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John Grisham - El testamento.doc
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Viaje a Baltimore. Nate sabía que por nada del mundo habría abandonado el país.

—De modo que volverá a verla —dijo Phil.

—Pues sí.

—¿Le hace ilusión la idea?

—No lo sé. Me apetece verla, pero no estoy seguro de que ella quiera verme a mí. Es muy feliz y no

quiere saber nada de este mundo. No le gustará que vuelva a hablarle de cuestiones legales.

—Entonces, ¿por qué va?

—Porque no hay nada que perder. Si vuelve a rechazar el dinero, estaremos en la misma situación que

ahora. La otra parte se quedará con todo.

—Y eso sería un desastre.

—Sí. Difícilmente podría encontrarse a un grupo de personas menos capacitado que los herederos Phelan

para manejar elevadas sumas de dinero. El dinero los matará.

—¿Y eso no se lo puede explicar a Rachel?

—Lo he intentado, pero no le interesa saberlo.

—0 sea, que no va a cambiar de idea.

—No. Jamás.

—¿Y el viaje a Brasil será una pérdida de tiempo?

—Me temo que sí; pero al menos lo intentaremos.

Con la excepción de Ramble, todos los herederos de Troy Phelan se empeñaron en estar o bien en el

juzgado o bien a tiro de piedras de éste durante la reunión. Cada uno de ellos disponía de su teléfono móvil, al

Igual que cada uno de los abogados en el despacho de Wycliff.

Tanto los clientes como sus representantes legales habían perdido muchas horas de sueño.

¿Con cuánta frecuencia se convierte uno en millonario de repente? Por lo menos dos veces en el caso de

los Phelan, pero esta vez juraban que serían mucho más prudentes. Jamás se les ofrecería otra oportunidad.

Los hermanos paseaban por los pasillos del juzgado. Fumaban nerviosamente en el exterior, delante de la

entrada principal. Permanecían sentados en el cálido interior de sus automóviles, en el aparcamiento, sin poder

estarse quietos. Consultaban sus relojes, trataban de leer los periódicos, intercambiaban comentarios cuando se

cruzaban.

Nate y Josh estaban sentados en un extremo de la estancia. Como era de esperar, Josh vestía un caro traje

oscuro. En cambio, Nate llevaba una camisa de tela vaquera con manchas de pintura blanca en el cuello. Sin

corbata. Unos tejanos y unas botas de excursionista completaban el atuendo.

Wycliff se dirigió en primer lugar a los abogados de los Phelan, sentados al otro lado de la estancia, y les

comunicó que no era partidario de no admitir la respuesta de Rachel Lane, al menos por el momento. Había

demasiadas cosas en juego para excluirla de la causa. Nate O'Riley representaba muy bien los intereses de ésta;

por consiguiente, el litigio seguiría adelante según lo previsto. El propósito de la reunión era analizar las

posibilidades de acuerdo, algo que cualquier juez deseaba en todos los casos que pasaban por sus manos.

Wycliff seguía entusiasmado con la idea de un juicio largo, desagradable y sonado, pero no podía reconocerlo.

Su deber era apremiar a las partes a que llegaran a un arreglo y persuadirlas de la conveniencia de hacerlo.

El apremio y la persuasión no serían necesarios.

Su señoría había examinado todas las peticiones y cada uno de los documentos y había estudiado

atentamente las declaraciones. Hizo un resumen de las pruebas tal y como él las veía y comunicó, con expresión

muy seria, a Hark, Bright, Langhorne y Yancy que, en su docta opinión, sus argumentos no eran demasiado

convincentes.

John Grisham El testamento

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Lo aceptaron de buen grado y no se sorprendieron. El dinero estaba sobre la mesa y ellos se morían de

ganas de arrojarse sobre él. Insúltenos todo lo que quiera, pensaron, pero démonos prisa, no se nos vaya a

escapar.

Por otra parte, añadió Wycliff, nunca se sabía lo que podía hacer un jurado. Lo dijo como si cada semana

seleccionara a los miembros de uno, lo cual no era cierto y los abogados lo sabían.

Wycliff le pidió a Josh que hiciera un resumen de la primera reunión sobre el acuerdo celebrada el lunes,

dos días atrás.

—Quiero saber exactamente en qué punto estamos —dijo.

Josh fue muy breve. El punto esencial era muy sencillo. Los herederos querían cincuenta millones de

dólares por cabeza. Rachel, la principal beneficiaria, sólo les ofrecía veinte millones para llegar a un acuerdo, sin

reconocer la validez de los argumentos de la otra parte.

—Es una diferencia muy considerable —comentó Wycliff.

Nate se moría de aburrimiento, pero se esforzaba por aparentar interés. Eran unas negociaciones de alto

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