
- •Vueltas de los pantalones. Él también espera hacerse rico cuando me muera, y supongo que está contando los
- •Vida o muerte para ellos, pues todos están endeudados. El testamento que tengo ante mí va a hacerlos ricos y
- •Vas directamente al grano, ¿eh?
- •Incredulidad y rompió a llorar.
- •Impuestos sobre la herencia serían brutales.
- •Intrascendentes preguntas acerca del estado de ánimo de la familia.
- •Insatisfactoria que era su respuesta—. Troy firmó un testamento poco antes de arrojarse al vacío y me ordenó
- •Intrépidos y jóvenes abogados, entraron en el despacho. Se sentaron alrededor de una mesa caoba que había en
- •Vida de lujo hasta el momento en que había entrado en posesión de su herencia. Sus cinco millones de dólares
- •Velocidad por la interestatal—. Quinientos millones de dólares libres de impuestos —añadió con una sonrisa.
- •Iban a ninguna parte porque no podían permitirse el lujo de alquilar estudios de grabación, pero su grupo sería
- •Interno ella era una puta, y el hecho de que fuese la propietaria de todo hacía que el pobre Rex se pasara muchas
- •Inestabilidad; ambos celebraban muchas fiestas y tenían amigos muy turbulentos, todos ellos atraídos por el
- •Viejo paseaba desnudo por la playa, contemplando embobado a las jóvenes francesas. Josh y su mujer se habían
- •Vacía, Josh metió el brazo entumecido por el frío y volvió a cerrar la portezuela.
- •Vaqueros almidonados, les sirvió un whisky de malta muy añejo procedente del armario del señor Phelan.
- •Impresionante serie a las actividades al aire libre, de sonadas condenas contra médicos acusados de negligencia
- •Inmediato tras haber abandonado el de Hark. Le hizo un informe completo de todo lo que había dicho éste.
- •Investigaciones y parece ser que se enorgullecen de localizar a los pueblos más remotos de la Tierra.
- •Iniciar su aventura. Cuando a las diez Sergio entró a verle, lo encontró sentado como un monje en el centro de la
- •Virginia, y presentó una petición de apertura obligatoria de la última voluntad y testamento de Troy l. Phelan.
- •Inmediato.
- •Inadvertido fácilmente.
- •Idiomática le produjo un fugaz acceso de ansiedad que terminó en cuanto una agraciada auxiliar de vuelo
- •Virginia sólo las cuatro y media.
- •Valdir sacudió la cabeza sonriendo.
- •Valdir lo había asustado más de lo que quería reconocer. Se sentó en el borde de una mesa de cámping y
- •Inmediatamente se apartaban del camino de aquel verdadero carro blindado. Deliberadamente o por descuido, el
- •Instante.
- •Ventanillas del aparato y Milton bajó a seiscientos metros de altura. A la izquierda, mucho más cerca, se
- •Impenetrable, pero el impasible piloto se había quitado las gafas de sol y su frente estaba perlada de sudor. El
- •Ventanilla. La pista de aterrizaje era tan corta como el camino de la entrada de una bonita casa de una zona
- •Ver a Jevy conversar por teléfono fue una tortura para Nate. No entendía una sola palabra, pero el
- •Informe que le habían facilitado, y desde entonces había cambiado muy poco. El aislamiento de la gente era
- •Vuelta. Se señaló el reloj y Luis lo acompañó de nuevo a casa.
- •Valdir se despidió, no sin desearle una vez más feliz Navidad. Los Nike aún estaban mojados, pero se los
- •Intentó practicar jogging a lo largo de una manzana, pero el dolor se lo impidió. Bastante le costaba
- •Veintiocho años llamado Lance, encantado de poder hacer aquel viaje a pesar de que ella le doblaba la edad.
- •Igual lo que pudiera estar haciendo su hijo de catorce años.
- •Vio las hileras de botellas de bebidas alcohólicas, whisky, ginebra, vodka, todas llenas y sin abrir,
- •Vestíbulo para tomarse una buena taza de café cargado.
- •Imagen de mi rostro y he deseado la muerte, pero aquí estoy, sentado y respirando. Dos veces en tres días he
- •Indiferente. La estancia en Walnut Hill había hecho que su apetito disminuyera bastante, pues el método de
- •Viviera allí, se relacionase con las mismas personas, hiciera el mismo trabajo e hiciera caso omiso de los mismos
- •Varios abogados llegaron al extremo de sugerir que se les permitiera abrir y leer el testamento. Era muy largo y,
- •Irritados por el hecho de que no pudieran acceder de inmediato a la sala. Se intercambiaron algunas palabras
- •Visitantes de las salas de justicia. Los precedía Wally Bright, su abogado de las páginas amarillas. Wally vestía
- •Verdad y nada más que la verdad.
