
- •Vueltas de los pantalones. Él también espera hacerse rico cuando me muera, y supongo que está contando los
- •Vida o muerte para ellos, pues todos están endeudados. El testamento que tengo ante mí va a hacerlos ricos y
- •Vas directamente al grano, ¿eh?
- •Incredulidad y rompió a llorar.
- •Impuestos sobre la herencia serían brutales.
- •Intrascendentes preguntas acerca del estado de ánimo de la familia.
- •Insatisfactoria que era su respuesta—. Troy firmó un testamento poco antes de arrojarse al vacío y me ordenó
- •Intrépidos y jóvenes abogados, entraron en el despacho. Se sentaron alrededor de una mesa caoba que había en
- •Vida de lujo hasta el momento en que había entrado en posesión de su herencia. Sus cinco millones de dólares
- •Velocidad por la interestatal—. Quinientos millones de dólares libres de impuestos —añadió con una sonrisa.
- •Iban a ninguna parte porque no podían permitirse el lujo de alquilar estudios de grabación, pero su grupo sería
- •Interno ella era una puta, y el hecho de que fuese la propietaria de todo hacía que el pobre Rex se pasara muchas
- •Inestabilidad; ambos celebraban muchas fiestas y tenían amigos muy turbulentos, todos ellos atraídos por el
- •Viejo paseaba desnudo por la playa, contemplando embobado a las jóvenes francesas. Josh y su mujer se habían
- •Vacía, Josh metió el brazo entumecido por el frío y volvió a cerrar la portezuela.
- •Vaqueros almidonados, les sirvió un whisky de malta muy añejo procedente del armario del señor Phelan.
- •Impresionante serie a las actividades al aire libre, de sonadas condenas contra médicos acusados de negligencia
- •Inmediato tras haber abandonado el de Hark. Le hizo un informe completo de todo lo que había dicho éste.
- •Investigaciones y parece ser que se enorgullecen de localizar a los pueblos más remotos de la Tierra.
- •Iniciar su aventura. Cuando a las diez Sergio entró a verle, lo encontró sentado como un monje en el centro de la
- •Virginia, y presentó una petición de apertura obligatoria de la última voluntad y testamento de Troy l. Phelan.
- •Inmediato.
- •Inadvertido fácilmente.
- •Idiomática le produjo un fugaz acceso de ansiedad que terminó en cuanto una agraciada auxiliar de vuelo
- •Virginia sólo las cuatro y media.
- •Valdir sacudió la cabeza sonriendo.
- •Valdir lo había asustado más de lo que quería reconocer. Se sentó en el borde de una mesa de cámping y
- •Inmediatamente se apartaban del camino de aquel verdadero carro blindado. Deliberadamente o por descuido, el
- •Instante.
- •Ventanillas del aparato y Milton bajó a seiscientos metros de altura. A la izquierda, mucho más cerca, se
- •Impenetrable, pero el impasible piloto se había quitado las gafas de sol y su frente estaba perlada de sudor. El
- •Ventanilla. La pista de aterrizaje era tan corta como el camino de la entrada de una bonita casa de una zona
- •Ver a Jevy conversar por teléfono fue una tortura para Nate. No entendía una sola palabra, pero el
- •Informe que le habían facilitado, y desde entonces había cambiado muy poco. El aislamiento de la gente era
- •Vuelta. Se señaló el reloj y Luis lo acompañó de nuevo a casa.
- •Valdir se despidió, no sin desearle una vez más feliz Navidad. Los Nike aún estaban mojados, pero se los
- •Intentó practicar jogging a lo largo de una manzana, pero el dolor se lo impidió. Bastante le costaba
- •Veintiocho años llamado Lance, encantado de poder hacer aquel viaje a pesar de que ella le doblaba la edad.
- •Igual lo que pudiera estar haciendo su hijo de catorce años.
- •Vio las hileras de botellas de bebidas alcohólicas, whisky, ginebra, vodka, todas llenas y sin abrir,
- •Vestíbulo para tomarse una buena taza de café cargado.
