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John Grisham - El testamento.doc
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Valdir sacudió la cabeza sonriendo.

—Sería demasiado sencillo —repuso—. Tienes que comprender que en Brasil hay por lo menos veinte

organizaciones de misioneros norteamericanas y canadienses distintas. Es fácil entrar en nuestro país y circular

por él. Sobre todo en las zonas subdesarrolladas. En realidad, a nadie le importa quién está por allí ni lo que

hace. Simplemente pensamos que, si son misioneros, tienen que ser buena gente.

Nate señaló Corumbá y después la equis roja más cercana.

—¿Cuánto se tarda en ir desde aquí hasta allí?

—Depende. En avión, aproximadamente una hora. Con una embarcación, de tres a cinco días.

—Pues entonces, ¿dónde está mi avión?

—La cosa no es tan fácil —contestó Valdir, sacando otro mapa. Lo desenrolló y lo extendió sobre el

primero—. Esto es un mapa topográfico del Pantanal. Y éstas son las fazendas.

—¿Las qué?

—Fazendas. Unas fincas muy grandes.

—Yo creía que todo el territorio era pantanoso.

—No. Muchas zonas están lo bastante elevadas como para criar ganado. Las fazendas se constituyeron

hace doscientos años y todavía las trabajan los pantaneiros. Sólo algunas fazendas son accesibles por vía fluvial.

Por eso emplean pequeños aviones. Las pistas de aterrizaje están marcadas en azul.

Nate observó que había muy pocas pistas cerca de los poblados indios.

—Aunque te desplazaras en avión a la zona —añadió Valdir—, tendrías que utilizar una embarcación

para llegar hasta los indios.

—¿Cómo son las pistas?

—Están todas cubiertas de hierba. A veces la cortan y a veces no. El mayor problema son las vacas.

—¿Las vacas?

—Sí, a las vacas les gusta la hierba. En ocasiones es difícil aterrizar porque las vacas literalmente se están

comiendo la pista. Valdir lo dijo sin la menor intención de hacerse el gracioso.

—¿Y no las pueden apartar?

—Sí, si saben que tú vas a ir, pero no tienen teléfono.

—¿Que en las fazendas no tienen teléfono?

—Así es. Están muy aisladas.

—¿Significa eso que yo no podría desplazarme en avión al Pantanal y alquilar una embarcación para ir en

busca de los indios?

—No. Las embarcaciones están aquí, en Corumbá, y también los guías.

John Grisham El testamento

42

Nate contempló el mapa, poniendo especial atención en los meandros del río Paraguay, cuyo curso

serpeaba hacia los poblados indios del norte.

En algún punto de aquel curso de agua, cabía esperar que en sus inmediaciones, en medio de aquellos

inmensos humedales, una humilde sierva de Dios vivía sus jornadas en paz y tranquilidad, atendiendo a su

rebaño sin pensar en el futuro.

Y él tenía que encontrarla.

—Me gustaría sobrevolar por lo menos la zona —dijo Nate. Valdir enrolló el último mapa.

—Puedo buscar un avión y un piloto.

—¿No podría ser una embarcación?

—Lo estoy intentando. Ésta es la estación de las crecidas y casi no quedan embarcaciones disponibles.

Los ríos bajan muy llenos. Es la época del año en que más tráfico fluvial hay.

Qué oportuno había sido Troy, pensó Nate, al irse al otro barrio en la estación de las crecidas. Según las

investigaciones llevadas a cabo por el bufete, las lluvias empezaban en noviembre y duraban hasta febrero, y

todas las zonas más bajas, así como muchas fazendas, quedaban inundadas.

—De todos modos, te advierto que el viaje en avión tiene sus riesgos —dijo Valdir, encendiendo otro

cigarrillo mientras enrollaba el primer mapa—. Los aviones son pequeños, y si hubiera algún fallo en el motor,

bueno...

Su voz se perdió mientras ponía los ojos en blanco y se encogía de hombros como si ya se hubieran

perdido todas las esperanzas.

—Bueno ¿qué?

—No hay ningún lugar donde efectuar un aterrizaje de emergencia, ninguno donde tomar tierra. Hace un

mes cayó un avión. Lo encontraron cerca de la orilla de un río, rodeado de caimanes.

—¿Qué fue de los pasajeros? —inquirió Nate, temiendo la respuesta.

—Pregúntaselo a los caimanes.

—Cambiemos de tema.

—¿Un poco más de café?

—Sí, por favor.

Valdir llamó a gritos a su secretaria. Después, ambos se acercaron a una ventana para contemplar el

tráfico de la calle.

—Creo que he encontrado un guía —anunció Valdir.

—Muy bien. ¿Habla inglés?

—Sí, con gran fluidez. Es un chico que acaba de dejar el ejército. Un chico estupendo. Su padre era

piloto naval.

—Me parece muy bien.

Valdir se acercó a su escritorio y tomó el teléfono. La secretaria le sirvió a Nate otra tacita de cafezinho

que él se tomó de pie junto a la ventana. Al otro lado de la calle había un pequeño bar, y frente a él, en la acera,

tres mesas debajo de un toldo. Un letrero de color rojo anunciaba cerveza Antartica, una botella grande de la

cual dos hombres en mangas de camisa y corbata compartían sentados a una mesa. Era un escenario perfecto: un

día caluroso, un ambiente festivo y dos amigos compartiendo un trago a la sombra.

De repente, Nate experimentó un mareo. El anuncio de la cerveza se desenfocó, la escena vino y se fue y

apareció de nuevo ante sus ojos mientras el corazón le martilleaba en el pecho y él sentía que le faltaba la

respiración. Apoyó la mano en el alféizar de la ventana para no perder el equilibrio. Le temblaban las manos y

tuvo que dejar el cafezinho encima de la mesa. A su espalda, Valdir seguía hablando en portugués sin

apercibirse de nada.

La frente se le cubrió de sudor. Le parecía sentir el sabor de la cerveza. Se estaba iniciando el

deslizamiento. Una raja en la armadura. Una grieta en un embalse. Un terremoto en la montaña de férrea

determinación que había construido en los últimos cuatro meses con la ayuda de Sergio.

Respiró hondo y procuró serenarse. El mal momento pasaría, estaba seguro. Le había ocurrido otras

veces, muchas veces. Tomó la tacita de café y bebió precipitadamente un sorbo mientras Valdir colgaba el

teléfono y anunciaba que el piloto se mostraba reacio a volar a ningún sitio en vísperas de Navidad. Nate regresó

a su asiento bajo el ruidoso ventilador del techo.

Ofrécele un poco más de dinero —dijo.

Josh Stafford le había asegurado a Valdir que el dinero no sería ningún problema en aquella misión.

—Me llamará dentro de una hora —señaló Valdir.

John Grisham El testamento

43

Nate ya estaba listo para empezar. Sacó su teléfono móvil nuevo y Valdir lo ayudó en la tarea de

encontrar una telefonista de la AT&T que hablara inglés. Para hacer una prueba, llamó a Sergio y le respondió el

contestador. Después llamó a su secretaria Alice y le deseó feliz Navidad.

El teléfono funcionaba bien y Nate se enorgulleció de él. Le dio las gracias a Valdir y abandonó el

despacho. Ambos volverían a ponerse en contacto antes de que terminara el día.

Bajó hacia el río, a pocas manzanas de distancia del despacho de Valdir, y encontró un pequeño parque

donde unos hombres estaban ocupados colocando unas sillas para un concierto. A última hora de la tarde el

ambiente era húmedo y la sudada camisa se le pegaba al pecho. El grave episodio ocurrido en el despacho de

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