
- •Vueltas de los pantalones. Él también espera hacerse rico cuando me muera, y supongo que está contando los
- •Vida o muerte para ellos, pues todos están endeudados. El testamento que tengo ante mí va a hacerlos ricos y
- •Vas directamente al grano, ¿eh?
- •Incredulidad y rompió a llorar.
- •Impuestos sobre la herencia serían brutales.
- •Intrascendentes preguntas acerca del estado de ánimo de la familia.
- •Insatisfactoria que era su respuesta—. Troy firmó un testamento poco antes de arrojarse al vacío y me ordenó
- •Intrépidos y jóvenes abogados, entraron en el despacho. Se sentaron alrededor de una mesa caoba que había en
- •Vida de lujo hasta el momento en que había entrado en posesión de su herencia. Sus cinco millones de dólares
- •Velocidad por la interestatal—. Quinientos millones de dólares libres de impuestos —añadió con una sonrisa.
- •Iban a ninguna parte porque no podían permitirse el lujo de alquilar estudios de grabación, pero su grupo sería
- •Interno ella era una puta, y el hecho de que fuese la propietaria de todo hacía que el pobre Rex se pasara muchas
- •Inestabilidad; ambos celebraban muchas fiestas y tenían amigos muy turbulentos, todos ellos atraídos por el
- •Viejo paseaba desnudo por la playa, contemplando embobado a las jóvenes francesas. Josh y su mujer se habían
- •Vacía, Josh metió el brazo entumecido por el frío y volvió a cerrar la portezuela.
- •Vaqueros almidonados, les sirvió un whisky de malta muy añejo procedente del armario del señor Phelan.
- •Impresionante serie a las actividades al aire libre, de sonadas condenas contra médicos acusados de negligencia
- •Inmediato tras haber abandonado el de Hark. Le hizo un informe completo de todo lo que había dicho éste.
- •Investigaciones y parece ser que se enorgullecen de localizar a los pueblos más remotos de la Tierra.
- •Iniciar su aventura. Cuando a las diez Sergio entró a verle, lo encontró sentado como un monje en el centro de la
- •Virginia, y presentó una petición de apertura obligatoria de la última voluntad y testamento de Troy l. Phelan.
- •Inmediato.
- •Inadvertido fácilmente.
- •Idiomática le produjo un fugaz acceso de ansiedad que terminó en cuanto una agraciada auxiliar de vuelo
- •Virginia sólo las cuatro y media.
- •Valdir sacudió la cabeza sonriendo.
- •Valdir lo había asustado más de lo que quería reconocer. Se sentó en el borde de una mesa de cámping y
- •Inmediatamente se apartaban del camino de aquel verdadero carro blindado. Deliberadamente o por descuido, el
- •Instante.
- •Ventanillas del aparato y Milton bajó a seiscientos metros de altura. A la izquierda, mucho más cerca, se
- •Impenetrable, pero el impasible piloto se había quitado las gafas de sol y su frente estaba perlada de sudor. El
- •Ventanilla. La pista de aterrizaje era tan corta como el camino de la entrada de una bonita casa de una zona
- •Ver a Jevy conversar por teléfono fue una tortura para Nate. No entendía una sola palabra, pero el
- •Informe que le habían facilitado, y desde entonces había cambiado muy poco. El aislamiento de la gente era
- •Vuelta. Se señaló el reloj y Luis lo acompañó de nuevo a casa.
- •Valdir se despidió, no sin desearle una vez más feliz Navidad. Los Nike aún estaban mojados, pero se los
- •Intentó practicar jogging a lo largo de una manzana, pero el dolor se lo impidió. Bastante le costaba
- •Veintiocho años llamado Lance, encantado de poder hacer aquel viaje a pesar de que ella le doblaba la edad.
- •Igual lo que pudiera estar haciendo su hijo de catorce años.
- •Vio las hileras de botellas de bebidas alcohólicas, whisky, ginebra, vodka, todas llenas y sin abrir,
- •Vestíbulo para tomarse una buena taza de café cargado.
