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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes estaba impresionado con la Baronesa, que se defendía en un rincón.

—No sé nada de ninguna muerte…

Un aullido se elevó en el bosque. ¿Cuántos lobos había? Nunca se podían ver y entonces, cuando hacían un grito, sonaba como si hubiera uno detrás de cada árbol. Este grito en particular se elevó y elevó. Sonaba como una grito lanzado dentro de un lago de aire, con sus ondas esparciéndose por las montañas.

Angua lanzó su cabeza hacia atrás y gritó. Entonces, con la respiración sibilante, avanzó hacia la Baronesa, flexionando los dedos.

—Dadle… la condenada piedra —siseó—. ¿Alguno… de… vosotros… va a… enfrentarse… conmigo? ¿Ahora? ¡Entonces dadle la piedra!

—¿Cuál esh el problema?

Igos cruzó arrastrando una pierna las destrozadas puertas, seguido por Detritus. Vio los dos cuerpos y se apresuró a acercarse a ellos, como una araña muy grande.

—Id a buscar la piedra —gruñó Angua—. Y encontes… nos… nos iremos. Puedo olerla. ¿O queréis que la coja yo?

Serafine la miró con rabia, se giró y volvió corriendo a las ruinas del castillo.

Los otros hombres lobo se apartaron de Angua como si su mirada fuera un látigo.

—Si no puedes ayudar a estos hombres —dijo Vimes, arrodillándose al lado de Igor—, tu futuro no va a tener muy buen aspecto.

Igor asintió.

—Eshte —dijo, señalando a Tantony—, herida en el múshculo, puedo coshérshela, sin problema. Eshte —tocó a Zanahoria—… mala rotura del brasho —levantó la mirada—. ¿El amo Wolfgang ha eshtado jugando otra vez?

—¿Puedes ponerlo bien? —estalló Vimes.

—No, esh shu día de shuerte —dijo Igor—. Puedo ponerlo mejor. Tengo unosh riñonesh acabadosh de llegar, un magnífico par, pertenecían al joven sheñor Crapanthy, prácticamente shólo reshibió un par de golpesh fuertes, una pena lo de la avalansha…

—¿Los necesita? —preguntó Angua.

—No, pero no she debe deshaproveshar nunca una oportunidad de mejorarte, esh lo que shiempre digo —Igor sonrió. Era algo extraño de ver. Las cicatrices gatearon por su cara como orugas.

—Sólo encárgate del brazo —dijo Vimes firmemente.

La Baronesa reapareció, flanqueada por varios hombres lobo. También retrocedieron cuando Angua se giró.

—Ten —dijo Serafine—. Llévate esa miserable cosa. Es una copia. ¡No se ha cometido ningún crimen!

—Soy un policía —dijo Vimes—. Siempre puedo encontrar un crimen.

El trineo se deslizó por su propio peso colina abajo hacia Joder, con los guardias de la ciudad corriendo a su lado y dándole de tanto en tanto un empujón. Con su capitán fuera de servicio, estaban perdidos y desconcertados, y no tenían ánimo de recibir órdenes de Vimes, pero hacían lo que mandaba Angua porque Angua era de la clase que tradicionalmente les daba órdenes.

Las dos bajas iban bien tapadas con mantas.

—¿Angua? —dijo Vimes.

—¿Sí, señor?

—Hay lobos siguiendo nuestro paso. Los puedo ver correr entre los árboles.

—Lo sé.

—¿Están de nuestro lado?

—Digamos que no aún están del lado de nadie, ¿de acuerdo? No me aprecían mucho, pero saben que… que Gavin sí, y eso es lo importante ahora. Algunos están buscando mi hermano.

—¿Ha podido sobrevivir a eso? Era una caída larga.

—Bueno, no era fuego ni plata. No hay nada que no sea rápidos durante kilómetros. Probablemente está muy herido, pero nos curamos sorprendentemente bien, señor.

—Oye, siento lo de…

—No, señor Vimes, no lo siente. No debería sentirlo. Simplemente Zanahoria no entendió cómo es Wolfgang. No puedes vencer a algo como él en una lucha justa. Sé que es de la familia pero… personal no es lo mismo que importante. Zanahoria siempre lo decía.

—Siempre lo dice —dijo Lady Sybil repentinamente.

