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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Voy a ser afortunado si salgo de aquí vivo, ¿verdad?

Una puerta se abrió. Un par de los que Vimes consideraba los enanos fuertes le dedicaron a todo el mundo la mirada oficial, profesional, que dice que para tu comodidad y conveniencia, hemos decido no matarte justo ahora.

El Rey entró, frotándose las manos.

—Ah, Vuestra Excelencia —dijo, pronunciando la palabra como un declaración de un hecho más que como una bienvenida—. Veo que tenéis algo que nos pertenece.

Dee se destacó de la muchedumbre de la puerta.

—¡Debo hacer una grave acusación, sire! —dijo.

—¿De verdad? Traed a estas personas a la sala de la ley. Bajo guardia, claro.

Pasó rápidamente. Vimes miró a Sybil y se encogió de hombros. Siguieron al Rey, dejando el bullicio de la caverna principal detrás.

Una vez más Vimes estaba en la habitación con demasiadas estanterías y pocas velas. El Rey se sentó.

—¿Pesa la Torta, Vuestra Excelencia?

—¡Sí!

—Está cargada de historia, ¿sabeis? Ponedla sobre la mesa con extremo cuidado, por favor. Y… ¿Dee?

—Esa… cosa —dijo Dee, señalando con un dedo—, esa cosa es… una imitación, una copia. ¡Una falsificación! ¡Hecha en Ankh-Morpork! ¡Parte de un plan que, estoy seguro de que se puede probar, envuelve al milord Vimes! ¡No es la Torta!

El Rey acercó una vela a la Torta y se la miró críticamente desde varios ángulos.

—He visto la Torta muchas veces anteriormente —dijo, al final—, y yo diría que esto parece ser la cosa y el Todo.

—Sire, os pido… esto es, os aconsejo que pidáis una inspección más a fondo, sire.

—¿De verdad? —preguntó el Rey suavemente—. Bueno, yo no soy un experto, ¿sabéis? Pero somos afortunados, ¿verdad?, de que Albrecht Albrechtson haya venido a la coronación. Todos los enanos saben, creo yo, que él es la autoridad sobre la Torta y su historia. Haz que venga. Diría que está bien cerca. Creo que todo el mundo está al otro lado de esa puerta.

—Por supuesto, sire —La mueca de triunfo de la cara de Dee cuando pasó al lado de Vimes fue casi obscena.

—Creo que vamos a necesitar otra canción para salir de esta, cariño —murmuró Vimes.

—Me temo que sólo puedo recordar esa, Sam. Las otras trataban principalmente de oro.

Dee volvió con Albrecht y una hilera de otros enanos ancianos y de algún modo investidos de autoridad.

—Ah, Albrecht —dijo el Rey—. ¿Veis eso de la mesa? Dicen que no es la auténtica cosa y el Todo. Precisamos de vuestra opinión, si sois tan amables —el Rey hizo un gesto en dirección a Vimes—. Mi amigo entiende el Morporkiano, Vuestra Excelencia. Simplemente prefiere no contaminar el aire hablándolo. Es así, ¿sabéis?

Albrecht miró fieramente a Vimes y luego se acercó a la mesa.

Miró la Torta desde varios ángulos. Movió las velas y se agachó para poder inspeccionar su superficie de cerca.

Sacó un cuchillo de su cinturón, golpeó la Torta con él y escuchó con feroz atención a la nota que produjo. Giró la Torta. La olió.

Retrocedió, con la cejas enfurruñadas, y dijo.

¿H gradz?

Los enanos murmuraron entre sí, y entonces, uno por uno, asintieron.

Para horror de Vimes, Albrecht cortó un pedacito minúsculo de la Torta y se lo puso en la boca.

Yeso, pensó Vimes. Yeso fresco de Ankh-Morpork. Y Dee lo convencerá de ello a su manera.

Albrecht escupió el pedazo en su mano y miró al cielo un instante. Mientras masticaba.

Entonces él y el Rey intercambiaron una larga y pensativa mirada.

P’akga —dijo Albrecht al final— a p’akaga—ad

Por debajo del estallido de murmullos Vimes oyó como Cheery traducía.

—Es la cosa y el Tod…

—Sí, sí —dijo Vimes. Y pensó: dioses, somos buenos. Ankh-Morpork, estoy orgulloso de ti. Cuando hacemos una falsificación es mejor que la condenada pieza original.

A menos que… A menos que algo se me haya pasado por alto…

—Gracias, caballeros —dijo el Rey. Agitó una mano. Los enanos salieron en fila, a desgana, con muchas miradas hacia Vimes.

—¿Dee? Por favor, ve a buscar el hacha que hay en mi habitación, por favor —dijo el Rey—. Tú personalmente, si me haces el favor. No quiero que nadie más la toque. Vuestra Excelencia, vos y vuestra esposa os quedaréis aquí. Pero vuestra… enana debe irse. Los guardias se han de apostar en la puerta. ¿Dee? —El Catador de Ideas no se había movido.

¿Dee?

—¿Qué… Sí, sire?

—¡Haz lo que te he dicho!

—¡Sire, el antepasado de este hombre mató una vez a un rey!

—¡Me atrevería a decir que su familia lo ha quitado de su sistema! ¡Ahora haz lo que digo!

El enano se apresuró a irse, girándose a mirar a Vimes un instante mientras abandonaba la cueva.

El Rey se sentó.

—Sentaos, Vuestra Encargadencia. Y vuestra esposa también —puso un codo en el brazo de la silla y apoyó la mejilla en la mano—. Y ahora, señor Vimes, decidme la verdad. Contádmelo todo. Contadme la verdad que es más valiosa que pequeñas cantidades de oro.

—No estoy segura de saberla ya —dijo Vimes.