- •Imagen de mi rostro y he deseado la muerte, pero aquí estoy, sentado y respirando. Dos veces en tres días he
- •Indiferente. La estancia en Walnut Hill había hecho que su apetito disminuyera bastante, pues el método de
- •Viviera allí, se relacionase con las mismas personas, hiciera el mismo trabajo e hiciera caso omiso de los mismos
- •Varios abogados llegaron al extremo de sugerir que se les permitiera abrir y leer el testamento. Era muy largo y,
- •Irritados por el hecho de que no pudieran acceder de inmediato a la sala. Se intercambiaron algunas palabras
- •Visitantes de las salas de justicia. Los precedía Wally Bright, su abogado de las páginas amarillas. Wally vestía
- •Verdad y nada más que la verdad.
- •Intervenían en todas las peleas, siempre de parte de los Phelan y contra los reporteros. Después ayudaban a los
- •Imposible tarea de buscarle a Troy junior un puesto en la compañía que éste pudiera ocupar sin provocar una
- •Importancia. El jefe del departamento jurídico había dicho que, bien mirado, el testamento había sido una suerte.
- •Ventanas.
- •Incluso volar a casa con él, y quedarse allí el tiempo que hiciera falta para que se resolvieran todos los embrollos
- •Ilegítima de Troy Phelan. Tras finalizar sus estudios de Medicina, Rachel había cambiado de apellido en su afán
- •Veces al año, en marzo y en agosto, y Rachel solía llamar una vez al año desde un teléfono público de Corumbá
- •Inmediato. Alguien aconsejó que se les permitiera hablar de todos modos, y así quedó zanjado el problema.
- •Informes, ni notas, ni ideas acerca de lo que iba a decir a continuación; simple palabrería de un camorrista que
- •Impugnación. Los herederos, incluido Ramble, corrían el peligro de perder lo poco que Troy les había dejado en
- •Visto más lugares de Estados Unidos que él.
- •Vender.
- •Indios estadounidenses habían ganado algo. «y nosotros no los quemábamos en la hoguera —pensó—, ni los
- •Indicara el camino de regreso a la seguridad.
- •Indios podían comprender.
- •Incapacitado para testar. Nadie en su sano juicio se arrojaba por una ventana, y el que hubiese legado una
- •Volumen de la conciliación depende de mí. Si mis recuerdos son claros y detallados, puede que mi antiguo jefe
- •Inmenso pantano, exhalaré mi último aliento.»
- •Ver la primera choza y percibir olor a humo.
- •Inglés?
- •Veredictos favorables, reducir un poco más su aportación a los gastos generales del bufete y llevarse a casa más
- •Valdir regresó a su despacho, cerró la puerta y se acercó de nuevo a la ventana. El señor Stafford se
- •Indio entendiese.
- •Vernos otra vez hecho eso, me iré.
- •Indios están intentando dormir. Además, no olvide que les llamamos mucho la atención.
- •Insignificantes en aquel lugar y momento.
- •Veía muy conmovido y al borde de las lágrimas, pero conseguía decirle a la cámara lo que acababa de ver. Josh y
- •Imprecisión.
- •Vuelve a la normalidad sin que se produzca ningún daño. La tierra lo es todo para los indios, su vida; buena parte
- •Visitarme. Ella me contó la verdad acerca de mis padres biológicos, pero la revelación no significó nada para mí.
- •Veía la tierra de la orilla. Los indios empezaron a hablar entre sí y, al entrar en el Xeco, dejaron de remar.
- •Varias docenas de ellas. Vio la luz doblar una curva y, al oír el golpeteo del motor diésel, comprendió
- •Viejo había perdido la chaveta en aquel momento.
- •Varones.
- •Valdir estaba viendo la televisión y fumando su último cigarrillo de la noche sin prestar atención a las
- •Vestíbulo y de toda una serie de pasillos hasta llegar a una pequeña sala de reconocimiento donde una
- •Verdad que ella estaba allí.
- •Intimidatoria. Cuatrocientos abogados. Vestíbulos de mármol. Cuadros de firma en las paredes. Alguien estaba
- •Veinticinco a veinte. Y, si podemos atraer a Mary Ross, lo reducirá a diecisiete coma cinco. Si convencemos a
- •Valdir tenía un teléfono móvil. ¿Por qué no había llamado?