- •Imagen de mi rostro y he deseado la muerte, pero aquí estoy, sentado y respirando. Dos veces en tres días he
- •Indiferente. La estancia en Walnut Hill había hecho que su apetito disminuyera bastante, pues el método de
- •Viviera allí, se relacionase con las mismas personas, hiciera el mismo trabajo e hiciera caso omiso de los mismos
- •Varios abogados llegaron al extremo de sugerir que se les permitiera abrir y leer el testamento. Era muy largo y,
- •Irritados por el hecho de que no pudieran acceder de inmediato a la sala. Se intercambiaron algunas palabras
- •Visitantes de las salas de justicia. Los precedía Wally Bright, su abogado de las páginas amarillas. Wally vestía
- •Verdad y nada más que la verdad.
- •Intervenían en todas las peleas, siempre de parte de los Phelan y contra los reporteros. Después ayudaban a los
- •Imposible tarea de buscarle a Troy junior un puesto en la compañía que éste pudiera ocupar sin provocar una
- •Importancia. El jefe del departamento jurídico había dicho que, bien mirado, el testamento había sido una suerte.
- •Ventanas.
- •Incluso volar a casa con él, y quedarse allí el tiempo que hiciera falta para que se resolvieran todos los embrollos
- •Ilegítima de Troy Phelan. Tras finalizar sus estudios de Medicina, Rachel había cambiado de apellido en su afán
- •Veces al año, en marzo y en agosto, y Rachel solía llamar una vez al año desde un teléfono público de Corumbá
- •Inmediato. Alguien aconsejó que se les permitiera hablar de todos modos, y así quedó zanjado el problema.
- •Informes, ni notas, ni ideas acerca de lo que iba a decir a continuación; simple palabrería de un camorrista que
- •Impugnación. Los herederos, incluido Ramble, corrían el peligro de perder lo poco que Troy les había dejado en
- •Visto más lugares de Estados Unidos que él.
- •Vender.
- •Indios estadounidenses habían ganado algo. «y nosotros no los quemábamos en la hoguera —pensó—, ni los
- •Indicara el camino de regreso a la seguridad.
- •Indios podían comprender.
- •Incapacitado para testar. Nadie en su sano juicio se arrojaba por una ventana, y el que hubiese legado una
- •Volumen de la conciliación depende de mí. Si mis recuerdos son claros y detallados, puede que mi antiguo jefe
- •Inmenso pantano, exhalaré mi último aliento.»
- •Ver la primera choza y percibir olor a humo.
- •Inglés?
- •Veredictos favorables, reducir un poco más su aportación a los gastos generales del bufete y llevarse a casa más
- •Valdir regresó a su despacho, cerró la puerta y se acercó de nuevo a la ventana. El señor Stafford se
- •Indio entendiese.
- •Vernos otra vez hecho eso, me iré.
- •Indios están intentando dormir. Además, no olvide que les llamamos mucho la atención.
- •Insignificantes en aquel lugar y momento.
- •Veía muy conmovido y al borde de las lágrimas, pero conseguía decirle a la cámara lo que acababa de ver. Josh y
- •Imprecisión.
- •Vuelve a la normalidad sin que se produzca ningún daño. La tierra lo es todo para los indios, su vida; buena parte
- •Visitarme. Ella me contó la verdad acerca de mis padres biológicos, pero la revelación no significó nada para mí.
- •Veía la tierra de la orilla. Los indios empezaron a hablar entre sí y, al entrar en el Xeco, dejaron de remar.
- •Varias docenas de ellas. Vio la luz doblar una curva y, al oír el golpeteo del motor diésel, comprendió
- •Viejo había perdido la chaveta en aquel momento.
- •Varones.
- •Valdir estaba viendo la televisión y fumando su último cigarrillo de la noche sin prestar atención a las
- •Vestíbulo y de toda una serie de pasillos hasta llegar a una pequeña sala de reconocimiento donde una
- •Verdad que ella estaba allí.
- •Intimidatoria. Cuatrocientos abogados. Vestíbulos de mármol. Cuadros de firma en las paredes. Alguien estaba
- •Veinticinco a veinte. Y, si podemos atraer a Mary Ross, lo reducirá a diecisiete coma cinco. Si convencemos a
- •Valdir tenía un teléfono móvil. ¿Por qué no había llamado?
- •Intravenosa del brazo y huir hacia la libertad. Se arriesgaría a salir a la calle. Estaba seguro de que allí fuera no
- •Valdir tomó el teléfono y se retiró a un rincón, donde trató de describirle a Josh el estado de Nate.
- •Interrumpió el goteo. Tocó la frente de Nate y comprobó que no tenía fiebre.
