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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes decidió explorar todo el horror de la situación. Le apartaba la mente de los trofeos que faltaban.

—¿Hay… Igorinas? ¿Igoretas?

—Bueno, cualquier Igor se considera un buen partido para una joven.

—¿Sí?

—Y sus hijas tienden a ser muy atractivas.

—¿Los ojos a la misma altura, y todo eso?

—Oh, sí.

Pero cuando la puerta finalmente se abrió en respuesta a los impacientes golpes, no vieron las zigzagueantes facciones de Igor sino el final de la ballesta de Detritus, lo que era ligeramente peor.

—Somos nosotros, sargento.

Detritus apartó la ballesta y abrió más la puerta.

—Lo siento, señor, pero haber dicho que yo haber de estar de guardia —dijo.

—Pero no hay necesidad de que…

—Han herido a Igor, señor.

Igor estaba sentado en la gran cocina, con un vendaje alrededor de su cabeza. Lady Sybil se ocupaba de él.

—He ido a buscarle hace un par de horas y allí estaba, tendido en la nieve —explicó. Se acercó más a Sam Vimes—. No recuerda demasiado.

—¿Puedes recordar lo que estabas haciendo, viejo amigo? —preguntó Vimes, sentándose.

Igor lo miró borrosamente.

—Bueno, sheñor, había shalido a bushcar el paquete de losh comeshtiblesh de la otra carrosha y jushto acababa de levantar una cosha cuando she han apagado todash las lushesh, sheñor. Piensho que debo haber reshbalado.

—¿O alguien te ha pegado?

Igor se encogió de hombros. Durante un instante sus dos hombros estuvieron al mismo nivel.

—¡No hay nada en la carroza que merezca robar! —dijo Lady Sybil.

—No, a no ser que alguien se muriera por un bocadillo de nudillos —dijo Vimes—. ¿Se han llevado algo?

—Yo haber comprobado todo de la lista que la señora haberme dado, señor —dijo Detritus, mirando a Vimes—. No faltar nada, señor.

—Iré y le echaré un vistazo yo en persona —dijo Vimes.

Cuando salieron, se acercó a la carroza y miró la nieve de alrededor. Los adoquines eran visibles aquí y allí. Luego levantó la vista hacia la reja.

—Muy bien, Detritus —dijo—. Háblame con libertad.

—Sólo una sensación, señor —murmuró el troll—. Yo saber que «Espeso» ser mi segundo nombre...

—No sabía que tuvieras un nombre de pila, sargento.

—No creer que ser uno de esos accidentes que pasar por accidente.

Podría haber caído de la carroza cuando la descargaba —dijo Vimes.

—Y yo podría ser el Hada Carbonilla36, señor.

Vimes estaba impresionado. Esto era pensamiento de baja temperatura de Detritus.

—Las puertas de la calle estar abiertas —dijo Detritus—. Yo creer que Igor molestar a alguien que estar intentando llevarse algo.

—Pero has dicho que no falta nada.

—A lo mejor el ladrón haberse asustado, señor.

—¿Cuando, al ver a Igor? Podría ser…

Vimes miró las cajas y arcones. Luego volvió a mirar. Habían arrojado las cosas de cualquier forma. Así no se descargaba una carroza, si no era que buscabas algo con mucha prisa. ¿Quién llegaría a estos extremos para robar comida?

—Nada faltaba… —se frotó la barbilla—. ¿Quién cargó las cosas en la carroza, Detritus?

—Nidea, señor. Creo que la señora sólo encargó un montón de cosas.

—Y nos fuimos bastante deprisa, además… —Vimes se detuvo. Mejor dejarlo ahí. Tenía una idea pero, bueno, ¿dónde estaban las pruebas? Podías decir: nada que había que estar aquí falta, o sea que se deben de haber llevado algo que no había de estar.

No. Por ahora era sólo algo que recordar.

Entraron de nuevo en el vestíbulo, y Vimes vio un montón de tarjetas en una mesa al lado de la puerta.

—Haber venido muchos visitantes —explicó Detritus.

Vimes tomó un puñado de tarjetas. Algunas tenían los bordes dorados.

