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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes miró las arrugadas cartas que el Rey le había metido en la mano. A la luz del día pudo ver la fina escritura en un rincón. Eran sólo cuatro palabras: ¿a medianoche, nos vemos?

Murmurando para sí mismo, rompió el papel e hizo con él una bola.

—Y ahora la condenada vampiresa —dijo.

—No se preocupe, señor —dijo Cheery—. ¿Qué es lo peor que le puede hacer? ¿Arrancarle la cabeza de un mordisco?

—Gracias por eso, cabo. Dime… esas ropas que algunos de los enanos llevaban. Sé que las llevan en la superficie para no contaminarse con la asquerosa luz del sol, pero ¿por qué las llevan allí abajo?

—Es tradicional, señor. Ehh, las llevaban los… bueno, lo que usted llamaría los golpeadores, señor.

—¿Qué es lo que hacían?

—Bueno, ¿sabe lo que es el apagafuegos? Es un gas que te encuentras a veces en las minas. Explota.

Vimes vio las imágenes en su mente mientras Cheery se lo explicaba…

Los mineros despejarían el área, si eran afortunados. Y el golpeador entraría llevando como ropa capas y capas de cota de malla y cuero, cargando su saco de esferas de mimbre llenas de trapos y aceite. Y su largo palo. Y su honda.

Allí abajo en las minas, completamente solo, oiría los golpes. Agi LadrondeMartillo y todas las otras cosas que hacen ruidos, en las profundidades bajo tierra.

No podría haber luces, porque la luz significaría una muerte súbita y rugiente.

El golpeador sentiría su camino entre la completa oscuridad, muy por debajo de la superficie.

Había un tipo de grillo que vivía en las minas. Chirriaba con mucha fuerza en presencia del apagafuegos. El golpeador había de llevar uno en una caja, atado a su sombrero.

Cuando cantaba, un golpeador que estuviera muy seguro de sí mismo o que fuera extremadamente suicida retrocedería, encendería la antorcha en el extremo de su palo y la lanzaría ante él. El golpeador más prudente retrocedería aún más, y lanzaría una bola de trapos ardiente dentro de la muerte invisible con la honda. En los dos casos, confiaría en sus gruesas ropas de cuero para protegerle de lo peor de la explosión.

Inicialmente, la peligrosa profesión no formaría una familia, porque ¿quién se casaría con un golpeador? Eran enanos muertos andantes. Pero a veces un joven querría ser uno; su familia estaría orgullosa, le dirían adiós, y luego hablarían de él como si ya estuviera muerto, porque esto lo hacía más fácil.

Sin embargo, algunas veces los golpeadores volvían. Y los que habían sobrevivido continuaban sobreviviendo, porque la supervivencia es cuestión de práctica. Y algunas veces hablarían un poco de lo que habían oído, completamente solos en las minas profundas… los golpecitos de los enanos muertos intentado volver al mundo, la distante risa de Agi Ladrondemartillo, los latidos del corazón de la tortuga que transportaba el mundo.

Los golpeadores se convertían en reyes.

Vimes, que escuchaba con la boca abierta, se preguntaba por qué demonios los enanos creían que no tenían ninguna religión ni ningún sacerdote. Ser enano era una religión. La gente se adentraba en la oscuridad por el bien del clan, y oían cosas, y cambiaban, y volvían para contarlas…

Y entonces, cincuenta años atrás, un enano calderero de Ankh-Morpork había descubierto que si ponía una simple malla fina encima de la llama de la linterna, ardería con un color azul en presencia del gas pero no explotaría. Fue un descubrimiento de inmenso valor para el bien de la comunidad enana y, como suele ocurrir tan a menudo con tales descubrimientos, llevó casi inmediatamente a una guerra.

—Y tras eso hubo dos tipos de enanos —dijo Cheery con expresión triste—. Están los de las Cabeza de Cobres, que usan la lámpara y el explosionador de gas patentado, y los de Schmaltzberg, que continúan con los métodos tradicionales. Por supuesto, todos somos enanos —dijo— pero las relaciones son bastante… tensas.

—Apuesto a que sí.

—Oh, no, todos los enanos reconocen la necesidad de un Bajo Rey, es sólo que…

—… ¿no ven por qué los golpeadores han de ser todavía tan poderosos?

—Todo es muy triste —dijo Cheery—. ¿Le he contado que mi hermano Roncador se fue para ser un golpeador?

—Creo que no.

—Murió en una explosión en algún lugar bajo Borogravia. Pero estaba haciendo lo que quería hacer —después de un momento añadió, escrupulosamente—. Bueno, hasta el momento que la explosión le golpeó. Después de eso, no lo creo.

La carroza subía traqueteando por la montaña en uno de los lados de la ciudad. Vimes bajó la vista hacia el pequeño casco redondo a su lado. Es curioso cómo crees que conoces a un persona, pensó.

Las ruedas pasaron por encima de la madera de un puente levadizo.

Tal como eran los castillos, este parecía que incluso podías tomarlo con un pequeño escuadrón de soldados no muy eficientes. Su constructor no estaba pensando en fortificaciones. Probablemente había sido influenciado por los cuentos de hadas y posiblemente por algunos de los tipos de pasteles más ornamentales. Era un castillo diseñado para mirarlo. Para defensa, ponerte una manta por encima de la cabeza sería ligeramente más seguro.

La carroza se detuvo en el patio. Para sorpresa de Vimes, una figura familiar en un sórdido abrigo negro vino arrastrando un pie a abrir la puerta.

—¿Igor?

—¿Shí, amo?

—¿Qué demonios haces aquí?

—Ehh, eshtoy abriendo eshta puerta de aquí, amo —dijo Igor.

—¿Pero por qué no estás…?

Entonces Vimes se dio cuenta de que Igor era distinto. Este Igor tenía los dos ojos del mismo color, y algunas de sus cicatrices se encontraban en distintos lugares.

—Lo siento —murmuró—. Pensaba que eras Igor.

—Oh, queréish decir mi primo Igor —dijo Igor—. Trabajaba en la embajada. ¿Cómo le va?

—Esto, tiene… buen aspecto —dijo Vimes—. Muy… bueno. Sí.

—¿Ha menshionado cómo le va a Igor, sheñor? —dijo Igor, alejándose arrastrando los pies tan deprisa que Vimes tuvo que correr para mantenerse a su altura—. Ninguno de noshotrosh ha oído nada de él, ni shiquiera Igor, que shiempre ha eshtado muy unido a él.

—¿Perdón? ¿Toda tu familia se llama Igor?

—Oh, shí, sheñor. Evita confushiones.

—¿De verdad?

—Shí, sheñor. Todosh losh que shon algo en Uberwald ni en shueños emplearían a un shirviente que no fuera un Igor. Ah, llegamosh, sheñor. La sheñora osh eshpera.

Había pasado por debajo de un arco e Igor estaba abriendo una puerta con más adornos de lo respetable. Llevaba a un vestíbulo.

—¿Estás segura de que quieres venir? —preguntó Vimes a Cheery—. Es una vampiresa.

—Los vampiros no me preocupan, señor.

—Tienes suerte, entonces —dijo Vimes. Miró al silencioso Tantony. El hombre parecía tenso.

—Dile a nuestro amigo que no le vamos a necesitar y que nos espere en la carroza, cabrón afortunado —dijo—. Pero no traduzcas la última parte.

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