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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Vlad le lanzó una mirada rara, como si ella no estuviera reaccionando de la manera correcta. Entonces sonrió. Agnes notó que tenía dientes muy blancos.

—No creo que alguna vez haya conocido a alguien como usted, Srta. Nitt —dijo—. Hay algo tan... interior sobre usted.

¡Ésa soy yo! ¡Ésa soy yo! ¡Él no puede actuar sobre mí! ¡Ahora salgamos ambas de aquí!, aulló Perdita.

—Pero nos encontraremos otra vez.

Agnes le hizo una inclinación de cabeza y se alejó tambaleante, agarrándose la cabeza. Se sentía como una pelota de algodón en la que, inexplicablemente, había una aguja.

Pasó junto a Poderoso Avenas, que había dejado caer su libro sobre el piso y estaba sentado gimiendo con la cabeza entre las manos. La levantó para mirarla.

—Er... señorita, ¿tiene usted cualquier cosa que pueda ayudar a mi cabeza? —dijo—. Es realmente... bastante doloroso...

—La Reina hace una especie de píldora para el dolor de cabeza de la corteza del sauce —jadeó Agnes, y siguió a toda velocidad.

Tata Ogg estaba de pie con aire taciturno con una pinta en la mano, una combinación hasta ahora sin precedentes.

—El malabarista de comadrejas no apareció —dijo—. Bien, voy a decir la palabra fuerte sobre él. Ha estado en el espectáculo por estos lares.

—¿Podrías... acompañarme a casa, Tata?

—Así que ha sido mordido en los esenciales, todo eso es parte del... ¿Te sientes bien?

—Me siento realmente horrible, Tata.

—Vámonos, entonces. Toda la buena cerveza ha desaparecido y no voy a quedarme si de todos modos no hay nada de qué reír.

El viento silbaba a través del cielo cuando caminaron de regreso a la cabaña de Agnes. A decir verdad, parecía más un silbido que viento. Los árboles sin hojas crujían mientras pasaban, con la débil luz de la luna llenando los aleros de los bosques con sombras peligrosas. Unas nubes se apilaban, y había más lluvia en el camino.

Agnes notó que Tata recogía algo mientras dejaban el pueblo detrás.

Era un palo. Ella nunca antes había sabido que una bruja llevara un palo por la noche.

—¿Por qué recogiste eso, Tata?

—¿Qué? ¿Oh? No lo sé, realmente. Es una vieja noche nerviosa, ¿verdad...?

—Pero nunca tuviste miedo de nada en Lan...

Algunas cosas se abrieron paso entre los arbustos y traquetearon sobre el camino adelante. Por un momento, Agnes pensó que eran caballos, hasta que los tocó la luz de la luna. Entonces se fueron, hacia las sombras del otro lado del camino. Escuchó el galope entre los árboles.

—No había visto ninguno de ésos por mucho tiempo —dijo Tata.

—Nunca había visto centauros en absoluto excepto en dibujos —dijo Agnes.

—Deben haber descendido de Uberwald —dijo Tata—. Es bueno verlos otra vez por aquí.

Agnes encendió apresuradamente las velas cuando entró en la cabaña, y deseó que hubiera cerrojos sobre la puerta.

—Sólo siéntate —dijo Tata—. Tomaré una taza de agua, conozco por aquí.

—Está bien, yo...

El brazo izquierdo de Agnes tembló. Ante su horror se dobló en el codo y movió su mano arriba y abajo enfrente de su cara, como guiada por una mente propia.

—Te sientes un poco acalorada, ¿verdad? —dijo Tata.

—¡Tomaré el agua! —jadeó Agnes.

Se precipitó a la cocina, agarrando la muñeca izquierda con la mano derecha. Se sacudió, y quedó libre, agarró un cuchillo del escurridor y lo clavó en la pared, arrastrándolo de modo moldeó letras burdas en el yeso blando:

VMPIR

Dejó caer el cuchillo, agarró el pelo de la parte de atrás de la cabeza de Agnes y empujó su cara hasta unas pulgadas de las letras.

—¿Estás bien allí? —dijo Tata desde la habitación contigua.

