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John Grisham - El testamento.doc
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12.11.2019
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Veinte minutos de distancia. A las ocho y media lo llamó para decirle que una amiga suya había sufrido un

accidente de tráfico y ella estaba en el hospital; la situación no era buena.

Nate le propuso que almorzasen juntos al día siguiente. Kaitlin contestó que no sería posible porque la

amiga había sufrido una herida en la cabeza, estaba conectada a un pulmón artificial y ella tenía previsto

quedarse en el hospital hasta que saliera de peligro. Al advertir que su hija estaba en plena retirada, Nate le

preguntó dónde estaba el hospital. Ella contestó que no lo sabía, después que no estaba segura y, finalmente, tras

pensárselo mejor, le dijo que no sería oportuno que la visitara porque ella no podía apartarse de la cama de su

amiga.

Nate cenó en una mesita de su habitación junto a la ventana, desde la que se veía el centro de la ciudad.

Comió sin apetito, pensando en todas las posibles razones por las cuales su hija no quería verlo. ¿Un aro en la

nariz? ¿Un tatuaje en la frente? ¿Sería miembro de una secta e iría por ahí con la cabeza rapada? ¿Habría

engordado cincuenta kilos o adelgazado veinticinco? ¿Estaría embarazada?

Trató de responsabilizarla de lo ocurrido para no verse obligado a enfrentarse con la verdad. ¿Tanto lo

odiaba su hija?

En la soledad de la habitación del hotel, en una ciudad donde no conocía a nadie, era fácil compadecerse

de sí mismo y sufrir una vez más por los errores del pasado.

Tomó el teléfono y puso manos a la obra. Llamó al padre Phil para averiguar qué tal iban las cosas en St.

Michaels. Phil había tenido la gripe y, como en el sótano de la iglesia hacía mucho frío, Laura no le permitía que

bajase. Estupendo, pensó Nate. A pesar de las múltiples incertidumbres que se interponían en su camino, la

única constante, por lo menos en un futuro próximo, sería la promesa de un trabajo seguro en el sótano de la

iglesia de la Trinidad.

Llamó a Sergio para su sesión semanal de motivación. Los demonios estaban muy bien controlados y él

se sentía asombrosamente dueño de la situación. En la habitación del hotel había un minibar, pero ni se le había

ocurrido acercarse a él.

John Grisham El testamento

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Telefoneó a Salem y mantuvo una agradable conversación con Angela y Austin. Le parecía muy curioso

que los pequeños quisieran hablar con él y los mayores no.

Llamó a Josh, que se encontraba en su despacho del sótano, pensando en el embrollo del caso Phelan.

—Tienes que regresar a casa, Nate —dijo Josh—. Se me ha ocurrido un plan.

Nate no fue invitado a la primera ronda de conversaciones de paz. Su ausencia obedecía a dos motivos.

Primero, la cumbre la había organizado Josh y, por consiguiente, se celebraba en su territorio. Nate había

evitado hasta aquel momento visitar su antiguo despacho y quería seguir haciéndolo. Segundo, los abogados de

los Phelan consideraban, con razón, que Josh y Nate eran aliados. Josh quería interpretar el papel de pacificador

e intermediario. Para ganarse la confianza de una parte, tenía que olvidar a la otra, aunque sólo por un tiempo.

Su plan consistía en reunirse con Hark y los demás, después con Nate y, a continuación, con ambas partes

alternativamente durante varios días si fuera necesario hasta que se llegara a un acuerdo. Tras una prolongada

sesión de bromas y charla intrascendente, Josh solicitó la atención de sus interlocutores. Tenían que analizar

muchas cuestiones y los abogados de los Phelan estaban deseando empezar.

Un acuerdo puede producirse en pocos segundos, durante la suspensión de un acalorado juicio cuando un

testigo sufre un tropiezo o cuando un nuevo presidente del tribunal quiere volver a empezar y aligerar un

molesto litigio. Y también puede tardar meses, mientras el pleito avanza lentamente hacia la fecha del juicio. En

su conjunto, los abogados de los Phelan soñaban con llegar a un rápido arreglo y pensaban que la reunión en la

suite de Josh sería el primer paso en ese sentido. Creían de verdad que estaban a punto de convertirse en

millonarios.

Josh empezó por manifestarles diplomáticamente su opinión de que sus argumentos eran bastante flojos.

Él no sabía nada acerca de los planes de su cliente de sacarse de la manga un testamento ológrafo y crear con

ello el caos, pero aun así el testamento era válido. La víspera se había pasado dos horas con el señor Phelan

terminando el otro testamento y estaba dispuesto a declarar que su cliente sabía muy bien lo que hacía. También

declararía, de ser necesario, que Snead no se encontraba presente en la reunión. Los tres psiquiatras que

examinaron al señor Phelan habían sido cuidadosamente elegidos por los hijos de éste, por sus ex esposas y por

sus abogados, y tenían una fama intachable. En cambio, los cuatro psiquiatras contratados no le inspiraban

confianza. Sus currículos dejaban mucho que desear. En su opinión, la batalla de testigos expertos la ganarían

los primeros.

Wally Bright se había puesto su mejor traje, lo cual no era mucho decir, por cierto. Recibió las críticas

apretando las mandíbulas y mordiéndose el labio inferior para no decir ninguna estupidez, mientras tomaba

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