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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Volvieron veinte minutos después. Angua volvía a ser humana (al menos volvía a tener forma humana, se corrigió Gaspode) y los lobos estaban aparejados a un gran trineo para perros.

—Tomado prestado de un hombre en el pueblo sobre la colina —explicó Angua, mientras el trineo se deslizaba hasta el lado de Zanahoria.

—Ha sido muy amable —dijo Gaspode, y decidió no seguir con el tema—. Aunque me sorprende ver a los lobos con aparejos.

—Bueno, esta es la forma fácil —dijo Angua.

Es extrañó, meditó Gaspode, mientras se tumbaba en el trineo al lado del adormilado Zanahoria. Él estaba muy interesado cuando Vagabundo hablaba del aullido y de cómo podía enviar mensajes hasta las montañas. Si fuera un perro desconfiado, me preguntaría si sabía que ella volvería a por él si se encontraba de verdad en apuros y si se lo apostaría todo a esta carta.

Sacó la cabeza de debajo de la manta. La nieve le golpeó en los ojos. Corriendo al lado del trineo, a unos palmos de Zanahoria y con una brillo plateado a la luz de la luna, estaba Gavin.

Aquí estoy yo, pensó Gaspode, encajado entre los humanos y los lobos. Es una vida de perros.

Esto es vida, pensó el Capitán en Funciones Colon. Casi ningún papel le llegaba ahora, a base de mucho esfuerzo había acabado enteramente con el trabajo atrasado. Todo estaba mucho más tranquilo, también.

Cuando Vimes esta aquí (y Fred Colon se encontró de repente pensando en la palabra “Vimes” sin antecederle el “señor”) el despacho principal estaba tan lleno de ruido y bullicio que casi no podías oírte hablar a ti mismo. Completamente ineficiente, eso era. ¿Cómo podía alguien esperar que se hiciera algo?

Contó los terrones de azúcar de nuevo. Veintinueve. Pero se había tomado dos con el té, o sea que todo estaba correcto. La severidad daba sus frutos.

Colon fue y abrió su puerta unos milímetros para poder mirar abajo al despacho. Era sorprendente como los podías pillar haciendo esto.

Tranquilidad. Y limpieza, también. Cada mesa estaba vacía. Mucho mejor que el desorden que acostumbraban a tener. Volvió a su mesa y contó los terrones de azúcar. Había veintisiete.

¡A-já! Alguien intentaba volverle loco. Bueno, a ese juego podían jugar dos.

Contó los terrones de nuevo. Había veintiséis, y alguien llamó a la puerta.

Esto provocó que la puerta se abriera hacia dentro y que Colon saltara con una mueca de diabólico triunfo.

—¡A-já! Querías sorprenderme, ¿eh? Oh…

El “oh” fue porque el que había llamado era el Guardia Dorfl, el golem. Era más alto que la puerta y lo suficiente fuerte como para partir un troll en dos. Nunca lo había hecho, porque era una forma de vida con profundos valores éticos, pero ni siquiera Colon iba a discutir con alguien que tenía agujeros con brillo rojizo donde debería tener los ojos. Los golems normales no dañarían un humano porque tienen palabras mágicas en su cabeza que les prohíben hacerlo. Dorfl no tenía palabras mágicas, pero no dañaba a la gente porque había decidido que eso no era ético. Esto dejaba la preocupante posibilidad de que, con la suficiente provocación, podría volver a pensárselo.

Al lado del golem estaba el Guardia Shoe, saludando elegantemente.

—Hemos venido a recoger la nómina, señor —dijo.

—¿La qué?

—La nómina. Los recibos del mes, señor. Y entonces los llevamos al Palacio y traemos la paga.

—¡No sé nada de eso!

—Los puse en vuestra mesa ayer, señor. Firmados por Lord Vetinari, señor.

Colon no podía esconder el parpadeo repetidamente de sus ojos. Las cenizas negras de la chimenea estaban, para entonces, desbordándose.

Shoe siguió su mirada.

—No he visto nada así —dijo Colon, mientras el color desaparecía de su cara como de un helado de palo chupado.

—Estoy seguro de haberlo hecho, señor —continuó el Guardia Shoe—. No olvidaría algo así, señor. De hecho, puedo recordar claramente diciéndole al Guardia Visita: “Lavamanos, sólo he de llevar esto a…”

—Escucha, como puedes ver soy un hombre muy ocupado —estalló Colon—. Ve a ver a uno de los sargentos y arréglalo.

—No queda ningún sargento excepto el Sargento Pedernal, señor, y se pasa todo el tiempo yendo de aquí para allá preguntándole a la gente que es lo que debería estar haciendo —dijo el Guardia Shoe—. Además, señor, es el oficial más antiguo el que debe firmar los recibos…

Colon se levantó, apoyándose en sus nudillos, y gritó:

—Oh, «debo», ¿no? ¡Hace falta valor sin duda! «Debo», ¿eh? ¡La mayoría de vosotros tenéis suerte de que alguien os haya dado un trabajo! Pandilla de zombis y pirados y adornos de jardín y rocas! ¡Estoy harto de vosotros!

Shoe retrocedió, fuera del alcance de la saliva.

—Entonces me temo que tengo que referir esto al Gremio de Guardias, señor —dijo.

—¿Gremio de Guardias? ¡Ja! ¿Y desde cuándo hay un Gremio de Guardias?

—Nidea. ¿Qué hora es? —dijo el Cabo Nobbs, entrando poco a poco en la habitación—. Debe de hacer un par de horas, al menos. ’Nosdías, capitán.

—¿Qué haces aquí, Nobby?

—Es Señor Nobbs para usted, capitán. Y soy el Presidente del Gremio de Guardias, ya que lo pregunta.

—¡Pero si no existe esa jodida cosa!

—Todo lícito, capitán. Registrado en el Palacio y todo eso. Es impresionante como la gente se apresuró a apuntarse, además. —Sacó su sucio bloc de notas—. Tengo unos pocos asuntillos de los que hablar con usted, si tiene un momento. Bueno, he dicho unos pocos…

—No voy a soportar esto —bramó Colon, con la cara roja—. ¡Esto es alta traición! ¡Estáis todos despedidos! Estáis todos…

—Estamos todos en huelga —dijo Nobby, calmadamente.

—¡No podéis ir a la vaga mientras os despido!

—Nuestros cuartel de huelga está en la habitación posterior de El Cubo en la Calle Brillo —dijo Nobby.

—¡Oye, eso es mi taberna! ¡Os prohíbo continuar con la huelga en mi propio bar!

—Allí estaremos por si quiere discutir nuestras condiciones. Vamos, hermanos. Estamos oficialmente en una situación de desacuerdo.

Se marcharon.

—¡No os molestéis en volver! —les gritó Colon después.

Joder no era lo que Vimes esperaba. De hecho, hubiera encontrado difícil decir lo que había esperado, excepto que no era esto. Ocupaba un estrecho valle cruzado por un sinuoso río de blancas aguas. La ciudad tenía murallas. No eran como las de Ankh-Morpork, que se habían convertido primero en un obstáculo para la expansión y posteriormente en una fuente de recursos para llevarla a cabo. Estas vallas tenían un dentro y un fuera. Había castillos en las colinas. Había castillos en la mayoría de las colinas de esta zona. Y había unas altas puertas en el camino.

Detritus golpeó uno de los laterales del carruaje. Vimes sacó la cabeza.

—Haber unos tipos en el camino —explicó el troll—. Llevar mabardas.

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