Добавил:
Upload Опубликованный материал нарушает ваши авторские права? Сообщите нам.
Вуз: Предмет: Файл:
24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
Скачиваний:
2
Добавлен:
07.09.2019
Размер:
941.06 Кб
Скачать

Vimes empujó una de las palancas. Una minúscula trampilla se abrió y la cabeza más pequeña que Vimes hubiera visto que pudiera hablar hizo:

—¿Sí?

—Eso conocerlo —dijo Detritus—. ¡Ser un nano-demonio! ¡Costar más de cien dólares! ¡Ser muy pequeños!

—¡Nadie me ha dado ni una jodida miga de pan en dos semanas! —chilló el demonio.

—Es un iconógrafo tan pequeño que cabe en un bolsillo —dijo Vimes—. A medida de un espía… Es tan malo como la condenada ballesta de un disparo de Iñigo. Y mirad…

Unos escalones llevaban hacia abajo. Los bajó con cuidado y abrió la pequeña puerta que había al final. Un calor húmedo le azotó la cara.

—Pásame una vela, por favor, cariño —dijo. Y con su luz pudo ver una largo y húmedo túnel. Oxidadas cañerías, que exhalaban vapor en cada junta se alineaban en la pared del fondo.

—Un camino para salir y entrar sin que nadie le viera —dijo—. En qué mundo tan sucio vivimos…

Las nubes había cubierto el cielo y el viento azotaba gruesos copos de nieve contra la torre cuando Iñigo terminó de instalar el cohete rojo en la plataforma, debajo de las grandes contraventanas.

Encendió un par de cerillas, pero el viento las apagó antes de que ni siquiera pudiera rodearlas con las manos.

—Maldición. Mmm, mmm.

Bajó por la escalera hasta el interior cálido de la torre. Sería mejor pasar la noche aquí, pensó, mientras rebuscaba por los cajones. La noche no le daba miedo, pero esta tormenta tenía la impresión de traer otra gran nevada y los caminos de montaña serían pronto traicioneros.

Finalmente se le ocurrió una idea y abrió la puerta del fogón y sacó un tronco que se consumía lentamente con las tenazas.

Se reavivó en una llama cuando lo llevó a la parte superior de la torre, y lo apoyó contra el agujero que había en la base del cohete.

La bengala salió disparada con un zup que se perdió en el viento. Remontó el vuelo invisiblemente entre la nieve hasta que, unos segundos después, explotó unos cientos de metros encima de su cabeza, liberando un breve e intenso brillo rojo encima de los bosques.

Iñigo acaba de volver a entrar en la habitación cuando oyó que llamaban a la puerta en la planta baja.

Se quedó quieto. Había una ventana con contrafuertes a su altura: los diseñadores de la torre al menos habían pensado en que sería una buena idea poder mirar hacia abajo y ver quién llamaba.

No había nadie.

Cuando volvió a la habitación, volvieron a llamar.

No había cerrado la puerta después de que Vimes se fuera. Demasiado tarde para lamentarlo. Pero Iñigo Skimmer se había educado en una academia que hacía que la Escuela de Duros Golpes a la Puerta pareciera un cajón de arena.

Encendió una vela y bajó lentamente la escalera hacia la oscuridad, con las sombras huyendo y bailando entre las pilas de provisiones.

Con la vela puesta encima de una caja, sacó la ballesta de un disparo de su capa y, con esfuerzo, la encajó en la pared. Luego flexionó el brazo izquierdo y sintió como la daga de mano se deslizaba hasta su posición.

Golpeó las talones de una forma determinada y notó como las pequeñas cuchillas surgían de las punteras de sus zapatos.

E Iñigo se agachó y se preparó para esperar.

Detrás de él, algo apagó la vela.

Mientras se giraba, y la ballesta de un disparo zumbaba en la oscuridad, y la daga de mano segaba sólo el aire, se le ocurrió a Iñigo Skimmer que se podía llamar a ambos lados de una puerta.

Eran, de verdad, muy listos.

—Mmm, m…

Cheery giró sobre sí misma gracilmente, o al menos lo intentó. No era un movimiento natural entre los enanos.

—Tienes un aspecto… magnífico —dijo Lady Sybil—. Y llega hasta el suelo. No creo que nadie se pueda quejar.

A menos que tuviera un mínimo sentido de la moda, tuvo que admitir. El problema era que las… bueno, había de pensar en ellas como las nuevas enanas, no se habían decidido por un look determinado.