- •Intravenosa del brazo y huir hacia la libertad. Se arriesgaría a salir a la calle. Estaba seguro de que allí fuera no
- •Valdir tomó el teléfono y se retiró a un rincón, donde trató de describirle a Josh el estado de Nate.
- •Interrumpió el goteo. Tocó la frente de Nate y comprobó que no tenía fiebre.
- •Vivienda de Georgetown había terminado durante su estancia en el centro de desintoxicación. No tenía ningún
- •Inversiones dudosas. Después empezó a salir con una universitaria adicta a la cocaína y el muro se resquebrajó.
- •Introducía pastillas en la boca, lo obligaba a beber agua para que se las tragase y le humedecía el rostro con
- •Iban a enviar dinero. El consulado en Sáo Paulo estaba resolviendo la cuestión del pasaporte.
- •Volvió a reclinar la cabeza en la almohada y se tranquilizó mientras sentía que se le relajaban los
- •Instrucciones del médico. No tenía ni rastro de fiebre, la erupción cutánea había desaparecido y sólo le dolían un
- •Ver cosas y oír voces, incluso creer en fantasmas, sobre todo de noche, pero aun así siguió buscando.
- •Iban de bar en bar. Las calles eran cálidas y seguras; nadie parecía temer que le pegaran un tiro o lo atracaran.
- •Invocó el nombre de Dios. El señor estaba esperándolo.
- •Vio el rostro de Cristo, muriendo en la cruz tras una dolorosa agonía. Muriendo por él.
- •Indios la miraban cuando ella pasaba por su lado. Contó la historia de la niña que había muerto por culpa de la
- •Integridad de ese testamento. Segundo, sé la opinión que al señor Phelan le merecían sus hijos. La mera
- •Insinuar que Rachel tiene previsto rechazar la herencia haría que perdiésemos el control de la situación. Los
- •Vio el teléfono y le llamó la atención. Al parecer, seguía funcionando. Como era de esperar, Josh se había
- •Iglesia de la Trinidad.
- •Iglesia y su fachada daba a una calle secundaria. Caminaron pisando con mucho cuidado la nieve.
- •Verdad era que nadie podía fiarse de nadie. Había demasiado dinero en juego como para dar por seguro que el
- •Improcedentes.
- •Ilegítima, que tenía unos diez u once años cuando usted entró al servicio del señor Phelan. Éste intentó, a lo
- •Ver si funcionaba. No le dieron de comer a la hora del almuerzo. Se burlaron de él y lo llamaron embustero. En
- •Inestables peldaños. Era una ancha y larga sala con un techo muy bajo. El proyecto de reforma llevaba bastante
- •Indicó:
- •Iglesia de la Trinidad. Pero ambos consumieron gran cantidad de café y, al final, se terminaron el estofado de
- •Ventisca no se había producido. Al llegar a un semáforo en rojo de la avenida Pennsylvania, miró por el espejo
- •Impuestos de sucesión dividido por seis... Los honorarios de siete cifras se convertían en honorarios de ocho
- •Investigación para que llevara a cabo una indagación sobre los herederos Phelan. El examen se centraba más en
- •Volviendo a los cinco millones, ¿había invertido alguna parte de aquel dinero en acciones u obligaciones?
- •Vestían prendas mucho más informales. Junior llevaba un jersey rojo de algodón.
- •Vida, y después se arrojó al vacío. Supo engañar a Zadel y a los demás psiquiatras, y ellos se dejaron embaucar.
- •Veces se les veía juntos. Nate decidió no entrar en detalles. De repente, experimentó el deseo de terminar cuanto
- •Vidas que sólo giraban en torno al dinero.
- •Iré allí primero. Mi hijo mayor es estudiante de posgrado en la Universidad del Noroeste en Evanston, y tengo
- •Inmensa fortuna, ¿y aun así, sabiendo que había perdido el juicio, no le dijo nada a su abogado, el hombre en
- •Volvió a mirar a Nate, que estaba rebuscando entre sus papeles como si tuviera una copia del contrato. Snead
- •Invitaron de nuevo a cenar, pero él impuso como condición que Theo también participara. Almorzó con Angela
- •Veinte minutos de distancia. A las ocho y media lo llamó para decirle que una amiga suya había sufrido un
- •Inútiles notas en un cuaderno tamaño folio sencillamente porque eso era lo que estaban haciendo los demás. No
- •Viaje a Baltimore. Nate sabía que por nada del mundo habría abandonado el país.
