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John Grisham - El testamento.doc
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Varios abogados llegaron al extremo de sugerir que se les permitiera abrir y leer el testamento. Era muy largo y,

a lo mejor, ellos se verían obligados a explicar algunas de las disposiciones más complicadas durante la lectura.

Wycliff llegó muy temprano y se reunió con los agentes adicionales que había solicitado. Éstos lo

siguieron, junto con su secretaria y su secretario judicial, y lo acompañaron en un recorrido por la sala mientras

distribuía los asientos, comprobaba el funcionamiento del sistema de altavoces y contaba las sillas. Estaba muy

preocupado por los detalles. Alguien dijo que el equipo de un telediario trataba de sentar sus reales al fondo del

pasillo, y él envió rápidamente a uno de sus agentes para que recuperara el control de la zona.

Una vez que todo estuvo organizado en la sala, Wycliff se retiró a su despacho para dedicarse a otros

asuntos. Le resultaba muy difícil concentrarse. Jamás su agenda volvería a prometer semejante emoción. De una

forma muy egoísta, esperaba que el testamento de Troy Phelan fuera escandalosamente polémico, que despojara

del dinero a una ex familia y se lo otorgara a otra. A lo mejor, el viejo había jodido a todos sus extravagantes

hijos y había hecho rica a otra persona. Una larga y desagradable contienda testamentaria sin duda animaría la

vulgar carrera de Wycliff en el campo de la legalización de testamentos. Él sería el centro de una tormenta que

duraría muchos años, pues estaban en juego once mil millones de dólares.

Tenía la certeza de que eso era lo que iba a ocurrir. Solo y con la puerta cerrada, se pasó quince minutos

planchándose la toga. El primer espectador fue un reportero que llegó poco después de las ocho y al que, por ser

el primero, se le sometió a un exhaustivo registro por parte del nervioso equipo de guardias de seguridad que

vigilaba la puerta de doble hoja de la sala. Lo acogieron con muy malos modos, le pidieron que mostrara un

documento de identidad con fotografía y firmase un impreso especial destinado a los periodistas, examinaron su

cuaderno de notas como si fuera una granada de mano y después lo hicieron pasar por el detector de metales,

donde dos fornidos guardias sufrieron una decepción al ver que no se disparaban las alarmas a su paso. Una vez

dentro, otro guardia uniformado lo acompañó por el pasillo central hasta un asiento de la tercera fila. El

reportero se sentó y soltó un suspiro de alivio. La sala estaba vacía.

La vista tenía que empezar a las diez, pero a las nueve ya se había congregado una considerable cantidad

de personas en el vestíbulo que había fuera de la sala. Los guardias de seguridad se estaban tomando con mucha

calma el papeleo y los registros. En el pasillo se había formado una cola.

Algunos abogados de los herederos Phelan llegaron con muchas prisas y se mostraron extremadamente

Irritados por el hecho de que no pudieran acceder de inmediato a la sala. Se intercambiaron algunas palabras

gruesas y tanto los abogados como los agentes del juez intercambiaron amenazas. Alguien exigió la presencia de

Wycliff, pero éste se hallaba muy ocupado sacándose brillo a las botas y no permitió que lo molestaran. Al igual

que una novia antes de la boda, no quería que los invitados lo vieran. El hecho de que los herederos y los

abogados tuviesen preferencia alivió la tensa situación.

La sala se fue llenando poco a poco. Se colocaron unas mesas en forma de U, con el estrado del juez en el

extremo abierto para que su señoría pudiera escudriñar, desde su elevada posición, tanto a los abogados como a

los herederos y al público. A la izquierda del estrado, delante de la tribuna del jurado, había una mesa alargada,

junto a la cual se sentaron los Phelan. Troy junior fue el primero, seguido de Biff. Los acompañaron al lugar más

próximo al estrado del juez y allí se sentaron con tres abogados de su equipo jurídico, tratando

desesperadamente de aparentar tristeza al tiempo que fingían ignorar la existencia de todos los presentes en la

sala. Biff estaba furiosa porque el servicio de seguridad le había confiscado el teléfono móvil. No podría

efectuar ninguna llamada relacionada con su actividad inmobiliaria.

