
- •Vueltas de los pantalones. Él también espera hacerse rico cuando me muera, y supongo que está contando los
- •Vida o muerte para ellos, pues todos están endeudados. El testamento que tengo ante mí va a hacerlos ricos y
- •Vas directamente al grano, ¿eh?
- •Incredulidad y rompió a llorar.
- •Impuestos sobre la herencia serían brutales.
- •Intrascendentes preguntas acerca del estado de ánimo de la familia.
- •Insatisfactoria que era su respuesta—. Troy firmó un testamento poco antes de arrojarse al vacío y me ordenó
- •Intrépidos y jóvenes abogados, entraron en el despacho. Se sentaron alrededor de una mesa caoba que había en
- •Vida de lujo hasta el momento en que había entrado en posesión de su herencia. Sus cinco millones de dólares
- •Velocidad por la interestatal—. Quinientos millones de dólares libres de impuestos —añadió con una sonrisa.
- •Iban a ninguna parte porque no podían permitirse el lujo de alquilar estudios de grabación, pero su grupo sería
- •Interno ella era una puta, y el hecho de que fuese la propietaria de todo hacía que el pobre Rex se pasara muchas
- •Inestabilidad; ambos celebraban muchas fiestas y tenían amigos muy turbulentos, todos ellos atraídos por el
- •Viejo paseaba desnudo por la playa, contemplando embobado a las jóvenes francesas. Josh y su mujer se habían
- •Vacía, Josh metió el brazo entumecido por el frío y volvió a cerrar la portezuela.
- •Vaqueros almidonados, les sirvió un whisky de malta muy añejo procedente del armario del señor Phelan.
- •Impresionante serie a las actividades al aire libre, de sonadas condenas contra médicos acusados de negligencia
- •Inmediato tras haber abandonado el de Hark. Le hizo un informe completo de todo lo que había dicho éste.
- •Investigaciones y parece ser que se enorgullecen de localizar a los pueblos más remotos de la Tierra.
- •Iniciar su aventura. Cuando a las diez Sergio entró a verle, lo encontró sentado como un monje en el centro de la
- •Virginia, y presentó una petición de apertura obligatoria de la última voluntad y testamento de Troy l. Phelan.
- •Inmediato.
- •Inadvertido fácilmente.
- •Idiomática le produjo un fugaz acceso de ansiedad que terminó en cuanto una agraciada auxiliar de vuelo
- •Virginia sólo las cuatro y media.
- •Valdir sacudió la cabeza sonriendo.
- •Valdir lo había asustado más de lo que quería reconocer. Se sentó en el borde de una mesa de cámping y
- •Inmediatamente se apartaban del camino de aquel verdadero carro blindado. Deliberadamente o por descuido, el
- •Instante.
- •Ventanillas del aparato y Milton bajó a seiscientos metros de altura. A la izquierda, mucho más cerca, se
- •Impenetrable, pero el impasible piloto se había quitado las gafas de sol y su frente estaba perlada de sudor. El
- •Ventanilla. La pista de aterrizaje era tan corta como el camino de la entrada de una bonita casa de una zona
- •Ver a Jevy conversar por teléfono fue una tortura para Nate. No entendía una sola palabra, pero el
- •Informe que le habían facilitado, y desde entonces había cambiado muy poco. El aislamiento de la gente era
- •Vuelta. Se señaló el reloj y Luis lo acompañó de nuevo a casa.
- •Valdir se despidió, no sin desearle una vez más feliz Navidad. Los Nike aún estaban mojados, pero se los
- •Intentó practicar jogging a lo largo de una manzana, pero el dolor se lo impidió. Bastante le costaba
- •Veintiocho años llamado Lance, encantado de poder hacer aquel viaje a pesar de que ella le doblaba la edad.
- •Igual lo que pudiera estar haciendo su hijo de catorce años.
- •Vio las hileras de botellas de bebidas alcohólicas, whisky, ginebra, vodka, todas llenas y sin abrir,
- •Vestíbulo para tomarse una buena taza de café cargado.
