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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes intentó centrarse en su mujer, que, inexplicablemente, parecía estar muy lejos.

—¿Qué… ?

—Eh, leí algunas cosas cuando estaba en la embajada, Sam. Esas notas. Lo siento.

—¿Nos queréis dejar en la miseria, señora? —preguntó el Rey, levantado las manos.

—Podemos ser flexibles en las entregas —dijo Lady Sybil.

—Klatch nos pagará al menos nueve por las de primera calidad —dijo el Rey.

—Pero el embajador Klatchiano no está sentado aquí —dijo Sybil.

El Rey sonrió.

—Ni casado con vos, milady, para su desgracia. Seis, cinco y quince.

—Seis, pero bajando a cinco a partir de los veinte mil, tres y medio como precio global para las de segunda calidad. Os puedo dar trece en el sebo.

—Aceptable, pero dadme catorce en el sebo blanco y estaré contento con siete en el nuevo sebo amarillento que hemos encontrado. Hacen unas velas pasables, fijaos.

—Seis, me temo. No habéis sondeado aún la extensión total de esos depósitos, y creo que es razonable pensar que habrá altos niveles de impurezas y PQC en las capas inferiores. Además, creo que vuestros pronósticos sobre el tamaño de esos depósitos rayan excesivamente en el optimismo.

—¿Qué es PQC? —murmuró Vimes.

—Pedazos Quemados Crujientes —dijo Sybil—. La mayoría son de animales increíblemente grandes y antiguos, muy fritos.

—Me dejáis boquiabierto, Lady Sybil —dijo el Rey—. No sabía que vos tuvierais conocimientos de extracción de grasa.

—Cocinar los desayunos de Sam es todo un entrenamientos en sí mismo, Su Majestad.

—Oh, bueno, sería demasiado pedirle a un simple rey que discutiera. Seis, entonces. El precio se mantendrá estable dos años… —el Rey vio como Sybil abría la boca—. Muy bien, muy bien, tres años. No soy un rey irrazonable.

—¿Precios en el muelle?

—¿Cómo puedo negarme?

—De acuerdo, entonces.

—Os enviaré los papeles por la mañana. Y ahora, creo que debemos separarnos —dijo el Rey—. Puedo ver que Su Excelencia ha tenido un día muy largo. Ankh-Morpork estará nadando en grasa. No puedo imaginar para qué la vais a usar.

—Para hacer luz —dijo Vimes, y, mientras la oscuridad caía finalmente, él se permitió sumergirse en los acogedores brazos del sueño.

Sam Vimes se despertó con el olor de grasa caliente.

La suavidad lo envolvía. Prácticamente lo aprisionaba.

Por un momento, pensó que era nieve, excepto que la nieve no era normalmente tan cálida. Finalmente, lo identificó como la suavidad de nubes del colchón de la cama de la embajada.

Su atención volvió al olor de grasa caliente. Tenía… insinuaciones armónicas. Sin duda era un componente quemado. Dado que el espectro de delicias gastronómicas de Sam Vimes iban principalmente desde los «bien fritos» a los «caramelizados», era decididamente prometedor.

Cambió de posición y se arrepintió de ello inmediatamente. Cada músculo de su cuerpo chirrió en protesta. Se quedó quieto y esperó que el fuego de su espalda se apagara.

Pedazos y partes de los dos días pasados se ensamblaron en su cerebro. Una vez o dos Vimes hizo una mueca. ¿De verdad había atravesado el hielo así? ¿Había sido Sam Vimes el que se había puesto en pie para luchar contra el hombre lobo, aunque sabía que la criatura era lo suficiente fuerte como para doblar una espada en un cícrculo? ¿Y Sybil había ganado un montón de grasa al Rey? ¿Y…

Bueno, aquí estaba en una buena cama bien caliente, y, tal como olía, había un desayuno en camino.

Otra parte de su memoria flotó hasta que encontró su lugar… Vimes gimió y forzó a sus piernas a salir de la cama. No, Wolfgang no podía haber sobrevivido a eso, seguramente.

Desnudo, entró tambaleándose en el cuarto de baño y giró los enormes grifos. El acre agua caliente empezó a salir a borbotones.

Un minutos después estaba completamente estirado otra vez. Estaba demasiado caliente, pero podía recordar la nieve, y quizás de ahora en adelante nunca volvería a estar lo suficiente caliente.

