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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes había sacado el cohete de su tubo. Miró a Iñigo interrogativamente.

—No se disparan hasta que no enciendes la carga que tienen en la base —dijo—. Son seguros. Y son un arma estúpida, porque no puedes hacer que apunten a un jodido lugar en concreto, y además están hechos de cartón. Venga, subámoslo al tejado.

—No hasta que oscurezca, Vuestra Gracia, mmm. Así dos o tres torres a cada lado la verán, no sólo la que está más cerca.

—Pero si la torre que está más cerca vigila, sin duda verán…

—No sabemos si hay alguien allí que pueda ver, señor. Quizás lo que ha pasado aquí también ha pasado allí. ¿Mmm?

—¡Por todos los dioses! No pensarás que…

—No, yo no pienso, señor: soy un funcionario. Yo aconsejo a otra gente, mmm, mmf. Y ellos son los que piensan. Mi consejo es que esperar una hora o dos no hará daño, señor. Mi consejo es que volváis con Lady Sybil ahora, señor. Lanzaré una bengala en cuanto se haga de noche y volveré a la embajada.

—Espera, yo soy el Comandante…

—No aquí, Vuestra Gracia. ¿Recordáis? Aquí sois un civil, mmm, mmm. Yo estaré seguro…

—Los de aquí no lo estaban.

—No eran yo, mmm, mmm. Por el bien de Lady Sybil, Vuestra Gracia, os aconsejo que os marchéis ahora.

Vimes vaciló, odiando el hecho que Iñigo no sólo tuviera razón sino que además, a pesar de su fachada de estupidez, estuviera pensado como él debería hacerlo. Se suponía que él sólo había salido a dar un paseo por la tarde con su esposa, por todos los diablos.

—Bueno, de acuerdo. Sólo una cosa: ¿por qué estás aquí?

—La última vez que vieron a Sleeps, venía hacia aquí con un mensaje.

—Ah. Y supongo que acierto si digo que tu Señor Sleeps no era exactamente el tipo de diplomático que reparte bocadillos de pepinos.

Iñigo sonrió ligeramente.

—Exacto, señor. Era… de la otra clase. Mmm.

—De tu clase.

—Mmm. Y ahora marchaos, Vuestra Gracia. El sol se pondrá pronto. Mmm, mmm.

El cabo Nobbs, Presidente y Fundador del Gremio de Guardias, inspeccionó sus tropas.

—Muy bien, una vez más —dijo—. ¿Qué queremos?

El comité para la huelga había estado reunido durante bastante tiempo, y la reunión había sido en un bar. Los guardias ya estaban algo olvidadizos.

El guardia Ping levantó la mano.

—Eh… un procedimiento adecuado para protestar, un comité de quejas, una revisión del sistema de ascensos… eh…

—… mejor vajilla en la cantina —ayudó alguien.

—… cese de injustificadas acusaciones de robos azucariles… —dijo alguien más.

—... no más de siete días seguidos de guardias nocturnas...

—… un incremento en el suministro de botas…

—… al menos tres tardes libres al año para funerales de abuelas…

—… no tener que pagar por la comida de nuestras propias palomas…

—… otro trago.

Esta última demanda mereció la aprobación general.

El Guardia Shoe se puso en pie. Aún era, en su tiempo libre, el organizador de la Campaña para los Derechos de los Muertos, y sabía cómo iban estas cosas.

—No, no, no, no, no —dijo—. Tenéis que hacerlo más simple. Tiene que ser repetitivo. Y tener ritmo. Como «¿Qué queremos? Dum-da-dum-da. ¿Cuando lo queremos? ¡Ahora!». ¿Veis? Necesitáis una demanda simple. Probemos otra vez. ¿Qué queremos?

Los guardias se miraron unos a otros, sin que ninguno quisiera ser el primero.

—¿Otro trago? —propuso alguien.

—¡Sí! —dijo alguien detrás—. ¿Cuando lo queremos? ¡AHORA!

—Bueno, eso parece haber funcionado —dijo Nobby, mientras los guardias se amontonaban en la barra—. ¿Qué más vamos a necesitar, Reg?

—Carteles para el piquete —contestó el Guardia Shoe.

—¿Tenemos que organizar un piquete?

—Claro.

—En ese caso —dijo Nobby firmemente—, hemos de tener un gran bidón de metal para quemar leña dentro mientras estamos en el piquete.

—¿Por qué? —preguntó Reg.

Tienes que estar alrededor del tambor calentándote las manos —dijo Nobby—. Así es como la gente sabe que eres un piquete oficial y no una pandilla de vagabundos.

—Pero somos una pandilla de vagabundos, Nobby. La gente cree que lo somos, al menos.

—Muy bien, pero seamos de los que están calentitos.

El sol sólo sobresalía un dedo por encima del Borde cuando la carroza de Vimes se alejó de la torre. Igor azuzó a los caballos con el látigo. Vimes miró por la ventana al borde la carretera, a unos palmos de distancia y varios cientos de metros por encima del río.

—¿Por qué vamos tan rápido? —gritó.

—Tenemosh que eshtar en casha antesh de la pueshta de shol —gritó Igor—. Esh la tradishión

El rojizo sol se movía entre cortinas de nubes.

—Oh, cariño, déjale, si hace al pobre contento —dijo Lady Sybil, cerrando la ventana—. Vimes, ¿qué ha pasado en la torre?

—No quiero preocuparte, Sybil.

—Bueno, ahora que ya me has preocupado de verdad, me lo puedes contentar. ¿De acuerdo?

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