- •Intervenían en todas las peleas, siempre de parte de los Phelan y contra los reporteros. Después ayudaban a los
- •Imposible tarea de buscarle a Troy junior un puesto en la compañía que éste pudiera ocupar sin provocar una
- •Importancia. El jefe del departamento jurídico había dicho que, bien mirado, el testamento había sido una suerte.
- •Ventanas.
- •Incluso volar a casa con él, y quedarse allí el tiempo que hiciera falta para que se resolvieran todos los embrollos
- •Ilegítima de Troy Phelan. Tras finalizar sus estudios de Medicina, Rachel había cambiado de apellido en su afán
- •Veces al año, en marzo y en agosto, y Rachel solía llamar una vez al año desde un teléfono público de Corumbá
- •Inmediato. Alguien aconsejó que se les permitiera hablar de todos modos, y así quedó zanjado el problema.
- •Informes, ni notas, ni ideas acerca de lo que iba a decir a continuación; simple palabrería de un camorrista que
- •Impugnación. Los herederos, incluido Ramble, corrían el peligro de perder lo poco que Troy les había dejado en
- •Visto más lugares de Estados Unidos que él.
- •Vender.
- •Indios estadounidenses habían ganado algo. «y nosotros no los quemábamos en la hoguera —pensó—, ni los
- •Indicara el camino de regreso a la seguridad.
- •Indios podían comprender.
- •Incapacitado para testar. Nadie en su sano juicio se arrojaba por una ventana, y el que hubiese legado una
- •Volumen de la conciliación depende de mí. Si mis recuerdos son claros y detallados, puede que mi antiguo jefe
- •Inmenso pantano, exhalaré mi último aliento.»
- •Ver la primera choza y percibir olor a humo.
- •Inglés?
- •Veredictos favorables, reducir un poco más su aportación a los gastos generales del bufete y llevarse a casa más
- •Valdir regresó a su despacho, cerró la puerta y se acercó de nuevo a la ventana. El señor Stafford se
- •Indio entendiese.
- •Vernos otra vez hecho eso, me iré.
- •Indios están intentando dormir. Además, no olvide que les llamamos mucho la atención.
- •Insignificantes en aquel lugar y momento.
- •Veía muy conmovido y al borde de las lágrimas, pero conseguía decirle a la cámara lo que acababa de ver. Josh y
- •Imprecisión.
- •Vuelve a la normalidad sin que se produzca ningún daño. La tierra lo es todo para los indios, su vida; buena parte
- •Visitarme. Ella me contó la verdad acerca de mis padres biológicos, pero la revelación no significó nada para mí.
- •Veía la tierra de la orilla. Los indios empezaron a hablar entre sí y, al entrar en el Xeco, dejaron de remar.
- •Varias docenas de ellas. Vio la luz doblar una curva y, al oír el golpeteo del motor diésel, comprendió
- •Viejo había perdido la chaveta en aquel momento.
- •Varones.
- •Valdir estaba viendo la televisión y fumando su último cigarrillo de la noche sin prestar atención a las
- •Vestíbulo y de toda una serie de pasillos hasta llegar a una pequeña sala de reconocimiento donde una
- •Verdad que ella estaba allí.
- •Intimidatoria. Cuatrocientos abogados. Vestíbulos de mármol. Cuadros de firma en las paredes. Alguien estaba
- •Veinticinco a veinte. Y, si podemos atraer a Mary Ross, lo reducirá a diecisiete coma cinco. Si convencemos a
- •Valdir tenía un teléfono móvil. ¿Por qué no había llamado?
- •Intravenosa del brazo y huir hacia la libertad. Se arriesgaría a salir a la calle. Estaba seguro de que allí fuera no
- •Valdir tomó el teléfono y se retiró a un rincón, donde trató de describirle a Josh el estado de Nate.
- •Interrumpió el goteo. Tocó la frente de Nate y comprobó que no tenía fiebre.
- •Vivienda de Georgetown había terminado durante su estancia en el centro de desintoxicación. No tenía ningún
- •Inversiones dudosas. Después empezó a salir con una universitaria adicta a la cocaína y el muro se resquebrajó.