—Esos diplomáticos querer que usted ir a beber mierdas y cosas de pollos —añadió el troll amablemente.

—Cócteles, creo que te refieres37 —dijo Vimes, echándole un vistazo a las tarjetas—. Mmm, Klatch… Muntab… Genua… Lancre… ¿Lancre? ¡Pero si es un reino que puedes atravesar con un escupitajo! ¿Tienen una embajada aquí?

—No, señor, tener un buzón.

—¿Y cabremos todos dentro?

—Ellos haber alquilado una casa para la coronación, señor.

Vimes dejó caer las invitaciones encima de la mesa.

—No creo que pueda afrontar todo esto —dijo—. Hay un límite para los zumos de frutas y los chistes malos que puede aguantar un hombre. ¿Dónde cae la torre de telégrafo más próxima, Detritus?

—Como a veinticinco kilómetros hacia el Eje.

—Me gustaría averiguar cómo van las cosas en casa. Creo que esta tarde Lady Sybil y yo daremos un encantador paseo por el país. Le despejará la cabeza de problemas.

Y luego pensó, esperaré hasta medianoche, ¿ves?

Y es sólo la hora de almorzar.

Al final Vimes cogió a Igor como conductor y guía, y los guardias Tantony y el que siempre pensaría en él como Colonesque. Skimmer aún no había vuelto de la infame expedición que fuera que le ocupaba su tiempo, y maldeciría si se fuera dejando la embajada sin protección.

Y aún otra palabra para diplomático, reflexionó Vimes, era «espía». La única diferencia era que el gobierno anfitrión sabía quién eras. El juego consistía, presumiblemente, en ser más listos que ellos.

El sol calentaba suavemente, la brisa era fresca, el aire de montaña hacía que cada pico pareciera al alcance de la mano de Vimes. Fuera de la ciudad, los viñedos cubiertos por la nieve y las granjas trepaban laderas que en Ankh-Morpork hubieran sido llamadas muros, pero después de un rato los pinares se hicieron más espesos. Aquí y allí, en una curva del camino, el río era visible abajo a lo lejos.

En el pescante Igor canturreaba una letanía.

—Me ha dicho que los Igor se curan muy rápido —dijo Lady Sybil.

—Tienen que hacerlo.

—El señor Skimmer me ha dicho que son cirujanos muy dotados, Sam.

—Excepto en el apartado estético, quizás.

La carroza disminuyó la marcha.

—¿Vienes mucho por aquí, Igor? —preguntó Vimes.

—El Sheñor Shleepsh me pedía que viniera una vesh a la shemana para recoger menshajesh, amo.

—Habría pensado que sería más fácil tener un torre receptora en Joder.

—El conshejo está terminantemente en contra, sheñor.

—¿Y tú?

—Yo shoy muy moderno en mi punto de vishta, sheñor.

La torre parecía muy cerca ahora. Los primeros seis metros más o menos eran de piedra y tenían estrechas ventanas con barrotes. Luego había una ancha plataforma de la cual surgía la torre principal. Era un proyecto razonable. Un enemigo encontraría difícil entrar por la fuerza o prenderle fuego, había suficiente espacio dentro como para resistir un asedio, y el enemigo sabría que los muchachos de dentro habían enviado un mensaje pidiendo ayuda treinta segundos después de que empezara el ataque. La compañía tenía dinero. Eran como los de los carruajes en ese aspecto. Si una torre dejaba de funcionar, alguien vendría a hacer costosas preguntas. No había ley aquí, y la clase de gente que aparecería se sentiría inclinada a dejar un mensaje al mundo de que las torres no se tocaban.

Todo el mundo lo debía saber, y por eso era extraño ver como los grandes brazos para enviar señales estaban quietos.

Los pelos de la nuca de Vimes se pusieron de punta.

—Quédate en el carruaje, Sybil —dijo.

—¿Algo va mal?

—No estoy seguro —dijo Vimes, que estaba seguro. Bajó y le hizo una señal a Igor.

—Voy a echar un vistazo dentro —dijo—. Si hay… algún problema, lleva a Sybil de vuelta a la embajada, ¿de acuerdo?

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