Добавил:
Upload Опубликованный материал нарушает ваши авторские права? Сообщите нам.
Вуз: Предмет: Файл:
John Grisham - El testamento.doc
Скачиваний:
6
Добавлен:
12.11.2019
Размер:
1.64 Mб
Скачать

Ver la primera choza y percibir olor a humo.

Cuando ya llevaban recorridos doscientos metros, el hombre que encabezaba la marcha señaló un

umbroso paraje muy cerca de la orilla del río. Nate y Jevy fueron acompañados a un banco hecho con unas cañas

huecas atadas con una cuerda. Allí se quedaron, escoltados por dos hombres, mientras los demás se

encaminaban hacia la aldea.

Pasó el tiempo, los dos guardias se cansaron y decidieron echar una siesta. Se apoyaron contra el tronco

de un árbol y enseguida se quedaron dormidos.

—Creo que podríamos escapar —dijo Nate.

—¿Adónde?

—¿Tienes hambre?

—Un poco. ¿Y usted?

—No, me he atiborrado —contestó Nate—. Hace nueve horas me comí siete galletitas. Recuérdame que

le dé un cachete a Welly cuando lo vea.

—Confío en que esté bien.

—¿Y por qué no iba a estarlo? Se está meciendo en mi hamaca, bebiendo café recién hecho, a salvo, seco

y bien alimentado.

Los indios no los habrían conducido hasta allí si Rachel no hubiese estado en las inmediaciones. Mientras

descansaba en el banco contemplando a lo lejos los tejados de las chozas, Nate se hizo muchas preguntas acerca

de ella.

Sentía curiosidad por su aspecto, pues su madre había sido, al parecer, muy hermosa. Troy Phelan tenía

buen ojo para las mujeres. ¿Cómo iría vestida? Los ipicas con los que vivía iban desnudos. ¿Cuánto tiempo

llevaría sin ver la civilización? ¿Sería él el primer norteamericano que visitaba el poblado?

¿Cómo reaccionaría ante su presencia? ¿Y ante el anuncio de la herencia que acababa de recibir?

A medida que transcurría el tiempo, la perspectiva de conocerla hacía que Nate se sintiera cada vez más

nervioso.

John Grisham El testamento

95

Ambos guardias estaban dormidos cuando se oyeron los primeros movimientos procedentes del poblado.

Jevy les arrojó una piedrecita y soltó un silbido por lo bajo. Ellos se levantaron de un salto y ocuparon de nuevo

sus posiciones.

Las malas hierbas que bordeaban el sendero por el que vieron acercarse una patrulla llegaban a la altura

de la rodilla. Rachel acompañaba a los hombres. Divisaron una blusa de color amarillo pálido entre los morenos

pechos desnudos y un rostro más claro bajo un sombrero de paja. Se hallaban a cien metros de distancia, pero

Nate la distinguió perfectamente.

—Hemos encontrado a nuestra chica —anunció.

—Sí, creo que sí.

Los indios se lo tomaban con calma. Tres jóvenes caminaban delante y otros tres detrás. Ella era un poco

más alta que los aborígenes y tenía un porte muy elegante. Podría haber estado dando un paseo entre las flores.

Caminaba deprisa.

Nate la observó con detenimiento. Era muy esbelta, tenía la espalda ancha y los hombros huesudos.

Cuando estuvo más cerca, empezó a mirar en la dirección en que ellos se encontraban. Nate y Jevy se levantaron

para saludarla.

Los indios se detuvieron al llegar al borde de la sombra, pero Rachel siguió caminando. Se quitó el

sombrero. Su corto cabello castaño estaba entremezclado con algunas hebras grises. Se detuvo a escasa distancia

de Jevy y Nate.

—Boa tarde, senhor —le dijo a Jevy, mirando posteriormente a Nate.

Tenía los ojos de color azul oscuro, casi añil, y su rostro no mostraba arrugas ni rastros de maquillaje. A

los cuarenta y dos años estaba madurando muy bien, con el suave resplandor propio de quienes apenas conocen

las tensiones.

—Boa tarde.

No les tendió la mano ni se presentó. Ellos debían dar el siguiente paso.

—Me llamo Nate O'Riley. Soy abogado y vengo de Washington.

—¿Y usted? —preguntó ella, dirigiéndose a Jevy.

—Mi nombre es Jevy Cardozo, de Corumbá. Soy su guía.

Rachel los miró a los dos de arriba abajo con una ligera sonrisa en los labios. La situación no le resultaba

desagradable en absoluto. Le encantaba aquel encuentro.

