
- •Vueltas de los pantalones. Él también espera hacerse rico cuando me muera, y supongo que está contando los
- •Vida o muerte para ellos, pues todos están endeudados. El testamento que tengo ante mí va a hacerlos ricos y
- •Vas directamente al grano, ¿eh?
- •Incredulidad y rompió a llorar.
- •Impuestos sobre la herencia serían brutales.
- •Intrascendentes preguntas acerca del estado de ánimo de la familia.
- •Insatisfactoria que era su respuesta—. Troy firmó un testamento poco antes de arrojarse al vacío y me ordenó
- •Intrépidos y jóvenes abogados, entraron en el despacho. Se sentaron alrededor de una mesa caoba que había en
- •Vida de lujo hasta el momento en que había entrado en posesión de su herencia. Sus cinco millones de dólares
- •Velocidad por la interestatal—. Quinientos millones de dólares libres de impuestos —añadió con una sonrisa.
- •Iban a ninguna parte porque no podían permitirse el lujo de alquilar estudios de grabación, pero su grupo sería
- •Interno ella era una puta, y el hecho de que fuese la propietaria de todo hacía que el pobre Rex se pasara muchas
- •Inestabilidad; ambos celebraban muchas fiestas y tenían amigos muy turbulentos, todos ellos atraídos por el
- •Viejo paseaba desnudo por la playa, contemplando embobado a las jóvenes francesas. Josh y su mujer se habían
- •Vacía, Josh metió el brazo entumecido por el frío y volvió a cerrar la portezuela.
- •Vaqueros almidonados, les sirvió un whisky de malta muy añejo procedente del armario del señor Phelan.
- •Impresionante serie a las actividades al aire libre, de sonadas condenas contra médicos acusados de negligencia
- •Inmediato tras haber abandonado el de Hark. Le hizo un informe completo de todo lo que había dicho éste.
- •Investigaciones y parece ser que se enorgullecen de localizar a los pueblos más remotos de la Tierra.
- •Iniciar su aventura. Cuando a las diez Sergio entró a verle, lo encontró sentado como un monje en el centro de la
- •Virginia, y presentó una petición de apertura obligatoria de la última voluntad y testamento de Troy l. Phelan.
- •Inmediato.
- •Inadvertido fácilmente.
- •Idiomática le produjo un fugaz acceso de ansiedad que terminó en cuanto una agraciada auxiliar de vuelo
- •Virginia sólo las cuatro y media.
- •Valdir sacudió la cabeza sonriendo.
- •Valdir lo había asustado más de lo que quería reconocer. Se sentó en el borde de una mesa de cámping y
- •Inmediatamente se apartaban del camino de aquel verdadero carro blindado. Deliberadamente o por descuido, el
- •Instante.
- •Ventanillas del aparato y Milton bajó a seiscientos metros de altura. A la izquierda, mucho más cerca, se
- •Impenetrable, pero el impasible piloto se había quitado las gafas de sol y su frente estaba perlada de sudor. El
- •Ventanilla. La pista de aterrizaje era tan corta como el camino de la entrada de una bonita casa de una zona
- •Ver a Jevy conversar por teléfono fue una tortura para Nate. No entendía una sola palabra, pero el
- •Informe que le habían facilitado, y desde entonces había cambiado muy poco. El aislamiento de la gente era
- •Vuelta. Se señaló el reloj y Luis lo acompañó de nuevo a casa.
- •Valdir se despidió, no sin desearle una vez más feliz Navidad. Los Nike aún estaban mojados, pero se los
- •Intentó practicar jogging a lo largo de una manzana, pero el dolor se lo impidió. Bastante le costaba
- •Veintiocho años llamado Lance, encantado de poder hacer aquel viaje a pesar de que ella le doblaba la edad.
- •Igual lo que pudiera estar haciendo su hijo de catorce años.
- •Vio las hileras de botellas de bebidas alcohólicas, whisky, ginebra, vodka, todas llenas y sin abrir,
- •Vestíbulo para tomarse una buena taza de café cargado.