La propia Lady Sybil llevaba normalmente vestidos de gala de azul claro, un color que escogían a menudo las damas de una cierta edad y cintura para combinar el máximo de discreto estilo con el mínimo de visibilidad. Pero las enanas habían oído hablar de las lentejuelas. Parecían haber decidido en su interior que si iban a revolucionar miles de años de subterránea tradición, no lo iban a hacer sin un maldito conjunto y perlas.

—Y el rojo está bien —dijo Lady Sybil sinceramente—. El rojo es un color muy bonito. Es un vestido rojo muy bonito. Eh. Y las plumas. Eh. Y la bolsa para llevar el hacha, eh…

—¿No es lo suficiente brillante? —preguntó Cheery.

—No! No… si yo fuera a llevar un hacha enorme en mi espalda para una reunión diplomática, creo que querría que brillara también. Eh. Es una hacha muy grande, sin duda —terminó débilmente.

—¿Cree que estaría mejor una más pequeña? ¿Para llevar por la noche?

—Eso sería un principio, sí.

—¿Quizás con unos cuantos rubíes en la empuñadura?

—Sí —dijo Lady Sybil con una vocecita—. ¿Por qué no, después de todo?

—¿Y yo, señora? —tronó Detritus.

Igor sin duda había estado a la altura de las circunstancias, aplicando a una serie de trajes encontrados en los guardarropas de la embajada las mismas pioneras habilidades quirúrgicas que usaba en desafortunados leñadores y otra gente que había conocido demasiado de cerca una sierra de correa. Había tardado sólo noventa minutos en construir algo alrededor de Detritus. Sin duda era un traje de gala. No podías salir con él a la luz del día. El troll parecía una pared con una pajarita.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Lady Sybil, apuntando a lo seguro.

—Apretarme un poco en… ¿Cómo llamarse esta parte?

—No tengo la menor idea —dijo Lady Sybil.

—Hacerme ir dando bandazos —dijo Detritus—. Pero sentirme muy diplomático.

—La ballesta no la puedes llevar —dijo Lady Sybil.

Ella llevar su hacha —dijo Detritus acusadoramente.

—Las hachas de los enanos son aceptadas como armas culturales —dijo Lady Sybil—. No conozco la etiqueta de por aquí, pero supongo que podrías ir con una maza —Después de todo, añadió para sí misma, no es que nadie vaya a intentar quitártela.

—¿La ballesta no ser cultural?

—Me temo que no.

—Yo poder ponerle, no sé, brillantina.

—No sería suficiente, diría yo… Oh, Sam…

—¿Sí, cariño? —dijo Vimes, bajando las escaleras.

—Ese es tu uniforme de gala de la Guardia. ¿Y tu traje ducal?

—No lo he podido encontrar en ningún sitio —dijo Vimes inocentemente—. Creo que la maleta debe haberse caído en el paso, cariño. Pero llevo un yelmo con plumas, y Igor le ha dado brillo al peto hasta que ha podido ver su cara en él, aunque no veo por qué —se desanteló ante la expresión de su esposa—. Duque es un término militar, cariño. Ningún soldado iría a la guerra con medias. No si pensara que puede caer prisionero.

—Encuentro esto muy sospechoso, Sam.

—Detritus me apoyará en esto —dijo Vimes.

—Sí, señor —retronó el troll—. Sin duda haberme dicho que dijera eso.

—Bueno, creo que deberíamos irn… Por todos los dioses, ¿eres Cheery?

—Sí, señor —dijo Cheery nerviosamente.

Bueno, pensó Vimes, viene de una familia en la que la gente va a afrontar explosiones con ropas raras muy lejos de la luz del sol.

—Muy bonito —dijo.

Había lámparas encendidas por todo el túnel que llevaba a lo que Vimes ya consideraba el Joder Subterráneo. Los guardias enanos hicieron una seña a la carroza dejándola pasar tras un mero vistazo al escudo de Ankh-Morpork. Los que estaban alrededor del ascensor gigante parecieron más dubitativos. Pero Sam Vimes había aprendido mucho mirando a Lady Sybil. No es que ella actuara así, pero había nacido para eso en una clase que siempre se comportaba de esta manera: iba por el mundo como si no hubiera ninguna posibilidad de que alguien te parara o te hiciera preguntas, y la mayoría de veces funcionaba.

Había más gente en el ruidoso ascensor mientras bajaban. La mayoría eran diplomáticos que Vimes no reconoció, pero ahora había también, en una esquina acordonada, un cuarteto de músicos enanos que tocaban una tranquila pero algo molesta música que taladró el cerebro de Vimes todo el camino.

