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John Grisham - El testamento.doc
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Inmediato. Alguien aconsejó que se les permitiera hablar de todos modos, y así quedó zanjado el problema.

Grit, el pendenciero abogado contratado por Mary Ross Phelan Jackman y su marido, se levantó y

defendió la necesidad de presentar batalla.

—No tenemos más remedio que impugnar el testamento —dijo—. No hubo ninguna influencia indebida

y, por consiguiente, debemos demostrar que el viejo estaba más loco que un cencerro; hasta el extremo de

arrojarse al vacío y legar una de las fortunas más grandes del mundo a una heredera desconocida. A mí eso me

parece una locura. Ya encontraremos psiquiatras que lo confirmen.

—¿Y qué me dice de los tres que lo examinaron poco antes de que saltara? —preguntó alguien desde el

otro lado de la mesa.

—Eso fue una tontería —contestó Grit—; se trató de una trampa, y ustedes cayeron en ella.

Hark y los demás abogados que habían aceptado la validez del examen psiquiátrico se mostraron

ofendidos.

—Una percepción retrospectiva perfecta —dijo Yancy, dejando momentáneamente a Grit sin

argumentos.

El equipo legal de Geena y Cody Strong estaba encabezado por una abogada llamada Langhorne, una

mujer alta y gruesa, vestida con un modelo de Armani. Había sido profesora de la Facultad de Derecho de

Georgetown y se dirigió a sus colegas con aire de superioridad. Punto uno: sólo había dos motivos para

impugnar un testamento en Virginia, influencia indebida o pérdida de las facultades mentales. Puesto que nadie

conocía a Rachel Lane, cabía suponer que ésta había tenido muy poco trato o ninguno con Troy. Por

consiguiente, sería muy difícil demostrar que había ejercido en cierto modo una indebida influencia en su padre

en el momento en que éste había otorgado su último testamento. Punto dos: su única esperanza era la

incapacidad para testar. Punto tres: la posibilidad de un engaño se tenía que descartar. Era cierto que Troy había

insistido en someterse al examen mental con falsos pretextos, pero no se podía impugnar un testamento sobre la

base de un engaño. Un contrato sí, pero no un testamento. Su equipo ya había hecho las debidas investigaciones

y ella tenía en su poder los casos si a alguien le interesaba echarles un vistazo.

Había elaborado una especie de informe y estaba impecablemente preparada. A su espalda tenía nada

menos que a seis miembros de su bufete que la respaldaban.

Punto cuatro: sería muy difícil negar la validez del examen mental. Ella había visto el video. Lo más

seguro era que perdiesen la guerra, pero les pagarían su participación en la batalla. Conclusión: impugnar el

testamento con todas sus fuerzas y confiar en llegar a un lucrativo acto de conciliación al margen de los

tribunales.

Su exposición duró diez minutos y apenas aportó nada nuevo. Le permitieron hablar sin interrumpirla,

porque era mujer, y su resentimiento resultaba casi palpable.

Wally Bright, el de la escuela nocturna, fue el siguiente, y su intervención contrastó fuertemente con la de

la señora Langhorne. Se quejó y protestó contra todas las injusticias en general. No tenía nada preparado, ni

Informes, ni notas, ni ideas acerca de lo que iba a decir a continuación; simple palabrería de un camorrista que

siempre salía bien librado por los pelos.

Dos de los abogados de Lillian se levantaron simultáneamente como si estuvieran unidos por la cadera.

Ambos vestían de negro y tenían el pálido semblante propio de los abogados especializados en cuestiones

testamentarias que raras veces veían la luz del sol. Uno empezaba una frase y el otro la terminaba. Uno

formulaba una pregunta retórica y el otro tenía la respuesta a punto. Uno mencionaba un expediente y el otro lo

sacaba de un maletín. El equipo de abogados expuso toda una serie de lugares comunes y su intervención fue

eficaz hasta cierto punto, limitándose a repetir brevemente lo que ya se había dicho.

John Grisham El testamento

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Estaban llegando rápidamente a un consenso. Debían presentar batalla porque: a) tenían muy poco que

perder, b) no tenían otra cosa que hacer, y c) era la única manera de forzar un arreglo. Por no hablar de d) las

elevadas tarifas horarias que iban a cobrar.

Yancy se mostró especialmente partidario de un pleito. Y con razón. Ramble era el único heredero menor

de edad y no tenía deudas. El fideicomiso, por el que entraría en posesión de cinco millones de dólares al

cumplir los veintiún años de edad, se había establecido varias décadas atrás y no podía anularse. Teniendo cinco

millones de dólares garantizados, Ramble se encontraba en una situación económica mucho mejor que

cualquiera de sus hermanos. Puesto que no tenía nada que perder, ¿por qué no entablar un pleito para intentar

obtener algo más?

Transcurrió una hora antes de que alguien mencionara la cláusula del testamento relativa a la

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