- •Imagen de mi rostro y he deseado la muerte, pero aquí estoy, sentado y respirando. Dos veces en tres días he
- •Indiferente. La estancia en Walnut Hill había hecho que su apetito disminuyera bastante, pues el método de
- •Viviera allí, se relacionase con las mismas personas, hiciera el mismo trabajo e hiciera caso omiso de los mismos
- •Varios abogados llegaron al extremo de sugerir que se les permitiera abrir y leer el testamento. Era muy largo y,
- •Irritados por el hecho de que no pudieran acceder de inmediato a la sala. Se intercambiaron algunas palabras
- •Visitantes de las salas de justicia. Los precedía Wally Bright, su abogado de las páginas amarillas. Wally vestía
- •Verdad y nada más que la verdad.
- •Intervenían en todas las peleas, siempre de parte de los Phelan y contra los reporteros. Después ayudaban a los
- •Imposible tarea de buscarle a Troy junior un puesto en la compañía que éste pudiera ocupar sin provocar una
- •Importancia. El jefe del departamento jurídico había dicho que, bien mirado, el testamento había sido una suerte.
- •Ventanas.
- •Incluso volar a casa con él, y quedarse allí el tiempo que hiciera falta para que se resolvieran todos los embrollos
- •Ilegítima de Troy Phelan. Tras finalizar sus estudios de Medicina, Rachel había cambiado de apellido en su afán
- •Veces al año, en marzo y en agosto, y Rachel solía llamar una vez al año desde un teléfono público de Corumbá
- •Inmediato. Alguien aconsejó que se les permitiera hablar de todos modos, y así quedó zanjado el problema.
- •Informes, ni notas, ni ideas acerca de lo que iba a decir a continuación; simple palabrería de un camorrista que
- •Impugnación. Los herederos, incluido Ramble, corrían el peligro de perder lo poco que Troy les había dejado en
- •Visto más lugares de Estados Unidos que él.
- •Vender.
- •Indios estadounidenses habían ganado algo. «y nosotros no los quemábamos en la hoguera —pensó—, ni los
- •Indicara el camino de regreso a la seguridad.
- •Indios podían comprender.
- •Incapacitado para testar. Nadie en su sano juicio se arrojaba por una ventana, y el que hubiese legado una
- •Volumen de la conciliación depende de mí. Si mis recuerdos son claros y detallados, puede que mi antiguo jefe
- •Inmenso pantano, exhalaré mi último aliento.»
- •Ver la primera choza y percibir olor a humo.
- •Inglés?
- •Veredictos favorables, reducir un poco más su aportación a los gastos generales del bufete y llevarse a casa más
- •Valdir regresó a su despacho, cerró la puerta y se acercó de nuevo a la ventana. El señor Stafford se
- •Indio entendiese.
- •Vernos otra vez hecho eso, me iré.
- •Indios están intentando dormir. Además, no olvide que les llamamos mucho la atención.
- •Insignificantes en aquel lugar y momento.
- •Veía muy conmovido y al borde de las lágrimas, pero conseguía decirle a la cámara lo que acababa de ver. Josh y
- •Imprecisión.
- •Vuelve a la normalidad sin que se produzca ningún daño. La tierra lo es todo para los indios, su vida; buena parte
- •Visitarme. Ella me contó la verdad acerca de mis padres biológicos, pero la revelación no significó nada para mí.
- •Veía la tierra de la orilla. Los indios empezaron a hablar entre sí y, al entrar en el Xeco, dejaron de remar.
- •Varias docenas de ellas. Vio la luz doblar una curva y, al oír el golpeteo del motor diésel, comprendió
- •Viejo había perdido la chaveta en aquel momento.
- •Varones.
- •Valdir estaba viendo la televisión y fumando su último cigarrillo de la noche sin prestar atención a las
- •Vestíbulo y de toda una serie de pasillos hasta llegar a una pequeña sala de reconocimiento donde una
- •Verdad que ella estaba allí.
- •Intimidatoria. Cuatrocientos abogados. Vestíbulos de mármol. Cuadros de firma en las paredes. Alguien estaba
- •Veinticinco a veinte. Y, si podemos atraer a Mary Ross, lo reducirá a diecisiete coma cinco. Si convencemos a
- •Valdir tenía un teléfono móvil. ¿Por qué no había llamado?
- •Intravenosa del brazo y huir hacia la libertad. Se arriesgaría a salir a la calle. Estaba seguro de que allí fuera no
- •Valdir tomó el teléfono y se retiró a un rincón, donde trató de describirle a Josh el estado de Nate.
- •Interrumpió el goteo. Tocó la frente de Nate y comprobó que no tenía fiebre.
