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John Grisham - El testamento.doc
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Ilegítima de Troy Phelan. Tras finalizar sus estudios de Medicina, Rachel había cambiado de apellido en su afán

de borrar la mayor cantidad de huellas de su pasado que pudiera. No tenía familia, pues sus progenitores

adoptivos habían muerto. Tampoco tenía hermanos. Ni tías, tíos o primos. Por lo menos, que ella supiera. Sólo

tenía a Troy, y deseaba con toda el alma eliminarlo de su vida. Al terminar su período de preparación en el

centro de estudios de Tribus del Mundo, Rachel reveló su secreto a Neva Collier.

Los altos mandos de Tribus del Mundo sabían que Rachel tenía secretos, pero sus antecedentes no serían

un obstáculo en su afán de servir a Dios. Era médico —se había preparado en su centro de estudios— y una

humilde sierva de Dios que estaba deseando desarrollar su labor en el campo de las misiones. Le habían

prometido que jamás darían a conocer dato alguno sobre su identidad, ni siquiera su paradero en América del

Sur.

Sentada en su pulcro y pequeño despacho de Houston, Neva leyó el extraordinario relato de la lectura del

testamento del señor Phelan. Había seguido los pormenores del caso desde que se divulgara la noticia del

suicidio.

La comunicación con Rachel suponía un proceso muy lento. Se intercambiaban correspondencia dos

Veces al año, en marzo y en agosto, y Rachel solía llamar una vez al año desde un teléfono público de Corumbá

cuando se desplazaba a la ciudad para comprar provisiones. Neva había hablado con ella el año anterior. Su

último permiso lo había disfrutado en el año 1992. Pero, al cabo de seis semanas, Rachel había decidido regresar

al Pantanal. No le interesaba permanecer en Estados Unidos, le había confesado a Neva. Aquello no era su

hogar. Su hogar estaba entre su gente.

A juzgar por los comentarios de los abogados que se reproducían en el reportaje, la cuestión distaba

mucho de estar resuelta. Neva apartó a un lado el expediente y decidió esperar. En el momento oportuno,

cualquiera que éste fuese, revelaría a la junta de gobierno la verdadera identidad de Rachel.

Confiaba en que semejante momento no llegara jamás; pero ¿cómo podían esconderse once mil millones

de dólares?

Nadie confiaba en que los abogados se pusieran de acuerdo acerca del lugar en el que deberían reunirse.

Cada bufete insistía en elegir el lugar. El hecho de que hubieran accedido a hacerlo con tan poca antelación

constituía un verdadero milagro.

Al final, se reunieron en una sala de banquetes del hotel Ritz de Tysons Corner, en la que se habían

colocado a toda prisa unas mesas, formando un cuadrado. Cuando se cerró la puerta, había en la sala casi

cincuenta personas, pues cada bufete, para impresionar a los demás, se había sentido obligado a llevar a otros

asociados y auxiliares jurídicos e incluso secretarias.

John Grisham El testamento

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La tensión era casi palpable en el ambiente. No estaba presente ningún miembro de la familia Phelan,

sólo sus equipos legales. Hark Gettys abrió la sesión y tuvo el oportuno gesto de contar un chiste muy divertido.

Tal como ocurre cuando se hace un comentario humorístico en una sala de justicia, donde la gente está nerviosa

y no piensa en las bromas, las carcajadas fueron sonoras y su efecto saludable. Después, Hark sugirió que un

solo abogado de los sentados alrededor de las mesas en representación de cada uno de los herederos Phelan

manifestara su parecer acerca del asunto. Él sería el último en hacerlo.

Alguien protestó.

—¿Quiénes son exactamente los herederos?

—Los seis hermanos Phelan —contestó Hark.

—¿Y qué me dice de las tres esposas?

—No son herederas. Son ex esposas.

Los abogados de éstas se enfadaron y, tras una acalorada discusión, amenazaron con retirarse de

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