Vimes miró los enanos. Estaban fascinados, y uno o dos vocalizaban las palabras.

—¿Va a funcionar? —susurró.

—Es difícil encontrar un precedente mayor que este, señor. Quiero decir, ¡es la canción de las canciones! ¡La última apelación! ¡Casi incorporada a la ley enana! No pueden negarse. Sería… ¡no ser un enano, señor!

Mientras Vimes miraba, un enano sacó un pañuelo de fina cota de malla de su bolsillo y se sonó la nariz con un ruido tintineantemente húmedo. Varios más lloraban.

Cuando la última nota se extinguió, hubo un silencio, y entonces el súbito tronar de hachas golpeando escudos.

—¡Perfecto! —dijo Cheery—. ¡Aplauden!

Sybil, jadeando por el esfuerzo, se giró hacia su marido. Brillaba a la luz de las antorchas.

—¿Crees que ha ido bien? —preguntó.

—Tal como suena, eres una enana honoraria —dijo Vimes. Le ofreció su brazo—. ¿Vamos?

Las noticias les precedían. Los enanos salían de la entrada a la ciudad subterránea cuando el Duque y la Duquesa llegaron.

Había enanos detrás de ellos ahora. Estaban siendo arrastrados. Y todo el tiempo se levantaban las manos para tocar la Torta mientras pasaba.

Los enanos se apretujaron en el elevador con ellos. Abajo, el ruido de la conversación se detuvo bruscamente cuando Vimes salió del elevador y levantó la Torta por encima de su cabeza. Entonces las rocas repitieron una y otra vez una enorme ovación.

Ni siquiera pueden verla, pensó Vimes. Para la mayoría es sólo un puntito blanco. Y eso lo sabían los conspiradores, ¿verdad? No tienes que robar algo para tenerlo secuestrado.

—¡Van a ser arrestados! —Dee corría hacia ellos, con más guardias detrás de él.

—¿Otra vez? —preguntó Vimes. Mantuvo la Torta en alto.

—¡Intentasteis matar al Rey! ¡Escapasteis de vuestra celda!

—Eso es algo de lo que podríamos oír más evidencias —dijo Vimes, tan calmadamente como pudo. La Torta pesaba—. No puedes mantener a la gente a oscuras siempre, Dee.

—¡Sin duda vos no veréis al Rey!

—¡Entonces dejaré caer la Torta!

—¡Hacedlo! No im…

Vimes oyó como los enanos de detrás se quedaban sin respiración.

—¿No im… qué? —dijo tranquilamente—. ¿No importa? ¡Pero si es la Torta!

Uno de los enanos que le habían acompañado desde la embajada gritó algo, y otros lo corearon.

—El precedente está de vuestra parte —tradujo Cheery—. Dicen que siempre le pueden matar después de que haya visto al Rey.

—Bueno, no es exactamente lo que esperaba, pero nos habremos de apañar con esto —Vimes miró otra vez a Dee—. Tú dijiste que querías que encontrara la cosa, ¿no? Y ahora, qué hay más apropiado que devolverla a su legítimo dueño…

—Vos… el Rey está… Podéis dármela a mí —dijo Dee, estirándose hasta la altura del pecho de Vimes.

—¡Por supuesto que no! —estalló Lady Sybil—. Cuando Martillodehierro devolvió la Torta a Hachasangrienta, ¿se la habría dado a Slogram?

Hubo un coro general de disenso.

—Evidentemente, no —dijo Dee—. Slogram era un traid…

Se detuvo.

—Creo —dijo Vimes—, que mejor deberíamos ver al Rey, ¿no crees?

—¡No podéis pedir eso!

Vimes señaló la masa de enanos que tenía detrás.

—Te va a sorprender cómo de difícil te va a ser, explicarles eso a todos ellos —dijo.

Costó media hora ver al Rey. Tenía que levantarse. Tenía que vestirse. Los Reyes no se apresuran.

Mientras tanto, Vimes y Sybil se sentaron en una antesala con sillas demasiado pequeñas para ellos, rodeados de enanos que no estaban muy seguros de si eran la escolta de unos prisioneros o una guardia de honor. Otros enanos miraban desde la puerta. Vimes podía oír el zumbido de conversaciones excitadas.

No le miraban mucho a él. Siempre tenían los ojos clavados en la Torta que tenía sobre su regazo. Era evidente que la mayoría no la habían visto nunca antes.

Pobres idiotas, pensó. Esto es todo en lo que creéis, y antes de que se acabe el día sabréis que es sólo una mala copia. Veréis que es una falsificación. Y eso trastocará vuestro pequeño mundo, ¿no? Me encargaron resolver un crimen y voy a terminar cometiendo uno mayor.