gaspode se acercó furtivamente y se echó.

—Podrías habérmelo contado —Zanahoria estaba diciendo.

—Hubiera tardado demasiado. Tú siempre quieres comprender las cosas. Además, no es de tu incumbencia. Son asuntos de familia.

Zanahoria señaló al lobo.

—¿Es un pariente? —preguntó.

—No. Es un… amigo.

Las orejas de Gaspode se movieron. Pensó: uups.

—Es muy grande para ser un lobo —dijo Zanahoria lentamente, como si informara de algo nuevo.

—Es un lobo muy grande —dijo Angua, encogiéndose de hombros.

—¿Otro hombre lobo?

—No.

—¿Simplemente un lobo?

—Sí —respondió Angua sarcásticamente—. Simplemente un lobo.

—¿Y su nombre es…?

—No objetaría nada a que le llamaras Gavin.

—¿Gavin?

—Una vez se comió alguien llamado Gavin.

—¿Qué, todo entero?

—Por supuesto que no. Sólo lo suficiente para asegurarse de que el hombre no pondría más trampas para lobos —Angua sonrió—. Gavin es… bastante especial.

Zanahoria miró al lobo y sonrió. Cogió un palo de madera y lo lanzó suavemente en su dirección. El lobo lo atrapó, como un perro, en medio del aire.

—Estoy seguro de que seremos amigos —dijo.

Angua suspiró:

—Espera.

Gaspode, el desatendido espectador, observó como Gavin, sin apartar los ojos de Zanahoria, rompía muy lentamente el palo en dos de un mordisco.

—¿Zanahoria? —dijo Angua dulcemente—. No vuelvas a hacer eso. Gavin ni siquiera es del mismo clan que estos lobos, y ha asumido el liderazgo sin que ninguno haya rechistado. No es un perro. Es un asesino, Zanahoria. Oh, no pongas esa cara. No quiero decir que salte sobre niños de paseo o que se coma la abuelita. Quiero decir que si piensa que un humano debería morir, ese humano está muerto. Siempre, siempre, luchará. En eso no se complica.

—¿Es un viejo amigo? —preguntó Zanahoria.

—Sí.

—Un… amigo.

—Sí —Angua puso los ojos en blanco y dijo con voz de sarcasmo cantarín—. Estaba de paseo por el bosque y caí en una vieja trampa de foso debajo de la nieve y algunos lobos me encontraron y me hubieran matado pero Gavin apareció y les hizo frente. No me preguntes por qué. La gente a veces hace cosas. Los lobos también. Fin de la historia.

—Gaspode me ha dicho que los lobos y los hombres lobo no se llevan bien —dijo Zanahoria pacientemente.

—Tiene razón. Si Gavin no hubiera estado allí, me hubieran destrozado. Puedo parecerme a un lobo, pero no soy un lobo. ¡Soy una mujer lobo! Tampoco soy humana. ¡Soy una mujer lobo! ¿Lo coges? ¿Sabes los comentarios que hacen algunas personas? Pues los lobos no hacen comentarios. Se lanzan a por la garganta. Los lobos tienen un buen olfato. No puedes engañarles. Puedo pasar por humana, pero no puedo pasar por lobo.

—Nunca lo pensé de esta manera. Quiero decir, se podría creer que los lobos y los hombres lobo…

—Así son las cosas —suspiró Angua.

—Has dicho que era un asunto de familia —dijo Zanahoria, como repasando una lista mental.

—Quiero decir que es personal. Gavin ha hecho todo el camino hasta el interior de Ankh-Morpork para advertirme. Incluso dormía en los carros que transportan la madera durante el día para continuar moviéndose. ¿Puedes imaginar el valor que eso requiere? No tiene nada que ver con la Guardia. No tiene nada que ver contigo.

Zanahoria miró alrededor. De nuevo caía nieve, que se volvía lluvia sobre el fuego.

—Ahora estoy aquí.

—Vete, por favor. Puedo ocuparme de esto yo sola.

—¿Y entonces volverás a Ankh-Morpork? ¿Más tarde?

—Yo… —Angua vaciló.

—Creo que debería quedarme —dijo Zanahoria.

—Mira, la ciudad te necesita —dijo Angua—. Sabes que Vimes confía en…

—He dimitido.

Durante un instante Gaspode creyó que podía oír el sonido que hacía al caer cada copo de nieve.