- •Vivienda de Georgetown había terminado durante su estancia en el centro de desintoxicación. No tenía ningún
- •Inversiones dudosas. Después empezó a salir con una universitaria adicta a la cocaína y el muro se resquebrajó.
- •Introducía pastillas en la boca, lo obligaba a beber agua para que se las tragase y le humedecía el rostro con
- •Iban a enviar dinero. El consulado en Sáo Paulo estaba resolviendo la cuestión del pasaporte.
- •Volvió a reclinar la cabeza en la almohada y se tranquilizó mientras sentía que se le relajaban los
- •Instrucciones del médico. No tenía ni rastro de fiebre, la erupción cutánea había desaparecido y sólo le dolían un
- •Ver cosas y oír voces, incluso creer en fantasmas, sobre todo de noche, pero aun así siguió buscando.
- •Iban de bar en bar. Las calles eran cálidas y seguras; nadie parecía temer que le pegaran un tiro o lo atracaran.
- •Invocó el nombre de Dios. El señor estaba esperándolo.
- •Vio el rostro de Cristo, muriendo en la cruz tras una dolorosa agonía. Muriendo por él.
- •Indios la miraban cuando ella pasaba por su lado. Contó la historia de la niña que había muerto por culpa de la
- •Integridad de ese testamento. Segundo, sé la opinión que al señor Phelan le merecían sus hijos. La mera
- •Insinuar que Rachel tiene previsto rechazar la herencia haría que perdiésemos el control de la situación. Los
- •Vio el teléfono y le llamó la atención. Al parecer, seguía funcionando. Como era de esperar, Josh se había
- •Iglesia de la Trinidad.
- •Iglesia y su fachada daba a una calle secundaria. Caminaron pisando con mucho cuidado la nieve.
- •Verdad era que nadie podía fiarse de nadie. Había demasiado dinero en juego como para dar por seguro que el
- •Improcedentes.
- •Ilegítima, que tenía unos diez u once años cuando usted entró al servicio del señor Phelan. Éste intentó, a lo
- •Ver si funcionaba. No le dieron de comer a la hora del almuerzo. Se burlaron de él y lo llamaron embustero. En
- •Inestables peldaños. Era una ancha y larga sala con un techo muy bajo. El proyecto de reforma llevaba bastante
- •Indicó:
- •Iglesia de la Trinidad. Pero ambos consumieron gran cantidad de café y, al final, se terminaron el estofado de
- •Ventisca no se había producido. Al llegar a un semáforo en rojo de la avenida Pennsylvania, miró por el espejo
- •Impuestos de sucesión dividido por seis... Los honorarios de siete cifras se convertían en honorarios de ocho
- •Investigación para que llevara a cabo una indagación sobre los herederos Phelan. El examen se centraba más en
- •Volviendo a los cinco millones, ¿había invertido alguna parte de aquel dinero en acciones u obligaciones?
- •Vestían prendas mucho más informales. Junior llevaba un jersey rojo de algodón.
- •Vida, y después se arrojó al vacío. Supo engañar a Zadel y a los demás psiquiatras, y ellos se dejaron embaucar.
- •Veces se les veía juntos. Nate decidió no entrar en detalles. De repente, experimentó el deseo de terminar cuanto
- •Vidas que sólo giraban en torno al dinero.
- •Iré allí primero. Mi hijo mayor es estudiante de posgrado en la Universidad del Noroeste en Evanston, y tengo
- •Inmensa fortuna, ¿y aun así, sabiendo que había perdido el juicio, no le dijo nada a su abogado, el hombre en
- •Volvió a mirar a Nate, que estaba rebuscando entre sus papeles como si tuviera una copia del contrato. Snead
- •Invitaron de nuevo a cenar, pero él impuso como condición que Theo también participara. Almorzó con Angela
- •Veinte minutos de distancia. A las ocho y media lo llamó para decirle que una amiga suya había sufrido un
- •Inútiles notas en un cuaderno tamaño folio sencillamente porque eso era lo que estaban haciendo los demás. No
- •Viaje a Baltimore. Nate sabía que por nada del mundo habría abandonado el país.
- •Igual que cada uno de los abogados en el despacho de Wycliff.
