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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes se quedó mirando. Se perdía en cualquier canción que fuera más compleja que las que tienen títulos del tipo «¿Dónde Se Han Ido Todas Las Natillas (La Gelatina No Es Lo Mismo)?».

—Hachasangrienta y Martillodehierro —murmuró, sabiendo que los enanos a su alrededor le dirigían miradas enfadadas—. ¿Cuál de los dos era la… ?

—Cheery te lo ha explicado. Los dos eran enanos —dijo Sybil con aspereza.

—Ah —dijo Vimes, abatidamente.

Siempre se encontraba un poco fuera de lugar con estas cosas. Había hombre y había mujeres. Eso lo tenía claro. Sam Vimes era un hombre poco complicado en lo que los poetas llamaban «las lides del amor»39. En algunas parte de Las Sombras, lo sabía, la gente adoptaba un comportamiento más de escoger-y-combinar. Vimes consideraba esto de la misma forma que consideraba un distante país: nunca había estado allí y no era su problema. Le sorprendía lo que la gente llegaba a hacer si tenía tiempo libre.

Simplemente él encontraba difícil imaginar un mundo sin un mapa. No era que los enanos ignoraran el sexo, la verdad es que parecía no importarles. Si los humanos pensaran igual, su trabajo sería mucho más sencillo.

Parecía que ahora se representaba una escena de lecho de muerte. Era un poco difícil para Vimes, con su inseguro dominio del enanés callejero de Ankh-Morpork, seguir lo que estaba pasando. Alguien estaba muriendo y otro lo sentía mucho. Los dos cantantes principales tenían unas barbas en las que podías esconder una gallina. No se molestaban en actuar, aparte de algún escaso movimiento de brazo en dirección al otro cantante.

Hubo sollozos a su alrededor, y de tanto en tanto el trompeteo de una nariz que sonaban. Incluso el labio inferior de Sybil temblaba.

Es sólo una canción, quería decir. No es real. El crimen y las calles y las persecuciones… eso es real. Una canción no te saca de un apuro. Intenta saludar con un panecillo grande a un guardia armado de Ankh-Morpork y verás lo lejos que llegas…

Se abrió paso a codazos entre la multitud después de la representación, que la representación humana había acogido con el calor que este tipo de cosas siempre reciben de gente que en realidad no ha entendido que ha pasado pero sienten en sus interiores que sí deberían haberlo entendido.

Dee estaba hablando un joven de recia constitución vestido de negro que Vimes encontraba vagamente familiar. Vimes también debió parecerle familiar a él porque le dirigió un gesto de saludo rayano con lo agresivo.

—Ah, Vuestra Gracia Vimes —dijo—. ¿Os ha gustado la ópera?

—Especialmente la parte sobre el oro —dijo Vimes—. ¿Y tú eres… ?

El hombre se puso firme.

—¡Wolf von Uberwald!

Algo hizo bing en la cabeza de Vimes. Y sus ojos recogieron los detalles: el leve alargamiento de los incisivos, la forma como el cabello rubio era tan espeso alrededor del cuello…

—¿El hermano de Angua? —preguntó.

—Sí, Vuestra Gracia.

—Wolf el lobo, ¿eh?40

—Gracias, Vuestra Gracia —dijo Wolf solemnemente—. Eso es muy divertido. ¡De verdad, sí! ¡Hacía bastante tiempo que no me gastaban esa broma! ¡Vuestro sentido del humor de Ankh-Morpork!

—Pero llevas plata en tu… uniforme. Esas… insignias. Cabezas de lobo mordiendo el relámpago…

Wolf se encogió de hombros.

—Ah, el tipo de cosas de las que se da cuenta un policía. ¡Pero son de níquel!

—No reconozco el regimiento.

—Somos más un… movimiento —dijo Wolf.

La postura era también la de Angua. Era la equilibrada apariencia de lucha-o-huye, como si todo el cuerpo fuera un muelle listo para salir disparado y «huir» no era una opción. La gente en presencia de Angua cuando ella estaba de mal humor tendía a pasarse un dedo por el cuello sin saber por qué. Pero los ojos eran distintos. No eran como los de Angua. Ni siquiera eran como los de un lobo.

Ningún animal tenía ojos así, pero Vimes los había visto a veces en algunos de los bares menos salubres de Ankh-Morpork, donde si tenía suerte salías por la puerta antes de que la bebida te dejara ciego.

