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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes miró al otro lado del puente levadizo. Unas figuras se amontonaban en la oscuridad: la luz de las antorchas brilló en las armaduras y las armas que bloqueaban el camino.

—Bueno, las cosas no podrían ponerse peor —dijo.

—Oh, sí que podrían si tuviéramos serpientes aquí con nosotros —dijo Lady Sybil.

Zanahoria se giró al oír el principio de la carcajada de Vimes.

—¿Señor?

—Oh, nada, capitán. Sigue vigilando esos hijos de puta, por favor. Nos podemos encargar de los soldados más tarde.

—Sólo di la palabra, señor —dijo Detritus.

—Esstáiss atrrapadoss ahorra —gruñó la Baronesa—. ¡Guarrdias! ¡Hassed vuesstrro trrabajo!

Una figura estaba cruzando el puente, llevando una antorcha. El Capitán Tantony llegó a la altura de Vimes y lo miró con fiereza.

—Apartaos, señor —dijo—. ¡Apartaos, o por todos los dioses, embajador o no, os arrestaré!

Sus ojos se encontraron. Entonces Vimes apartó la mirada.

—Dejémosle —dijo—. El tipo ha decidido que tiene un trabajo que hacer.

Tantony asintió ligeramente y luegó cruzó el puenta hasta que estuvo a unos palmos de la Baronesa. Saludó.

—¡Llévate esta gente! —ordenó Serafine.

—¿Lady Serafine von Uberwald? —preguntó Tantony inexpresivamente.

—¡Sabes quién soy, hombre!

—Deseo hablar con vos sobre varias acusaciones hechas en mi presencia.

Vimes cerró los ojos. Oh, pobre estúpido idiota… Yo no quería que tú en realidad…

¿Que tú qué? —preguntó la Baronesa.

—Se ha alegado, señora, que un miembro o miembros de vuestra familia han estado involucrados en una conspiración para…

—¡Cómo te atrrrevesss! —gritó Serafine.

Y Wolfgang saltó, y el futuro se convirtió en una serie de imágenes intermitentes.

En medio del aire, se transformó en lobo.

Vimes agarró por debajo la ballesta de Detritus y la elevó al mismo tiempo que el troll tiraba del gatillo.

Zanahoria corría antes de que Wolfgang aterrizara en el pecho de Tantony.

El sonido de la ballesta rebotó por todo el castillo, por encima del ruido de una millar de zumbantes fragmentos hendiendo el cielo.

Zanahoria alcanzó a Wolfgang en una plancha. Golpeó al lobo con su hombro y los dos rodaron por el suelo.

Entonces, como un espectáculo animado de linterna mágica llegando retrasado a la velocidad correcta, la escena explotó.

Zanahoria se puso en pie y…

Debe ser porque estamos en el extranjero, pensó Vimes. Intenta hacer las cosas correctamente.

Había adoptado una actitud defensiva con el hombre lobo, los puños cerrados, una postura sacada directamente de la Figura 1 de El noble arte de la lucha a puño desnudo, que parecía impresionante hasta que tu oponente te rompía la nariz con una jarra de cerveza.

Zanahoria tenía una pegada de hierro, y cazó con un par de buenos puñetazos a Wolfgang mientras se levantaba.

El hombre lobo pareció más perplejo que herido. Entonces cambió de forma, agarró un puño con ambas manos y lo apretó con fuerza. Para horror de Vimes avanzó sin aparente esfuerzo, forzando a Zanahoria a retroceder.

—No intentes nada, Angua —dijo Wolf, sonriendo alegremente—. O le romperé el brazo. ¡Oh, a lo mejor le rompo el brazo igualmente! ¡Sí!

Hasta Vimes oyó el crujido. Zanahoria se puso blanco. Alguien que sostiene un brazo roto tiene todo el control que ellos necesitan. Otro idiota, pensó Vimes. ¡Cuando están en el suelo no se les deja levantar! ¡Condenado Marqués de Fantaillé! Mantener el orden con el beneplácito de la gente era una buena teoría, pero tenías que conseguir que tu oponente yaciera en el suelo sin sentido primero.

—¡Ah! ¡Y tiene otros huesos! —dijo Wolfgang empujando a Zanahoria. Miró hacia Angua—. Retrocede, retrocede. ¡O le haré más daño! ¡No, le haré más daño igualmente!

Entonces Zanahoria le pegó una patada en el estómago.