- •Voltaje acerca de una de las fortunas personales más grandes del mundo. Josh le había reprochado su aspecto,
- •Impulso fue el de cruzar la estancia y besarle los pies a Nate. En su lugar, frunció el ceño con expresión muy
- •Valdir estaba esperando en el aeropuerto de Corumbá cuando el Gulfstream rodó hasta la pequeña
- •Inglés? ¿Cabría alguna posibilidad de que lo hubiera echado de menos o hubiera pensado en él siquiera? ¿Le
- •Visitó el hospital. Lo soñó usted todo, amigo mío.
- •Indios. Debajo de ella y encima de una mesita había una caja de plástico de material médico. El jefe señaló la
- •Inclinados uno o dos centímetros hacia la derecha.
- •Vivido once años allí y parecía ejercer una considerable influencia en él, pero no había conseguido convertirlo.
Inglés?
—Imagino que muy pocas veces.
—Una vez al año voy a Corumbá para comprar provisiones. Llamo a nuestra sede central y durante unos
diez minutos hablo en inglés. Siempre me resulta aterrador.
—¿Por qué?
—Me pongo nerviosa. Me tiemblan las manos mientras sujeto el auricular. Conozco a las personas con
quienes hablo, pero siempre temo no utilizar las palabras apropiadas. A veces incluso tartamudeo. Diez minutos
al año.
—Pues ahora lo está haciendo muy bien.
—Estoy muy nerviosa.
—Tranquilícese. Soy un buen chico.
—Pero me ha localizado. Estaba atendiendo a un paciente hace apenas una hora cuando los chicos fueron
a decirme que había un norteamericano. Corrí a la choza y me puse a rezar. Dios me dio fuerzas.
—Vengo en son de paz.
—Parece una buena persona.
«Si tú supieras», pensó Nate.
—Gracias. Usted... mmm... ha comentado algo acerca de un paciente.
—Sí.
—Yo creía que era misionera.
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—Y lo soy. Pero también soy médico.
La especialidad de Nate consistía en llevar a juicio a los médicos. No era el lugar ni el momento para
mantener una conversación acerca de las negligencias propias de la profesión.
—Eso no figuraba en mi dossier.
—Cambié de apellido al terminar los estudios superiores, antes de que estudiase Medicina e ingresara en
el centro de actividades misioneras. Supongo que ahí es donde terminan las pistas.
—Exactamente. ¿Por qué cambió de apellido?
—Es muy complicado, o, por lo menos, lo era entonces. Ahora ya no me parece importante.
Una ligera brisa soplaba desde el río. Ya eran casi las cinco. Unas nubes negras y bajas cubrían el
bosque. Rachel advirtió que Nate consultaba el reloj.
—Los chicos le levantarán una tienda aquí. Éste es un buen lugar para dormir esta noche.
—Se lo agradezco. Estaremos a salvo, ¿verdad?
—Sí. Dios los protegerá. Rece sus oraciones.
En aquellos momentos, Nate tenía previsto rezar como un cura. La cercanía del río le preocupaba
sobremanera. Cerró los ojos y se imaginó a la anaconda que había visto antes reptando hacia su tienda.
—Porque usted reza, ¿no es cierto, señor O'Riley? —añadió Rachel.
—Por favor, llámeme Nate. Sí, rezo.
—¿Es usted irlandés?
—Soy de raza indefinida. Más alemán que otra cosa. Los antepasados de mi padre eran irlandeses. La
historia de mi familia jamás me ha interesado.
—¿A qué Iglesia pertenece?
—A la episcopalista.
Católica, luterana, episcopalista, daba igual. Nate llevaba sin ver el interior de un templo desde su
segunda boda.
Su vida espiritual era un tema que prefería evitar. La teología no iba con él y no le apetecía comentar la
cuestión con una misionera. Ella hizo una pausa, como de costumbre, y Nate la aprovechó para cambiar de tema.
—¿Son pacíficos estos indios?
—En general, sí. Los ípicas no son guerreros, pero no se fían de los blancos.
—¿Y de usted?
—Llevo once años entre ellos. Me han aceptado.
—¿Cuánto tiempo tardaron en hacerlo?
—Tuve suerte, porque antes que yo había vivido aquí un matrimonio de misioneros. Habían aprendido el
idioma de los indios y les habían traducido el Nuevo Testamento. Además, no olvide que soy médico. Me gané
rápidamente su amistad cuando empecé a asistir a las parturientas.
—Su portugués me ha parecido muy bueno.
—Lo hablo con fluidez. También hablo el español, el ípica y el machiguenga.