- •Introducía pastillas en la boca, lo obligaba a beber agua para que se las tragase y le humedecía el rostro con
- •Iban a enviar dinero. El consulado en Sáo Paulo estaba resolviendo la cuestión del pasaporte.
- •Volvió a reclinar la cabeza en la almohada y se tranquilizó mientras sentía que se le relajaban los
- •Instrucciones del médico. No tenía ni rastro de fiebre, la erupción cutánea había desaparecido y sólo le dolían un
- •Ver cosas y oír voces, incluso creer en fantasmas, sobre todo de noche, pero aun así siguió buscando.
- •Iban de bar en bar. Las calles eran cálidas y seguras; nadie parecía temer que le pegaran un tiro o lo atracaran.
- •Invocó el nombre de Dios. El señor estaba esperándolo.
- •Vio el rostro de Cristo, muriendo en la cruz tras una dolorosa agonía. Muriendo por él.
- •Indios la miraban cuando ella pasaba por su lado. Contó la historia de la niña que había muerto por culpa de la
- •Integridad de ese testamento. Segundo, sé la opinión que al señor Phelan le merecían sus hijos. La mera
- •Insinuar que Rachel tiene previsto rechazar la herencia haría que perdiésemos el control de la situación. Los
- •Vio el teléfono y le llamó la atención. Al parecer, seguía funcionando. Como era de esperar, Josh se había
- •Iglesia de la Trinidad.
- •Iglesia y su fachada daba a una calle secundaria. Caminaron pisando con mucho cuidado la nieve.
- •Verdad era que nadie podía fiarse de nadie. Había demasiado dinero en juego como para dar por seguro que el
- •Improcedentes.
- •Ilegítima, que tenía unos diez u once años cuando usted entró al servicio del señor Phelan. Éste intentó, a lo
- •Ver si funcionaba. No le dieron de comer a la hora del almuerzo. Se burlaron de él y lo llamaron embustero. En
- •Inestables peldaños. Era una ancha y larga sala con un techo muy bajo. El proyecto de reforma llevaba bastante
- •Indicó:
- •Iglesia de la Trinidad. Pero ambos consumieron gran cantidad de café y, al final, se terminaron el estofado de
- •Ventisca no se había producido. Al llegar a un semáforo en rojo de la avenida Pennsylvania, miró por el espejo
- •Impuestos de sucesión dividido por seis... Los honorarios de siete cifras se convertían en honorarios de ocho
- •Investigación para que llevara a cabo una indagación sobre los herederos Phelan. El examen se centraba más en
- •Volviendo a los cinco millones, ¿había invertido alguna parte de aquel dinero en acciones u obligaciones?
- •Vestían prendas mucho más informales. Junior llevaba un jersey rojo de algodón.
- •Vida, y después se arrojó al vacío. Supo engañar a Zadel y a los demás psiquiatras, y ellos se dejaron embaucar.
- •Veces se les veía juntos. Nate decidió no entrar en detalles. De repente, experimentó el deseo de terminar cuanto
- •Vidas que sólo giraban en torno al dinero.
- •Iré allí primero. Mi hijo mayor es estudiante de posgrado en la Universidad del Noroeste en Evanston, y tengo
- •Inmensa fortuna, ¿y aun así, sabiendo que había perdido el juicio, no le dijo nada a su abogado, el hombre en
- •Volvió a mirar a Nate, que estaba rebuscando entre sus papeles como si tuviera una copia del contrato. Snead
- •Invitaron de nuevo a cenar, pero él impuso como condición que Theo también participara. Almorzó con Angela
- •Veinte minutos de distancia. A las ocho y media lo llamó para decirle que una amiga suya había sufrido un
- •Inútiles notas en un cuaderno tamaño folio sencillamente porque eso era lo que estaban haciendo los demás. No
- •Viaje a Baltimore. Nate sabía que por nada del mundo habría abandonado el país.
- •Igual que cada uno de los abogados en el despacho de Wycliff.
- •Voltaje acerca de una de las fortunas personales más grandes del mundo. Josh le había reprochado su aspecto,
- •Impulso fue el de cruzar la estancia y besarle los pies a Nate. En su lugar, frunció el ceño con expresión muy
- •Valdir estaba esperando en el aeropuerto de Corumbá cuando el Gulfstream rodó hasta la pequeña
- •Inglés? ¿Cabría alguna posibilidad de que lo hubiera echado de menos o hubiera pensado en él siquiera? ¿Le
- •Visitó el hospital. Lo soñó usted todo, amigo mío.