—Ah. Un buen principio —dijo el Rey—. Decidme qué sospecháis, entonces.

—Sire, juraría que esa cosa es más falsa que un chelín de hojalata.

—Oh. ¿De verdad?

—La Torta real no fue robada, la destruyeron. Creo que fue pulverizada y mezclada con la arena de su Cueva. Ya sabéis, sire, si alguien ve que algo falta y luego apareces con algo que tiene el mismo aspecto, pensarán: «Debe serlo, debe serlo, porque no está dónde pensábamos que estaba». La gente es así. Si algo desaparece y algo muy parecido aparece en otro lugar, creen que se debe de haber desplazado de un sitio al otro —Vimes se pellizcó la nariz—. Lo siento, no he dormido mucho últimamente…

—Lo estáis haciendo muy bien para un sonámbulo.

—El… ladrón trabajaba con los hombres lobo, o eso creo. Eran los que estaban detrás de la organización de «Los Hijos de Agi Ladrondemartillo». Iban a extorsionaros para que abdicarais. Buen, eso ya lo sabéis. Para mantener a Uberwald a oscuras. Si no abdicabais, habría una guerra, y si lo hacíais, Albrecht recibiría la falsa Torta.

—¿Qué más creéis saber?

—Bueno, la copia la hicieron en Ankh-Morpork. Somos buenos en hacer cosas. Creo que alguien hizo que el copista fuera asesinado, pero no puedo descubrir más hasta que vuelva. Lo descubriré.

—Hacéis las cosas muy bien en vuestra ciudad, entonces, para engañar a Albrecht. ¿Cómo créeis que lo hicieron?

—¿Queréis que diga la verdad, sire?

—Por supuesto.

—¿Es posible que Albrecht esté involucrado? Descubre dónde está el dinero, es lo que solía decir mi sargento.

—Ja. ¿Quién dijo «Donde hay policía, encuentras crímenes»?

—Eh, yo, señor, pero…

—Descubrámoslo. Dee debe de haber tenido suficiente tiempo para pensar. Ah…

La puerta se abrió. El Catador de Ideas la cruzó, cargando un hacha típicamente enana. Era un hacha de minero, con una piqueta en un lado, para ir a hacer prospecciones, y una hoja de hacha auténtica en el otro, por si alguien intentaba pararte.

—Haz que entren los guardias, Dee —dijo el Rey—. Y la joven enana de Su Excelencia. Han de ver esto, ¿sabes?

Oh, dioses, pensó Vimes, mirando la cara de Dee mientras los otros entraban. Tiene que haber un manual. Cada policía sabe cómo va esto. Te encargas de que sepan que sabes que han hecho algo malo, pero no les dices qué es e indudablemente no les dices cuánto sabes, y eso los descentra, y sólo tienes que hablar tranquilamente y…

—Pon las manos encima de la Torta, Dee.

Dee se giró.

—¿Sire?

—Pon las manos encima de la Torta. Haz lo que digo. Hazlo ahora.

… mantienes la amenaza a la vista, pero nunca te refieres a ella, oh no. Porque no hay nada que puedas hacerles que su imaginación no les esté haciendo ya. Y continúas hasta que se rompen, o en el caso de la vieja directora de mi escuela, hasta que sus botas están empapadas.

Y no deja ni una marca.

—Háblame de la muerte de Dedodelóriga, el capitán de las velas —dijo el Rey, después de que Dee, con una mirada de terrible aprensión, hubiese tocado la Torta.

Las palabras le salieron atropelladamente.

—Oh, como os dije, sire, él…

—Si no mantienes las manos presionando la Torta, Dee, haré que te las peguen a ella. Cuéntamelo otra vez.

—Yo… él… se quitó la vida, sire. Por la vergüenza.

El Rey cogió su hacha y la giró de forma que la parte larga apuntara hacia delante.

—Cuéntamelo otra vez.

Ahora Vimes pudo oír la respiración de Dee, corta y rápida.

—¡Se quitó la vida, sire!

El Rey le sonrió a Vimes.

—Hay una vieja superstición, Vuestra Excelencia, que dado que la Torta contiene un poco de la verdad, se pone al rojo vivo si alguien que la toca cuenta una mentira. Por supuesto, en estos tiempos modernos, no pienso que nadie lo crea —se giró hacia Dee—. Cuéntamelo otra vez —susurró.

Mientras el hacha se movía ligeramente, la luz reflejada de las velas brilló por todo el filo.

—¡Se quitó la vida! ¡Lo hizo!

—Oh, sí. Lo habías dicho. Gracias —dijo el Rey—. ¿Y recuerdas, Dee, cuando Slogram envió una noticia falsa de la muerte de Hachasangrienta en batalla a Martillodehierro, causando que Martillodehierro se quitara su propia vida por la pena, de quién era la culpa?

—De Slogram, señor —dijo Dee rápidamente. Vimes sospechó que la respuesta había surgido directamente de alguna enseñanza, recordada por pura rutina.

—Sí.

El Rey dejó que la palabra flotara en el aire un rato, y luego continuó:

—¿Y quién dio la orden de matar al artesano de Ankh-Morpork?

—¿Sire? —dijo Dee.

—¿Quién dio la orden de matar al artesano de Ankh-Morpork? —el tono del Rey no cambió. Era la misma voz amable y cantarina. Sonaba como si fuera a continuar haciendo esa pregunta para siempre.

—No sé nada de…

—Guardias, presionad sus mano con fuerza contra la Torta.

Los guardias avanzaron. Cada uno cogió un brazo del Catador de Ideas.

—Otra vez, Dee. ¿Quién dio la orden?

Dee se retorcía como si sus manos ardieran.

—Yo… yo…

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