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24 - El quinto elefante - Terry Pratchett - tet...doc
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07.09.2019
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Vimes guiñó los ojos. Una alta figura vestida de negro estaba sentada en el bote.

—¿Eres la Muerte?

ES LA GUADAÑA, ¿VERDAD? LA GENTE SIEMPRE SE FIJA EN LA GUADAÑA.

—¿Voy a morir?

POSIBLEMENTE.

—¿Posiblemente? ¿Te presentas cuando la gente posiblemente va a morir?

OH, SÍ. ES ESA NUEVA COSA. ES POR EL PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE

—¿Qué es eso?

NO ESTOY SEGURO.

—Una gran ayuda.

CREO QUE SIGNIFICA QUE LA GENTE PUEDE, O NO, MORIR. TENGO QUE DECIR QUE ESTO ESTÁ PONIENDO PATAS ARRIBA MI AGENDA, PERO INTENTO MANTENERME AL DÍA CON EL PENSAMIENTO MODERNO.

El rugido era mucho más fuerte ahora. Vimes se tendió en el bote y se agarró a los lados.

Estoy hablando con la Muerte, pensó, para distraer mi mente.

—¿No te vi el mes pasado? ¿Cuándo estaba persiguiendo a Más-grande-que-Pequeño-Dave Dave por la Calle del Pastel de Melocotón y me caí de esa cornisa?

CORRECTO.

—Pero aterricé en ese carro. ¡No morí!

PERO PODRÍAS HABER MUERTO.

—Pero creía que todos teníamos un tipo de reloj de arena que decía cuando Íbamos a morir…

Ahora el rugido era casi físico. Vimes se agarró más fuerte al bote.

OH, SÍ. LO TENÉIS —dijo Muerte.

—¿Pero no morimos?

NO. MORÍREÍS. DE ESO NO HAY DUDA.

—Pero has dicho que…

SÍ, ES UN POCO DIFÍCIL DE ENTENDER, ¿VERDAD? APARENTEMENTE HAY ESA COSA LLAMADA LOS PANTALONES DEL TIEMPO, LO QUE ES BASTANTE EXTRAÑO, PORQUE EL TIEMPO SIN DUDA NO…

El bote cayó por la catarata.

Vimes tuvo una atronadora sensación de agua golpeando sordamente, seguida por el repetido campanilleo de sus oídos mientras golpeaba la poza de debajo. Con penas y trabajos se abrió camino hacia lo que parecía la superficie y notó como la corriente lo atrapaba, lo golpeaba contra una roca y luego lo llevaba girando en el agua blanca.

Se movió ciegamente y consiguió agarrarse a otra roca, con su cuerpo meciéndose en una piscina comparativamente calmada. Mientras intentaba volver a respirar vio una forma gris saltando de piedra en piedra y luego otra dosis de infierno se desencadenó cuando el hombre lobo estuvo, gruñendo, a su lado.

Vimes lo agarró desesperadamente y opuso resistencia mientras el lobo intentaba morderle. Una de sus patas se movió espasmódicamente mientras intentaba conseguir agarre en la resbaladiza roca y entonces, ante las repentinas dificultades, respondiendo automáticamente… cambió.

Fue como si la forma de lobo se hiciera más pequeña y una forma humana se hiciera más grande, en el mismo espacio, al mismo tiempo, con un momento de horrible distorsión cuando las dos formas se cruzaron entre sí.

Entonces hubo ese instante que había advertido antes, el segundo de confusión…

Fue tiempo suficiente para que pudiera estrellar la cabeza del hombre contra la roca con toda la fuerza que pudo reunir. Vimes creyó haber oído como crujía.

Entonces se lanzó otra vez al río y dejó que lo arrastrara, mientras él simplemente intentaba mantenerse cerca de la superficie. Había sangre en el agua. Nunca antes había matado a nadie con las manos desnudas. Si había que ser sincero, nunca había matado deliberadamente. Había habido muertes, porque cuando la gente cae rodando por un tejado intentándose estrangular uno al otro, es pura suerte quién está encima cuando golpean el suelo. Pero eso era diferente. Se acostaba cada noche creyéndolo.

Le castañeaban los dientes y el sol brillante hacía que le dolieran los ojos, pero se sentía… bien.

De hecho, quería golpearse el pecho y gritar.

¡Habían intentado matarle!

Hagamos que continúen siendo lobos, dijo una vocecita interior. Cuanto más tiempo se pasaran a cuatro patas, menos listos se volverían.

Un voz más interior, encendida y salvaje, de muy, muy adentro, dijo: «¡Mátalos a todos!»

La sangre le hervía otra vez, combatiendo el frío.

Sus pies tocaron fondo.

El río se ensanchaba en esa parte, en algo lo suficiente amplio como para poderlo llamar lago. Un gran trozo de hielo había caído de la orilla, cubierta aquí y allí con nieve derretida. La niebla lo cubría todo, niebla con olor sulfuroso.

Había aún barrancos al otro lado del río. Un solitario hombre lobo, compañero del que ahora flotaba en el río, le observaba desde la orilla más próxima. Las nubes cubrían el sol y la nieve volvía a caer en grandes y desiguales copos.

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