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John Grisham - El testamento.doc
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12.11.2019
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Veces se les veía juntos. Nate decidió no entrar en detalles. De repente, experimentó el deseo de terminar cuanto

antes, pero procuró disimularlo.

Ramble entró con paso cansino en la sala después de la pausa del almuerzo, acompañado y protegido por

su abogado Yancy, que no paraba de revolotear en torno a él, visiblemente inquieto por lo que pudiera ocurrir

ahora que su cliente se vería obligado a mantener una conversación inteligente. Aquel día el chico llevaba el

cabello teñido de rojo, a juego con el color de sus granos. Ninguna parte de su rostro se había librado de las

mutilaciones: los aros y los remaches ensuciaban y cubrían de cicatrices sus facciones. Llevaba el cuello de su

cazadora negra de cuero levantado, a lo James Dean, y le rozaba los pendientes que le colgaban de los lóbulos

de las orejas. Después de unas cuantas preguntas, quedó claro que el chico era tan estúpido como parecía. Puesto

que aún no había tenido la oportunidad de malgastar su dinero, Nate lo dejó en paz. Consiguió averiguar, sin

embargo, que raras veces iba a la escuela, que vivía solo en el sótano, le gustaba tocar la guitarra y tenía previsto

convertirse muy pronto en un astro del rock. Su nuevo grupo musical se llamaba, con muy buen criterio, los

Demon Monkeys, aunque él no estaba seguro de si grabarían sus discos con aquel nombre. No practicaba ningún

deporte, jamás había pisado una iglesia, hablaba lo menos posible con su madre y prefería ver la cadena MTV

siempre que estaba despierto y no tocaba su música.

John Grisham El testamento

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Habrían sido necesarios mil millones de dólares en terapia para enderezar a aquel pobre chico, pensó

Nate. El interrogatorio terminó en menos de una hora.

Geena fue el último testigo de la semana. Cuatro días después de la muerte de su padre, ella y su marido,

Cody, habían firmado un contrato para la compra de una casa de tres millones ochocientos mil dólares. Cuando

Nate la atacó con este dardo inmediatamente después de que ella hubiera jurado decir la verdad, Geena empezó a

tartamudear y a lanzar miradas a su abogada, la señora Langhorne, quien se llevó una sorpresa mayúscula, pues

su cliente no le había hablado de aquello.

—¿Cómo tenía previsto pagar la casa? —preguntó Nate.

La respuesta era obvia, pero ella no podía confesar la verdad. —Tenemos dinero —respondió a la

defensiva, lo cual abrió un resquicio por el que Nate entró como un vendaval.

—Vamos a hablar de su dinero —le dijo él con una sonrisa en los labios—. Usted tiene treinta años. Hace

nueve recibió cinco millones de dólares, ¿verdad?

—Sí.

—¿Cuánto le queda?

Geena se pasó un buen rato tratando de encontrar una respuesta. No era tan sencillo. Cody había ganado

mucho dinero. En parte lo habían invertido, habían gastado mucho y todo estaba tan mezclado que no se podía

echar un vistazo a su balance y decir que de los cinco millones quedaba una cantidad determinada de dinero.

Nate le entregó la soga con la que ella misma se ahorcó muy despacio.

—¿Con cuánto dinero cuentan actualmente en sus cuentas bancarias? —preguntó.

—Tendría que mirarlo.

—Déme un cálculo aproximado, por favor.

—Sesenta mil dólares.

—¿Cuántos inmuebles poseen usted y su marido?

—Sólo nuestra casa.

—¿Cuál es su valor?

—Debería hacerla tasar.

—Más o menos, por favor. Nate.

—Trescientos mil.

—¿Y a cuánto asciende la hipoteca?

—A doscientos mil.

—¿Cuál es el valor de su cartera de acciones? Geena garabateó unas notas y cerró los ojos.

—Unos doscientos mil dólares —respondió.

—¿Algún otro activo importante?

—Pues no.

Nate hizo sus propios cálculos.

—0 sea, que en nueve años sus cinco millones de dólares se han reducido a una cifra comprendida entre

los trescientos mil y los cuatrocientos mil dólares. ¿Estoy en lo cierto?

—No creo. Quiero decir que me parece muy poco.

—Repítanos, si no le importa, cómo pensaba pagar esta nueva casa.

—Con el trabajo de Cody.

—¿Y qué me dice de la herencia de su padre? ¿Ha pensado alguna vez en ella?

—Un poco, quizá.

—Ahora el vendedor de la casa ha presentado una querella, ¿verdad?

—Sí, y nosotros hemos presentado otra contra él.

Era escurridiza y falsa, desenvuelta y rápida con las medias verdades. Nate pensó que probablemente

fuese más escurridiza que cualquiera de sus hermanos. Dieron un repaso a los negocios de Cody y enseguida

quedó claro adónde había ido a parar el dinero. Cody había perdido un millón de dólares jugando con futuros de

cobre en 1992. Había invertido medio millón de dólares en una empresa de pollos congelados y lo había perdido

todo. Una granja de Georgia dedicada a la cría doméstica de gusanos utilizados como cebo se había llevado

seiscientos mil dólares cuando una ola de calor los había frito a todos.

Eran dos muchachos inmaduros que vivían una vida regalada con el dinero ajeno y soñaban con la gran

oportunidad.

John Grisham El testamento

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Al final de su declaración, mientras Nate aún estaba dándole toda la soga que ella quería, Geena aseguró

con expresión muy seria que su participación en la impugnación del testamento no tenía nada que ver con el

dinero. Amaba tan profundamente a su padre como él la amaba a ella, y si él hubiera estado en sus cabales no

cabía duda de que se habría acordado de sus hijos en el testamento. El hecho de dárselo a una extraña era una

prueba evidente de su enfermedad. Y ella estaba allí para proteger el buen nombre de su progenitor.

Fue un discurso breve muy bien ensayado, pero no convenció a nadie. Nate lo dejó correr. Eran las cinco

en punto de un viernes por la tarde y estaba cansado de luchar.

Mientras abandonaba la ciudad en medio del denso tráfico de la interestatal 95 en dirección a Baltimore,

pensó en los herederos Phelan. Había husmeado en sus vidas hasta extremos vergonzosos. Se compadecía de

ellos, de la forma en que habían sido educados, de los valores que jamás les habían inculcado, de sus huecas

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