- •Imagen de mi rostro y he deseado la muerte, pero aquí estoy, sentado y respirando. Dos veces en tres días he
- •Indiferente. La estancia en Walnut Hill había hecho que su apetito disminuyera bastante, pues el método de
- •Viviera allí, se relacionase con las mismas personas, hiciera el mismo trabajo e hiciera caso omiso de los mismos
- •Varios abogados llegaron al extremo de sugerir que se les permitiera abrir y leer el testamento. Era muy largo y,
- •Irritados por el hecho de que no pudieran acceder de inmediato a la sala. Se intercambiaron algunas palabras
- •Visitantes de las salas de justicia. Los precedía Wally Bright, su abogado de las páginas amarillas. Wally vestía
- •Verdad y nada más que la verdad.
- •Intervenían en todas las peleas, siempre de parte de los Phelan y contra los reporteros. Después ayudaban a los
- •Imposible tarea de buscarle a Troy junior un puesto en la compañía que éste pudiera ocupar sin provocar una
- •Importancia. El jefe del departamento jurídico había dicho que, bien mirado, el testamento había sido una suerte.
- •Ventanas.
- •Incluso volar a casa con él, y quedarse allí el tiempo que hiciera falta para que se resolvieran todos los embrollos
- •Ilegítima de Troy Phelan. Tras finalizar sus estudios de Medicina, Rachel había cambiado de apellido en su afán
- •Veces al año, en marzo y en agosto, y Rachel solía llamar una vez al año desde un teléfono público de Corumbá
- •Inmediato. Alguien aconsejó que se les permitiera hablar de todos modos, y así quedó zanjado el problema.
- •Informes, ni notas, ni ideas acerca de lo que iba a decir a continuación; simple palabrería de un camorrista que
- •Impugnación. Los herederos, incluido Ramble, corrían el peligro de perder lo poco que Troy les había dejado en
- •Visto más lugares de Estados Unidos que él.
- •Vender.
- •Indios estadounidenses habían ganado algo. «y nosotros no los quemábamos en la hoguera —pensó—, ni los
- •Indicara el camino de regreso a la seguridad.
- •Indios podían comprender.
- •Incapacitado para testar. Nadie en su sano juicio se arrojaba por una ventana, y el que hubiese legado una
- •Volumen de la conciliación depende de mí. Si mis recuerdos son claros y detallados, puede que mi antiguo jefe
- •Inmenso pantano, exhalaré mi último aliento.»
- •Ver la primera choza y percibir olor a humo.
- •Inglés?
- •Veredictos favorables, reducir un poco más su aportación a los gastos generales del bufete y llevarse a casa más
- •Valdir regresó a su despacho, cerró la puerta y se acercó de nuevo a la ventana. El señor Stafford se
- •Indio entendiese.
- •Vernos otra vez hecho eso, me iré.
- •Indios están intentando dormir. Además, no olvide que les llamamos mucho la atención.
- •Insignificantes en aquel lugar y momento.
- •Veía muy conmovido y al borde de las lágrimas, pero conseguía decirle a la cámara lo que acababa de ver. Josh y
- •Imprecisión.
- •Vuelve a la normalidad sin que se produzca ningún daño. La tierra lo es todo para los indios, su vida; buena parte
- •Visitarme. Ella me contó la verdad acerca de mis padres biológicos, pero la revelación no significó nada para mí.
- •Veía la tierra de la orilla. Los indios empezaron a hablar entre sí y, al entrar en el Xeco, dejaron de remar.
- •Varias docenas de ellas. Vio la luz doblar una curva y, al oír el golpeteo del motor diésel, comprendió
- •Viejo había perdido la chaveta en aquel momento.
- •Varones.
- •Valdir estaba viendo la televisión y fumando su último cigarrillo de la noche sin prestar atención a las
- •Vestíbulo y de toda una serie de pasillos hasta llegar a una pequeña sala de reconocimiento donde una
- •Verdad que ella estaba allí.
