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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes sabía que había perdido. Había perdido tan pronto como se había mencionado a Sybil, porque ella era siempre un buen ariete contra las murallas de sus defensas. Pero siempre podía caer luchando.

Usted sabe que no soy bueno con el lenguaje diplomático —dijo.

—Al contrario, Vimes, usted parece haber sorprendido al cuerpo diplomático de Ankh-Morpork —dijo Lord Vetinari—. No están acostumbrados al habla llana. Les confunde. ¿Qué era aquello que le dijo al embajador Istanziano el mes pasado? —Revolvió los papeles de su mesa—. Déjeme mirar, tengo la protesta por aquí… Ah, sí, sobre el asunto de las incursiones militares atravesando el río Slipnir, usted le indicó que la próxima trasgresión significaría que él, es decir, el embajador, personalmente, y cito, «volvería a casa en ambulancia».

—Lo siento, señor, pero había tenido un día muy largo, y realmente me estaba poniendo de los…

—Desde entonces, sus fuerzas armadas se han retirado tanto que están casi en el siguiente país —dijo Vetinari, volviendo a dejar el papel—. Debo decir que su observación coincidía sólo generalmente con mi opinión sobre el asunto pero era, al menos, sucinta. Parece ser que también miró al embajador de manera muy amenazadora.

—Es de la única forma que miro siempre.

—Estoy seguro de ello. Por suerte, en Uberwald solamente tendrá que mirar amistoso.

—Ah, pero usted no quiere que vaya y diga cosas como «¿Qué tal si nos venden su grasa muy barata?», ¿verdad? —dijo Vimes, desesperadamente.

—No se le exigirá hacer ninguna negociación, Vimes. De eso se encargará uno de mis empleados, que va a establecer una embajada provisional y discutirá estos asuntos con sus homólogos de las cortes de Uberwald. Todos los empleados hablan el mismo lenguaje. Usted va a ser simplemente tan ducal como pueda. Y, por supuesto, tendrá un séquito. Una plana mayor —Añadió Vetinari, viendo la palidez de Vimes. Suspiró—. La gente que ha de ir con usted. Sugiero a la Sargento Angua, el Sargento Detritus y la Cabo Pequeñotrasero.

—Ah —dijo Zanahoria, asintiendo alentadoramente.

—¿Perdón? —dijo Vimes—. Creo que debe de haber todo un fragmento de conversación que me he perdido.

—Una mujer lobo, un troll y una enana —dijo Zanahoria—. Minorías étnicas, señor.

—… pero en Uberwald son mayorías étnicas —dijo Lord Vetinari—. Creo que los tres oficiales provienen de ahí originalmente. Su presencia va a decirlo todo.

—Hasta ahora no me ha enviado una postal —dijo Vimes—. Antes cogería…

—Señor, demostrará a la gente de Uberwald que Ankh-Morpork es una sociedad multicultural, ¿no lo ve? —dijo Zanahoria.

—Oh, ya veo. «Gente como nosotros». Gente con la que puedes negociar —dijo Vimes con aire abatido.

—Algunas veces —Vetinari replicó malhumoradamente— me parece de verdad que la cultura del cinismo en la Guardia es… es…

—¿Insuficiente? —terminó Vimes. Hubo un silencio.

—Muy bien —suspiró—. Mejor que me vaya y abrillante los pomos de mi corona, ¿no?

—La corona ducal, si recuerdo mi heráldica, no tiene pomos. Está decididamente… llena de puntas —dijo el Patricio, empujando a través de la mesa un pequeño montón de papeles coronada por una invitación de bordes dorados—. Bien. Voy a hacer que envíen un… un mensaje inmediatamente. Se le informará ampliamente más tarde. Por favor, transmita mi saludo a la Duquesa. Y ahora, por favor, no les entretengo más…

—Siempre dice eso —murmuró Vimes, mientras los dos hombres se apresuraban escaleras abajo—. Sabe que no me gusta estar casado con una duquesa.

—Creí que usted y Lady Sybil…

—Oh, estar casado con Sybil es maravilloso, maravilloso —se apresuró a decir—. Es sólo la parte de duquesa la que no me gusta. ¿Dónde está todo el mundo esta noche?