- •Igual que cada uno de los abogados en el despacho de Wycliff.
- •Voltaje acerca de una de las fortunas personales más grandes del mundo. Josh le había reprochado su aspecto,
- •Impulso fue el de cruzar la estancia y besarle los pies a Nate. En su lugar, frunció el ceño con expresión muy
- •Valdir estaba esperando en el aeropuerto de Corumbá cuando el Gulfstream rodó hasta la pequeña
- •Inglés? ¿Cabría alguna posibilidad de que lo hubiera echado de menos o hubiera pensado en él siquiera? ¿Le
- •Visitó el hospital. Lo soñó usted todo, amigo mío.
- •Indios. Debajo de ella y encima de una mesita había una caja de plástico de material médico. El jefe señaló la
- •Inclinados uno o dos centímetros hacia la derecha.
- •Vivido once años allí y parecía ejercer una considerable influencia en él, pero no había conseguido convertirlo.
Ventisca no se había producido. Al llegar a un semáforo en rojo de la avenida Pennsylvania, miró por el espejo
retrovisor y vio el edificio, apretujado entre una docena de otros muy similares, en el que había pasado buena
parte de los últimos veintitrés años. La ventana de su despacho estaba seis pisos más arriba y apenas podía verla.
En la calle M, por la que se accedía a Georgetown, empezó a ver sus guaridas de antaño, los viejos bares
y tugurios donde había compartido oscuras y largas horas con gente a la que ya no conseguía recordar. Sí
recordaba, en cambio, los nombres de los bármanes. Cada local tenía su historia. En sus días de bebedor, una
dura jornada en el despacho o en la sala de justicia debía suavizarse necesariamente con unas cuantas horas
bebiendo, de lo contrario no podía regresar a casa. Giró al norte por Wisconsin y vio un bar en el que una vez se
había peleado con un universitario que estaba aún más borracho que él. La disputa la había provocado una
estudiante un poco ligera de cascos. El barman los había mandado a darse puñetazos a la calle. Cuando a la
mañana siguiente compareció ante el juez, Nate lucía una tirita.
Y allí estaba el pequeño café en el que había comprado cocaína suficiente para matarse. La brigada de
narcotráfico había practicado una redada en el local cuando él se encontraba en período de desintoxicación. Dos
corredores de bolsa habían ido a parar a la cárcel.
Había pasado sus días de gloria en aquellas calles mientras sus esposas esperaban y sus hijos crecían sin
él. Se avergonzaba del sufrimiento que había causado. Cuando abandonó Georgetown juró no regresar jamás.
John Grisham El testamento
157
En la casa de Stafford volvió a cargar en el automóvil más ropa y efectos personales y se marchó a toda
prisa.
Llevaba en el bolsillo un cheque por valor de diez mil dólares, el anticipo sobre los honorarios. Hacienda
le reclamaba sesenta mil dólares de impuestos atrasados, y la multa ascendería a otro tanto por lo menos. Le
debía a su segunda mujer treinta mil dólares por la manutención de los hijos. Mientras él se recuperaba con
ayuda de Sergio, sus obligaciones mensuales se habían acumulado.
El hecho de que estuviera arruinado no le eximía del pago de aquellas deudas. Reconocía que su futuro
económico era decididamente negro. La manutención de los hijos menores le costaba tres mil dólares mensuales
por cada uno. Y los dos mayores le resultaban casi igual de caros, a causa de las matrículas, la vivienda y la
comida. Podría subsistir con el dinero que le dejase el caso Phelan durante unos cuantos meses, pero, a juzgar
por lo que decían Wycliff y Josh, el juicio se adelantaría en lugar de retrasarse. Cuando se cerrara finalmente la
testamentaría, él comparecería ante un juez federal, se declararía culpable de evasión de impuestos y entregaría
su licencia.
El padre Phil estaba enseñándole a no preocuparse por el futuro. El Señor cuidaba de los suyos.
Nate se preguntó una vez más si Dios estaba recibiendo más de lo que había pactado.
