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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes odiaba y despreciaba los privilegios de su rango, pero había de admitir esto: al menos comportaban que los podías odiar y despreciar cómodamente.

Willikins llegaría a una posada una hora antes que lo hiciera el carruaje de Vimes y, con una arrogancia que Vimes nunca se atrevería a emplear, tomaría varias habitaciones y instalaría al propio cocinero de Vimes en la cocina. Vimes se quejó de esto a Iñigo.

—Pero, veréis, Vuestra Gracia, vos no estáis aquí como un individuo, sino como Ankh-Morpork. Cuando la gente os mira, ven la ciudad, mmm, mmm.

—¿Si? ¿Debería dejar de lavarme?

—Eso es muy gracioso, señor. Pero veréis, señor, vos y la ciudad sois uno. Mmm, mmm. Si sois insultados, Ankh-Morpork es insultada. Si vos ofrecéis amistad, Ankh-Morpork ofrece amistad.

—¿De verdad? ¿Qué ocurre cuándo voy al lavabo?

—Eso depende de vos, señor. Mmm, mmmf.

Durante el desayuno la mañana siguiente Vimes rompió la punta de un huevo pasado por agua, pensando: es Ankh-Morpork rompiendo la punta de un huevo pasado por agua. Si corto mi tostada con forma de soldaditos probablemente estamos en guerra.

La Cabo Pequeñotrasero entró con prudencia y saludó.

—Su mensaje ha vuelto, señor —dijo, dándole una hoja de papel—. Del Sargento Fuertenelbrazo. Lo he descifrado por usted. Eh… la Torta del Museo ha sido hallada, señor.

—Bueno, eso es el otro zapato que ha caído —dijo Vimes—. Estuve preocupado durante un instante.

—Eh, de hecho, el Guardia Shoe está molesto con eso —dijo Cheery—. Es algo difícil seguir lo que dice, pero cree que alguien ha hecho una copia de ella.

—¿Qué, una copia de una copia? ¿Para qué?

—No lo sé, señor. Su otra… conjetura era correcta.

Vimes miró el papel.

—Ja. Gracias, Cheery. Bajaremos en seguida.

—Canturreas, Sam —dijo Sybil tras un rato—. Eso significa que algo horroroso le va a ocurrir a alguien.

—Es una cosa maravillosa, la tecnología —dijo Vimes, poniendo mantequilla a una tostada—. Puedo ver su utilidad.

—Y cuando sonríes de una forma tan brillante es que alguien está jugando como un idiota y no sabe que acabas de sacar un seis.

—No sé qué quieres decir, cariño. Es probablemente el aire del campo que me hace bien.

Lady Sybil bajó la taza del té.

—¿Sam?

—¿Sí, cariño?

—Este no es probablemente el mejor momento para mencionarlo, pero ¿recuerdas que te dije que había ido a ver a la anciana Señora Dicha? Bueno, pues ella dice…

Alguien llamó a la puerta. Lady Sybil suspiró.

Esta vez fue Iñigo quien entró.

—Deberíamos irnos, Vuestra Gracia, si no os importa. Me gustaría que estuviéramos en Slake a la hora del almuerzo y que hayamos cruzado el paso de Wilinus antes de que se haga de noche, mmm, mmm.

—¿Tenemos que apresurarnos tanto? —suspiró Sybil.

—El paso es… ligeramente peligroso —explicó Iñigo—. Un poco fuera de la ley. Mmm, mmm.

—¿Sólo un poco? —preguntó Vimes.

—Me sentiré mejor cuando lo hayamos dejado atrás —dijo Iñigo—. Sería una buen idea que el segundo carruaje nos siga muy de cerca y que vuestros hombres estén alerta, Vuestra Gracia.

—Os enseñan estrategia en el despacho político de Lord Vetinari, ¿verdad, Iñigo? —comentó Vimes.

—Sólo es sentido común, mmm, mmm, señor.

—¿Por qué no esperamos hasta mañana para intentar cruzar el paso?

—Con respeto, Vuestra Gracia, os sugiero que no. Por un lado, el tiempo está empeorando. Y estoy seguro que estamos siendo observados. Debemos demostrar que no hay amarillo en la bandera de Ankh-Morpork, mmm, mmm23.

—Sí que lo hay —dijo Vimes—. En el búho y en los collares de los hipopótamos.

—Quiero decir —rectificó Iñigo—, que los colores de Ankh-Morpork no desaparecen.

—Eso sólo desde que conseguimos esos nuevos colorantes —dijo Vimes—. Muy bien, muy bien. Sé lo que quieres decir. Pero, oye, no voy a exponer a los sirvientes si hay algún peligro. Y no hay discusión, ¿de acuerdo? Pueden quedarse aquí y coger el carro del correo de mañana. Nadie ataca ya los carros del correo.