Cuando las puertas se abrieron, oyó la expresión de alarma de Sybil.

—¡Creí que habías dicho que era como una noche estrellada lo de aquí debajo, Sam!

—Eh, parece que han encendido unas cuantas luces más…

Miles de velas ardían en soportes por todas las paredes de la enorme caverna, pero eran las lámparas de araña lo que atrapaba la atención. Había como una veintena, de al menos cuatro pisos de alto cada una. Vimes, siempre listo para ver los alambres detrás del humo y los espejos, distinguió a los enanos trabajando en grúas y las cestas de velas nuevas que bajaban desde agujeros en el techo. Si el Quinto Elefante no era un mito, esta noche debían de estar quemando al menos uno de sus dedos.

—¡Su Gracia! —Dee avanzaba a través de la multitud.

—Ah, Catador de Ideas —dijo Vimes, mientras el enano se aproximaba— permíteme presentarte la Duquesa de Ankh… Lady Sybil.

—Uh… eh… sí… claro… es un placer conocerla —murmuró Dee, cogido con las defensas bajas por la encantadora ofensiva—. Pero, eh…

Sybil había entendido el código. Vimes detestaba la palabra «Duquesa», así que si la usaba es porque quería que ella duqueseara a todo el mundo. Envolvió la puntiaguda cabeza de Dee con su deliciosa Duquesez.

—¡Señor Dee, Sam me ha hablado tanto de usted! —gorjeó—. ¡Creo haber entendido que usted es el hombre…

—… enano… —siseó Vimes.

—… enano que ocupa el puesto de confianza de Su Majestad! ¡Por favor, ha de decirme como han conseguido una iluminación tan maravillosa!

—Eh, con muchas velas —murmuró Dee, mirando furiosamente a Vimes.

—Creo que Dee quiere discutir un asunto político conmigo, cariño —dijo Vimes suavemente, poniendo su mano en el hombro del enano—. Si me haces el favor de llevar a los otros abajo, me reuniré contigo enseguida, estoy seguro —y supo que ningún poder del mundo evitaría que Sybil barriera en la recepción. Esa mujer podía barrer. Las cosas se quedaban barridas después de que ella hubiera pasado.

—¡Habéis traído un troll, habéis traído un troll! —murmuró Dee.

—Y es un ciudadano de Ankh-Morpork, recuérdalo —dijo Vimes—. Está cubierto por la inmunidad diplomático y un traje bastante malo.

—Incluso así…

—No hay «incluso así» que valga —dijo Vimes.

—¡Estamos en guerra con los trolls!

—Bueno, de esto va la diplomacia, ¿no? —dijo Vimes—. ¿No es una forma de dejar de estar en guerra? De todas formas, creo que la guerra dura quinientos años, así que no hay duda que ninguno lo está intentando con todas sus fuerzas.

—¡Habrá quejas al más alto nivel!

Vimes suspiró.

—¿Más? —dijo.

—¡Algunos dicen que Ankh-Morpork está haciendo deliberadamente alarde de su maldad ante el Rey!

—¿El Rey? —dijo Vimes amablemente—. Todavía no es exactamente el Rey, ¿no? No hasta la coronación, que involucra un determinado… objeto…

—Sí, pero por supuesto eso es una mera formalidad.

Vimes se acercó.

—Pero no lo es, ¿verdad? —dijo suavemente—. Es la cosa y el todo. Sin la magia, no hay rey. Sólo alguien como tú, incomprensiblemente dando órdenes.

—¿Alguien llamado Vimes me da clases sobre la realeza? —preguntó Dee mezquinamente.

—Y sin la cosa, todas las apuestas se cancelan —dijo Vimes—. Habrá una guerra. Explosiones bajo tierra.

Se oyó un pequeño sonido mientras sacaba su reloj y lo miraba.

—Santo cielo, es medianoche —dijo.

—Seguidme —murmuró Dee.

—¿Me vas a llevar a ver algo? —preguntó Vimes.

—No, Vuestra Excelencia. Os voy a llevar a ver donde algo no está.

—Ah. Entonces quiero que venga la Cabo Pequeñotrasero.

¿Esa? ¡Jamás! Eso sería un sacrilegio…

—No, no lo sería —dijo Vimes—. Y eso es porque ella no vendrá con nosotros, porque nosotros no vamos a ir, ¿no es verdad? Sin duda tú no vas a confiar en la representación de una fuerza potencialmente hostil y no le vas a revelar que a tu castillo de naipes le falta una carta en la base, ¿verdad? Por supuesto que no. No estamos teniendo esta conversación. Durante la hora siguiente más o menos nosotros estaremos mordisqueando manjares en esa habitación. Ni siquiera acabo de decir esto, y tú no me has oído decirlo. Pero la Cabo Pequeñotrasero es la mejor oficial para la escena del crimen que tengo, y por eso quiero que venga con nosotros.