- •Indios. Debajo de ella y encima de una mesita había una caja de plástico de material médico. El jefe señaló la
- •Inclinados uno o dos centímetros hacia la derecha.
- •Vivido once años allí y parecía ejercer una considerable influencia en él, pero no había conseguido convertirlo.
Igual lo que pudiera estar haciendo su hijo de catorce años.
Yancy, el abogado, se había divorciado dos veces, estaba libre en aquellos momentos y tenía unos
gemelos de once años de su segundo matrimonio, unos niños, por cierto, excepcionalmente inteligentes para su
edad; en cambio, Ramble era dolorosamente lento para la suya, por lo que los tres se lo pasaron en grande con
sus videojuegos en el dormitorio mientras Yancy veía un partido de fútbol americano en la televisión.
Su cliente tendría que recibir obligatoriamente cinco millones de dólares al cumplir los veintiún años,
pero, dado su nivel de madurez y el desbarajuste que reinaba en su hogar, el dinero le duraría todavía menos que
a los restantes hermanos Phelan. Sin embargo, a Yancy le importaban un bledo aquellos míseros cinco millones,
pues él ganaría otros tantos con las minutas que iba a arrancar de la parte de la herencia que le correspondía a
Ramble.
John Grisham El testamento
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Yancy tenía otras preocupaciones. Tira había contratado los servicios de otro bufete, uno
extraordinariamente agresivo que estaba muy cerca del Capitolio y tenía los contactos apropiados. Tira sólo era
una ex esposa, no una hija, y su parte sería muy inferior a la que recibiría Ramble. Los nuevos abogados se
habían dado cuenta y estaban ejerciendo presión sobre ella para que prescindiera de los servicios de Yancy y
empujara al joven Ramble hacia ellos. Por suerte, la madre no se preocupaba demasiado por el hijo y Yancy
estaba desarrollando una espléndida labor de manipulación para conseguir apartar al chico de su madre.
Las risas de los muchachos y sus juegos eran una música celestial para sus oídos.
A última hora de la tarde, Nate entró en una pequeña tienda de comida preparada que había a pocas
manzanas de distancia del hotel. Estaba paseando por la calle, vio que la tienda estaba abierta y decidió que no
estaría mal comprar una cerveza. Sólo una cerveza o tal vez dos. Estaba solo en el confín del mundo. Era
Navidad y no tenía con quién celebrarlo. Una oleada de soledad y depresión se abatió sobre él, que empezó a
deslizarse, empujado al principio por la autocompasión.
Vio las hileras de botellas de bebidas alcohólicas, whisky, ginebra, vodka, todas llenas y sin abrir,
alineadas como preciosos soldaditos vestidos con vistosos uniformes. Abrió la boca y cerró los ojos. Se agarró al
mostrador para no tambalearse y se le contrajo el rostro en una mueca de dolor mientras pensaba en Sergio, allá
en Walnut Hill, en Josh, en sus ex esposas y en las personas a las que había hecho tanto daño con cada una de
sus caídas. Los pensamientos empezaron a girar vertiginosamente y, cuando ya estaba a punto de desmayarse, el
hombrecillo le dijo algo. Nate lo miró enfurecido, se mordió el labio inferior y señaló la botella de vodka. Dos
botellas, ocho reais.
Cada caída había sido distinta. Algunas habían sido muy lentas, un trago por aquí, otro por allá, una
grieta en el dique, seguida de otras.
En cierta ocasión, él mismo se había dirigido a un centro de desintoxicación. Otra vez había despertado
atado con unas correas a una cama, con una jeringa intravenosa en la muñeca. En su última caída, una camarera
lo había encontrado en estado comatoso en la habitación de un motel barato.
Tomó la bolsa de papel con su contenido y se dirigió con paso decidido a su hotel, sorteando un grupo de
sudorosos chiquillos que jugaban al fútbol en la arena. «Qué suerte tienen los niños pensó—. Ni cargas ni
equipaje. Mañana será otro partido.»
En una hora oscurecería, y Corumbá ya empezaba a despertar poco a poco. Los bares y las terrazas de los
cafés estaban abriendo y por la calle circulaban algunos coches. Al llegar al vestíbulo del hotel oyó la música en
directo procedente de la piscina y por un instante, estuvo tentado de sentarse a una mesa para escuchar una
última canción.