Algo del dolor desapareció.

Alguien llamó a la puerta.

—Soy yo, Sam.

—¿Sybil?

Ella entró, llevando un par de enormes toallas y ropas limpias.

—Es bueno verte otra vez en pie. Igor está friendo salchichas. No le gusta hacerlo. Cree que las debería hervir. Y está haciendo puré y merluza fikkuna y Budín Empobrecido. Yo no quería que la comida se desperdiciara, ¿sabes? No creo que quiera quedarme el resto de las celebraciones.

—Sé qué quieres decir. ¿Cómo está Zanahoria?

—Bueno, dice que no quiere salchichas.

—¿Qué? ¿Está bi… Está levantado?

—Sentado, al menos. Igor es una maravilla. Angua dice que era una mala rotura, pero Igor le ha puesto no sé que tipo de aparato y… bueno, ¡Zanahoria ya no lleva ni un cabestrillo!

—Suena como una hombre útil para tenerlo alrededor —dijo Vimes, poniéndose sus civilizados pantalones.

—Angua dice que Igor tiene una tina con hielo en los sótanos y que hay docenas de potes con, con… bueno, digamos que sugirió que si querías hígado encebollado para desayunar y yo le dije que no.

—Me gusta el hígado encebollado —dijo Vimes. Se lo pensó—. Hasta ahora, al menos.

—Creo que el Rey también quiere que nos vayamos. De forma educada. Muchos enanos muy respetables han venido con papeles a primera hora de la mañana.

Vimes asintió torvamente. Tenía sentido. Si él fuera Rey, también querría tener a Vimes fuera de aquí. Aquí nuestros más agradecimientos más sentidos, un buen acuerdo comercial, es terrible veros partir, venid en otra ocasión, pero no demasiado pronto…

El desayuno era todo lo que había soñado. Luego fue a ver al inválido.

Zanahoria estaba pálido, grisoso bajo los ojos, pero sonriente. Estaba sentado en la cama, bebiendo fatsup.

—¡Hola, señor Vimes? ¿Ganamos, entonces?

—¿No te lo ha contado Angua?

—Salió con los lobos cuando estaba dormido, me dijo Lady Sybil.

Vimes le contó los acontecimientos de la noche tan bien como pudo.

Después, Zanahoria dijo:

—Gavin era una criatura muy noble. Siento que haya muerto. Estoy seguro de que nos habríamos llevado bien.

Crees en lo que has dicho, pensó Vimes. Sé que sí. Pero te lo soluciona todo, ¿no? Siempre es así. Si hubiera ido de la otra forma, si hubiera sido Gavin el que hubiera atacado a Wolf primero, entonces que hubieras sido tú el que hubiera caído por esa garganta con el hijoputa. Pero no fuiste tú, ¿verdad? Si fueras un dado, siempre sacarías seises.

Y los dados no ruedan por sí mismos. Si no fuera porque iba contra todo lo que Vimes quería que fuera verdad en el mundo, habría creído que el destino controlaba la gente. Y los dioses ayudan a la gente que está alrededor cuando un gran destino estaba vivo en el mundo, vinculando cada pobre diablo con él.

En voz alta, dijo:

—Pobre viejo Gaspode, que también cayó.

—¿Qué? ¿Qué estaba haciendo?

—Eh, podrías decir que tenía toda la atención del muchacho. Un auténtico combatiente callejero.

—Pobre. Era un buen perro en el fondo.

Y una vez más, unas palabras que hubieran sonado trilladas y equivocadas en los labios de cualquier otra persona, fueron redimidas por la forma en que las decía Zanahoria.

—¿Y Tantony? —preguntó Vimes.

—Se fue esta mañana, según dijo Lady Sybil.

—¡Por todos los dioses! ¡Y eso que Wolfgang jugó al tres en raya en su pecho!

—Igor es un fenómeno con la aguja, señor.

Después, un pensativo Sam Vimes salió al patio de carrozas. Un Igor ya estaba cargando el equipaje.

—Eh, ¿cuál eres tú? —preguntó Vimes.

—Igor, amo.

—Ah. Bien. Y, eh, ¿eres feliz aquí, Igor? Sería de gran ayuda un… hombre con tu talento en la Guardia, sin duda.

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