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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Vlad no quiere lastimarte, dijo Perdita. Viste la manera en que nos miraba...

—Yo... creo que estaré bien —dijo Agnes.

—Conoces mejor tus propias mentes, estoy segura —dijo Tata—. ¿Tienes el agua bendita?

—Esperemos que resulte mejor que el ajo —dijo Agnes.

—Buena suerte. —Tata inclinó su cabeza—. Suena como si la turba llegara a la puerta espontáneamente. ¡Vete!

Agnes salió corriendo hacia la lluvia, alrededor del castillo hasta la puerta de la cocina. Estaba abierta de par en par. Se metió en el corredor más allá de la cocina cuando una mano la agarró del hombro, y luego en un borrón de velocidad dos jóvenes aparecieron de pie enfrente de ella.

Estaban vestidos con algo como los jóvenes aficionados a la ópera que había visto en Ankh-Morpork, excepto que sus elegantes chalecos habrían sido considerados demasiado rebuscados por los miembros más serios de la comunidad, y usaban el pelo largo como un poeta que espera que el pelo largo y suelto románticamente compensara una desgraciada incapacidad de encontrar una rima para ‘narciso’.

—¿Por qué estás tan apurada, muchacha? —dijo uno.

Agnes retrocedió.

—Mire —dijo—, estoy muy ocupada. ¿Podemos acelerar esto? ¿Podemos prescindir de todas las miradas lascivas y cosas como ‘Me gusta una muchacha con espíritu’? ¿Podemos ir directo a la parte donde me suelto de su mano y lo pateo en las...

Uno de ellos la abofeteó duro en la cara.

—No —dijo.

—¡Le diré a Vlad sobre ustedes! —gritó Perdita en la voz de Agnes.

El otro vampiro vaciló.

—¡Ja! ¡Sí, él me conoce! —dijeron Agnes y Perdita juntas—. ¡Ja!

Uno de los vampiros la miró de arriba a abajo.

—Qué, ¿usted? —dijo.

—Sí, ella —dijo una voz.

Vlad caminó hacia ellos, los pulgares metidos en los bolsillos de su chaleco.

—¿Demone? ¿Carmesí? Vengan aquí, ¿por favor?

Lo dos fueron y se quedaron de pie mansamente enfrente de él. Se vio un borrón, y luego sus pulgares volvieron a su chaleco y los dos vampiros estaban medios arrugados y cayendo al piso.

—Ésta es esa clase de cosas que no hacemos a nuestros invitados —dijo Vlad, caminando sobre el cuerpo tembloroso de Demone y extendiendo sus manos hacia Agnes—. ¿La lastimaron? Diga una palabra y los enviaré con Lacrimosa. Acaba de descubrir que ustedes tienen una cámara de tortura aquí. ¡Y pensar que creíamos que Lancre estaba atrasado!

—Oh, esa cosa vieja —dijo Agnes débilmente. Carmesí estaba haciendo ruidos borboteantes. Ni siquiera le vi mover las manos, dijo Perdita—. Er... ha estado ahí por siglos...

—Oh, ¿de veras? Ella dijo que no había suficientes correas y hebillas. Sin embargo, ella es... ingeniosa. Sólo diga una palabra.

Di la palabra, dijo Perdita. Habría dos de ellos menos.

—Er... no —dijo Agnes. Ah... cobardía moral de niña gorda—. Er... ¿quiénes son?

—Oh, trajimos algunos del clan en los carros. Pueden ser útiles, dijo Padre.

—¿Oh? ¿Son parientes? —Yaya Ceravieja habría dicho que sí, susurró Perdita.

Vlad tosió suavemente.

—Por sangre —dijo—. Sí. En cierto modo. Pero... subordinados. Venga por aquí.

Tomó su brazo suavemente y la condujo por el corredor, pisando pesadamente sobre la mano temblorosa de Carmesí mientras lo hacía.

—¿Usted quiere decir que el vampirismo es como... las ventas en pirámide? —dijo Agnes.[32] Estaba sola con Vlad. Indudablemente, esto tenía ventaja sobre estar sola con los otros dos, pero de alguna manera en un momento como éste parecía esencial escuchar el sonido de su propia voz, aunque fuera para recordar que estaba viva.

—¿Perdone? —dijo Vlad—. ¿Quién vende pirámides?

—No, quiero decir... usted muerde cinco cuellos, ¿y en el tiempo de dos meses usted obtiene un lago de sangre de su propiedad?

Sonrió, pero un poco cautelosamente.

—Puedo ver que tenemos mucho que aprender —dijo—. Comprendí cada palabra en esa frase, pero no la frase misma. Estoy seguro de que hay mucho que usted podría enseñarme. Y, efectivamente, yo podría enseñarle a usted...

—No —dijo Agnes, rotundamente.

—Pero cuando nosotros... Oh, ¿qué está haciendo ese imbécil ahora?

Una nube de polvo avanzaba desde la dirección de la cocina. En medio de ella, sujetando un balde y una pala, estaba Igor.

—¡Igor!

—¿Ssí, amo?

—Estás poniendo polvo otra vez, ¿verdad?

—Ssí, amo.

—¿Y por qué estás poniendo polvo, Igor? —dijo Vlad glacialmente.

—Usstedess tienen que tener polvo, amo. Ess tradi...

—Igor, Madre te lo dijo. No queremos polvo. No queremos inmensos candelabros. No queremos los ojos recortados en todos los dibujos, ¡y ciertamente no queremos tu condenada caja de malditas arañas y tu pequeño y estúpido látigo!

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