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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes gruñó. Ni los asesinos se merecían una muerte así.

—¡Pronto se pondrá el sol! —gritó.

—¡Sí! ¡Mentí con lo de la puesta de sol!

—Bueno, despiértame al amanecer, entonces. ¡Creo que dormiré un rato!

—¡Moriréis congelado, Hombre Civilizado!

—¡Bien! —Vimes miró los otros árboles. Incluso si podía saltar a uno, todos eran coníferas, era doloroso saltar encima y fácil de caer de ellas

—Ah, este debe ser el famoso sentido del humor de Ankh-Morpork, ¿sí?

—No, eso era sólo ironía —gritó Vimes, aún buscando una vía de escape arbórea—. ¡Sabrás que estás ante el famoso sentido del humor de Ankh-Morpork cuando empiece a hablar de pechos y pedos, pretencioso hijoputa!

Bueno, ¿cuáles eran sus opciones? Bueno, podía quedarse en el árbol y morir, o correr y morir.

De las dos, morir entero parecía la mejor.

LO ESTÁS HACIENDO MUY BIEN PARA UN HOMBRE DE TU EDAD.

La Muerte estaba sentada en una rama más alta del árbol.

—¿Me estás siguiendo o qué?

¿TE SUENA LA EXPRESIÓN «LA MUERTE ERA SU FIEL COMPAÑERA»?

—¡Pero normalmente no te veo!

POSIBLEMENTE ESTÁS EN UN ESTADO DE INTENSA PERCEPCIÓN CAUSADO POR LA FALTA DE COMIDA, DE REPOSO Y DE SANGRE.

—¿Me vas a ayudar?

BUENO… SÍ.

—¿Cuándo?

—EH, CUANDO EL DOLOR SEA INSOPORTABLE —la Muerte vaciló y luego continuó—. INCLUSO MIENTRAS LO DIGO ME DOY CUENTA DE QUE NO ES LA RESPUESTA QUE ESTABAS BUSCANDO.

El sol estaba cerca del horizonte, volviéndose grande y rojo.

Correr más que el sol… Ese era otro deporte de Uberwald, ¿no? Estar seguro en casa antes de que se ponga el sol.

Ochocientos metros o más, a través de profunda nieve cuesta arriba.

Alguien subía por el árbol. Vimes notaba cómo se sacudía. Miró hacia abajo. En la fría oscuridad azulada un hombre desnudo subía silenciosamente de rama en rama.

Vimes se enfureció. ¡Se suponía que no habían de hacer algo así!

Oyó un gruñido debajo cuando el que trepaba resbaló y se recuperó en la madera grasienta.

¿CÓMO TE SIENTES, EN TU INTERIOR?

—¡Cállate! ¡Incluso si eres una alucinación!

Tenía que haber algo sobre hombres lobo que él pudiera usar.

Tenías un segundo de gracia cuando cambiaban de forma, pero ellos sabían que lo sabía…

Nada de armas. De eso se había dado cuenta en el castillo. Siempre encontrabas armas en los castillos. Lanzas, hachas, ridículas armaduras, grandes espadas antiguas… Incluso los vampiros tenían algunos floretes en las paredes. Esto era porque, a veces, hasta los vampiros tenían que usar un arma.

Los hombres lobo, no. Incluso Angua vacilaba antes de coger una espada. Para un hombre lobo un arma física siempre sería la segunda elección.

Vimes juntó las piernas y se columpió en la rama mientras el hombre lobo subía. Lo cazó con un golpe en la oreja y, cuando la criatura levantó la mirada, consiguió darle otro golpe justo en la nariz.

El hombre lobo le pegó un sonoro manotazo y eso lo habría terminado todo, si no fuera porque eso también lo hizo subió un poco más en el árbol y le llevó a estar al alcance del Codo de Vimes.

La mayúscula estaba justificada. Había triunfado en un buen número de peleas callejeras. Vimes había aprendido pronto en su carrera que los cementerios estaban llenos de gente que había leído al Marqués de Fantaillé. Toda el concepto de luchar era parar al otro tipo golpeándole lo más pronto posible. No era conseguir una buena puntuación. Vimes había luchado a menudo en situaciones en las que poder usar las manos libremente era un lujo, pero era sorprendente como un codazo bien dirigido podía servir, posiblemente ayudado por una rodilla.

Usó el codo contra la garganta del hombre lobo y obtuvo como recompensa un sonido horrible. Luego agarró un puñado de cabello y tiró de él, lo dejó ir y golpeó con la palma de la mano su cara, en un loco intento de evitar que no tuviera tiempo de pensar. No podía permitírselo, porque podía ver el tamaño de los músculos del hombre.

El hombre lobo reaccionó.

Hubo ese súbito momento de inexactitud morfológica. Una nariz se convirtió en un hocico mientras el puño de Vimes estaba en camino, pero cuando el lobo abrió la boca para abalanzarse contra él, dos cosas le ocurrieron.

Una era que estaba en lo alto de un árbol, lo que no era una posición sostenible para una forma diseñada para moverse velozmente por el suelo llano. La otra fue la gravedad.

— Ahí abajo está la tradición —jadeó Vimes, mientras las patas del hombre lobo arañaban para conseguir mantenerse en la grasienta rama—. Pero aquí arriba estoy yo.

Se estiró, agarró la rama de encima y empujó al lobo con una patada.

Oyó un gañido, y otro cuando el lobo resbaló y golpeó la rama de debajo.

A mitad de camino del suelo, intentó cambiar otra vez, combinando en una descendente figura todas las cualidades de algo que no era bueno en mantenerse en los árboles con algo que no era bueno en aterrizar en el suelo.

—¡Chúpate esa! —gritó Vimes.

En el bosque de alrededor, un aullido se elevó.

La rama de la que colgaba, se partió. Durante un instante, colgó por los tétricos pantalones de Tío Vanya, enredados en una rama, y entonces la vieja tela se rasgó y Vimes cayó.

Su descenso fue rápido, porque el hombre lobo que había caído antes había arrancado muchas ramas por el camino, pero el aterrizaje fue suave porque el hombre lobo se estaba poniendo en esos momentos en pie.

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