Pero no lo hizo. Se fue a su habitación, cerró la puerta y llenó un vaso alto de plástico con cubitos de
hielo. Colocó las botellas una al lado de la otra, abrió una, echó lentamente el vodka sobre el hielo y juró no
detenerse hasta haber vaciado las dos.
Jevy estaba esperando al comerciante que iba a venderle los accesorios cuando éste llegó a las ocho. El
sol ya estaba muy alto en el cielo y ninguna nube filtraba sus rayos. Las aceras se notaban calientes.
No había bomba de aceite, por lo menos para el motor diésel. El comerciante efectuó dos llamadas y Jevy
subió a su camioneta y condujo hasta las afueras de Corumbá, donde un hombre regentaba un negocio de
recuperación de piezas navales en cuyo patio se amontonaban los restos de docenas de embarcaciones
desguazadas. En el taller de los motores, un chico de la sección de accesorios sacó una bomba de aceite muy
gastada, cubierta de grasa y envuelta en un trapo sucio. Jevy pagó gustosamente veinte reais por ella.
Se dirigió al río y aparcó junto a la orilla. El Santa Loura seguía en su sitio. Se alegró de ver que Welly
ya había llegado. Welly era un marinero novato que aún no había cumplido los dieciocho años y afirmaba saber
cocinar, pilotar, guiar, limpiar, navegar y prestar cualquier otro servicio que se le exigiera. Jevy sabía que
mentía, pero semejantes fanfarronadas eran frecuentes entre los muchachos que buscaban trabajo en el río.
—¿Has visto al señor O'Riley? —le preguntó Jevy.
—¿El norteamericano?
—Sí, el norteamericano.
—No. Ni rastro de él.
Un pescador le gritó algo a Jevy desde una barca, pero éste tenía otras preocupaciones en la cabeza.
Avanzó por el puente de madera contrachapada y subió al barco, en cuya parte de atrás se habían reanudado los
golpes. El mismo mugriento maquinista estaba bregando con el motor, medio inclinado sobre el mismo, con el
torso desnudo y chorreando sudor. La atmósfera en la sala de máquinas era asfixiante. Jevy le entregó al hombre
la bomba de aceite y éste la examinó haciéndola girar con sus cortos y rechonchos dedos.
El motor era un diésel de cinco cilindros en línea y la bomba estaba situada al fondo del cárter, justo por
debajo del borde de la rejilla del suelo. El maquinista se encogió de hombros, como si la adquisición de Jevy
John Grisham El testamento
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pudiera efectivamente resolver el problema y, a continuación, consiguió pasar al otro lado del colector
comprimiendo el vientre contra el aparato, se arrodilló muy despacio, se inclinó y apoyó la cabeza contra el tubo
de escape.
Masculló algo y Jevy le entregó una llave inglesa. La bomba de repuesto fue colocada lentamente en su
sitio. La camisa y los pantalones cortos de Jevy quedaron empapados en cuestión de segundos.
Cuando ambos hombres ya habían conseguido introducirse en la reducida sala de máquinas, Welly hizo
acto de presencia y preguntó si lo necesitaban. Pues no, la verdad era que no lo necesitaban para nada.
—Tú vigila por si viene el norteamericano —le indicó Jevy, enjugándose el sudor de la frente.
El maquinista se pasó media hora entre maldiciones probando distintas llaves inglesas hasta que anunció
que la bomba ya estaba lista. Puso en marcha el motor y dedicó unos cuantos minutos a controlar la presión del
aceite. Al final, esbozó una sonrisa y guardó las herramientas.
Jevy se dirigió al centro de la ciudad para recoger a Nate en el hotel.
La tímida recepcionista no había visto al señor O'Riley. Llamó por teléfono a la habitación y no contestó
nadie. Pasó una camarera y le preguntaron si sabía algo del norteamericano. No, éste no había abandonado su
habitación. La recepcionista le entregó a regañadientes una llave a Jevy.
La puerta estaba cerrada, pero no tenía puesta la cadena de seguridad. Jevy entró muy despacio. Observó
que no había nadie en la cama y que las sábanas estaban revueltas, lo cual le extrañó. Después vio las botellas,
una vacía y tirada en el suelo y la otra medio llena. La habitación estaba muy fresca, pues el aire acondicionado
funcionaba a toda marcha. Vio un pie descalzo y, al acercarse un poco más, descubrió a Nate tendido desnudo
en el suelo entre la cama y la pared, con la sábana que había arrastrado consigo al caer enrollada en torno a las
rodillas. Rozó ligeramente el pie con la punta del zapato y la pierna experimentó una sacudida.
