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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes levantó la mirada hacia el cartel de la posada. Toscamente pintada había una gran cabeza roja completada con trompa y colmillos.

—Esta es la Posada del Quinto Elefante —dijo Iñigo—. Dejasteis la ley atrás cuando pasamos Lancre, Vuestra Gracia. Aquí hay la tradición. Se posee lo que se puede. Lo que se tiene es lo que se obtiene peleando. Los mejores sobreviven.

—Ankh-Morpork también es bastante una ciudad sin ley, señor Skimmer.

—Ankh-Morpork tiene muchas leyes. Es sólo que la gente no las obedece. Y eso, Vuestra Gracia, es una taza de grasa distinta, mmm, mmf.

Partieron en convoy. Detritus se sentó en el techo del carruaje que iba en cabeza, al que le faltaba la puerta y la mayor parte de un costado. El paisaje era plano y blanco, una anodina extensión lleno de nieve.

Tras un rato pasaron por una torre de telégrafo. Marcas de quemadas en un lado de la base de piedra sugerían que alguien había creído que las únicas noticias buenas era la falta de noticias, pero las celosías del telégrafo estaban sonando y parpadeando con la luz.

— El mundo entero está observando —comentó Vimes.

—Pero nunca ha importado —dijo Skimmer—. Hasta ahora. Y ahora quiere rasgar la cúpula del país y coger todo lo que hay debajo, mmf, mmm.

Ah, pensó Vimes, nuestro empleado asesino tiene más de una emoción.

—Ankh-Morpork siempre se ha intentado llevar bien con las otras naciones —dijo Sybil—. Bueno, actualmente, al menos.

—Creo que no es exactamente que intentemos, cariño —corrigió Vimes—. Es sólo que hemos descubierto que… ¿Por qué nos paramos?

Bajó la ventanilla.

—¿Qué ocurre, sargento?

—Esperar a esos enanos, señor —gritó el troll.

Varios centenares de enanos, en línea de cuatro, estaban trotando a través de la blanca llanura hacia ellos. Tenían, pensó Vimes, un aire de severa determinación.

—¿Detritus?

—¿Sí, señor?

—Intenta no parecer demasiado troll, por favor.

—Yo intentar aunque sea jodidamente difícil, señor.

La columna estaba ante ellos antes de que alguien ladrara la orden de pararse. Un enano se separó del resto y se acercó al carruaje.

¡¿Ta grdzk?! —bramó.

—¿Queréis que me ocupe de esto, Vuestra Gracia? —preguntó Iñigo.

—Soy el condenado embajador —dijo Vimes, bajando.

Buenos días, enano [significando bribón], soy el Supervisor Vimes de la Vigilancia.

Lady Sybil oyó a Iñigo proferir un gemido.

¿Krz? ¿Gr'dazak yad?

—Espera, espera, esta me la sé… Yo estoy seguro de que eres un enano sin convicciones. Sacudamos nuestros asuntos, enano [significando bribón].

—Sí, eso es lo que hará más o menos, creo —dijo Iñigo—. Mmf, mmm.

El anciano enano se estaba poniendo rojo en esos lugares de su rostro que eran visible detrás del pelo. El resto del escuadrón estaba tomando un renovado interés en el carruaje.

El líder tomó una buena bocanada de aire.

¿D'kraha?

Cheery bajó del carruaje. Su falda de cuero aleteó con el viento.

Como un solo enano, la columna se giró para mirarla. Al líder se le salieron los ojos de las órbitas.

¿B'dan? ¡K'raa! ¡D'kraga “ka'ak”!

Vimes vio la expresión que apareció en la pequeña y redonda cara de Cheery.

Encima de él se oyó un clunk cuando Detritus apoyó la Trituradora en el borde del carruaje.

—Conocer la palabra con la que la ha llamado —anunció al mundo—. No ser una buena palabra. No quiero oír esa palabra nunca más.

—Bueno, todo esto es muy alegre, mmf, mmm —dijo Iñigo, bajando—. Y ahora, si todo el mundo se relaja un momentito a lo mejor salimos de aquí vivos, mmf.

Vimes subió y cuidadosamente empujó el extremo de la ballesta de Detritus hacia una dirección menos amenazadora.

Iñigo habló muy rápido en lo que a Vimes le pareció un torrente de perfecto enanés, aunque estaba seguro de que oía los ocasionales “mmf”. Abrió su maleta de cuero y sacó un par de documentos con grandes sellos de cera, que fueron examinados con considerable sospecha. El enano señaló a Cheery y Detritus. Iñigo hizo un ademán con una mano con impaciencia, el símbolo universal de descartar lo que no es importante. Más papeles fueron examinados.

Finalmente, con más lenguaje universal que significaba: “Te podría hacer algo malo pero justo ahora es demasiada molestia”, el enano despidió a Iñigo, le echó una mirada a Vimes que sugería que, contra toda evidencia física, Vimes estaba por debajo de él, y volvió con sus tropas.

Ladró una orden. Los enanos empezaron a andar de nuevo, abandonando la carretera en dirección al bosque.

—Bueno, parece que está todo arreglado —dijo Iñigo, volviendo al carruaje—. La señorita Pequeñotrasero fue una pequeña dificultad, pero los enanos sí respetan los documentos muy complicados. Algo está pasando. No me ha dicho el qué. Quería registrar el carruaje.

—Al diablo con eso. ¿Por qué?

—¿Quién sabe? Le he convencido de que tenemos inmunidad diplomática.

—¿Y qué le has dicho sobre mí?

