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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes se giró. Un enano, bajo hasta para los estándares enanos, estaba plantado a su espalda. Parecía esperar una réplica.

—Eh, ¿cada decisión?

—Oh, sí.

—Esto, ¿y todas fueron buenas? —preguntó Vimes.

—Lo importante es que todas fueran elaboradas —dijo el Rey—. Gracias, joven…, puedes incorporarte.

Cheery estaba haciendo una reverencia.

—Perdón, pero ¿tendría que estar yo haciendo lo mismo? —dijo Vimes—. Tú no eres el Rey, ¿verdad?

—Todavía no.

—Yo, yo lo, yo lo siento, pero esperaba alguien más, esto…

—Por favor, continúa.

—… alguien con un aspecto más… regio.

El Bajo Rey suspiró.

—Quise decir… Quiero decir que tenéis el mismo aspecto que un enano normal —dijo Vimes débilmente.

Esta vez el Rey sonrió. Era algo más bajo que la media de los enanos, e iba vestido con el habitual casi-uniforme de cuero y cota de mallas forjada en casa. Parecía anciano, pero los enanos empezaban a parecer ancianos alrededor de los cinco años y aun parecía ancianos trescientos años después, y tenía esa cadencia musical al hablar que él asociaba con Llamedos. Si le hubiera pedido a Vimes que le pasara el ketchup en las Delicatessen de Todo Tipo de Tal’dr, Vimes no le hubiera echado una segunda mirada.

—Esto es un asunto diplomático —dijo el Rey—. ¿Creéis que le vais cogiendo el truco?

—No es fácil, tengo que admitirlo… eh, Vuestra Majestad.

—Tengo entendido que habéis sido, hasta ahora, un guardia en Ankh-Morpork.

—Ehh, sí.

—Y tuvisteis un famoso antepasado que, creo, fue un regicida.

Ya está, pensó Vimes.

—Sí, Caradepiedra Vimes —dijo, tan llanamente como pudo—. Sin embargo, siempre he pensado que era un poco injusto. Fue sólo un rey. No es que fuera algo así como una afición.

—Pero a vos no os gustan los reyes —dijo el enano.

—No conozco a demasiados, señor —dijo Vimes, esperando que esto valiera como una respuesta diplomática. Pareció satisfacer al Rey.

—Fui una vez a Ankh-Morpork, cuando era un joven enano —dijo, dirigiéndose hacia una larga mesa llena de montañas de papiros enrollados.

—Ehh, ¿de verdad?

—Adorno de jardín, me llamaron. Y… ¿qué era?… Ah, sí… culobajo. Algunos niños me tiraron piedras.

—Lo siento.

—Supongo que me diréis que estas cosas ya no ocurren.

—Ya no ocurren tanto. Pero siempre encuentras idiotas que no avanzan con los tiempos.

El Rey miró penetrantemente a Vimes.

—Efectivamente. Los tiempos… Pero ahora siempre son los tiempos de Ankh-Morpork, ¿sabéis?

—¿Perdón?

—Cuando la gente dice «Debemos avanzar con los tiempos» lo que quieren decir en realidad es «Tienes que hacerlo a mi manera». Y hay muchos que dirían que Ankh-Morpork es… una especie de vampiro. Muerde, y lo que muerde lo convierte en copias de sí misma. Chupa, también. A todos nos parece lo mejor ir a Ankh-Morpork, donde vivimos en la miseria. Nos dejáis secos.

Vimes estaba perplejo. Era evidente que la pequeña figura sentada ahora en la larga mesa era bastante más lista que él, aunque ahora mismo él se sintiera tan poco brillante como una vela de un penique. Era también evidente que el Rey no había dormido durante bastante tiempo. Decidió ser honesto.

— Realmente no puedo responder a eso, señor —dijo, adoptando una variante de su charla-con-Vetinari—. Pero…

—¿Sí?

—Yo me preguntaría… sabéis, si fuera un rey… Me preguntaría por qué la gente es más feliz viviendo en la miseria de Ankh-Morpork que quedándose en casa… señor.

—Ah. ¿Ahora me decís como debería pensar?