Puesto que era incapaz de escribir en otro tipo de papel que no fuera el de oficio, por la comodidad de sus
amplios márgenes y sus anchas líneas, Nate tomó una hoja e intentó escribirle una carta a Rachel. Tenía la
dirección en Houston de Tribus del Mundo. Indicaría en el sobre «Personal y Confidencial», lo dirigiría a Rachel
Lane y añadiría una nota explicatoria: «A quien corresponda».
Alguien de Tribus del Mundo debía de saber quién era ella y dónde estaba. A lo mejor, ese alguien estaba
al corriente de que Troy era su padre. Y, a lo mejor, ese alguien había atado cabos y ya sabía que su Rachel era
la beneficiaria.
Nate suponía, además, que Rachel se pondría en contacto con Tribus del Mundo, si no lo había hecho ya.
Estaba en Corumbá, pues había ido a verlo al hospital. Era lógico suponer que desde allí hubiera llamado a
Houston para comentarle a alguien la visita que él le había hecho.
Recordaba que ella le había comentado el presupuesto anual que le asignaba Tribus del Mundo. Tenía
que haber algún método de correspondencia por correo. Si su carta llegaba a las manos apropiadas en Houston,
quizá también llegase al lugar apropiado de Corumbá.
Escribió la fecha y, después, «Querida Rachel».
Se pasó una hora contemplando el fuego que ardía en la chimenea mientras trataba de buscar palabras
que sonaran inteligentes. Al final, inició la carta con un párrafo en el que hablaba de la nieve. ¿La echaba ella de
menos de la época de su infancia? ¿Cómo eran las nevadas de Montana? En aquellos momentos había una capa
de al menos treinta centímetros de grosor al otro lado de su ventana.
Se vio obligado a confesarle que estaba actuando como abogado suyo y, en cuanto entró de lleno en el
ritmo de la jerga legal, la carta echó a andar sin dificultad. Le explicó con toda la sencillez que pudo lo que
estaba ocurriendo con el juicio.
Le habló del padre Phil, de la iglesia y del sótano. Estaba estudiando la Biblia y le gustaba mucho.
Rezaba por ella.
Al terminar, vio que había llenado tres páginas y se sintió orgulloso. La leyó un par de veces y la
consideró digna de ser enviada. Si la carta llegaba a la choza de Rachel, sabía que ésta la leería una y otra vez y
no prestaría la menor atención a las deficiencias de su estilo.
Estaba deseando volver a verla.
Uno de los motivos del lento avance de las obras de reforma del sótano de la iglesia era la tendencia del
padre Phil a levantarse tarde. Laura decía que ella salía diariamente de casa a las ocho de la mañana para
dirigirse al parvulario, y la mayor parte de las veces el párroco aún seguía bajo las mantas. Era un ave nocturna,
decía él para justificarse, y le encantaba ver viejas películas en blanco y negro en la televisión pasada la
medianoche.
De ahí la extrañeza de Nate cuando Phil le llamó el viernes a las siete de la mañana y le preguntó:
—¿Ha leído el Post?
—No leo los periódicos —contestó Nate.
Se había librado de aquella costumbre durante su período de desintoxicación. En cambio, Phil leía cinco
periódicos al día. Eran una buena fuente de material para sus sermones.
—Pues creo que le convendría hacerlo.
—¿Por qué?
—Hay un reportaje sobre usted.
John Grisham El testamento
158
Nate se calzó las botas y recorrió las dos manzanas que lo separaban de una cafetería de Main Street. En
la primera plana de la sección dedicada al área metropolitana aparecía un bonito reportaje acerca del hallazgo de
la heredera perdida de la fortuna de Troy Phelan. Los documentos se habían presentado a última hora del día
anterior en el juzgado de distrito del condado de Fairfax, en el que ella, a través de su abogado, un tal Nate
O’Riley, rechazaba los argumentos de las personas que habían impugnado el testamento de su padre. Puesto que
no había muchas cosas que decir acerca de ella, el reportaje se centraba en su abogado. Según su declaración,
presentada también en el juzgado, éste había localizado a Rachel Lane, le había mostrado una copia del
testamento manuscrito, había discutido con ella las distintas cuestiones legales y había conseguido convertirse en
su abogado.