- •Intimidatoria. Cuatrocientos abogados. Vestíbulos de mármol. Cuadros de firma en las paredes. Alguien estaba
- •Veinticinco a veinte. Y, si podemos atraer a Mary Ross, lo reducirá a diecisiete coma cinco. Si convencemos a
- •Valdir tenía un teléfono móvil. ¿Por qué no había llamado?
- •Intravenosa del brazo y huir hacia la libertad. Se arriesgaría a salir a la calle. Estaba seguro de que allí fuera no
- •Valdir tomó el teléfono y se retiró a un rincón, donde trató de describirle a Josh el estado de Nate.
- •Interrumpió el goteo. Tocó la frente de Nate y comprobó que no tenía fiebre.
- •Vivienda de Georgetown había terminado durante su estancia en el centro de desintoxicación. No tenía ningún
- •Inversiones dudosas. Después empezó a salir con una universitaria adicta a la cocaína y el muro se resquebrajó.
- •Introducía pastillas en la boca, lo obligaba a beber agua para que se las tragase y le humedecía el rostro con
- •Iban a enviar dinero. El consulado en Sáo Paulo estaba resolviendo la cuestión del pasaporte.
- •Volvió a reclinar la cabeza en la almohada y se tranquilizó mientras sentía que se le relajaban los
- •Instrucciones del médico. No tenía ni rastro de fiebre, la erupción cutánea había desaparecido y sólo le dolían un
- •Ver cosas y oír voces, incluso creer en fantasmas, sobre todo de noche, pero aun así siguió buscando.
- •Iban de bar en bar. Las calles eran cálidas y seguras; nadie parecía temer que le pegaran un tiro o lo atracaran.
- •Invocó el nombre de Dios. El señor estaba esperándolo.
- •Vio el rostro de Cristo, muriendo en la cruz tras una dolorosa agonía. Muriendo por él.
- •Indios la miraban cuando ella pasaba por su lado. Contó la historia de la niña que había muerto por culpa de la
- •Integridad de ese testamento. Segundo, sé la opinión que al señor Phelan le merecían sus hijos. La mera
- •Insinuar que Rachel tiene previsto rechazar la herencia haría que perdiésemos el control de la situación. Los
- •Vio el teléfono y le llamó la atención. Al parecer, seguía funcionando. Como era de esperar, Josh se había
- •Iglesia de la Trinidad.
- •Iglesia y su fachada daba a una calle secundaria. Caminaron pisando con mucho cuidado la nieve.
- •Verdad era que nadie podía fiarse de nadie. Había demasiado dinero en juego como para dar por seguro que el
- •Improcedentes.
- •Ilegítima, que tenía unos diez u once años cuando usted entró al servicio del señor Phelan. Éste intentó, a lo
- •Ver si funcionaba. No le dieron de comer a la hora del almuerzo. Se burlaron de él y lo llamaron embustero. En
- •Inestables peldaños. Era una ancha y larga sala con un techo muy bajo. El proyecto de reforma llevaba bastante
- •Indicó:
- •Iglesia de la Trinidad. Pero ambos consumieron gran cantidad de café y, al final, se terminaron el estofado de
- •Ventisca no se había producido. Al llegar a un semáforo en rojo de la avenida Pennsylvania, miró por el espejo
- •Impuestos de sucesión dividido por seis... Los honorarios de siete cifras se convertían en honorarios de ocho
- •Investigación para que llevara a cabo una indagación sobre los herederos Phelan. El examen se centraba más en
- •Volviendo a los cinco millones, ¿había invertido alguna parte de aquel dinero en acciones u obligaciones?
- •Vestían prendas mucho más informales. Junior llevaba un jersey rojo de algodón.
- •Vida, y después se arrojó al vacío. Supo engañar a Zadel y a los demás psiquiatras, y ellos se dejaron embaucar.
- •Veces se les veía juntos. Nate decidió no entrar en detalles. De repente, experimentó el deseo de terminar cuanto
- •Vidas que sólo giraban en torno al dinero.
