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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes probó suerte, pero sabía que para hablar verdadero enanés necesitabas toda una vida de estudio y, para hacerlo factible del todo, una grave infección de garganta.

—«A la superficie»… «ellos negativamente»… —vaciló.

—«No salen a tomar suficiente aire puro» —explicó Cheery.

—Ah, bien. ¿Y todo el mundo se pensaba que el nuevo rey iba a ser uno de estos?

—Dicen que Albrecht no ha visto la luz del sol en su vida. Su clan nunca sale a la superficie durante el día. Todo el mundo estaba seguro de que sería él.

Y resultó que no lo fue, pensó Vimes. Algunos de los enanos de Uberwald no le habían dado su apoyo. Y el mundo siguió adelante. Había muchos enanos que habían nacido en Ankh-Morpork. Sus hijos llevaban puestos los cascos girados del revés y hablaban enanés sólo en casa. Muchos no reconocerían un pico ni que les golpearas con él13. No estaban dispuestos a que les dijera como vivir su vida un viejo enano sentado en un viejo bollo debajo de una lejana montaña.

Empezó a dar golpecitos con su lápiz en el bloc de notas pensativamente. Y debido a esto, los enanos se pelean unos con otros en mis calles.

—Últimamente he visto por aquí más de esas sillas de mano enanas —dijo—. Ya sabes, las que llevan un par de trolls. Tienen gruesas cortinas de cuero…

Drudak'ak —dijo Cheery—. Enanos muy… tradicionales. Si han de salir a la luz del sol, no la miran.

—No los recuerdo hace un año.

Cheery se encogió de hombros.

—Ahora hay muchos enanos aquí, señor. Los drudak'ak sienten que ahora están entre enanos. No tienen que relacionarse con los humanos para nada.

—¿No les gustamos?

—Ni le dirigirían la palabra a un humano. Aunque si he de decir la verdad, son muy quisquillosos también a la hora de hablar con la mayoría de los enanos.

—¡Estúpido! —dijo Vimes—. ¿Cómo consiguen la comida? ¡No se puede vivir sólo de hongos! ¿Cómo cambian su mineral de hierro, construyen presas, consiguen la madera para apuntalar sus túneles?

—Bueno, o se les paga a otros enanos para que lo hagan o se contrata a humanos —dijo Cheery—. Pueden permitírselo. Son muy buenos mineros. Bueno, poseen muy buenas minas, en cualquier caso.

—Me parece que son una pandilla de… —Vimes se refrenó. Sabía que un hombre sabio siempre respetaba los patrones de conducta de los otros, para usar la afortunada expresión de Zanahoria, pero Vimes a menudo lo encontraba muy difícil. Por alguna razón, había gente en el mundo cuyos patrones de conducta consistían en destripar a la otra gente como almejas y este no era un comportamiento que provocara, en Vimes, el más mínimo respeto.

—No estoy pensando diplomáticamente, ¿verdad? —dijo.

Cheery lo miró con la cara estudiadamente inexpresiva.

—Oh, no lo sé, señor —contestó—. En realidad no ha terminado la frase. Y, bueno, muchos enanos los respetan. Ya sabe… se sienten mejor al verlos.

Vimes pareció confundido. Entonces lo comprendió.

—Oh, ya lo cojo —dijo—. Apuesto que dicen cosas como «Gracias a los dioses que la gente aun recuerda las antiguas tradiciones», ¿eh?

—Exacto, señor. Creo que dentro de cada enano de Ankh-Morpork hay una pequeña parte de él —o de ella— que sabe que los auténticos enanos viven bajo tierra.

Vimes escribió en su bloc de notas. «Allá lejos en casa», pensó. Zanahoria había inocentemente hablado de los enanos «allá lejos en casa». Para todos los enanos tan lejos, las montañas eran «allá lejos en casa». Era curioso comprobar que la gente era gente dondequiera que fueras, incluso si la gente implicada no era el tipo de gente que la gente que adoptó la frase «la gente es gente dondequiera que vayas» habrían considerado como gente. E incluso si no eras virtuoso, como habías sido criado para entender la palabra, te gustaba ver la virtud en la otra gente, siempre que eso no te costara nada.

—¿Por qué estos d’r… estos enanos tradicionales vinieron aquí, entonces? Ankh-Morpork está llena de humanos. Deben de tener mucho trabajo en evitar a los humanos.

—Se les… necesitaba, señor. La ley enana es complicada, y a menudo hay disputas. Y se encargan de los matrimonios y esas cosas.

—Haces que parezcan algo así como sacerdotes.

—Los enanos no son religiosos, señor.

—Por supuesto. Oh, bueno. Gracias, cabo. Puedes irte. ¿Nada nuevo de lo de la última noche? ¿Ningún gato con incontinencia sulfurosa ha venido a confesar?

—No, señor. La Campaña para Alturas Iguales ha lanzado un panfleto diciendo que era otro ejemplo del tratamiento de segunda clase a los enanos de la ciudad, pero el mismo que siempre sacan. Ya sabe, ese que tiene espacios vacíos para poner los detalles.

—Nada cambia, Cheery. Nos vemos mañana, entonces. Dile a Detritus que suba.

¿Por qué él? Ankh-Morpork rebosaba de diplomáticos. Era prácticamente para lo único que estaban las clases altas, y era sencillo para ellos, porque la mitad de los peces gordos extranjeros con los que se reunían eran antiguos compañeros con los que habían jugado a la Carrera de la Toalla Mojada en la escuela. Acostumbraban a llamarse por los nombres de pila, incluso con la gente que se llamaba Ahmed o Fong. Sabían qué tenedor se había de usar. Cazaban, disparaban y pescaban. Se movían en círculos de personas que más o menos se superponían con los círculos de los invitados extranjeros, y que estaban muy lejos de los círculos más mugrientos con los que se movía gente como Vimes en cada día de trabajo. Se sabían todos los gestos con la cabeza y guiños correctos. ¿Qué probabilidades tenía él contra una corbata y un penacho de plumas?

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