- •Vivienda de Georgetown había terminado durante su estancia en el centro de desintoxicación. No tenía ningún
- •Inversiones dudosas. Después empezó a salir con una universitaria adicta a la cocaína y el muro se resquebrajó.
- •Introducía pastillas en la boca, lo obligaba a beber agua para que se las tragase y le humedecía el rostro con
- •Iban a enviar dinero. El consulado en Sáo Paulo estaba resolviendo la cuestión del pasaporte.
- •Volvió a reclinar la cabeza en la almohada y se tranquilizó mientras sentía que se le relajaban los
- •Instrucciones del médico. No tenía ni rastro de fiebre, la erupción cutánea había desaparecido y sólo le dolían un
- •Ver cosas y oír voces, incluso creer en fantasmas, sobre todo de noche, pero aun así siguió buscando.
- •Iban de bar en bar. Las calles eran cálidas y seguras; nadie parecía temer que le pegaran un tiro o lo atracaran.
- •Invocó el nombre de Dios. El señor estaba esperándolo.
- •Vio el rostro de Cristo, muriendo en la cruz tras una dolorosa agonía. Muriendo por él.
- •Indios la miraban cuando ella pasaba por su lado. Contó la historia de la niña que había muerto por culpa de la
- •Integridad de ese testamento. Segundo, sé la opinión que al señor Phelan le merecían sus hijos. La mera
- •Insinuar que Rachel tiene previsto rechazar la herencia haría que perdiésemos el control de la situación. Los
- •Vio el teléfono y le llamó la atención. Al parecer, seguía funcionando. Como era de esperar, Josh se había
- •Iglesia de la Trinidad.
- •Iglesia y su fachada daba a una calle secundaria. Caminaron pisando con mucho cuidado la nieve.
- •Verdad era que nadie podía fiarse de nadie. Había demasiado dinero en juego como para dar por seguro que el
- •Improcedentes.
- •Ilegítima, que tenía unos diez u once años cuando usted entró al servicio del señor Phelan. Éste intentó, a lo
- •Ver si funcionaba. No le dieron de comer a la hora del almuerzo. Se burlaron de él y lo llamaron embustero. En
- •Inestables peldaños. Era una ancha y larga sala con un techo muy bajo. El proyecto de reforma llevaba bastante
- •Indicó:
- •Iglesia de la Trinidad. Pero ambos consumieron gran cantidad de café y, al final, se terminaron el estofado de
- •Ventisca no se había producido. Al llegar a un semáforo en rojo de la avenida Pennsylvania, miró por el espejo
- •Impuestos de sucesión dividido por seis... Los honorarios de siete cifras se convertían en honorarios de ocho
- •Investigación para que llevara a cabo una indagación sobre los herederos Phelan. El examen se centraba más en
- •Volviendo a los cinco millones, ¿había invertido alguna parte de aquel dinero en acciones u obligaciones?
- •Vestían prendas mucho más informales. Junior llevaba un jersey rojo de algodón.
- •Vida, y después se arrojó al vacío. Supo engañar a Zadel y a los demás psiquiatras, y ellos se dejaron embaucar.
- •Veces se les veía juntos. Nate decidió no entrar en detalles. De repente, experimentó el deseo de terminar cuanto
- •Vidas que sólo giraban en torno al dinero.
- •Iré allí primero. Mi hijo mayor es estudiante de posgrado en la Universidad del Noroeste en Evanston, y tengo
- •Inmensa fortuna, ¿y aun así, sabiendo que había perdido el juicio, no le dijo nada a su abogado, el hombre en
- •Volvió a mirar a Nate, que estaba rebuscando entre sus papeles como si tuviera una copia del contrato. Snead
- •Invitaron de nuevo a cenar, pero él impuso como condición que Theo también participara. Almorzó con Angela
- •Veinte minutos de distancia. A las ocho y media lo llamó para decirle que una amiga suya había sufrido un
- •Inútiles notas en un cuaderno tamaño folio sencillamente porque eso era lo que estaban haciendo los demás. No
- •Viaje a Baltimore. Nate sabía que por nada del mundo habría abandonado el país.
- •Igual que cada uno de los abogados en el despacho de Wycliff.