- •Iré allí primero. Mi hijo mayor es estudiante de posgrado en la Universidad del Noroeste en Evanston, y tengo
- •Inmensa fortuna, ¿y aun así, sabiendo que había perdido el juicio, no le dijo nada a su abogado, el hombre en
- •Volvió a mirar a Nate, que estaba rebuscando entre sus papeles como si tuviera una copia del contrato. Snead
- •Invitaron de nuevo a cenar, pero él impuso como condición que Theo también participara. Almorzó con Angela
- •Veinte minutos de distancia. A las ocho y media lo llamó para decirle que una amiga suya había sufrido un
- •Inútiles notas en un cuaderno tamaño folio sencillamente porque eso era lo que estaban haciendo los demás. No
- •Viaje a Baltimore. Nate sabía que por nada del mundo habría abandonado el país.
- •Igual que cada uno de los abogados en el despacho de Wycliff.
- •Voltaje acerca de una de las fortunas personales más grandes del mundo. Josh le había reprochado su aspecto,
- •Impulso fue el de cruzar la estancia y besarle los pies a Nate. En su lugar, frunció el ceño con expresión muy
- •Valdir estaba esperando en el aeropuerto de Corumbá cuando el Gulfstream rodó hasta la pequeña
- •Inglés? ¿Cabría alguna posibilidad de que lo hubiera echado de menos o hubiera pensado en él siquiera? ¿Le
- •Visitó el hospital. Lo soñó usted todo, amigo mío.
- •Indios. Debajo de ella y encima de una mesita había una caja de plástico de material médico. El jefe señaló la
- •Inclinados uno o dos centímetros hacia la derecha.
- •Vivido once años allí y parecía ejercer una considerable influencia en él, pero no había conseguido convertirlo.
Volvió a mirar a Nate, que estaba rebuscando entre sus papeles como si tuviera una copia del contrato. Snead
llevaba dos horas mintiendo, y no fue lo suficientemente rápido.
—Mmm... por supuesto que no —balbució sin convencer a nadie. Nate advirtió que mentía, pero lo dejó
correr. Había otros medios de obtener una copia del contrato.
Los abogados de los hermanos Phelan se reunieron en un oscuro bar para lamerse las heridas. Después de
la segunda ronda, la triste actuación de Snead les pareció aún peor. Quizá consiguieran adiestrarlo un poco más
para el juicio, pero el hecho de haber cobrado tanto dinero había destrozado para siempre su declaración.
¿Cómo se habría enterado O'Riley? Parecía estar completamente seguro de que Snead había cobrado.
—Ha sido Grit —soltó Hark.
Grit, repitieron todos para sus adentros. Seguro que se había pasado al otro bando.
—Eso es lo que le ha ocurrido por haberle robado a su cliente —declaró Wally Bright después de un
prolongado silencio.
—Cállese —le espetó la señora Langhorne.
Hark estaba demasiado agotado para luchar. Apuró su copa y pidió otra. En medio del desastre
provocado por la declaración de Snead, los abogados de los hermanos Phelan se habían olvidado de Rachel, que
seguía sin constar oficialmente en el expediente del tribunal.
La declaración de Nicolette, la secretaria, duró ocho minutos. Facilitó su nombre y dirección y su breve
historial profesional. Los abogados de los hermanos Phelan se acomodaron en los asientos del otro lado de la
mesa, disponiéndose a escuchar los detalles de sus aventuras sexuales con el señor Phelan. Nicolette tenía
veintitrés años y muy pocas cualidades, aparte de una esbelta figura, unos bonitos pechos y un agraciado rostro
enmarcado por un cabello dorado rojizo. Estaban deseando oírla hablar unas cuantas horas sobre sexo.
John Grisham El testamento
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Yendo directamente al grano, Nate le preguntó:
—¿Se acostó usted alguna vez con el señor Phelan?
Nicolette fingió avergonzarse, pero contestó que sí.