—¿Y eso qué es?
—Los machiguengas son unos indígenas de las montañas del Perú. Estuve seis años allí. Cuando ya me
había familiarizado con el idioma, me evacuaron.
—¿Por qué?
—Por las guerrillas —respondió. Como si las serpientes, los caimanes, las enfermedades y las
inundaciones no fueran suficiente—. Secuestraron a dos misioneros en una aldea muy próxima al lugar donde
me encontraba —añadió—, pero Dios los protegió. Los dejaron en libertad cuatro años más tarde.
—¿Hay guerrillas por aquí?
—No. Estamos en Brasil. Aquí la gente es muy pacífica. Hay algunos traficantes de droga, pero nadie se
adentra en el Pantanal.
—Eso me recuerda una cuestión interesante. ¿Queda muy lejos el río Paraguay?
—En esta época del año, a unas ocho horas.
—¿Horas brasileñas?
Rachel sonrió.
—Veo que ya ha descubierto que aquí el tiempo es más lento. De ocho a diez horas norteamericanas.
—¿En canoa?
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—Así nos desplazamos nosotros. Yo antes tenía una embarcación de motor, pero era muy vieja, y al final
se estropeó.
—¿Cuánto se tarda con una embarcación de motor?
—Cinco horas, más o menos. Es la estación de las crecidas y resulta muy fácil perderse.
—Ya me he dado cuenta.
—Los ríos bajan juntos. Cuando se vaya, tendrá que llevar consigo a uno de los pescadores. No podría
encontrar el Paraguay sin un guía.
—¿Y dice que va usted una vez al año?
—Sí, pero en la estación seca, en agosto. Entonces no hace tanto calor y hay menos mosquitos.
—¿Hace el viaje sola?
—No. Cuando voy al Paraguay me acompaña Lako, mi amigo indio. Se tarda seis horas en canoa cuando
el nivel de los ríos es más bajo. Espero a que pase un barco y voy a Corumbá. Me quedo allí unos días, hago mis
recados y tomo un barco de regreso.
Nate recordó haber visto muy pocos barcos navegar por el Paraguay.
—¿Cualquier barco?
—Por regla general, uno de transporte de ganado. Los capitanes aceptan pasajeros de buen grado.
«Viaja en canoa porque se le estropeó su vieja embarcación de motor. Pide que la lleven de balde los
barcos de transporte de ganado cuando se desplaza a Corumbá, que es su único contacto con la civilización. ¿De
qué forma la cambiará el dinero?», se preguntó Nate. No atinaba a imaginar siquiera una respuesta.
Se lo diría al día siguiente, una vez que hubiera descansado y comido y ambos tuviesen varias horas por
delante para hablar largo y tendido. Unas figuras aparecieron cerca del poblado; se trataba de unos hombres, que
se acercaban a ellos.
—Aquí están —dijo Rachel—. Comemos antes de que anochezca y nos vamos a dormir.
—Supongo que después ya no se hace nada más.
—Nada de lo que podamos hablar —repuso ella. Nate encontró gracioso el comentario.
Jevy apareció con un grupo de aborígenes, uno de los cuales le entregó a Rachel un pequeño cesto de
forma cuadrada. Ella se lo tendió a Nate y éste sacó de su interior una pequeña hogaza de pan duro.
—Es mandioca —le explicó Rachel—. Nuestro principal alimento. Evidentemente, también era el único,
por lo menos en aquella comida. Nate iba por la segunda hogaza cuando llegaron unos indios del primer
poblado, acarreando la tienda, la mosquitera, las mantas y el agua embotellada de la embarcación.
—Esta noche nos quedaremos aquí —le anunció Nate a Jevy.
—¿Y eso quién lo dice?
—Es el mejor sitio —intervino Rachel—. Les ofrecería un lugar en el poblado, pero primero el jefe
tendría que aprobar la visita de los blancos.
—Ése soy yo —dijo Nate.
—Sí.
—¿Y él no? —preguntó Nate, señalando a Jevy.
—Él no fue a dormir sino a buscar comida. Las normas son muy complicadas.
De modo, pensó Nate, que aquellos indígenas primitivos que aún no habían aprendido a vestirse se
regían, sin embargo, por un complejo sistema de normas.
—Quisiera marcharme mañana al mediodía —le dijo a Rachel.