—Sí.

Zanahoria abrió los ojos.

—¿Qué… ha pasado antes? —preguntó.

—Wolfgang te pegó —dijo Angua. Se frotó la ceja.ç

—¿Con qué? —Zanahoria intentó levantarse, hizo una mueca de dolor y se recostó otra vez.

—¿Qué te he dicho siempre del Marqués de Fantaillé? —preguntó Vimes.

—Lo siento, señor.

Algo brilló en los lejanos bosques. Se desvaneció, y entonces una luz verde empezó a refulgir. Un momento después hubo la explosión de la bengala.

—Los del telégrafo han llegado a la torre —dijo Vimes.

—¿Esta condenada cosa no puede ir más rápido? —preguntó Angua.

—Quiero decir que podemos contactar con Ankh-Morpork —dijo Vimes. Después de todo, se sintió curiosamente feliz con este pensamiento. Era como si un aullido especial humano hubiera empezado. Ya no avanzaba por ahí a ciegas. Ahora avanzaba por un línea muy larga. Eso hacía toda la diferencia.

Había una pequeña habitación pública encima de una tienda de Joder y, dado que pertenecía a todo el mundo, parecía como si no perteneciera a nadie. Había polvo en los rincones, y las sillas que estaban situadas en círculo habían sido escogidas por su habilidad para poderse apilar limpiamente antes que por su comodidad para sentarse.

Lady Margolotta sonrió a los vampiros reunidos. Le gustaban estas reuniones.

El resto del grupo era un manojo de vampiros bastantes variados, y se preguntó cuáles eran sus razones. Pero quizás al menos compartían una convicción: que tal como habías sido hecho no era lo que habías de ser o en lo que te habías de convertir.

Y el truco era empezar poco a poco. Chupa sangre, pero no empales. Pequeños pasos. Y entonces descubrías que lo que de verdad querías era poder, y que había formas más educadas de conseguirlo. Y entonces te dabas cuenta de que el poder era una baratija. Cualquier criminal tenía poder. El verdadero premio era el control. Lord Vetinari lo sabía. Cuando pesos muy grandes se ponían en una balanza, el truco era saber dónde poner el pulgar.

Y todo el control empezaba con el autocontrol.

Se levantó. La miraron con caras algo preocupadas pero amistosas.

—Mi nombrre, en la forrma abrreviada, es Lady Marrgolotta Amaya Katerrina Assumpta Crrassina von Uberrwald, y soy una vampirresa…

Todos corearon:

—¡Hola, Lady Marrgolotta Amaya Katerrina Assumpta Crassina von Uberrwald!

—Ya hace casi cuatrro años —dijo Lady Margolota—, y aún afrronto el prroblema cada noche sin pensarr en la siguiente. Un cuello siemprre serrá uno de más. Perro… hay compensaciones…

No había guardias en la puerta de Joder, pero había un grupo de enanos fuera de la embajada mientras el trineo se paraba. Los lobos del tiro se sacudieron nerviosamente y le gimieron a Angua.

—Tengo que dejarlos ir —dijo ella, saliendo del trineo—. Sólo han venido hasta aquí porque me tienen miedo…

Vimes no estaba sorprendido. En ese momento, cualquiera estaría asustado de Angua. Incluso así, un destacamento de enanos se acercaron rápidamente al trineo.

Tardarán sólo unos segundos en comprender de que va el asunto, se dio cuenta Vimes. Llevamos guardias de la ciudad no-subterránea, y un Igor, y una mujer lobo. Se sorprenderán además de sospechar. Eso debería darle una rendija en la que hacer palanca. Y, aunque le sorprendiera decirlo, un bastardo arrogante siempre llevaba ventaja.

Miró fijamente al enano que lideraba el grupo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Estáis arrest…

—¿Sabes que han robado la Torta de Piedra?

—Estáis a… ¿qué?

Vimes se giró y sacó un saco del trineo.

—¡Acercad esas antorchas! —gritó, y como dio la orden en un tono que decía que no había duda de que se había de obedecer, la obedecieron. Tengo veinte segundos, pensó, y luego la magia se esfumará.

—Mirad esto —dijo, sacando la cosa del saco.