—No, señor. Sólo cómo pienso yo. Hay bares enanos por todo Ankh-Morpork, y tienen herramientas de minería clavadas a las paredes, y van enanos cada noche, bebiendo cerveza y cantando canciones tristes sobre cómo les gustaría estar de vuelta a las montañas excavando en busca de oro. Pero si les dices «Muy bien, las puertas están abiertas, márchate y envíanos una postal», te dirían: «Oh, bueno, sí, me encantaría, pero acabamos de terminar el nuevo taller. Quizás el próximo año iremos a Uberwald».

—Vuelven a las montañas para morir —dijo el Rey.

Viven en Ankh-Morpork.

—¿Y por qué creéis que es así?

—No podría decirlo. Porque nadie les dice cómo tienen que hacerlo, supongo.

—Y ahora queréis nuestro oro y nuestro hierro —dijo el Rey—. ¿Hay algo que podamos conservar.

—No sé eso tampoco, señor. No me entrenaron para este trabajo.

El Rey murmuró algo para sí mismo. Luego, en voz alta, dijo:

—No puedo ofreceros ningún favor, Su Excelencia. Son tiempos difíciles, ¿sabéis?

—Pero mi trabajo real es descubrir cosas —dijo Vimes—. Si hay algo que pueda hacer para…

El Rey empujó los papeles hacia Vimes.

—Vuestras cartas de acreditación, Su Excelencia. Se ha tomado nota de sus contenidos.

Y eso me cierra la boca, pensó Vimes.

—Sin embargo, me gustaría preguntaros una cosa —continuó el Rey.

—¿Sí, señor?

—¿De verdad treinta hombres y un perro?

—No. Eran sólo siete hombres. Maté a uno porque tenía que hacerlo.

—¿Cómo murieron los otros?

—Ehh, víctimas de las circunstancias, señor.

—Bueno, entonces… vuestro secreto está a salvo conmigo. Buenos días, Señorita Pequeñotrasero.

Cheery parecía sorprendida.

El Rey sonrió brevemente.

—Ah, los derechos del individuo, un famoso invento de Ankh-Morpork, o eso dicen. Gracias, Dee, Su Excelencia estaba a punto de irse. Puedes hacer entrar la delegación de Cabeza de Cobre.

Mientras Vimes era guiado hacia el exterior vio otra partida de enanos reunidos en la antesala. Uno o dos de ellos asintieron en su dirección mientras entraban.

Dee se giró hacia Vimes.

—Espero que no hayáis cansado a Su Majestad.

—Algún otro ya lo había hecho, por lo que he visto.

—Son tiempos de insomnio —dijo el Catador de Ideas.

—¿La Torta aún no ha aparecido? —preguntó Vimes inocentemente.

—¡Su Excelencia, si persistís en esta actitud, enviaremos una queja a Lord Vetinari!

—Las espera con ilusión. ¿Es éste el camino de salida?

Fue lo último que dijo hasta que Vimes y sus guardias estuvieron de nuevo en el carruaje y las puertas hacia la luz del día se abrían ante ellos.

De reojo Vimes vio que Cheery temblaba.

—Da sensación, ¿no?, el aire frío después del cálido subsuelo… —aventuró.

Cheery sonrió aliviada.

—Sí, y tanto —dijo la enana.

—Parecía ser bastante decente —dijo Vimes—. ¿Qué es lo que ha murmurado cuando yo he dicho que no había sido entrenado?

—Ha dicho: «¿Y quién sí?», señor.

—Sonaba algo así. Toda esa discusión… no es una tarea de sentarse en el trono y decir «Haz esto, haz lo otro», entonces.

—Los enanos son muy dados a discutir, señor. Por supuesto, muchos no estarían de acuerdo. Pero ninguno de los grandes clanes enanos está contento con la situación. Ya sabe que los de Cabeza de Cobre no quieren a Albrecht, y los de Schmaltzberg no le darían el apoyo a nadie llamado Glodson, los enanos de Ankh-Morpork estaban divididos entre los dos, y Rhys viene de una pequeña clan de minas de carbón cerca de Llamedos que no es lo suficiente importante como para estar en el bando de nadie…

—¿Quieres decir que no llegó a ser rey porque gustara a todo el mundo sino porque no le disgustaba a nadie lo suficiente?

—Exacto, señor.

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