- •Voltaje acerca de una de las fortunas personales más grandes del mundo. Josh le había reprochado su aspecto,
- •Impulso fue el de cruzar la estancia y besarle los pies a Nate. En su lugar, frunció el ceño con expresión muy
- •Valdir estaba esperando en el aeropuerto de Corumbá cuando el Gulfstream rodó hasta la pequeña
- •Inglés? ¿Cabría alguna posibilidad de que lo hubiera echado de menos o hubiera pensado en él siquiera? ¿Le
- •Visitó el hospital. Lo soñó usted todo, amigo mío.
- •Indios. Debajo de ella y encima de una mesita había una caja de plástico de material médico. El jefe señaló la
- •Inclinados uno o dos centímetros hacia la derecha.
- •Vivido once años allí y parecía ejercer una considerable influencia en él, pero no había conseguido convertirlo.
Viejo había perdido la chaveta en aquel momento.
Los abogados se quedaron de una pieza. Hark contempló sus risueños rostros por un instante antes de
añadir:
—0 es posible que su intención sea declarar que no sabía nada del testamento manuscrito y que el señor
Phelan estaba perfectamente cuerdo y lúcido el día en que murió.
—¿Cuánto pide? —preguntó Wally Bright, yendo directamente al grano.
—Cinco millones de dólares. El diez por ciento ahora y el resto cuando se llegue a un acuerdo.
Las exigencias de Snead no asustaron a los abogados. Considerando lo mucho que estaba en juego, en
realidad su codicia era más bien moderada.
—Como es natural, nuestros clientes no disponen de esta suma —prosiguió Hark—. Por consiguiente, si
queremos comprar su testimonio, de nosotros depende. A unos ochenta y cinco mil dólares por heredero,
podemos firmar un contrato con el señor Snead. Estoy convencido de que su declaración nos permitirá ganar el
pleito o bien forzará un acto de conciliación.
El nivel de riqueza de los presentes en la estancia era muy desigual. La cuenta del bufete de Bright era
deficitaria. Éste debía impuestos atrasados. En el otro extremo del espectro, algunos de los socios de la firma en
que trabajaban Hemba y Hamilton ganaban más de un millón de dólares al año.
—¿Está usted insinuando que paguemos de nuestro bolsillo a un testigo mentiroso? —inquirió Hamilton.
—Nosotros ignoramos que miente —contestó Hark. Ya tenía previstas todas las preguntas—. Nadie lo
sabe. Estaba solo con el señor Phelan. No hay testigos. La verdad será la que el señor Snead quiera que sea.
—Me suena un poco deshonroso —intervino Hemba.
—¿Se le ocurre alguna idea mejor? —rezongó Grit, que ya andaba por el cuarto canapé.
John Grisham El testamento
122
Hemba y Hamilton pertenecían a una prestigiosa firma jurídica y no estaban acostumbrados a la suciedad
y la mugre de las calles, lo cual no significaba que ellos o los de su clase fuesen menos corruptos, pero sus
clientes eran grandes empresas que utilizaban a los cabilderos para sobornar legalmente a los políticos con el fin
de conseguir importantes contratas gubernamentales y que ocultaban el dinero en cuentas secretas en Suiza, todo
ello con la ayuda de sus fieles abogados. El hecho de pertenecer a un importante bufete los inducía a fruncir el
entrecejo ante el comportamiento poco ético sugerido por Hark y aprobado por Grit, Bright y los demás.
—No estoy muy seguro de que nuestro cliente lo apruebe —señaló Hamilton.
—Su cliente dará saltos de alegría —repuso Hark. Cubrir con el manto de la ética a TJ Phelan casi
parecía un chiste—. Le aseguro que le conocemos mejor que ustedes. Se trata de establecer si ustedes están
dispuestos a participar o no.
—¿Está usted insinuando que nosotros, los abogados, adelantemos los primeros quinientos mil? —
preguntó Hemba en tono despectivo.
—Exactamente —contestó Hark.
—En tal caso, nuestra firma jamás participaría en este plan.
—Pues, en tal caso, su firma está a punto de ser despedida —terció Grit—. No olvide que son ustedes el
cuarto bufete en un mes. De hecho, Troy Phelan ya había amenazado con prescindir de sus servicios. Ambos se
callaron y escucharon. Hark se dispuso a proseguir.
—Para evitar la embarazosa situación de tener que pedir a cada uno de nosotros que suelte la pasta, he
encontrado un banco dispuesto a prestarnos quinientos mil dólares a un plazo de un año. Lo único que
necesitamos son seis firmas en el documento del préstamo. Yo ya he firmado.
