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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes se acercó al borde del témpano e intentó impulsarse fuera del agua, pero el hielo crujió amenazadoramente bajo su peso y varias grietas zigzaguearon por su superficie.

El lobo se acercó, moviéndose con precaución. Vimes hizo otro desesperado intento. Un trozo del hielo se liberó, le golpeó y Vimes desapareció bajo el agua. La criatura esperó unos segundos y luego avanzó unos centímetros sobre el hielo, gruñendo mientras finas grietas se extendían como estrellas bajo sus patas.

Una sombra se movió en las aguas poco profundas de debajo. Hubo una explosión de agua y aliento mientras Vimes atravesaba el hielo debajo del hombre lobo, lo agarraba por la cintura y retrocedía.

Una zarpa rasgó el lateral de Vimes, pero él se agarró tan fuerte como pudo con brazos y piernas mientras ambos se hundían debajo del hielo. Era una desesperada prueba de capacidad pulmonar, lo sabía. Pero él no era el que se acababa de quedar sin aliento. Continuó agarrado, mientras el agua repicaba en sus orejas y la cosa forcejeaba y le arañaba y entonces, cuando no quedaba otra opción que dejarlo ir o ahogarse, se impulsó hacia el aire

Nada le golpeó. Se abrió camino entre el hielo hacia la orilla, se puso de rodillas y apoyando las manos en el suelo se levantó.

El aullido empezó, por todas las montañas.

Vimes levantó la vista. La sangre le corría por los brazos. El aire olía a huevos podridos. Y allí, encima de una colina, a un quilómetro y medio o algo así, estaba la torre del telégrafo.

… con sus paredes de piedra y su puerta que podía ser atrancada…

Avanzó dando bandazos. La nieve de debajo de sus pies daba paso a áspera hierba y musgo. El aire estaba más caliente, pero el calor pegajoso de una fiebre. Y miró alrededor y se dio cuenta de dónde estaba.

Había barro desnudo y rocas ante él, pero aquí y allí, algunas partes se movían y hacían blub.

Mirara donde mirara, había géiseres de grasa. Círculos de grasa amarilla antigua y congelada, tan vieja y rancia que incluso Sam Vimes no hubiera mojado su tostada en ella si no estuviera muy hambriento, rodeaban pequeñas pozas circulares que chisporroteaban. Incluso había cosas negras flotando, que al mirarlas una segunda vez resultaron ser insectos que aprendían lento en una situación de grasa caliente.

Vimes recordó algo que Igor había dicho. Algunas veces, los enanos, al trabajar en los estratos más altos, donde la grasa se había congelado en una especie de sebo milenios atrás, encontraban extraños animales antiguos, perfectamente conservados pero fritos bien crujientes.

Probablemente… Vimes se encontró riendo de puro agotamiento… probablemente rebozados hasta morir.

Múajajajaaaa.

La nieve caía con más fuerza, haciendo que las pozas de grasa salpicaran.

Cayó de rodillas. Todo le dolía. No era sólo que su cerebro escribiera cheques que su cuerpo no podía cobrar. Había ido más allá de eso. Ahora sus pies pedían prestado dinero que sus piernas no tenían, y los músculos de su espalda buscaban calderilla debajo de los cojines del sofá.

Y aún nada surgía a su espalda. Ya deberían de haber cruzado el río…

Entonces vio a uno. Podría haber jurado que no estaba allí hacía un momento. Otro apareció corriendo desde detrás de un cercano montón de nieve.

Se sentaron observándolo.

—¡Venga, pues! —gritó Vimes—. ¿Qué estáis esperando?

Las pozas de grasa siseaban y burbujeaban alrededor de Vimes. Pero aquí se estaba caliente. Si ellos no se iban a mover, él tampoco.

Se fijó en un árbol en el extremo de los géiseres de grasa. Parecía medio muerto, con salpicaduras grises en la punta de las ramas más largas, pero también parecía que se podía trepar a él. Se concentró en ello, intentó estimar la distancia y la velocidad que podía alcanzar.

Los hombres lobo también se giraron para mirar el árbol.

Otro había entrado en el claro por una dirección distinta. Ahora había tres observándole.

Se dio cuenta de que no iban a correr hasta que él lo hiciera. Si no, no sería divertido.

Se encogió de hombros, dio la espalda al árbol… y entonces se giró otra vez y corrió. A medio camino temió que su corazón se le fuera a escapar por la garganta, pero continuó corriendo, saltó torpemente, alcanzó una rama baja, resbaló, jadeando consiguió ponerse en pie, agarró otra vez la rama y consiguió subir, esperando a cada segundo la primera minúscula perforación cuando los dientes desgarraran su piel.

Se balanceó encima de la madera grasienta. Los hombres lobo no se habían movido, pero lo observaban con interés.

—¡Vosotros, hijos de puta! —gruñó Vimes.

Las criaturas se levantaron y se acercaron cuidadosamente al árbol, sin apresurarse. Vimes subió un poco más alto.

—¡Ankh-Morpork! ¡Señor Civilizado! ¿Dónde están vuestras armas ahora, Ankh-Morpork?

Era la voz de Wolfgang. Vimes miró los montículos de nieve, que ya se estaban llenando de sombras violetas mientras la tarde moría.

—¡Me he encargado de dos de vosotros! —gritó.

—¡Sí, tendrán unos buenos dolores de cabeza más tarde! ¡Somos hombres lobo, Ankh-Morpork! ¡Bastante difíciles de detener!

—Has dicho que…

—¡Vuestro Señor Sleeps podía correr mucho más rápido que vos, Ankh-Morpork!

—¿Lo suficiente rápido?

—¡No! ¡Y el hombre del sombrero negro podía también luchar mejor que vos!

—¿Lo suficiente bien?

—¡No! —gritó Wolfgang alegremente.

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