—Habéis expuesto vuestras razones, Vuestra Excelencia. Gráficamente, como siempre. Id a buscarla.

Vimes encontró a Cheery espalda contra espalda, o al menos espalda con rodillas, con Detritus. Estaban rodeador por un anillo de curiosos. Cada vez que Detritus levantaba la mano para sorber su bebida, los enanos más cercanos saltaban hacia atrás.

—¿Dónde vamos, señor?

—A ningún sitio.

—Ah. Ese tipo de sitios.

—Pero las cosas han mejorado —dijo Vimes—. Dee ha descubierto un nuevo pronombre, aunque lo escupa.

—¡Sam! —dijo Lady Sybil, avanzando entre el gentío—. ¡Van a representar Hachasangrienta y Martillodehierro! ¿No es maravilloso?

—Eh…

—Es una ópera, señor —susurró Cheery—. Forma parte del Ciclo Koboldeano. Es histórica. Cada enano se la conoce de memoria. Es sobre cómo tenemos leyes, y reyes… y la Torta, señor.

—Yo canté la parte de Martillodehierro cuando la representamos en la Escuela38 —dijo Lady Sybil—. No la versión entera que dura cinco semanas, por supuesto. Sería maravillosa verla representada aquí. Es uno de los grandes romances de la historia.

—¿Romances? —preguntó Vimes—. ¿Como… una historia de amor?

—Sí, por supuesto.

—Hachasangrienta y Martillodehierro eran los dos… eh… no eran los dos… —empezó Vimes.

—Los dos eran enanos, señor —terminó Cheery.

—Ah. Por supuesto —Vimes se dio por vencido. Todos los enanos eran enanos. Si intentabas entender su mundo desde un punto de vista humano todo iba mal.

—Eh, disfruta, cariño. Yo tengo que… El Rey quiere que… Simplemente estaré en otro sitio durante un rato. Política…

Se apresuró a irse, con Cheery siguiéndole detrás.

Dee los guió por túneles oscuros. Cuando la ópera empezó, era sólo un susurro distante, como el mar en una vieja concha.

Finalizaron se pararon al borde de un canal, con sus aguas chapoteando en la oscuridad. Un pequeño bote estaba amarrado ante un guardia. Dee los urgió a subir.

—Es importante que entendáis lo que vais a ver, Vuestra Gracia —dijo Dee.

—Prácticamente nada —dijo Vimes—. Y creía que tenía buena visión nocturna.

Hubo un tintineo en la oscuridad, y una lámpara se encendió. El guardia dirigió el bote bajo un arco hacia un pequeño lago. Lejos del túnel de entrada, las paredes se elevaban completamente perpendiculares.

—¿Estamos en el fondo de un pozo? —preguntó Vimes.

—Esa es una buena manera de describirlo —Dee rebuscó debajo de su asiento. Sacó un metálico cuerno curvado y emitió una nota que rebotó en las paredes de piedra.

Después de unos segundos, otra nota bajó flotando de arriba. Hubo un sonido, como de pesadas y antiguas cadenas.

—Este es un elevador bastante directo comparado con algunos en las montañas —explicó Dee, mientras un disco de acero caía ante la entrada, sellándola—. Hay uno de ochocientos metros de alto que precisa de una serie de barcas.

El agua empezó a bullir a los lados del bote. Vimes vio cómo las paredes empezaban a hundirse.

—Este es el único camino que lleva a la Torta —dijo Dee, detrás de él.

El bote daba sacudidas en la burbujeante agua y las paredes estaban borrosas.

—El agua es desviada hacia depósitos cerca de las cimas. Luego, es simplemente cuestión de abrir y cerrar esclusas, ¿veis?

—Sí —murmuró Vimes, experimentando vértigo y mareo servido en un paquete todo-en-uno de color verde.

Las paredes disminuyeron su velocidad. El bote dejó de sacudirse. El agua los elevó suavemente encima del borde del pozo hacia un pequeño canal donde había un muelle.

—¿Hay guardias debajo? —consiguió preguntar Vimes, poniendo el pie sobre la piedra benditamente sólida.