—Yo lo firmaré —anunció Bright en un alarde de jactancia. Era intrépido porque no tenía nada que
perder.
—A ver si lo entiendo —dijo Yancy—. Nosotros le pagamos primero el dinero a Snead y éste habla. ¿Es
así?
—Sí.
—¿No convendría que primero oyéramos su versión?
—Su versión aún debe ser elaborada en parte. Esto es lo bueno del trato. En cuanto le paguemos, será
nuestro. Podremos configurar su declaración y estructurarla a nuestra conveniencia. Tenga en cuenta que no hay
otros testigos, exceptuando tal vez su secretaria.
—¿Cuánto vale la secretaria? —preguntó Grit.
—Es gratis. Va incluida en el paquete de Snead.
¿Cuántas veces en el ejercicio de la profesión se presenta la oportunidad de embolsarse un porcentaje de
la décima fortuna más grande del país?
Los abogados hicieron sus cálculos. Un pequeño riesgo ahora y una mina de oro después.
La señora Langhorne los sorprendió a todos diciendo:
—Aconsejaré a mi firma que aceptemos el trato; pero esto ha de ser un secreto hasta la tumba.
—La tumba —repitió Yancy—. Podrían quitarnos la licencia e incluso procesarnos. Sobornar a alguien
para que cometa perjurio es un delito.
—Usted no lo comprende —le dijo Grit—. No puede haber perjurio. La verdad la define Snead y sólo
Snead. Si él afirma que ayudó al difunto a redactar el testamento y que en ese momento el viejo estala chiflado,
¿quién puede rebatirlo? Es un trato sensacional. Yo firmaré.
—Ya somos cuatro —dijo Hark. —Yo firmaré —aseguró Yancy. Hemba y Hamilton vacilaron.
—Tendremos que consultarlo con nuestra firma —señaló Hamilton muy serio
—¿Es necesario que les recuerde que todo esto es confidencial? —intervino Bright.
Tenía gracia. El combatiente callejero y ex alumno de clases nocturnas estaba reprendiendo a los
guardianes de la ley por una cuestión de ética.
—No —contestó Hemba—. No hace falta que nos lo recuerde.
Hark llamanaría a Rex, le comentaría lo del trato y Rex llamaría a su hermano TJ y le comunicaría que
sus abogados estaban torpedeándolo Hemba y Hamilton pasarían a la historia en cuestión de cuarenta y ocho
horas.
—Hay que actuar con rapidez —les advirtió Hark a sus colegas—. El señor Snead alega apuros
económicos y está absolutamente dispuesto a llegar a un acuerdo con la otra parte.
—Por cierto —dijo Langhorne—, ¿sabemos algo más acerca de la otra parte? Todos estamos
impugnando el testamento. Alguien tiene que defenderlo. ¿Dónde está Rachel Lane?
John Grisham El testamento
123
—Evidentemente, se esconde —respondió Hark—. Josh me ha asegurado que saben dónde se encuentra,
que permanecen en contacto con ella y que ella contratará a unos abogados para que protejan sus intereses.
—Por once mil millones de dólares, me lo imagino —soltó Grit. Los abogados reflexionaron por un
instante acerca de los once mil millones, cada uno de ellos dividiéndolos por distintas magnitudes del número
seis y aplicando después sus porcentajes personales. Cinco millones para Snead parecía una suma razonable.
Jevy y Nate llegaron renqueando al puesto de venta a primera hora de la tarde. El motor de la batea
estaba fallando cada vez más y les quedaba muy poco combustible. Fernando, el propietario de la tienda, se
hallaba tendido en una hamaca del porche, al abrigo de los abrasadores rayos del sol. Era un viejo y curtido
veterano del río que había conocido al padre de Jevy.
Ambos hombres ayudaron a Nate a desembarcar. La fiebre había vuelto a subirle y tenía las piernas
débiles y entumecidas, por lo que los tres avanzaron muy despacio por el estrecho embarcadero y subieron con
cuidado por los peldaños del porche. Tras haberlo tendido en la hamaca, Jevy hizo un rápido recuento de los
acontecimientos de la pasada semana. A Fernando no se le escapaba nada de lo que ocurría en el río.