Afortunadamente, no estaba muerto.
Jevy le habló, lo sacudió por el hombro y, a los pocos segundos, oyó un lento y doloroso gruñido.
Arrodillado sobre la cama, entrelazó cuidadosamente las manos bajo una axila del norteamericano, lo levantó del
suelo, lo apartó de la pared y consiguió tenderlo sobre la cama, donde rápidamente le cubrió las partes pudendas
con una sábana.
Otro doloroso gruñido. Nate estaba tendido boca arriba con un pie colgando fuera de la cama, los ojos
hinchados y todavía cerrados, y el cabello alborotado. Su respiración era muy lenta y afanosa. Jevy se situó al
pie de la cama y lo miró fijamente.
La camarera y la recepcionista asomaron la cabeza por el hueco de la puerta, pero Jevy les hizo señas de
que se retiraran. Después cerró la puerta y recogió la botella vacía.
—Ya es hora de irnos —dijo.
No recibió respuesta alguna. Quizá conviniese que llamara a Valdir, quien a su vez informaría de lo
ocurrido a los norteamericanos que habían enviado a Brasil a aquel pobre borracho. Era probable que más tarde
lo hiciera.
—¡Nate! —gritó—. ¡Dígame algo!
No hubo respuesta. Como Nate no se recuperara pronto, avisaría a un médico. Una botella y media de
vodka en una sola noche podía matar a un hombre. Quizás había sufrido una intoxicación etílica y necesitaba
ingresar en un hospital.
Entró en el cuarto de baño, empapó una toalla con agua fría y procedió a colocarla alrededor del cuello de
Nate, que al cabo de un momento empezó a moverse y abrió la boca, tratando de decir algo.
—¿Dónde estoy? —balbució al fin con voz pastosa.
—En Brasil. En su habitación de hotel.
—Estoy vivo.
—Más o menos —apuntó Jevy. Tomó un extremo de la toalla y enjugó el rostro y los ojos de Nate—.
¿Cómo se encuentra? —le preguntó.
—Me quiero morir —susurró Nate, alargando la mano hacia la toalla.
La tomó, se introdujo un extremo en la boca y empezó a chuparlo.
—Voy por un poco de agua —dijo Jevy. Abrió la nevera y sacó una botella—. ¿Puede levantar la
cabeza? —le preguntó.
—No —gruñó Nate.
Jevy vertió un poco de agua sobre los labios y la lengua del norteamericano. Parte de ella rodó por las
mejillas de éste y mojó la toalla. A Nate le dio igual. La cabeza parecía a punto de estallarle y lo primero que se
había preguntado era cómo demonios había podido despertar.
John Grisham El testamento
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Abrió ligeramente un ojo, el derecho. Aún tenía pegados los párpados del izquierdo. La luz le quemaba el
cerebro y una oleada de náuseas le subió a la garganta. Se inclinó rápidamente hacia un lado y un chorro de
vómito salió disparado de su boca.
Jevy se echó hacia atrás y fue en busca de otra toalla. Se entretuvo un momento en el cuarto de baño,
prestando atención a las bascas y los accesos de tos de Nate. El espectáculo de un hombre desnudo en la cama
vomitando por efecto de una borrachera era algo que prefería no ver. Abrió la ducha y reguló la temperatura del
agua.
Había acordado con Valdir cobrar mil reais por acompañar al señor O'Riley al Pantanal, ayudarlo a
localizar a la persona que estaba buscando y devolverlo nuevamente a Corumbá. Se trataba de una buena suma
de dinero, pero él no era un enfermero ni una niñera. El barco ya estaba a punto. Si Nate ni siquiera era capaz de
abrir la puerta sin ayuda, él se buscaría otro trabajo.
Cuando se produjo una pausa en las náuseas, Jevy acompañó a Nate al cuarto de baño y lo colocó bajo la
ducha, donde éste se desplomó sobre la alfombrilla de plástico.
—Lo siento —repetía Nate una y otra vez.
Jevy lo dejó allí sin importarle que se ahogara. Dobló las sábanas, trató de limpiar la porquería y bajó al