—He intentado persuadirle de que sois un jodido idiota, Vuestra Gracia. Mmf, mmm.

—¿Ah, sí? —Vimes oyó cómo Lady Sybil reprimía una carcajada.

—Era necesario, creedme. Hablar el enanés callejero no fue una buena idea, Vuestra Gracia. Pero cuando apunté que erais un aristócrata, él…

—Yo no soy un… Bueno, no soy de verdad un…

—Si, Vuestra Gracia. Pero si aceptáis mi consejo, hay mucha diplomacia en aparentar ser mucho más estúpido de lo que uno es. Habéis empezado bien, Vuestra Gracia. Y ahora creo que deberíamos seguir, mmm.

—Me complace ver que estás siendo menos deferente, Iñigo —dijo Vimes, mientras se ponían en camino de nuevo.

—Oh, bueno, Vuestra Gracia, os tengo que conocer mejor ahora.

Gaspode conservaba confusos recuerdos del resto de la noche. La manada se movía veloz, y se dio cuenta que la mayoría de sus miembros corrían delante Zanahoria para alisar la nieve.

No era suficientemente plana para Gaspode. Finalmente un lobo lo agarró por la piel del cuello y lo transportó, mientras hacía amortiguados comentarios sobre el asqueroso sabor.

Paró de nevar tras un rato y hubo un retazo de luz de luna detrás de las nubes.

Y por todo alrededor, cerca y lejos, había el aullido. De tanto en tanto la manada se paraba, en un claro o sobre la crujiente cresta blanca de un cerro y se agrupaba.

Gaspode renqueó hasta Angua mientras los gritos se elevaban a su alrededor.

—¿Y todo esto para qué? —preguntó.

—Política —dijo Angua—. Negociaciones. Cruzamos territorios.

Gaspode observó a Gavin. No se había sumado al aullido, sino que se sentaba un poco apartado, dividiendo regiamente su atención entre Zanahoria y la manada.

—¿Él tiene que pedir permiso? —preguntó.

—Se tiene que asegurar de que me dejarán pasar.

—Oh. ¿Eso le da problemas?

—Ninguno que no pueda solucionar a mordiscos.

—Oh. Esto, ¿el aullido dice algo de ?

—“Perro pequeño, horrible, maloliente”.

—Ah, vale.

Emprendieron la marcha de nuevo unos pocos minutos después, bajando por una larga pendiente de nieve endurecida, a la luz de la luna, hacia el bosque, y Gaspode vio sombras acercándose rápidamente por el campo de nieve hacia ellos. Por un momento estuvo flanqueado por dos manadas, la vieja y la nueva, y luego su escolta original desapareció.

Así que tenemos una nueva guardia de honor, pensó, mientras corría en el centro de un muro de borrosas patas grises. Lobos que no habíamos encontrado antes. Sólo espero que el aullido añadiera “no tiene buen sabor”.

Entonces Zanahoria cayó sobre la nieve. Pasó un instante antes de que se levantara de nuevo. Los lobos formaron un círculo titubeante, de vez en cuando mirando a Gavin. Gaspode alcanzó a Zanahoria, saltando torpemente a través de la nieve.

—¿Estás bien?

—Es… difícil… correr.

—¿Sabes? No quiero preocuparte o algo así —gimió Gaspode— pero no estamos exactamente entre amigos, ¿sabes lo que quiero decir? Nuestro Gavin no va a ganar el premio del lobo que más menea la cola en ningún sitio.

—¿Cuándo ha dormido por última vez? —preguntó Angua, avanzando a través de la muralla de lobos.

—Nidea, la verdad —dijo Gaspode—. Nos hemos estado moviendo bastante rápido los últimos días.

—Sin dormir, sin comida y sin ropas apropiadas —gruñó Angua—. ¡Idiota!

Se escucharon gruñidos y gañidos de algunos de los lobos alrededor de Gavin. Gaspode se sentó al lado de la cabeza de Zanahoria mientras observaba cómo Angua… discutía.

No podía hablar bien el lobo y, además, los gestos y el lenguaje corporal jugaban un papel mucho más importante que en el canino. Pero no hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que las cosas no iban bien. Había mucha Atmósfera en la atmósfera. Y Gaspode tuvo la sensación de que, si las cosas se ponían mal de repente, un pequeño perro tenía las mismas posibilidades de sobrevivir que una tetera de chocolate sobre un hornillo muy caliente.

Se cruzaron muchos gruñidos y gañidos. Un lobo (Gaspode mentalmente lo llamaba Desagradable) no estaba nada contento. Parecía que un buen número de lobos estaban de acuerdo con él. Uno de ellos le enseñó sus dientes a Angua.

Entonces Gavin se puso en pie. Se quitó algunos copos de nieve adheridos a la piel, paseó su mirada alrededor de una forma muy relajada y se acercó sin hacer ni un ruido a Desagradable.

Gaspode sintió que cada pelo de su cuerpo se ponía de punta.

Los otros lobos se acurrucaron. Gavin los ignoró. Cuando estaba a un metro de Desagradable inclinó su cabeza a un lado y dijo:

—¿Hrrmmrrm?

Fue casi un sonido agradable. Pero muy dentro de los huesos de Gaspode rebotó en un equivalente que decía: ahora, podemos hacerlo de dos formas. Está la forma fácil, que es muy fácil.

Nunca sabrás cuál era la forma difícil.

Desagradable mantuvo la mirada durante un rato y luego bajó los ojos.

Gavin gruñó algo. Media docena de lobos, liderados por Angua, corrieron hacia el bosque.

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