Colon llamaba a este tipo de personas «bravucones de botella». Nobby prefería «locos cabrones», pero fuera cual fuera el nombre, Vimes reconocía un bastardo bajo y sucio, arranca-ojos y que pelea sucio cuando lo veía. En una lucha tu única alternativa era dejarlo tendido o matarlo, porque si no, él haría todo lo que pudiera para matarte a ti. La mayoría de luchadores de bar no irían normalmente tan lejos, porque se sabe que matar a un policía le traerá problemas al asesino y a cualquiera que lo conozca, pero el auténtico loco no se preocuparía de esto porque mientras lucha su cerebro está en algún otro lugar.

Wolf sonrió.

—¿Hay algún problema, Vuestra Gracia?

—¿Qué? No. Sólo estaba… pensando. ¿Nos hemos visto antes… ?

—Habéis visitado a mi padre esta mañana.

—Ah, sí.

—No siempre nos cambiamos para los visitantes, Vuestra Gracia —dijo Wolf. Ahora había un brillo naranja en sus ojos. Hasta ese momento Vimes había pensado que «le brillaron los ojos» era una figura retórica.

—Si me perdonas, he de hablar con el Catador de Ideas un momento —dijo Vimes—. Política.

Dee le siguió hasta un lugar tranquilo.

—¿Sí?

—¿Dormilón entraba en la Cueva de la Torta a la misma hora cada día?

—Creo que sí. Dependía de sus otras obligaciones.

—Así que no entraba en la cueva a la misma hora cada día. Muy bien. ¿Cuándo hacen el cambio de guardia?

—Cada vez que eran las tres en punto41.

—¿Entraba antes del cambio o después?

—Eso dependía de…

—Oh, dioses. ¿Los guardias no apuntaban las cosas?

Dee miró fijamente a Vimes.

—¿Me estáis diciendo que puede haber entrado dos veces en un día?

—Muy bien. Pero estoy diciendo que alguien podría hacerlo. Un enano sube en un bote solo llevando un par de velas. ¿Los guardias se interesarían mucho? Y si otro enano trayendo un par de velas sube una hora después, cuando los nuevos guardias estén… bueno, ¿hay algún peligro real? Incluso si nuestro impostor fuera pillado sólo tendría que murmurar algo sobre… oh, velas en mala calidad, o algo así. Mechas húmedas. Cualquier cosa.

Dee parecía distante.

—Es aún un peligro muy grande —dijo al final.

—Si nuestro ladrón controlaba los cambios de guardia y sabía dónde estaba el auténtico Dormilón, valía la pena, ¿no? ¿Por la Torta?

Dee se estremeció y luego asintió.

—Por la mañana los guardias serán interrogados exhaustivamente.

—Lo haré yo.

—¿Por qué?

—Porque yo sé qué tipo de preguntas obtienen respuestas. Montaremos un despacho aquí. Averiguaremos los movimientos de todo el mundo y hablaremos con todo los guardias. ¿De acuerdo? Incluso los de las puertas. Averiguaremos quién entró y quién salió.

—Vos ya creéis saber algo.

—Digamos que algunas ideas se están gestando, ¿de acuerdo?

—Me… ocuparé de lo que habéis pedido.

Vimes se enderezó y fue a ver a Lady Sybil, que se elevaba como una isla en un mar de enanos. Estaba hablando animadamente con algunos de ellos que Vimes vagamente identificó como artistas de la ópera.

—¿Dónde has estado, Sam? —le preguntó.

—Política, me temo —dijo Vimes—. Y confiando en mis instintos. ¿Puedes decirme quién nos observa?

—Oh, es ese juego, ¿no? —dijo Sybil. Sonrió felizmente, y con la tonalidad de alguien hablando de alguna cosa insignificante dijo—: Prácticamente todo el mundo. Pero si hubiera de repartir premios, elegiría a la dama bastante triste del grupillo que hay a tu izquierda. Tiene colmillos. Y perlas, también. No son exactamente accesorios.

—¿Puedes ver a Wolfgang?

—Eh, no, no ahora que lo mencionas. Es extraño. Estaba por aquí hace un momento. ¿Has estado molestando a la gente?

—Creo que puedo dejar que la gente se moleste a sí misma —dijo Vimes.

—Muy bien. Eso lo haces de maravilla.

Vimes se medio giró, como alguien echando un vistazo. Entre los invitados humanos los enanos se movían y se aglomeraban. Cinco o seis podían juntarse y hablar animadamente. Luego uno se separaría y se uniría a otro grupo. Pronto sería reemplazado. Y a veces un grupo se dispersaba, como la metralla de una explosión, con cada miembro dirigiéndose hacia otro grupo.

Vimes tuvo la impresión que había algún tipo de estructura detrás de todo esto, un lento e intencionado baile de información. Reuniones de mineros, pensó. Pequeños grupos porque no habría sitio para más. Y no hablas demasiado alto. Y luego cuando el grupo toma una decisión, cada miembro es un embajador de esa decisión. Las ideas se extienden en círculos. Es como hacer que una sociedad funcione con cotilleos formales.