—El Santa Loura se hundió —dijo—. Hubo una gran tormenta.
—¿Has visto a Welly? —le preguntó Jevy.
—Sí. Una embarcación de transporte de ganado lo sacó del río. Se detuvieron aquí. Él mismo me contó la
historia. Estoy seguro de que se encuentra en Corumbá.
Jevy soltó un suspiro de alivio al enterarse de que Welly aún vivía. Sin embargo, la pérdida del barco era
una trágica noticia. El Santa Loura era uno de los mejores barcos del Pantanal, y se había hundido estando bajo
su cuidado.
Mientras ambos hablaban, Fernando estudió a Nate. Éste apenas podía oír sus palabras, y mucho menos
comprenderlas, pero tampoco le importaba.
—Eso no es malaria —declaró Fernando, rozando con el dedo el sarpullido del cuello de Nate.
Jevy se acercó a la hamaca y observó a su amigo. Tenía el cabello enmarañado y mojado y los ojos
todavía cerrados a causa de la hinchazón de los párpados.
—¿Qué es? —preguntó.
—La malaria no provoca un sarpullido como éste. El dengue sí.
—¿La fiebre del dengue?
—Sí. Se parece a la malaria. Produce fiebre, escalofríos y dolores en los músculos y las articulaciones, y
también lo transmiten los mosquitos; pero el sarpullido indica que es el dengue.
—Mi padre lo tuvo una vez y se puso muy enfermo.
—Tienes que llevarlo a Corumbá cuanto antes.
—¿Puedes prestarme tu motor?
La embarcación de Fernando estaba amarrada bajo el destartalado edificio. Su motor no estaba tan
oxidado como el de Jevy y tenía cinco caballos más de potencia. Ambos pusieron manos a la obra de inmediato,
cambiando los motores y llenando los depósitos, tras lo cual, después de pasarse una hora tendido en la hamaca
en estado comatoso, el pobre Nate fue conducido de nuevo al embarcadero y colocado en la embarcación bajo la
tienda. Estaba demasiado enfermo para darse cuenta de lo que ocurría.
Ya eran casi las dos y media. Corumbá se encontraba a diez horas de viaje. Jevy le dejó el número de
teléfono de Valdir a Fernando. No era corriente que los barcos que navegaban por el Paraguay contasen con
radio, pero en caso de que Fernando viera casualmente alguno que la tuviese, Jevy quería que se pusiera en
contacto con Valdir y le comunicara la noticia.
Jevy navegó a toda velocidad, orgulloso una vez más de tener una embarcación capaz de surcar el agua
con tal rapidez. La estela hervía a su espalda.
La fiebre del dengue podía ser mortal. Su padre había estado gravemente enfermo durante una semana,
con intensos dolores de cabeza y fiebre muy alta. Le dolían tanto los ojos que su madre lo tuvo varios días en
una habitación a oscuras. Era un rudo hombre del río, acostumbrado a las heridas y el dolor, por lo que, cuando
Jevy lo oyó gemir como un niño, pensó que su padre se estaba muriendo. El médico lo visitaba a días alternos
hasta que, al final, la fiebre remitió.
Podía ver los pies de Nate asomar por debajo de la tienda, eso era todo.
Nate despertó una vez, pero no consiguió ver nada. Volvió a despertar y todo estaba oscuro. Trató de
decirle algo a Jevy acerca del agua, que le diera un sorbito y quizás un poco de pan, pero no consiguió articular
palabra. Hablar exigía esfuerzo y movimiento, sobre todo cuando uno trataba de gritar por encima del rugido del
motor. Las articulaciones estaban totalmente anquilosadas y él se sentía soldado al casco de aluminio de la
embarcación.
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Rachel estaba tendida a su lado bajo la maloliente tienda, rozándole las rodillas con las suyas como
cuando ambos estaban sentados juntos en el suelo delante de su choza y más tarde en el escalón de piedra de la
orilla del río, bajo el árbol. Era el cauto y breve contacto de una mujer ansiosa de percibir la inocente sensación
de la carne. Llevaba once años viviendo entre los ipicas, cuya desnudez creaba una distancia entre ellos y
cualquier persona civilizada. El hecho de dar un simple abrazo constituía una tarea complicada. ¿Por dónde
agarrar? ¿Dónde dar una palmada? ¿Cuánto rato apretar? Seguro que jamás había tocado a ninguno de los