—Eso también dependerá del jefe.
—¿Significa que no podemos irnos cuando queramos?
—Ustedes se irán cuando él diga que pueden hacerlo. No se preocupe.
—¿Son buenos amigos usted y el jefe?
—Nos llevamos bien.
Rachel indicó a los indios que regresaran al poblado. El sol se había ocultado por detrás de las montañas.
Las sombras del bosque se cernían sobre ellos.
Rachel se pasó unos minutos contemplando cómo Jevy y Nate trataban de montar la tienda. Enrollada en
su funda parecía muy pequeña y no se estiró demasiado cuando ambos acoplaron los postes. Nate no estaba
seguro de que pudiera albergar a Jevy, y mucho menos a los dos. Una vez montada, la tienda llegaba hasta la
cintura, se inclinaba mucho por los lados y resultaba sumamente pequeña para dos hombres adultos.
—Me voy —anunció Rachel—. Aquí estarán ustedes muy bien.
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—¿Me lo promete? —le preguntó Nate, y hablaba en serio.
—Puedo enviarles a un par de chicos para que monten guardia, si quiere.
—Estaremos bien —dijo Jevy.
—¿A qué hora suele despertarse Nate.
—Una hora antes del amanecer.
—Estoy seguro de que podré hacerlo —dijo Nate, mirando hacia la tienda—. ¿Podríamos reunirnos
temprano? Tenemos muchas cosas de que hablar.
—Sí. Les enviaré un poco de comida al romper el alba. Después charlaremos un rato.
—Se lo agradecería mucho.
—Rece sus oraciones, señor O'Riley.
—Así lo haré.
Rachel se adentró en la oscuridad. Por un instante, Nate vio su figura seguir el tortuoso sendero; después,
desapareció. El poblado se había desvanecido en las penumbras de la noche.
Nate y Jevy pasaron varias horas sentados en el banco, esperando a que la temperatura bajase y temiendo
el momento en el que, inevitablemente, tendrían que apretujarse en el interior de la tienda y dormir espalda
contra espalda, malolientes y sudorosos. No tendrían más remedio que hacerlo. La tienda, a pesar de su
fragilidad, los protegería de los mosquitos y otros insectos. Y también mantendría a raya a los bichos que
reptaban.
Ambos hablaron del poblado. Jevy contó varias historias acerca de los indios que siempre terminaban
bien. Al final, preguntó:
—¿Le ha hablado usted de la herencia?
—No. Lo haré mañana.
—Ahora que ya la ha visto, ¿qué cree que hará?
—No tengo la menor idea. Aquí es feliz, y esto puede trastornar su vida.
—Pues entonces démelo a mí. Le aseguro que no transtornará mi vida en absoluto.
Se condujeron de acuerdo con la jerarquía social. Arrastrándose por el suelo, Nate entró el primero en la
tienda. Se había pasado la noche anterior contemplando el cielo desde el fondo de la embarcación y el cansancio
lo venció enseguida.
En cuanto lo oyó roncar, Jevy bajó muy despacio la cremallera de la entrada de la tienda y dio un suave
codazo por aquí y otro por allá hasta que encontró su sitio. Su compañero estaba profundamente dormido.
Tras haber disfrutado de nueve horas de sueño, los ipicas se levantaron antes del amanecer para iniciar su
jornada. Las mujeres encendieron unas pequeñas fogatas en el exterior de las tiendas y se fueron con sus hijos al
río para recoger agua y bañarse. Por regla general, esperaban a que se hiciera de día para recorrer los senderos.
Era prudente ver lo que había delante.
En portugués, el nombre de aquella serpiente era urutu. Los indios la llamaban bima. Abundaba en las
aguas del sur de Brasil y su mordedura solía ser mortal. La niña se llamaba Ayesh, tenía siete años y la
misionera blanca la había ayudado a venir al mundo. La niña caminaba delante de su madre en lugar de hacerlo
detrás, según la costumbre, y sintió a la bima retorcerse bajo su pie descalzo.