Ramble fue el siguiente. Con vistas a aquella señalada ocasión no se había arreglado el cabello, el cual

aún conservaba mechones de color verde lima y llevaba dos semanas sin ver el agua. Los aros lucían en todo su

esplendor en la oreja, la nariz y la ceja. Chupa de cuero negro y tatuajes provisionales en los huesudos brazos.

Vaqueros deshilachados, viejas botas y actitud enfurruñada. Cuando bajó por el pasillo, llamó la atención de los

periodistas. Yancy, su alto abogado hippie que se las había ingeniado para permanecer al lado de su valioso

cliente, se pasó el rato mimándolo y preocupándose de él.

John Grisham El testamento

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Yancy echó un rápido vistazo a la disposición de los asientos y pidió sentarse lo más lejos posible de

Troy junior. El ayudante del juez accedió a su petición y los colocó al fondo de una mesa provisional situada

delante del estrado del juez. Ramble se hundió en su asiento con el cabello verde colgando sobre el respaldo.

Los presentes en la sala lo miraron horrorizados... ¿era posible que aquella cosa estuviese a punto de heredar

quinientos millones de dólares? Sin duda se armaría un jaleo tremendo.

A continuación apareció Geena Phelan Strong en compañía de su marido Cody y dos de sus abogados.

Calcularon la distancia entre Troy junior y Ramble, dividieron la diferencia y se sentaron lo más lejos posible de

ambos. Cody daba la impresión de estar especialmente atareado e inmediatamente empezó a examinar unos

importantes documentos con uno de los abogados. Geena se limitaba a mirar con asombro a Ramble. Le parecía

increíble que el muchacho y ella fueran hermanastros.

Amber, la bailarina de striptease, hizo una espectacular entrada vestida con minifalda y una blusa

escotada que dejaba al descubierto buena parte de su exuberante busto. El agente del juez que la acompañó por

el pasillo estaba encantado con la suerte que había tenido y se pasó el rato charlando con ella sin apartar los ojos

de su escote. Rex, vestido con traje oscuro, seguía a su mujer con una abultada cartera de documentos en la

mano, como si aquel día tuviera un importante trabajo que hacer. A su espalda caminaba Hark Gettys, todavía el

abogado más ruidoso del grupo. Hark iba acompañado de dos de sus nuevos asociados; su bufete crecía a cada

semana que pasaba. Puesto que Amber y Biff no se hablaban, Rex se apresuró a intervenir y señaló un lugar

entre Ramble y Geena.

Las mesas se estaban llenando y los huecos se estaban cerrando. Faltaba muy poco para que algunos

Phelan no tuvieran más remedio que sentarse los unos al lado de los otros.

Tira, la madre de Ramble, se presentó en compañía de dos jóvenes de aproximadamente la misma edad.

Uno llevaba unos ajustados vaqueros y tenía el pecho velludo; el otro iba muy bien arreglado con un traje oscuro

de raya diplomática. Ella se acostaba con el gigoló. El abogado recibiría al suyo por la retaguardia.

Se llenó otro agujero. Al otro lado de la barandilla de separación, se oía el murmullo de la gente, que no

paraba de hacer conjeturas.

—No me extraña que el viejo se arrojara al vacío —le dijo un reportero a otro mientras ambos

contemplaban a los Phelan.

Los nietos Phelan se vieron obligados a tomar asiento entre el público y el pueblo llano. Se apretujaron

con sus pequeños séquitos y grupos de apoyo, soltando nerviosas risitas a la espera de que el destino les fuera

favorable.

Libbigail Jeter llegó con su marido Spike, el ex motero de más de cien kilos de peso, y ambos avanzaron

por el pasillo central, sintiéndose tan fuera de lugar como los demás, a pesar de su condición de asiduos

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