No se ofrecía ninguna indicación concreta acerca del paradero de la señorita Lane.
El señor O'Riley era un antiguo socio del bufete Stafford; había sido un destacado procurador de los
tribunales, había abandonado el bufete en agosto; se había declarado insolvente en octubre; había sido
encausado en noviembre y todavía tenía que responder de la acusación de fraude fiscal que pesaba sobre él. Las
autoridades tributarias señalaban que les había escamoteado sesenta mil dólares, y para redondear la cosa, el
reportero mencionaba el innecesario dato de sus dos divorcios y completaba la humillación con la pésima
fotografía que acompañaba el reportaje, en la cual O'Riley aparecía con una copa en la mano en un bar del
distrito de Columbia. Nate estudió su granulosa imagen de varios años atrás, con los ojos irritados, las mejillas
oscurecidas por el alcohol y una estúpida sonrisa de complacencia, como si estuviera alternando con personas de
su agrado. Se avergonzó al verla, pero era algo que pertenecía a otra vida.
Naturalmente, ningún reportaje podía considerarse completo sin una rápida enumeración de los
turbulentos detalles de la vida y muerte de Troy: tres esposas, siete hijos conocidos, unos once mil millones de
dólares en activos y su vuelo final desde catorce pisos de altura.
No había sido posible contactar con el señor O'Riley para conocer sus opiniones. El señor Stafford no
tenía nada que declarar. En cuanto a los abogados de los herederos Phelan, ya habían dicho tantas cosas que no
había sido necesario preguntarles nada más.
Nate dobló el periódico y regresó a casa. Eran las ocho y media. Le quedaban casi dos horas antes de la
reanudación de las obras del sótano. Los sabuesos ya conocían su nombre, pero les resultaría muy difícil dar con
su rastro. Josh había dispuesto que su correspondencia se desviara a un apartado de Correos del distrito de
Columbia. Le habían asignado un nuevo número de teléfono de oficina, a nombre de Nate O'Riley, abogado. Las
llamadas las atendía una secretaria del bufete de Josh que archivaba los mensajes.
En St. Michaels, sólo el párroco y su mujer conocían su identidad. Corrían rumores de que era un
próspero abogado de Baltimore que estaba escribiendo un libro.
Se enviaron por correo copias de la respuesta de Rachel Lane a todos los abogados de los hermanos
Phelan que, en su conjunto, se quedaron estupefectos al recibir la noticia. De modo que estaba viva y dispuesta a
presentar batalla, por más que la elección del abogado resultase en cierto modo enigmática. La fama de O'Riley
era cierta. Se trataba de un hábil y brillante letrado que no podía soportar la presión a que estaba sometido; pero
los representantes legales de los hermanos Phelan y el propio juez Wycliff sospechaban que quien llevaba la voz
cantante era Josh Stafford. Había rescatado a O'Riley de las drogas y el alcohol, lo había regenerado, había
depositado el expediente en sus manos y lo había enviado al juzgado.
Los abogados de los Phelan se reunieron el viernes por la mañana en el despacho de la señora Langhorne,
ubicado en uno de los modernos edificios de la avenida Pennsylvania, en la zona comercial. El bufete era un
poco quiero y no puedo: sus cuarenta abogados constituían un número suficiente para atraer clientes de la
máxima categoría, pero su ambiciosa dirección había elegido el espectacular y ostentoso mobiliario propio de
unos abogados que estaban esperando con ansia la gran oportunidad que los lanzara a la fama.
Habían acordado reunirse una vez por semana, cada viernes a las ocho y por no más de dos horas, para
analizar el litigio Phelan y planear la estrategia.
La idea había sido de Langhorne, quien había comprendido que ella tendría que ser la conciliadora, pues
los chicos estaban demasiado ocupados pavoneándose y combatiendo. Además, había demasiado dinero que
perder en un juicio en el que los contendientes, todos agrupados a un lado de la estancia, estaban apuñalándose
mutuamente por la espalda.