—Sugiero que Lady Sybil se quede aquí también, señor. Mmm.

—Jamás —replicó Sybil—. ¡No quiero ni oír hablar de quedarme! Si no es demasiado peligroso para Sam, no es demasiado peligroso para mi.

—Yo de ti no discutiría con ella —dijo Vimes a Iñigo—. De verdad que no lo haría.

El lobo no estaba muy contento de que lo ataran a un árbol, pero como Gaspode decía, no confíes en nadie.

Se había parado un rato en un bosque a unos ocho kilómetro de la ciudad. Sería una parada corta, había dicho Zanahoria. Algunas personas de las que había en la plaza tenían el aspecto de aquellas que atesoraban su falta de sentido del humor.

Después de algunos ladridos y gruñidos, Gaspode dijo:

—Tienes que entender que el compañero aquí no es una persona non gratis en la sociedad lupina local, siendo un, ajajá, lobo solitario…

—¿Sí? —Zanahoria estaba sacando los pollos asados de la alforja. Los ojos de Gaspode se quedaron clavados en ellos.

—Pero oye los aullidos en la noche.

—Ah, ¿los lobos se comunican?

—Básicamente el aullido del lobo es sólo otra forma de mearte en un árbol para decir que es tu condenado árbol, pero también hay siempre algunas noticias. Algo pastoso ocurre en Uberwald. No sabe el qué —Gaspode bajó la voz—. Entre tú y yo, nuestro amigo de aquí estaba bien escondido detrás de la puerta el día que se repartieron los cerebros. Si los lobos fueran gente, él sería Viejo Apestoso Ron24.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó Zanahoria pensativamente.

Gaspode le echó a Zanahoria una Mirada. ¿Qué importaba cómo se llamaba un lobo?

—Los nombres de lobo son difíciles —empezó—. Son más como una descripción, ¿sabes? No es como si te llamaras Sr. Snuggles o Bonzo, entiéndelo.

—Sí, lo sé. Así que, ¿cuál es su nombre?

—¿Quieres saber su nombre, entonces?

—Sí, Gaspode.

—Así que, efectivamente, es el nombre de este lobo lo que quieres saber?

—Correcto.

Gaspode dudó algo inquieto.

—Ano —dijo.

—Oh —Para la franca sorpresa del perro, Zanahoria enrojeció.

—Es básicamente un resumen, pero es una traducción bastante buena —dijo—. No lo habría mencionado, pero como lo has preguntado

Gaspode se detuvo y gimió durante un instante, intentado enviar el mensaje que estaba perdiendo su voz debido a la escasez de pollo.

—Eh, los aullidos hablan mucho de Angua —continuó, cuando Zanahoria pareció incapaz de pillar la indirecta—. Eh, creen que ella es una mala noticia.

—¿Por qué? Viaja como loba, después de todo.

—Los lobos odian a los hombres lobo.

—¿Qué? ¡Eso no puede ser! ¡Cuando tiene forma de lobo es como un lobo!

—¿Y? Cuando tiene forma de persona es como una persona. ¿Y qué tiene eso que ver con algo? A la gente no le gustan los hombres lobo. A los lobos no les gustan los hombres lobo. A la gente no le gustan los lobos que pueden pensar como la gente, y a la gente no le gusta la gente que puede actuar como lobos. Lo que te demuestra que la gente es igual en todas partes —dijo Gaspode. Evaluó esta frase y añadió—. Incluso cuando son lobos.

—Nunca me lo había planteado así.

—Y ella huele de una forma rara. Los lobos son muy sensibles en estas cosas.

—Cuéntame más de los aullidos.

—Oh, es como vuestro telégrafo. Las noticias se extienden centenares de kilómetros.

—¿Los aullidos… mencionan a su… compañero?

—No, si quieres, se lo preguntaré a An…

—Preferiría otro nombre, si a ti te da igual —dijo Zanahoria—. Las palabras así no son útiles.

Gaspode puso los ojos en blanco.

—No hay nada malo en esa palabra entre nosotros, las criaturas pedestremente dotadas —explicó—. Nos guiamos por el olfato —suspiró—. ¿Qué tal «vagabundo25»? ¿En el sentido de, eh, trabajador de paso? Es un estrangulador de pollos independiente, ¿algo así?

Se giró hacia el lobo y le habló en perruno:

—Y ahora, Vagabundo, este humano está loco y créeme, sé reconocer a un humano loco cuando lo veo. Echa espuma por dentro y te arrancará el pellejo y lo clavará a un árbol si no eres sincero con nosotros, ¿vale?

—¿Qué es lo que le has dicho? —preguntó Zanahoria.