—¿Lo dices en broma?

—No.

—¿Y que ha dicho el viejo CaradePiedra?

—Ehh, nada. Ya había partido hacia Uberwald.

—¿Vimes va a venir a Uberwald?

—Sí. Para la coronación.

—¿Se va a meter en esto? —preguntó Angua.

—¿Meter en qué?

—Oh, mi familia se ha comportado de una forma… estúpida. No estoy segura de saberlo todo, pero los lobos están preocupados. Cuando los hombres lobo crean problemas, siempre son los lobos reales los que sufren. La gente matará cualquier cosa con piel. —Angua miró el fuego durante un instante y luego dijo con forzada alegría—. ¿Y quién ha quedado al mando?

—No lo sé. Fred Colon era el más veterano.

—Ja, sí. En sus pesadillas —Angua vaciló—. ¿De verdad lo has dejado?

—Sí.

—Oh.

Gaspode oyó más copos de nieve caer.

—Bueno, no llegarás muy lejos tú solo ahora —dijo Angua, poniéndose en pie—. Descansa otra hora. Luego cruzaremos el bosque espeso. No habrá mucha nieve ahí todavía. Tenemos mucho camino que hacer. Espero que nos puedas seguir.

Durante el desayuno la mañana siguiente Vimes se dio cuenta de que los otros huéspedes se mantenían tan alejados de él que estaban contra las paredes.

—Los hombres que salieron volvieron hacia medianoche, señor —dijo Cheery, tranquilamente.

—¿Cogieron a alguien?

—Em… casi, señor. Encontraron siete cadáveres.

—¿Siete?

—Creen que algunos otros pueden haber huido por el paso que hay entre las rocas.

—Pero, ¿siete? Detritus se encargó de uno, y… yo de otro, y un par estaban heridos, e Iñigo se ocupó… de uno… —la voz de Vimes se debilitó progresivamente.

Miró a Iñigo Skimmer, que estaba sentado al otro lado de la habitación en una abarrotada mesa pública. Los lugares alrededor de Vimes y Lady Sybil estaban desiertos; Sybil lo había atribuido al respeto. El pequeño hombre comía sopa en un pequeño y limpio mundo que mantenía entre los brazos que se agitaban y los codos intrusos. Incluso se había puesto una servilleta al cuello.

—Estaban… muy muertos, señor —susurró Cheery.

—Bueno, esto ha sido… interesante —dijo Sybil, limpiándose la boca delicadamente—. Nunca había tomado sopa con salchichas para desayunar. ¿Cómo se llama, Cheery?

—Fatsup, señora —dijo Cheery—. Quiere decir “sopa grasienta”30. Ahora, estamos cerca de los estratos de grasa de Schmaltzberg, y, bueno, es nutritiva y quita el frío.

—Qué interesante —Lady Sybil miró a su marido. No le había sacado los ojos de encima a Iñigo.

La puerta se abrió y Detritus entró, arrojando nieve de los nudillos.

—No estar mal —dijo—. Decir que ser buena idea irse pronto, señor.

—Imaginaba que lo dirían —dijo Vimes, y pensó: no quieren a nadie como yo rondando por aquí. No se sabe quién sería el próximo en morir.

Algunas caras que recordaba vagamente de anoche faltaban ahora. Presumiblemente algunos viajeros habían iniciado su camino aun más pronto, lo que significaba que las noticias iban por delante de él. Había entrado tambaleante, cubierto de sangre y barro, llevando una ballesta y, sabes, cuando volvieron a echar una ojeada había siete hombres muertos. Para cuando esta historia hubiera recorrido quince kilómetros, llevaría también un hacha, y los muertos habrían subido a treinta hombres y un perro.

Ciertamente había empezado bien la carrera diplomática, ¿eh?

Mientras entraban en el carruaje, vio el pequeño dardo clavado en la jamba de la puerta. Era metálico, con aletas metálicas, y daba sobre todo una impresión de velocidad, como si, cuando lo tocaras, te quemaras los dedos.

Rodeó el carruaje hasta la parte trasera. Había otra flecha, mucho más grande, clavada arriba en el maderamen.

—Intentaron alcanzaros cuando estabais en la cuesta —explicó Iñigo, detrás de él.

—Los mataste.

—Algunos escaparon.

—Estoy sorprendido.

—Sólo tengo un par de manos, Vuestra Gracia.

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