—Normalmente hay cuatro —dijo Dee—. Esta noche he… arreglado las cosas. Los guardias lo han entendido. Nadie está orgulloso de esto. Debo deciros que desapruebo fervientemente esta iniciativa.

Vimes paseó la mirada por la nueva cueva. Un par de enanos estaban encima de un reborde piedra que dominaba lo que ahora era una plácida piscina. Por lo que parecía, eran los que accionaban la maquinaria.

—¿Proseguimos? —preguntó el enano.

Había un pasaje que salía de la cueva y que rápidamente se estrechó. Vimes tuvo que casi doblarse por la mitad durante un trozo. En un momento, láminas de acero tintinearon bajo sus pies, y notó como se desplazaban ligeramente. Luego se pudo casi enderezar de nuevo, pasando bajo un arco, y allí…

O los enanos habían encontrado una enorme geoda o habían recubierto con gran cuidado esta pequeña cueva con cristales de cuarzo, pero el resultado era que todas las paredes reflejaban la luz de las dos pequeñas velas que se erguían encima de dos pilares en mitad del suelo arenoso. El efecto deslumbró hasta a Vimes después de la oscuridad de los túneles.

—Contemplad —dijo Dee lóbregamente— donde la Torta debería estar.

Una piedra redonda y plana, a medio camino entre las velas y de sólo unos centímetros de alto, claramente no estaba sosteniendo nada.

Detrás de él, el agua emergía burbujeando de un cuenco natural y se dividía en dos riachuelos que fluían alrededor de la torta y desparecían nuevamente en otra chimenea de piedra.

—Muy bien —dijo Vimes—. Cuéntamelo todo.

—Se informó de que faltaba hace tres días —dijo Dee—. Dormilón Dedodelóriga descubrió que había desaparecido cuando entró a cambiar las velas.

—Y su trabajo es…

—Capitán de Velas.

—Ah

—Es un cargo de mucha responsabilidad.

—He visto las lámparas de araña. ¿Y cada cuánto entra aquí?

—Entraba cada día.

—¿Entraba?

—Ya no ocupa su cargo.

—¿Porque es el principal sospechoso?

—Porque está muerto.

—¿Cómo ha ocurrido? —preguntó Vimes, lenta y deliberadamente.

—Se… quitó la vida. Estamos seguros de ello porque tuvimos que echar abajo la puerta de su cueva. Había sido Capitán de Velas durante sesenta años. Creo que no pudo soportar la idea de que sospecharan de él.

—A mí me parece un posible sospechoso.

—No robó la Torta. Sabemos hasta ahí.

—Pero la ropa que vosotros lleváis pueden esconder casi cualquier cosa. ¿Le registraron?

—¡Por supuesto que no! Pero… os lo enseñaré —dijo Dee. Volvió al estrecho corredor de suelo metálico—. ¿Podéis verme, Vuestra Excelencia?

—Sí, por supuesto.

El suelo vibró mientras Dee volvía.

—Ahora voy a llevar algo… Vuestro yelmo, si me permitís. Sólo para la demostración.

Vimes se lo entregó. El Catador de Ideas volvió al corredor. Cuando estaba por la mitad, sonó un gong y dos rejas de metal cayeron del techo. Unos segundos después los guardias aparecieron en la reja más alejada, mirando recelosamente.

Dee les dijo algo. Las caras se esfumaron. Tras unos momentos las rejas se elevaron lentamente.

—El mecanismo es complejo y bastante viejo, pero lo mantenemos en perfecto estado de funcionamiento —dijo, devolviendo a Vimes su yelmo—. Si se lleva más peso al salir que al entrar, los guardias querrán saber por qué. Es inevitable. Es preciso hasta con pesos de poco más de treinta gramos, y no viola la privacidad. La única forma de pasarlo sería volando. ¿Pueden volar los ladrones, Vuestra Excelencia?

—Depende de qué tipo sean —dijo Vimes distraídamente—. ¿Quién más entra?

—Cada seis días, yo mismo y dos guardias inspeccionamos la cámara. La última inspección fue hace cinco días.

—¿Entra alguien más? —preguntó Vimes. Se dio cuenta de que Cheery había cogido un puñado de la blancuzca arena que formaba el suelo de la Cueva de la Torta y la había dejado correr entre sus dedos.

—No últimamente. Cuando el nuevo rey es coronado, por supuesto, la Torta se lleva para propósitos ceremoniales.

—¿Sólo tenéis esta arena blanca aquí?

—Sí. ¿Es eso importante?

Соседние файлы в предмете [НЕСОРТИРОВАННОЕ]