—Le he explicado que somos amigos —contestó Gaspode. Al acobardado lobo le ladró—: Bien, probablemente te lo va a hacer como sea, pero le puedo hablar, así que tú única oportunidad es contárnoslo todo…

—¡No sé nada! —gimoteó el lobo—. ¡Ella estaba con el gran él—lobo de Uberwald! ¡Del Clan Que Huele Así!

Gaspode aspiró por la nariz.

—Está lejos de casa, entonces.

—¡Él es un lobo problemático!

—Dile que le daré pollo asado por las molestias —dijo Zanahoria.

Gaspode suspiró. Era una vida dura, la del intérprete.

—Muy bien —gruñó—. Le convenceré de que te desate. Costará un poco, eso sí. Si te ofrece un pollo, no lo cojas, porque está envenenado. Humanos, ¿eh?

Zanahoria observó como el lobo huía a toda prisa.

—Que extraño —comentó—. Cualquiera hubiera creído que estaría hambriento, ¿verdad?

Gaspode levantó la vista de los pollos asados.

—Lobos, ¿eh? —dijo, vagamente.

Esa noche, cuando oyeron los lobos aullando en las lejanas montañas, Gaspode captó un solitario y triste aullido detrás de ellos.

Las torres los siguieron también en las montañas aunque, como Vimes advirtió, había algunas diferencias en la construcción. Las de las llanuras eran más o menos sólo una estructura de madera con un cobertizo en la punta, pero aquí, aunque el diseño era el mismo, era evidente que sólo era provisional. Al lado, varios hombres instalaban una pesada base de piedra, fortificaciones, tal como se dio cuenta, lo que significaba que estaba realmente fuera de la ley. Por supuesto, técnicamente él había estado fuera de su ley desde que había dejado Ankh-Morpork, pero la ley estaba donde podías realizar una acusación y actualmente una insignia de la Guardia de la Ciudad al menos impondría respeto, si no cooperación real, en todas las llanuras. Aquí arriba, era sólo un feo broche.

Slake resultó ser una posada de muros de piedra y poco más. Tenía, por lo que vio Vimes, contraventanas muy pesadas. También tenía lo que creyó que era una extraña parrilla de hierro en la chimenea hasta que se dio cuenta de lo que era, algo así como una puerta de hierro que podía bloquear la chimenea. Este sitio esperaba resistir el ocasional asedio que podía incluir enemigos con la capacidad de volar.

Caía aguanieve cuando volvieron a los carruajes.

—Se acerca una tormenta, mmm, mmm —dijo Iñigo—. Tendremos que apresurarnos.

—¿Por qué? —preguntó Sybil.

—El paso probablemente estará cerrado por varios días, señora. Si esperamos, nos podríamos perder hasta la coronación. Y… eh… podría haber una ligera actividad por parte de los bandidos…

—¿Una ligera actividad por parte de los bandidos? —repitió Vimes.

—Sí, señor.

—Quieres decir que se levantan y deciden volverse a la cama? ¿O sólo roban lo suficiente para una taza de café?

—Muy gracioso, señor. Son conocidos por sus secuestros…

—Los bandidos no me asustan —dijo Sybil.

—Si me permiten… —empezó Iñigo.

—Señor Skimmer —dijo Lady Sybil, levantándose en toda su amplitud—. Ya le he explicado, de hecho, lo que vamos a hacer. Ocúpese de ello, por favor. Hay criados en el consulado, ¿verdad?

—Hay uno, creo…

—Entonces lo haremos lo mejor posible. ¿Verdad, Sam?

—Ciertamente, cariño.

Nevaba con fuerza cuando salieron, en grandes copos que caían con un suave y húmedo hiss, que atenuaba todos los otros sonidos. Vimes no hubiera sabido que habían llegado al paso si los carruajes no se hubieran detenido.

—El carruaje con vuestros… hombres debería ir delante —dijo Iñigo, mientras esperaban en la nieve al lado de los caballos humeantes—. Nosotros deberíamos seguirlos justo detrás. Yo iré con el conductor, por si acaso.

—¿Así si somos atacados por alguien puedes darle un breve resumen de la situación política? —preguntó Vimes—. No, irás dentro con Lady Sybil, y yo iré en el pescante. Tienes que proteger los civiles, ¿eh?

—Vuestra Gracia, Yo…

—De todas formas, tu consejo es apreciado en lo que vale —continuó Vimes—. Tú vas dentro, señor Skimmer.

El hombre abrió la boca. Vimes levantó una ceja.

—Muy bien, Vuestra Gracia, pero es extremadamente…

—Bien hecho.

—Me gustaría, en ese caso, que bajaran mi maleta de cuero del techo.

—Perfectamente. Un poco de búsqueda de datos te hará concentrarte en otras cosas.

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