Varios enanos cayeron de rodillas. El murmullo se extendió. Otro grito, otro rumor… En su estado actual, pudo ver con su ojo mental inyectado en sangre, las torres en la noche, chasqueando y claqueando, enviando a Genua exactamente el mensaje que habían enviado desde Ankh-Morpork.

—Quiero llevarla al Rey —dijo, en el sosegado silencio.

Nosotros la llevaremos… —empezó el enano, avanzando.

Vimes se apartó.

—Buenas noches, chicos —dijo Detritus, plantándose en el trineo.

Los torturados ruidos que las cuerdas de la ballesta estaban haciendo bajo su preternatural tensión sonaban como un animal de metal sufriendo extremadamente. El enano estaba a medio metro de varias docenas de impactos de flechas.

—Por otro lado —dijo Vimes—, podríamos continuar hablando. Pareces un enano al que le gusta hablar.

El enano asintió.

—Primero, ¿hay alguna razón por la que los dos hombres heridos que tengo aquí no puedan entrar dentro antes de que mueran por sus heridas?

La ballesta se tensó en la manos de Detritus.

El enano negó con un gesto.

—¿Pueden entrar dentros a que los curen? —preguntó Vimes.

El enano asintió de nuevo, aún mirando un puñado de flechas más grande que su cabeza.

—Muy bien. ¿Ves cómo nos ponemos de acuerdo sólo hablando? Y ahora te sugiero que me arrestes.

—¿Vos queréis que os arreste?

—Sí. Y a Lady Sybil. Nos ponemos bajo vuestra jurisdicción personal.

—Exacto —dijo Sybil—. Pido ser arrestada —se levantó y se estiró, irradiando honesta indignación como una hoguera, provocando que los enanos se apartaron de lo que claramente eran senos inexplorados.

—Y dado que el arresto de su embajador sin duda puede provocar… dificultades con Ankh-Morpork —continuó Vimes—, te sugiero que nos lleves directamente ante el Rey.

Por una bendita casualidad, la lejana torre envió otra bengala. La luz verde iluminó la nieve un instante.

—¿Qué quiere decir todo esto? —preguntó el enano capitán.

—Quiere decir que Ankh-Morpork sabe qué esta pasando —dijo Vimes, rezando para que así fuera—. Y calculo que no quieres ser el enano que comenzó la guerra.

El enano habló con el enano de su lado. Un tercer enano se les unió. Vimes no pudo seguir la apresurada conversación, pero justo detrás de él, Cheery susurró:

—Es un poco superior a él. No quiere que le pase nada a la Torta.

—Perfecto.

El enano se giró hacia Vimes.

—¿Y el troll?

—Oh, Detritus se quedará en la embajada —dijo Vimes.

Esto pareció aligerar el tono del debate de algún modo, pero aún parecía que había dificultades para que funcionara.

—¿Qué pasa? —susurró Vimes.

—No hay precedente con algo así —murmuró Cheery—. Se supone que usted es un asesino, pero vuelve a ver al Rey y tenéis la Torta…

—¿Que no hay precedente? —preguntó Sybil—. Demonios, y tanto que lo hay, perdonad mi Klatchiano… —tomó una profunda bocanada de aire y empezó a cantar.

—Oh —dijo Cheery, pasmada.

—¿Qué? —preguntó Vimes.

Los enanos miraban fijamente a Lady Sybil mientras ella cambiaba de marchas entre una voz plenamente operística. Para una soprano aficionada, tenía una impresionante entrega y alcance, un toque algo inestable para los escenarios profesionales, pero exactamente el tipo de alto floreo para impresionar a los enanos.

La nieve se cayó de los tejados. Los carámbanos vibraron. Por todos los dioses, pensó Vimes, impresionado. Con un corsé lleno de púas y un sombrero con alas, podría estar llevándose a guerreros muertos del campo de batalla…

—Es la canción del «Rescate» de Martillodehierro —dijo Cheery—. ¡Todos los enanos la conocen! Eh, no se traduce muy bien, pero… «Vengo a rescatar a mi amor, traigo un regalo que es una gran riqueza, nadie que no sea el Rey puede tener poder sobre mí ahora, ponerse en mi camino va contra todas las leyes del mundo, el valor de la verdad es mayor que el del oro»… eh, siempre se ha debatido esa última línea, señor, pero se considera generalmente aceptable si es un verdad auténticamente grande…

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