—La Cabo Pequeñotrasero se encarga de las palomas, Detritus está de patrulla nocturna con Swires, y Angua de misión especial en las Sombras, señor. ¿Recuerda? ¿Con Nobby?

—Oh, dioses, sí. Bueno, cuando vengan mañana les dices que me vengan a ver. De paso le coges esa asquerosa peluca a Nobby y la escondes, ¿de acuerdo? —Vimes miró sus papeles—. Nunca había oído hablar del Bajo Rey de los enanos. Siempre pensé que «rey» en enano quería decir algo así como «ingeniero jefe».

—Ah, bueno, el Bajo Rey es bastante especial —dijo Zanahoria.

—¿Por qué?

—Bueno, todo empieza con la Torta de Piedra, señor.

—¿La qué?

—¿Le importaría tomar un pequeño desvío mientras volvemos al Yard, señor? Aclarará las cosas.

La joven estaba plantada en una esquina de Las Sombras. Su postura indicaba que era, en el dialecto especial de la zona, una señorita-que-espera. Para ser más precisos, una señorita-que-espera al Sr. Bueno, o al menos al Sr. Buena Cifra.

Ociosamente hizo oscilar su bolso.

Este era un signo muy fácil de reconocer, para cualquiera con el cerebro de una paloma. Un miembro del Gremio de Ladrones habría cruzado cuidadosamente por el otro lado del callejón, brindándole un caballeroso y, sobre todo, no agresivo asentimiento. Incluso los menos educados ladrones independientes que acechaban en la zona se lo hubieran pensado dos veces antes de ojear el bolso. El Gremio de Costureras tenía un tipo de justicia muy rápida e irreversible.

El flaco cuerpo de Lo He Hecho Duncan, no obstante, no tenía más cerebro que una paloma. El hombrecillo había estado mirando el bolso como un gato durante cinco minutos, y ahora el pensamiento de su posible contenido le había hipnotizado. Ya podía casi saborear el dinero. Se puso de puntillas, bajó la cabeza, salió del callejón, agarró el bolso y recorrió algunos centímetros antes de que todo explotara detrás de él y terminara extendido en el barro.

Algo justo tras su oreja empezó a babear. Y se escuchó un largo, muy largo y explícito gruñido, que no cambiaba de tono, de los que contienen una honda promesa de lo que le iba a ocurrir si intentaba moverse.

Oyó pasos, y por el rabillo de los ojos vio el extremo de un encaje.

—Oh, Lo He Hecho —dijo una voz—. ¿Tirones de bolso? Eso es un poco bajo de categoría, ¿no? Incluso para ti. Podrías haberte hecho daño. Es sólo Duncan, señorita. No nos va a dar ningún problema. Puedes dejar que se levante.

El peso se apartó de la espalda de Duncan. Oyó un ruido almohadillado en la oscuridad del callejón.

—Lo he hecho, lo he hecho —dijo el pequeño ladrón desesperadamente mientras el Cabo Nobbs le ayudaba a ponerse en pie.

—Sí, sé que lo has hecho, te he visto —dijo Nobby—. ¿Y sabes lo que te pasaría si el Gremio de Ladrones te pillara? Estarías muerto en el río antes de tener tiempo de portarte bien.

—Me odian porque soy tan bueno —dijo Duncan a través de su enmarañada barba—. Mira, ¿sabes el robo en el restaurante de Todo Jolson? Lo he hecho yo.

—Muy bien, Duncan. Fuiste tú.

—Y esa sustracción en la cámara acorazada donde se guardan los lingotes la semana pasada, lo he hecho yo también. No fueron Caradecarbón y sus muchachos.

—No, fuiste tú, ¿verdad, Duncan?

—Y ese trabajo en la joyería que todo el mundo dice que lo ha hecho Crujido Ron…

—Lo has hecho tú, ¿no?

—Exacto —dijo Duncan.

—Y fuiste tú quien también robó el fuego a los dioses, ¿verdad, Duncan? —dijo Nobby, sonriendo maliciosamente bajo su peluca.

—Sí, fui yo —Duncan asintió. Sorbió por la nariz—. Era un poco más joven entonces, por supuesto.

Miró con ojos de miope a Nobby Nobbs.

—¿Por qué llevas un vestido de mujer, Nobby?

—Es un secreto, Duncan.

