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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes continuó callado. Dee era mejor que Lo He Hecho Duncan.

—¡Todo el mundo que sale de la Cueva de la Torta es cuidadosamente examinada! ¡Es imposible llevarse la Torta! ¡Está perfectamente segura! —Dee gritaba ahora.

—Ah, entiendo —dijo Vimes suavemente.

—¡Bien!

Así pues no la habéis encontrado todavía.

Dee abrió la boca, la cerro de nuevo, y luego se tiró hacia atrás con su silla violentamente.

—Creo, Vuestra Gracia, que deberías…

La puerta en el otro extremo de la habitación se abrió. Otro enano, con forma de cono por su vestimenta, entró, se paró, miró con ojos deslumbrados a su alrededor, volvió de donde había salido, gritó algo a quienquiera que estuviera detrás, y luego salió de la habitación. Se paró en seco cuando casi chocó con Vimes.

El enano levantó la cabeza para mirarle. No había ninguna cara de verdad allí, sólo el indicio del brillo de unos ojos enfadados entre las solapas de cuero.

¿Arnak-Morporak?

—Sí.

Vimes no entendió las palabras que siguieron, pero el tono soez era inequívoco.

Lo importante era no dejar de sonreír. Eso era lo diplomático.

—Vaya, gracias —dijo—. ¿Puedo decir que…?

El enano gruñó. Había visto a Cheery.

¡Ha’ak! —gritó.

Vimes oyó un grito contenido. Había otros enanos amontonados en la puerta. Luego miró a Cheery, que tenía los ojos cerrados y temblaba.

—¿Quién es este enano? —preguntó a Dee.

—Es Albrecht Albrechtson —dijo el Catador de Ideas.

—¿El subcampeón?

—Sí —dijo Dee ásperamente.

—Entonces le puedes decir a la criatura que si vuelve a utilizar esa palabra en mi presencia o en la de mi personal, habrá, como decimos los diplomáticos, repercusiones. Envuelve esto en diplomacia y pásaselo, por favor.

Vimes oyó un indicio muy débil de que no todos los enanos que escuchaban desconocían su idioma. Un par de enanos ya se dirigían decididamente hacia ellos.

Dee barbotó un torrente de histérico enanés sólo mientras los otros enanos cogían al boquiabierto Albrecht y lo alejaron educada pero firmemente, pero no antes que uno de ellos murmurara algo al Catador de Ideas.

—El, ehh, el Rey desea veros —musitó.

Vimes miró la puerta. Más enanos la cruzaban rápidamente ahora. Algunos iban vestidos en lo que Vimes consideraba ropas «normales» para un enano, otros llevaban las pesadas vestimentas de cuero de los clanes profundos. Todos lo miraron mientras pasaban.

Entonces el suelo se quedó vacío hasta la puerta.

—¿Tú también vienes? —preguntó.

—No, a menos que él no me requiere —dijo Dee—. Os deseo suerte, Vuestra Encargadencia.

Detrás de la puerta había una habitación llena de estanterías que se extendían a lo alto y a lo largo. Aquí y allí una vela simplemente cambiaba la densidad de la oscuridad. Pero había muchas velas, brillando en la distancia. Vimes se preguntó lo grande que esta sala debía ser.

—Aquí hay un registro de cada boda, cada nacimiento, cada muerte, cada movimiento de un enano de una mina a la otra, la sucesión del rey en cada mina, el progreso de cada enano en su k'zakra, peticiones para excavar, la historia de hachas famosas… y otros asuntos dignos de mención —dijo una voz detrás de él—. Y quizás lo más importante, cada decisión tomada bajo la ley enana durante quince centenares de años está apuntada en esta habitación, observad.

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