Se le ocurrió que esto era también una forma de que dos más dos podía ser debatido y sopesado y considerado y discutido hasta que se convirtiera en cuatro y un poquito, o posiblemente en un huevo42.

De tanto en tanto un enano se paraba y se quedaba mirando fijamente antes de alejarse deprisa.

—Se supone que hemos de ir a la cena, cariño —dijo Sybil, indicando la corriente de gente que se dirigía a una cueva brillantemente iluminada.

—Oh, vaya. ¿Qué crees que será, beber en exceso? ¿Ratas en palos? ¿Dónde está Detritus?

—Por ahí, hablando con el agregado cultural de Genua. Es el hombre con la expresión congelada.

Mientras se acercaban, Vimes oyó la voz de Detritus en una explicación completamente extensiva.

—… y luego haber esa gran habitación toda llena de asientos, con paredes rojas y esos grandes bebés de oro que trepar por el pilar, sólo que no problemo, porque no ser bebés de oro de verdad, estar hechos de yeso o algo así… —hubo un pausa mientras Detritus consideraba las cosas—. Y yo calcular que tampoco ser oro de verdad, porque algún cabronazo haberlo robado si serlo… y delante del escenario haber ese gran foso donde todos los músicos sentarse. Y eso ser todo lo de esa habitación. En la siguiente habitación haber esos pilares de mármol, y en el suelo tener alfombras rojas…

—¿Detritus? —dijo Lady Sybil—. De verdad espero que no estés monopolizando a este caballero.

—No, estarle contando todo sobre la cultura que tener en Ankh-Morpork —dijo Detritus alegremente—. Yo conocer cada pulgada de la casa de la ópera.

—Sí —dijo el agregado cultural con voz atónita—. Y debo decir que estoy particularmente interesado en visitar el museo de arte y ver —se estremeció—. «el cuadro ese de la tipa esa, yo no creer que el artista saber hacer bien una sonrisa, pero el marco deber valer uno o dos chavos». Suena como una experiencia de toda una vida. Buenas noches.

—¿Saber? Yo creer que él no saber mucho de cultura —dijo Detritus, mientras el hombre se alejaba a grandes pasos.

—¿Crees que la gente nos echará de menos si nos escabullimos —dijo Vimes, mirando alrededor—. Ha sido un día muy largo y quiero pensar en las cosas…

—Sam, eres el embajador, y Ankh-Morpork es una potencia mundial —dijo Sybil—. ¡No podemos escabullirnos! La gente hará comentarios.

Vimes gimió. Así que Iñigo estaba en lo cierto: cuando Vimes estornuda, Ankh-Morpork se suena la nariz.

—¿Vuestra Excelencia?

Bajó la mirada hacia dos enanos.

—El Bajo Rey os verá ahora —dijo uno de ellos.

—Eh…

—Tenemos que ser oficialmente presentados —siseó Lady Sybil.

—¿Qué, incluso Detritus?

—¡Sí!

—¡Pero es un troll! —Antes había parecido divertido.

Vimes fue consciente de una deriva en la multitud que cubría el suelo de la enorme cueva. Había un cierto movimiento en ella, un flujo en la corriente de gente hacia uno de los extremos de la cueva. No había otra opción que unirse a ella.

El Bajo Rey estaba sentado en un pequeño trono bajo una de las lámparas de araña. Tenía un dosel metálico encima, ya incrustado de maravillosas estalactitas de cera.

A su alrededor, observando la multitud, había cuatro enanos, altos para ser enanos, con un aspecto bastante amenazante con sus gafas negras. Cada uno llevaba un hacha. Se pasaban todo el rato mirando fijamente a las personas.

El Rey estaba hablando con el embajador de Genua. Vimes miró de reojo a Cheery y a Detritus. De repente, traerlos aquí no parecía tan buena idea. Con sus ropajes oficiales el Rey parecía mucho más… distante, y mucho más difícil de contentar.

Tranquilo, se dijo a sí mismo. Son ciudadanos de Ankh-Morpork. No hacen nada malo. Y luego discutió: no están haciendo nada malo en Ankh-Morpork.

La línea avanzó. Su grupo ya estaba casi al frente. Los enanos armados observaban ahora a Detritus, y sostenían sus hachas de una forma ligeramente menos relajada. Detritus pareció no darse cuenta

—Este sitio ser más cultural que la Ópera —dijo, contemplándolo todo admirativamente—. Esas lámparas deber pesar una tonelada.

Levantó la mano y se frotó la cabeza, y luego se inspeccionó los dedos.

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