Wolfgang retrocedió tambaleándose, pero lo convirtió en un salto hacia atrás con un mortal en medio del aire. Aterrizó con suavidad, saltó hacia el sorprendido Zanahoria y le pegó dos puñetazos en el pecho.

Los golpes sonaron como palas golpeando cemento fresco.

Wolfgang agarró a Zanahoria mientras caía, lo levantó por encima de su cabeza con una sola mano y lo arrojó al puente a los pies de Angua.

—¡Hombre Civilizado! —gritó—. ¡Aquí lo tienes, hermana!

Vimes oyó un sonido a su lado. Gavin miraba fijamente, haciendo apremiantes ruiditos con su garganta. Una pequeña parte de Vimes, el pequeño centro de cinismo duro como la roca pensó: muy bien, todo tuyo, entonces.

Salía vapor de Wolfgang. Brillaba a la luz de las antorchas. El pelo rubio alrededor de sus hombros brillaba como una resbaladiza aureola.

Angua se arrodilló al lado del cuerpo, con la cara impasible. Vimes había esperado un grito de rabia.

La oyó llorar.

Al lado de Vimes, Gavin gimió. Vimes miró al lobo. Miró a Angua tratando de levantar a Zanahoria y luego miró a Wolfgang. Y luego volvió a empezar.

—¿Alguien más? —preguntó Wolfgang, bailando a un lado y al otro sobre las tablas del puente—. ¿Qué tal vos, Civilizado?

—¡Sam! —siseó Sybil—. No puedes…

Vimes desenfundó la espada. No iba a suponer ninguna diferencia. Wolfgang no jugaba ahora, no golpeaba y se iba corriendo. Esos brazos podían encajar un puño en la caja torácica de Vimes y salir por el otro lado.

Una nube lo pasó a la altura del hombro. Gavin atacó a Wolfgang en la garganta, derribándolo. Rodaron por el puente, con Wolfgang cambiando otra vez a la forma de lobo para enfrentar mandíbulas con mandíbulas. Se separaron, dando vueltas, y se lanzaron uno contra el otro de nuevo.

Como en sueños, Vimes oyó una pequeña voz decir:

—El tipo ese no duraría ni cinco minutos en casa luchando así. ¡Al idiota cabronazo ese lo van a hacer puré, luchando así! ¡Que le den al condenado Marqués de Fantaillé!

Gaspode estaba sentado bien erguido, moviendo la rechoncha cola.

—¡El muy idiota! ¡Así es como ganas una pelea de perros!

Mientras los lobos rodaban y rodaban por el suelo, con Wolfgang destrozando el abdomen de Gavin, Gaspode llegó gruñendo y ladrando y se lanzó en la dirección general de los cuartos traseros del hombre lobo.

Hubo un ladrido agudo. Los gruñidos de Gaspode se convirtieron en algo amortiguado. Wolfgang saltó verticalmente. Gavin salió volando. Los tres golpearon el parapeto del puente a la vez, tiraron abajo las resquebrajadas piedras, colgaron durante un instante en una bola de gruñidos, y luego cayeron a la rugiente blancor de las aguas del río.

Todo, desde el momento en que Tantony había cruzado el puente, había durado mucho menos de un minuto.

La Baronesa miraba hacia la garganta de debajo. Sin quitarle el ojo, Vimes habló a Detritus.

—¿Estás seguro de que eres a prueba de hombres lobo, sargento?

—Bastante, señor. Además, ya tener la ballesta cargada otra vez.

—Entra en el castillo y trae al Igor de dentro, entonces —dijo Vimes, calmadamente—. Si cualquiera intenta pararte, dispárale. Y dispara a cualquiera que esté a su lado.

—No problemo, señor.

—No estamos en casa del Señor Razonable, sargento.

—Yo no haber oído a ese llamar a la puerta, señor.

—Ve, entonces. ¿Sargento Angua?

Ella no levantó la vista.

—¡Sargento Angua!

Ahora sí levantó la vista.

—¿Cómo puede estar tan… tan calmado? —gruñó ella—. Zanahoria está herido.

—Lo sé. Ve y habla con ese guardias que hay al otro lado del puente. Parecen asustados. No quiero ningún percance. Los vamos a necesitar. Cheery, cubre a Zanahoria y al muchacho con algo. Mantenlos calientes.

Ojalá yo tuviera algo con lo que mantenerme caliente, pensó. Los pensamientos fluyeron lentamente, como gotas de agua helada. Sintió que el hielo caería crujiendo de él si se movía, que la escarcha brillaría en sus pisadas, que su mente estaba llena de frío.