Soltó un grito cuando la serpiente la mordió por debajo del tobillo. Su padre no tardó en llegar, pero ella
ya se encontraba en estado de shock y el pie derecho se le había hinchado hasta el doble de su tamaño. Un niño
de quince años, el corredor más rápido de la tribu, fue enviado en busca de Rachel. Había cuatro pequeños
poblados ípicas a lo largo de dos ríos que confluían en el horcajo, muy cerca del lugar donde Jevy y Nate se
habían detenido. La distancia desde el horcajo hasta la última choza ípica no superaba los ocho kilómetros. Los
poblados eran unas pequeñas tribus separadas e independientes, pero todas eran ípicas y tenían el mismo idioma,
la misma tradición y las mismas costumbres. Sus miembros se relacionaban y contraían matrimonio entre sí.
Ayesh vivía en el tercer poblado contando desde el horcajo. Rachel estaba en el segundo, el más grande
de los cuatro. El corredor la encontró leyendo las Sagradas Escrituras en la pequeña choza que era su hogar
desde hacía once años. Ella llenó rápidamente su botiquín. En aquella zona del Pantanal había cuatro especies de
serpientes venenosas y muchas veces Rachel había tenído un antídoto para cada una de ellas. Esta vez, sin
embargo, no era así. El corredor le explicó que la serpiente era una tima. El antídoto contra el veneno de ésta lo
fabricaba un laboratorio brasileño, pero Rachel no había conseguido encontrarlo durante su último viaje a
Corumbá, cuyas farmacias sólo tenían la mitad de las medicinas que ella necesitaba. Se anudó los cordones de
las botas de cuero y salió con el botiquín. Lako y otros dos chicos del poblado se unieron a Rachel y al corredor
en su travesía por la alta hierba hasta llegar al bosque.
Según las estadísticas de Rachel, había en los cuatro poblados ochenta y seis mujeres adultas, ochenta y
un varones adultos y setenta y dos niños, es decir, doscientos treinta y nueve ipicas en total. Cuando había
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iniciado su labor allí, once años atrás, sumaban doscientos ochenta. Periódicamente la malaria se llevaba a los
más débiles. En iggi, un brote de cólera había provocado la muerte de veinte personas en un poblado. Si Rachel
no hubiera insistido en que se respetara la cuarentena, casi todos los ípicas habrían perecido.
Con la diligencia de un antropólogo, llevaba un registro de todos los nacimientos, las defunciones, las
bodas, las relaciones de parentesco, las enfermedades y los tratamientos. Si alguien mantenía una relación
adúltera, ella casi siempre se enteraba con quién. Conocía a todos los habitantes de todos los poblados. Había
bautizado a los padres de Ayesh en el mismo río donde éstos se bañaban.
Ayesh era menuda y delgada y probablemente se moriría por falta del antídoto adecuado. Éste podía
comprarse sin dificultad en Estados Unidos y en las ciudades más grandes de Brasil, y no era muy caro. Su
pequeño presupuesto de Tribus del Mundo lo cubriría. Con tres inyecciones administradas a lo largo de seis
horas se podía evitar la muerte. Sin ellas, la niña sufriría unos violentos accesos de náuseas, a continuación de
los cuales sobrevendría la fiebre, seguida del coma y la muerte.
Hacía tres años que los ipicas no veían una muerte por mordedura de serpiente, y, por primera vez en dos
años, Rachel no disponía del antídoto necesario.
Los padres de Ayesh eran cristianos, unos nuevos creyentes que trataban de adaptarse a la nueva religión.
Aproximadamente un tercio de los ipicas se había convertido y, gracias a la paciente labor de Rachel y de sus
predecesores, la mitad de ellos sabía leer y escribir.
Rachel rezó mientras trotaba detrás de los muchachos. Era fuerte y delgada. Caminaba varios kilómetros
al día y comía muy poco. Los indios admiraban su energía.
Jevy se estaba lavando en el río cuando Nate bajó la cremallera de la mosquitera y salió como pudo de la
tienda. Aún conservaba las magulladuras del accidente aéreo, y dormir en la embarcación y en el suelo no había
contribuido precisamente a aliviar sus molestias. Estiró la espalda y las piernas, notó el cuerpo dolorido y sintió
todo el peso de sus cuarenta y ocho años. Vio a Jevy sumergido hasta la cintura en unas aguas que parecían
mucho más claras que las del resto del Pantanal.
«Estoy perdido —pensó Nate—. Tengo hambre. No hay papel higiénico.» Contó mentalmente con los
dedos mientras resumía su triste inventario. ¡Pero aquello era una aventura, maldita sea! Era el momento en que
todos los abogados entraban a saco en el nuevo año con el firme propósito de facturar más horas, obtener más