—¿Cuántas veces?
—No las conté.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Generalmente, diez minutos.
—No, me refería a la duración de la relación.
—Bien, pues sólo trabajé allí cinco meses.
—Unas veinte semanas, aproximadamente. Por término medio, ¿cuántas veces a la semana mantenía
usted relaciones sexuales con el señor Phelan?
—Creo que unas dos.
—Eso da unas cuarenta veces en total.
—Supongo que sí. Parece mucho, ¿verdad?
—A mí no me lo parece. ¿Se quitaba la ropa el señor Phelan cuando lo hacían?
—Pues claro. Los dos nos la quitábamos.
—0 sea, que él se quedaba completamente desnudo.
—Sí.
—¿Tenía alguna marca visible en el cuerpo?
Cuando los testigos se inventan mentiras, suelen olvidar las cuestiones más obvias. Y lo mismo les ocurre
a sus abogados. Se obsesionan tanto con el engaño que siempre se les pasa por alto algún detalle. Hark y sus
chicos tenían acceso a las esposas de Phelan —Lillian, Jame y Tira— y cualquiera de ellas hubiera podido
revelarles que Troy tenía un par de manchas redondas de color morado del tamaño de un dólar de plata en la
parte superior de la pierna derecha, cerca de la cadera, justo por debajo de la cintura.
—Que yo recuerde, no —contestó Nicolette.
La respuesta sorprendió y a la vez no sorprendió a Nate. Podía haber creído fácilmente que Troy follaba
con su secretaria, porque era algo que él mismo había hecho durante décadas, y con la misma facilidad hubiera
podido creer que Nicolette mentía.
—¿No tenía ninguna mancha, marca o lunar visible? —volvió a preguntar Nate.
—No.
Los abogados de los Phelan se asustaron. ¿Sería posible que otro testigo estrella estuviera
desmoronándose delante de sus propios ojos?
—No haré más preguntas —dijo Nate, y abandonó la sala para tomarse otro café.
Nicolette miró a los abogados, que mantenían la vista fija en la mesa, preguntándose dónde estaría
exactamente la mancha. Cuando la testigo se retiró, Nate empujó sobre la mesa en dirección a sus perplejos
enemigos una fotografía de la autopsia. No dijo una sola palabra, ni falta que hacía.
El viejo Troy descansaba sobre la mesa de mármol, convertido en un pedazo de arrugada y magullada
carne en la que resultaba claramente visible una mancha roja.
Se pasaron el resto del miércoles y todo el jueves con los tres nuevos psiquiatras contratados para que
dijeran que los tres anteriores no sabían lo que hacían. Su declaración fue previsible y reiterativa: las personas
cuerdas no se arrojan al vacío.
En conjunto eran menos prestigiosos que Flowe, Zadel y Theishen. Dos de ellos ya estaban jubilados y se
sacaban unos honorarios adicionales actuando como testigos expertos; el tercero era profesor en un masificado
centro de enseñanza universitaria en el que se impartían cursos de dos años, y el cuarto se ganaba
miserablemente la vida en un pequeño consultorio de los suburbios.
Pero no se les pagaba para que su presencia causara impresión, sino sencillamente para que enturbiaran
las aguas. Se sabía que Troy Phelan era excéntrico y caprichoso. Cuatro expertos sostenían que carecía de
capacidad mental para testar; tres, que estaba perfectamente capacitado. Se trataba de embrollar y enredar la
situación en la esperanza de que algún día los que defendían la validez del testamento se cansaran y decidiesen
llegar a un acto de conciliación. En caso contrario, un jurado de profanos tendría que examinar la jerga médica y
tratar de desentrañar el sentido de las opiniones en conflicto.
Los nuevos psiquiatras estaban cobrando unas elevadas cantidades por mantener su criterio y Nate ni
siquiera intentó inducirlos a que lo modificaran. Había recibido declaraciones de muchos médicos y se guardaba
mucho de discutir con ellos acerca de cuestiones relacionadas con la medicina. En su lugar, prefirió centrarse en
John Grisham El testamento
180
sus méritos y su experiencia. Les pasó el video y les pidió que criticaran las opiniones de sus tres colegas.