—Y ahora, señora —dijo, girándose hacia la Baronesa—, me daréis la Torta de Piedra.

—¡Wolfgang volverá! —siseó la Baronesa—. ¡Esa caída no es nada! ¡Y os encontrará!

—Por última vez… la piedra de los enanos.

Los lobos esperan allí fuera. Los enanos esperan abajo en la ciudad. Dame la piedra, y quizás todos sobrevivamos. Esto es diplomacia. No me hagas probar otra cosa.

—Sólo tengo que decir la palabra…

Angua empezó a gruñir.

Sybil se acercó a grandes pasos a la Baronesa y la agarró.

—¡Nunca contestaste ni una carta! ¡Todos esos años en que te escribí!

La Baronesa la miró sorprendida, como mucha gente cuando se enfrentaban con los incisivos non sequitur de Sybil.

—Si sabéis que tenemos la Torta —le dijo a Vimes—, entonces sabéis que no es la auténtica. ¡Y un gran bien le haría a los enanos!

—Sí, mandaste que la hicieran en Ankh-Morpork. ¡Hecha en Ankh-Morpork! Lo tendrían que haber grabado en la parte de abajo. Pero alguien mató al hombre que la hizo. Eso es asesinato. Va contra la ley —Vimes hizo un gesto con la cabeza hacia la Baronesa—. Es algo que tenemos.

Gaspode se arrastró fuera del agua y se quedó de pie, temblando sobre los guijarros de la orilla. Cada parte de su cuerpo parecía magullada. Tenía un asqueroso tintineo en los oídos. De una de sus patas goteaba sangre.

Los últimos minutos habían sido algo brumosos, pero recordaba que habían involucrado un montón de agua que le había golpeado como un martillo.

Se sacudió. Su pelaje hizo un extraño ruido donde el agua ya se estaba helando.

Por puro hábito, se acercó al árbol más cercano y, con una mueca de dolor, levantó una pata.

RUEGO QUE ME PERDONES

Un ocupado y reflexivo silencio siguió a esta frase.

—No ha sido algo bueno lo que acabas de hacer —dijo Gaspode.

LO SIENTO. A LO MEJOR ÉSTE NO ES EL MEJOR MOMENTO.

—Para mí, no. Puedes haber causado un daño físico.

ES DIFÍCIL SABER QUÉ DECIR.

—Los árboles normalmente no te contestan, eso digo yo —Gaspode suspiró—. ¿Qué pasa ahora?

¿PERDÓN?

—Estoy muerto, ¿no?

NO. DIRÍA QUE NADIE ESTÁ TAN SORPRENDIDO COMO YO, PERO TU HORA PARECE NO SER AHORA.

La Muerte sacó una reloj de arena, lo sostuvo contra las frías estrellas un momento, y comenzó a caminar con paso majestuoso por la orilla.

—Perdón, pero no hay posibilidad de que me lleves, ¿verdad? —dijo Gaspode, corriendo detrás de él.

NI UNA.

—Sólo lo digo porque eso de ser un perro bajito con nieve profunda no es bueno para los cómosediga, no sé si me entiend…

La Muerte se había parado en un pequeño recodo del río. Un forma indistinguible estaba echada en unos centímetros de agua.

—Oh —dijo Gaspode.

La Muerte se inclinó. Hubo un destello azul y entonces desapareció.

Gaspode se estremeció. Pataleó en el agua y dio unos golpecitos a la empapada piel de Gavin con su nariz.

—No debería ser así —gimió—. Si fueras un humano, te habrían puesto en una gran barca sobre la marea y le hubieran prendido fuego, y todo el mundo lo hubiera visto. No debería ser sólo tú y yo aquí abajo en el frío.

Había algo que también se había de hacer. Lo sabía en sus huesos. Volvió arrastrándose a la orilla y se subió encima del tronco de un salce caído.

Despejó su garganta. Entonces aulló.

Empezó mal, con indecisión, pero mejoró y se hizo más fuerte, más abundante… y cuando se paró a recuperar el aliento, el aullido continuó y continuó, pasando de garganta en garganta por todo el bosque.

El sonido lo envolvió mientras él bajaba del tronco y se encaminaba con dificultades hacia un terreno más alto. El aullido se elevó por encima de la nieve. Envolvió los árboles, una trenza de muchas voces convirtiéndose en algo con vida propia. Recordó que pensó: quizás llegará hasta Ankh-Morpork.

Quizás llegará mucho más lejos.

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