—Er, sí, pero creo que estoy tratando de decirme algo...

Un movimiento la hizo girar. Un pequeño hombre azul que llevaba una gorra azul la estaba mirando desde los estantes sobre la pileta. Le sacó la lengua, hizo un muy pequeño ademán obsceno y desapareció detrás de una bolsa de lavar cristales.

—¿Tata?

—¿Sí, querida?

—¿Hay cosas tales como ratones azules?

—No mientras estás sobria, querida.

—Creo... que me debo un trago, entonces. ¿Queda brandy?

Tata entró, descorchando el matraz.

—Lo rellené en la fiesta. Por supuesto, es sólo algo comprado, no podrías...

La mano izquierda de Agnes lo arrebató y lo vertió en su garganta. Entonces tosió tan fuerte que un poco le subió por la nariz.

—Espera, espera, no es tan débil —dijo Tata.

Agnes dejó caer el matraz en la mesa de la cocina.

—Correcto —dijo, y su voz le sonó muy diferente a Tata—. Mi nombre es Perdita y tomo posesión de este cuerpo ahora mismo.

Variopintenen notó el olor a madera quemada mientras regresaba a los establos pero supuso que era de la hoguera en el patio. Había dejado la fiesta temprano. Nadie quería hablar de halcones.

El olor era muy fuerte cuando hizo una corta visita a las aves y vio la pequeña llama en medio del piso. La miró por un segundo, entonces recogió un balde de agua y lo lanzó.

La llama continuó parpadeando suavemente sobre una piedra desnuda que estaba empapada de agua.

Variopintenen miró las aves. Ellas lo estaban mirando con interés; normalmente estarían frenéticas en presencia de fuego.

Variopintenen nunca fue de entrar pánico. La miró durante un rato, y luego tomó un trozo de madera y tocó suavemente la llama. El fuego saltó a la madera y continuó quemando.

El palo ni siquiera se chamuscó.

Encontró otra ramita y la frotó contra la llama, que se deslizó fácilmente del uno a la otra. Había una llama. Estaba claro que no iban a ser dos.

La mitad de las barras en la ventana se habían consumido, y había un poco de madera quemada en el extremo de los establos, donde habían estado los viejos compartimientos. Por arriba, a través del agujero carbonizado del techo, brillaban algunas estrellas a través de los jirones de la neblina.

Variopintenen vio que algo se había quemado aquí.

Ferozmente, por el aspecto. Pero también de una manera curiosamente local, como si todo el calor hubiera estado de algún modo contenido...

Extendió la mano hacia la llama danzante sobre el extremo del palo. Estaba caliente, pero... no tan caliente como debería estar.

Ahora estaba sobre su dedo. Hormigueaba. Mientras la movía a su alrededor, las cabezas de todas las aves giraban para mirarla.

Iluminado por ella, hurgó entre los restos carbonizados de los pajares. En las cenizas había trozos de cáscara de huevo.

Variopintenen los recogió y los llevó a la pequeña habitación atiborrada al final de los establos que servía de taller y dormitorio. Equilibró la llama sobre un platillo. Aquí, donde era más silencioso, podía escucharla hacer un leve ruido chisporroteante.

Bajo el débil brillo miró a lo largo de la una estantería repleta sobre su cama y tomó un inmenso volumen maltratado, en cuya tapa alguien había escrito la palabra ‘Avis’, siglos atrás.

El libro era un inmenso libro. El lomo había sido cortado y ensanchado torpemente varias veces para que se pudieran pegar más páginas.

Los halconeros de Lancre sabían mucho de aves. El reino estaba en una ruta migratoria principal entre el Eje y el Borde. Los halcones habían derribado muchas especies extrañas durante siglos y los halconeros habían tomado notas, muy minuciosamente. Las páginas estaban pobladas con dibujos y escritos muy apretados, con anotaciones copiadas y vueltas a copiar y actualizadas con el paso de los años. Una pluma ocasional cuidadosamente pegada a una página añadía grosor a la cosa.

Nunca nadie se había preocupado por un índice, pero algún halconero anterior había organizado considerablemente muchas de las anotaciones en orden alfabético.

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