—¿Qué los trae por aquí? —quiso saber.

Hablaba con un inglés norteamericano sin ningún acento especial, ni de Luisiana ni de Montana,

sencillamente el llano y preciso inglés sin ninguna inflexión que se hablaba en Sacramento o San Luis.

—Hemos sabido que la pesca es muy buena por aquí —dijo Nate. Ella permaneció en silencio.

—Gasta bromas muy tontas —explicó Jevy a modo de disculpa.

—Perdón —añadió Nate—. Busco a Rachel Lane. Tengo razones para creer que usted y ella son la

misma persona.

—¿Y por qué quiere encontrar a Rachel Lane? —preguntó ella sin cambiar de expresión.

—Porque soy abogado y mi bufete se encarga de una importante cuestión legal relacionada con la

señorita Lane.

—¿Qué clase de cuestión legal?

—Sólo puedo decírselo a ella.

—Yo no soy Rachel Lane. Disculpe.

Jevy soltó un suspiro y Nate hundió los hombros. Ella estudió cada movimiento, cada reacción, cada

crispación muscular.

—¿Les apetece comer algo? —preguntó.

Ambos asintieron con la cabeza. Ella llamó a los indios y les dio instrucciones.

—Jevy —dijo—, acompañe a estos hombres al poblado. Le darán de comer y le ofrecerán comida

suficiente para el señor O'Riley. Ambos se sentaron en el banco, a la sombra de los arbustos, contemplando en

silencio cómo los indios se llevaban a Jevy al poblado. Jevy se volvió sólo una vez para asegurarse de que Nate

estaba bien.

Ahora que los indios no estaban junto a ella no parecía tan alta. Sin duda había evitado aquellos

alimentos que hacían engordar a las mujeres. Tenía las piernas largas y bien torneadas. Calzaba unas sandalias

de cuero que resultaban un tanto extrañas en un lugar en el que todo el mundo iba descalzo. ¿De dónde las

John Grisham El testamento

96

habría sacado? Y ¿de dónde habría sacado la blusa amarilla sin mangas y los pantalones cortos color caqui? ¡Oh,

cuántas preguntas hubiera deseado hacer!

Su atuendo era sencillo y muy gastado por el uso. En caso de que aquella mujer no fuera Rachel Lane, sin

duda conocería su paradero.

Las rodillas de ambos estaban casi en contacto.

—Rachel Lane dejó de existir hace muchos años —dijo ella, contemplando el lejano poblado—.

Conservé el nombre de Rachel, pero me deshice del Lane. Debe de ser algo muy serio, de lo contrario no estaría

usted aquí.

Hablaba despacio y muy suavemente, sin comerse ninguna sílaba, sopesando cada palabra con sumo

cuidado.

—Troy ha muerto. Se suicidó hace tres semanas.

Ella inclinó levemente la cabeza, cerró los ojos y pareció rezar. Fue una oración muy breve, seguida de

una prolongada pausa. El silencio no le resultaba molesto.

—¿Lo conocía usted? —preguntó finalmente.

—Nos vimos una vez, hace años. Nuestro bufete tiene muchos abogados y yo jamás me había encargado

personalmente de los asuntos de Troy. No, no lo conocía.

—Yo tampoco. Era mi padre terrenal y yo me he pasado muchos años rezando por él, pero siempre fue

un extraño para mí. —¿Cuándo lo vio por última vez? —Nate también hablaba de forma más lenta y suave que

de costumbre. Aquella mujer ejercía un efecto sedante.

—Hace muchos años, antes de ir a la universidad.

—¿Cuántas cosas sabe usted de mí?

—Pocas. No deja usted muchas pistas.

—En ese caso, ¿cómo me ha localizado?

—Digamos que Troy me echó una mano. Trató de localizarla antes de morir, pero no pudo. Sabía que era

usted misionera de Tribus del Mundo y que debía de encontrarse en esta zona de Brasil. Lo demás he tenido que

hacerlo yo.

—¿Y cómo es posible que él lo supiera?

—Tenía muchísimo dinero.

—Y por eso está usted aquí.

—Sí, por eso estoy aquí. Tenemos que hablar de negocios.

—Troy me habrá dejado algo en el testamento.

—Le aseguro que sí.

—No quiero hablar de negocios. Quiero conversar. ¿Sabe usted con cuánta frecuencia oigo hablar en

Соседние файлы в предмете [НЕСОРТИРОВАННОЕ]