Cuando el jueves por la tarde se levantó la sesión, ya se habían completado quince declaraciones. Otra tanda
estaba programada para finales de marzo. Wycliff tenía previsto celebrar el juicio a mediados de julio. Entonces
volverían a declarar los mismos testigos, pero en una sala de justicia a puerta abierta en presencia de un público
y de un jurado cuyos miembros sopesarían todas y cada una de sus palabras.
Nate huyó de la ciudad. Se dirigió hacia el oeste cruzando Virginia y al sur a través del valle de
Shenandoah. Estaba mentalmente agotado tras pasarse nueve días escarbando con dureza en la vida íntima de
otras personas. En un indeterminado momento de su existencia, empujado por su trabajo y sus adicciones, había
perdido la honradez y la vergüenza. Había aprendido a mentir, engañar, esconderse, importunar y atacar a
inocentes testigos sin el menor remordimiento; pero, en el silencio de su automóvil y en medio de la oscuridad
de la noche, se avergonzó. Se compadeció de los hermanos Phelan. Se compadeció de Snead, un triste
hombrecillo que sólo intentaba sobrevivir, y se arrepintió de haber atacado con tanta crueldad a los nuevos
psiquiatras.
Había recuperado la capacidad de avergonzarse, y se enorgullecía y alegraba de que así fuera. Era un ser
humano, aunque no lo pareciera. A medianoche se detuvo en un motel barato cerca de Knoxville. Estaban
cayendo fuertes nevadas en el Medio Oeste, en Kansas y en lowa. Tendido en la cama con un mapa, trazó un
itinerario a través del suroeste.
La segunda noche durmió en Shawnee, Oklahoma; la tercera, en Kingman, Arizona; la cuarta, en
Redding, California.
Los hijos de su segundo matrimonio eran Austin y Angela, de doce y once años respectivamente, y
estaban en séptimo y sexto curso de primaria. Llevaba sin verlos desde el mes de julio, tres semanas antes de su
última caída. Los había acompañado a ver el partido de los Orioles y la agradable salida se había convertido más
tarde en una desagradable escena. Durante el partido se bebió seis cervezas —los niños las contaron porque su
madre les había dicho que lo hicieran— y después se pasó dos horas al volante desde Baltimore a Arlington bajo
los efectos del alcohol.
Por aquellas fechas los niños iban a trasladarse a vivir a Oregón con su madre, Christi, y el segundo
marido de ésta, Theo. El partido sería la última visita que Nate les haría a sus hijos por un tiempo, pero, en lugar
de aprovechar bien el día, se había emborrachado. Discutió con su ex mujer en el sendero de entrada de la casa
en presencia de los niños, que por desgracia ya estaban acostumbrados a aquellas escenas. Theo lo había
amenazado con una escoba. Nate despertó en su automóvil, aparcado en la zona reservada a minusválidos de un
McDonald's, con un paquete de seis botellas de cerveza vacías en el asiento.
Cuando él y Christi se habían conocido catorce años atrás, ella era la directora de una escuela privada en
Potomac. Formaba parte de un jurado, y él era uno de los abogados. Cuando el segundo día del juicio ella se
presentó con una minifalda negra, el litigio quedó prácticamente interrumpido. Su primera cita ocurrió una
semana más tarde. Nate se pasó tres años sin probar la bebida, justo el tiempo suficiente para volver a casarse y
tener dos hijos. Cuando el dique empezó a agrietarse, Christi se asustó y quiso escapar, y cuando se rompió huyó
con los niños y tardó un año en regresar. El matrimonio duró diez caóticos años.
Christi trabajaba en una escuela de Salem y Theo pertenecía a un pequeño bufete jurídico de allí. Nate no
podía reprocharles que hubiesen huido de Washington, pues siempre había creído que los había obligado a
hacerlo.