—Ah, bien —Duncan cambió de tema ansiosamente—. ¿No podrías dejarme cinco o diez centavos, verdad, Nobby? No he comido en dos días.

Algunas pequeñas monedas brillaron en la oscuridad.

—Ahora desaparece —dijo el Cabo Nobbs.

—Gracias, Nobby. Si tienes cualquier crimen sin resolver, sabes dónde encontrarme.

Duncan se adentró dando bandazos en la oscuridad.

La Sargento Angua apareció tras de Nobby, abrochándose su peto.

—Pobre viejo diablo —dijo.

—Fue un buen ladrón en sus días —dijo Nobby, sacando un bloc de notas de su bolsa y apuntando unas líneas.

—Muy amable por tu parte el ayudarle —dijo Angua.

—Bueno, puedo recuperar el dinero de la caja de reserva —dijo Nobby—. Y ahora sabemos quien hizo el trabajito de los lingotes, ¿no? Eso será una pluma en mi sombrero con el señor Vimes5.

—Pamela, Nobby.

—¿Qué?

—En tu pamela, Nobby. Tiene un conjunto de flores alrededor bastante bonito.

—Oh… sí…

—No es que me queje —dijo Angua—. Pero cuando nos asignaron este trabajo pensé que yo iba a ser el señuelo y tu el respaldo, Nobby.

—Sí, pero como tú estás tan… —la dicción de Nobby se complicó al aproximarse a terrenos lingüísticos poco familiares—.. mor… for.. logi.. quesa.. mente dotada…

—Una mujer lobo, Nobby, conozco la palabra.

—Bien… bueno, evidentemente, tú eres mucho mejor en eso de acechar, y… y obviamente no está bien que las mujeres tengan que actuar como señuelos en el trabajo policial.

Angua vaciló, como le ocurría a menudo cuando intentaba hablar con Nobby de temas difíciles, y agitó las manos delante de ella, como si intentara darle forma a la invisible masa de sus pensamientos.

—Es solo que… Quiero decir, la gente podría… —empezó—. Quiero decir… bueno, sabes como llama la gente a los hombres que llevan pelucas y faldas largas, ¿no?

—Sí, señorita.

—¿De verdad?

—Sí, señorita. Abogados6, señorita.

—Bien. Sí. Bien —dijo Angua lentamente—. Ahora prueba de nuevo…

—Ehh… ¿actores, señorita?

Angua se dio por vencida.

—Te sienta bien el tafetán, Nobby —dijo.

—¿No crees que me hace parecer gordo?

Angua aspiró aire por la nariz.

—Oh, no… —dijo suavemente.

—Pensé que sería mejor ponerme perfume para hacerlo más verosímil —dijo Nobby rápidamente.

—¿Qué? Oh… —Angua negó con la cabeza, aspiró de nuevo—. Puedo oler… algo… más.

—Es sorprendente, porque tiene un olor muy acre y francamente no creo que se suponga los lirios del valle huelan así…

—No es perfume.

—... pero con el de lavanda que tenían podías sacarle brillo al bronce…

—¿Puedes volver solo a la estación de Chitterlin, Nobby? —dijo Angua. A pesar de su creciente pánico, mentalmente añadió: después de todo, ¿que podría pasar? Quiero decir, ¿en realidad?

—Sí, señorita.

—Hay algo de lo que debería… encargarme.

Angua se alejó de prisa, con el nuevo olor llenándole las fosas nasales. Tenía que ser poderoso para combatir la Eau de Nobbs, y lo era. Oh, lo era.

No aquí, pensó. No ahora.

No él.

El fugitivo se balanceó a lo largo de una rama húmeda por la nieve y consiguió al menos descender hasta una rama que pertenecía al siguiente árbol. Eso lo había llevado bastante lejos del torrente. ¿Cómo era de bueno su sentido del olfato? Condenadamente bueno, él lo sabía. ¿Pero tan bueno? Había salido del torrente agarrándose a una rama que colgaba. Si seguían por las riberas, y eran suficientemente inteligentes como para hacerlo, seguramente nunca sabrían que había abandonado el torrente.

Se oyó un aullido, lejos a su izquierda.

Se dirigió hacia su derecha, adentrándose en la penumbra del bosque.

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