Al parecer, la depredación ya había terminado, o eso creía ella por lo menos. Sus clientes Geena y Cody
no la abandonarían. Yancy llevaba al joven Ramble muy bien sujeto por la correa y Wally Bright vivía
prácticamente con Libbigail y Spike. Hark tenía a los otros tres —Troy junior, Rex y Mary Ross— y daba la
impresión de conformarse con su cosecha. El polvo estaba posándose alrededor de los herederos. Las relaciones
adquirían por momentos un carácter familiar. Las cuestiones se habían definido y los abogados sabían que como
no trabajasen en equipo perderían el pleito.
La cuestión número uno era Snead. Se habían pasado varias horas estudiando los videos de su primer
intento y cada uno de ellos había preparado largas notas acerca de la manera de mejorar su actuación. La
invención de mentiras resultaba descarada. Yancy, un antiguo aspirante a guionista cinematográfico, había
John Grisham El testamento
159
llegado a escribirle a Snead un guión de cincuenta páginas plagado de afirmaciones en las que se presentaba al
pobre Troy como un individuo totalmente insensato.
La número dos era Nicolette, la secretaria. En unos días la machacarían delante de las cámaras de video,
pues la chica tendría que decir ciertas cosas. A Bright se le había ocurrido apuntar la posibilidad de que el viejo
hubiera sufrido un ataque de apoplejía en el transcurso de una relación sexual con ella horas antes de enfrentarse
con los tres psiquiatras, algo que sólo Nicolette y Snead estaban en condiciones de declarar. Un ataque de esa
especie equivaldría a una merma de las facultades mentales. La genial idea había sido aceptada de inmediato,
pero había dado lugar a una prolongada discusión acerca de la autopsia. Aún no disponían de una copia del
resultado. El pobre hombre se había estrellado contra el suelo de ladrillos del patio y había sufrido un terrible
golpe en la cabeza, como cabía esperar. ¿Podía la autopsia, a pesar de ello, revelar la presencia de un ataque
cerebral?
La número tres eran sus propios expertos. El psiquiatra de Grit había protagonizado una precipitada
salida en compañía de éste, por cuyo motivo ahora sólo había cuatro letrados, uno por cada bufete. No era un
número difícil de manejar en un juicio y, de hecho, podía resultar más convincente, sobre todo en caso de que
todos ellos llegaran a las mismas conclusiones por caminos distintos. Los abogados habían acordado ensayar
también las declaraciones de sus psiquiatras, y los habían sometido a duros interrogatorios, tratando de provocar
su derrumbamiento por efecto de la presión.
La número cuatro era la necesidad de contar con más testigos. Tenían que encontrar a otras personas que
hubieran estado alrededor del viejo Troy Phelan en sus últimos días. En eso Snead podría echarles una mano.
La última cuestión a debatir era la aparición de Rachel Lane y su abogado.
—No hay nada en los registros firmado por esta mujer —anunció Hark—. Es una especie de reclusa.
Nadie sabe dónde está excepto su abogado, y éste no quiere revelarlo. Han tardado un mes en localizarla, y no
ha firmado nada. Desde un punto de vista técnico, el tribunal carece de jurisdicción sobre ella. En mi opinión, es
obvio que esta mujer se muestra reacia a presentarse.
—Lo mismo les ocurre a algunos ganadores de la lotería —terció Bright—. Quieren llevar la cosa con
discreción para evitar que todos los sablistas del barrio llamen a su puerta.
—¿Y si no quiere el dinero? —preguntó Hark, dejando boquiabiertos de asombro a todos los presentes en
la estancia.
—Eso es una locura —replicó instintivamente Bright, pero sus palabras se perdieron en el aire mientras él
reflexionaba acerca de aquella posibilidad.
Al ver que los demás se rascaban la cabeza, perplejos, Hark insistió en el tema.
—Era sólo una idea, pero convendría tenerla en cuenta. Según la legislación de Virginia, el legado de un
testamento puede rechazarse, en cuyo caso queda dentro de la testamentaría, sujeto a las restantes disposiciones.
Si este testamento es impugnado y no existe ningún otro, los siete hijos de Troy Phelan se lo llevarán todo. Y, si
Rachel Lane no quiere nada, nuestros clientes se repartirán la herencia.
Unos vertiginosos cálculos cruzaron por la mente de los abogados. Once mil millones menos los