Llamó a la escuela desde su automóvil cuando ya se encontraba cerca de Medford, a cuatro horas de
camino, y tuvo que esperar cinco minutos; justo el tiempo, estaba seguro, de que ella cerrara la puerta y ordenara
sus pensamientos.
—Sí —dijo finalmente su ex esposa.
—Christi, soy yo, Nate.
Se sintió ligeramente ridículo por el hecho de tener que identificarse ante una mujer con quien había
convivido diez años.
—¿Dónde estás? —preguntó ella, como si se hallara a punto de sufrir un ataque.
—Cerca de Medford.
—¿En Oregón?
—Sí. Me gustaría ver a los niños.
—Muy bien, ¿cuándo?
—Esta noche, mañana, no tengo prisa. Llevo unos cuantos días en la carretera, recorriendo simplemente
el país. No sigo ningún itinerario determinado.
—Pues claro, Nate, creo que podría arreglarse; pero los niños están muy ocupados, ¿sabes?, la escuela,
las clases de ballet, el fútbol...
John Grisham El testamento
181
—¿Cómo se encuentran?
—Muy bien. Gracias por preguntarlo.
—¿Y tú? ¿Qué tal te va la vida?
—Estoy bien. Nos encanta Oregón.
—Yo también estoy bien. Me he recuperado y soy abstemio, Christi, hablo en serio. Me he librado por
completo de la bebida y las drogas. Creo que voy a dejar el ejercicio de la abogacía, pero estoy francamente
bien.
Christi pensó que lo mismo le había dicho otras veces.
—Me parece muy bien, Nate —repuso con recelo.
Acordaron cenar juntos al día siguiente, con tiempo de sobra para que ella pudiese preparar a los niños,
arreglar la casa y dejar que Theo decidiera el papel que iba a interpretar. Con tiempo suficiente para ensayar y
planear las salidas.
—No seré un estorbo —prometió Nate antes de colgar.
Theo decidió quedarse a trabajar hasta tarde y no participar en la reunión. Nate abrazó con fuerza a
Angela y se limitó a estrecharle la mano a Austin. Lo único que se había jurado no hacer era comentar con
entusiasmo lo mucho que habían crecido. Christi se quedó una hora en su dormitorio mientras él se reencontraba
con los niños.
Nate no pensaba deshacerse en disculpas por cosas que no podían cambiarse. Los tres se sentaron en el
suelo del estudio y hablaron de la escuela, de las clases de ballet y de fútbol. Salem era una bonita ciudad,
mucho más pequeña que el distrito de Columbia, y los niños se habían adaptado muy bien, tenían muchos
amigos, iban a una escuela estupenda y sus profesores eran muy simpáticos.
La cena consistió en espaguetis y ensalada, y duró una hora. Nate contó historias de la selva de Brasil y
describió su viaje en busca de una cliente perdida. Estaba claro que Christi no había leído los periódicos
apropiados, pues no tenía ni idea del caso Phelan.
A las siete en punto, Nate anunció que se marchaba. Los niños tenían que hacer los deberes y se
levantaban muy temprano para ir a la escuela.
—Mañana tengo un partido de fútbol, papá —dijo Austin.
Nate sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho. Nadie lo llamaba «papá» desde hacía
muchísimo tiempo.
—Jugarán en la escuela —dijo Angela—. ¿Podrás ir?
La pequeña ex familia vivió unos momentos embarazosos mientras todos se miraban mutuamente en
silencio. Nate no sabía qué responder.
Christi resolvió la cuestión diciendo:
—Yo iré. Así podremos charlar un rato.
—Pues claro que iré —contestó Nate.
Los niños lo abrazaron cuando se fue. Mientras se alejaba en su automóvil, Nate sospechó que Christi
quería verlo dos días seguidos para examinarle los ojos. Ella conocía las señales.
Nate se quedó tres días en Salem. Presenció el partido de fútbol y se sintió orgulloso de su hijo. Lo