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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Verence se sintió levantado de la cama. Cientos de manos pequeñas lo pasaban de una a otra y fue deslizado a través de la ventana y afuera sobre el vacío.

Era una pared empinada y, se dijo a sí mismo en tono soñador, no tenía derecho a bajarla tan despacio, a los gritos de ‘¡A la una! ¡A las dos! ¡Arriba!’ Unas manos diminutas tomaron su cuello, su camisa de dormir, sus medias...

—Buen espectáculo —murmuró, mientras se deslizaba suavemente hasta el fondo y entonces, a seis pulgadas por encima del nivel del suelo, fue llevado hacia la noche.

Había una luz ardiendo en la lluvia. Agnes golpeó en la puerta, y la madera mojada dio paso a la ligeramente mejor vista de Variopintenen el halconero.

—¡Tenemos que entrar! —dijo.

—Sí, Srta. Nitt.

Se quedó atrás obedientemente mientras entraban a Yaya en la pequeña habitación.

—¿Ha sido herida, señorita?

—¿Usted sabe que hay vampiros en el castillo? —dijo Agnes.

—¿Sí, señorita? —dijo Variopintenen. Su voz sugería que acababan de decirle un hecho y estaba esperando con educado interés que le dijeran si éste era un hecho bueno o un hecho malo.

—Mordieron a Yaya Ceravieja. Necesitamos dejarla acostada en algún lugar.

—Está mi cama, señorita.

Era pequeña y angosta, diseñada para personas que se acostaban porque estaban cansadas.

—Podría sangrar un poco sobre ella —dijo Agnes.

—Oh, yo sangro todo el tiempo sobre ella —dijo Variopintenen alegremente—. Y sobre el piso. Tengo cualquier cantidad de vendas y ungüento, si fuera necesario.

—Bien, no hará daño —dijo Agnes—. Er... Variopintenen, usted sabe que los vampiros chupan la sangre de las personas, ¿verdad?

—¿Sí, señorita? Tendrán que formar fila detrás de las aves por la mía, entonces.

—¿No le preocupa?

—La Sra. Ogg me hizo un inmenso tarro de ungüento, señorita.

Eso parecía ser todo. Siempre que ellos no tocaran sus aves, Variopintenen no se preocupaba mucho por quién dirigía el castillo. Durante cientos de años los halconeros habían simplemente continuado con las cosas importantes, como la cetrería, que necesitaba mucho entrenamiento, y le dejaba el reinar a los aficionados.

—Está empapada —dijo Avenas—. Por lo menos envolvámosla en una manta o algo.

—Y usted necesitará alguna soga —dijo Agnes.

—¿Soga?

—Se despertará.

—¿Usted quiere decir... que deberíamos atarla?

—Si un vampiro quiere convertirlo en un vampiro, ¿qué ocurre?

Las manos de Avenas agarraron su colgante de tortuga para consuelo mientras trataba de recordar.

—Yo... creo que ellos ponen algo en la sangre —dijo—. Creo que si ellos quieren convertirlo a uno en un vampiro ellos lo consiguen. Eso es todo lo que hay sobre eso. No creo que uno pueda luchar contra eso cuando está en la sangre. No se puede decir que uno no quiere asociarse. No creo que sea un poder que uno pueda resistir.

—Ella es buena resistiendo —dijo Agnes.

—¿Así de buena? —dijo Avenas.

Una de las personas de Uberwald caminaba pesadamente a lo largo del corredor. Se detuvo cuando escuchó un sonido, miró a su alrededor, no vio nada que aparentemente hubiera hecho un ruido, y se puso en marcha otra vez.

Tata Ogg salió de las sombras, y luego le hizo señas a Magrat para que la siguiera.

—Lo siento, Tata, es muy difícil mantener a un bebé en silencio...

—¡Shh! Hay un poco de ruido que viene desde la cocina. ¿Qué podrían querer cocinar los vampiros?

—Son esas personas que han traído con ellos —siseó Magrat—. Han estado mudando nuevo mobiliario. Tienen que ser alimentados, supongo.

—Sí, como ganado. Creo que lo mejor es salir tan frescas —dijo Tata—. Estos tipos no parecen que fueran amantes del pensamiento original ¿Lista? —Tomó distraídamente un trago de la botella que llevaba—. Sólo sígueme.

—Pero mira, ¿y qué pasa con Verence? No puedo dejarlo. ¡Es mi marido!

—¿Qué le harán que puedas evitar si estás aquí? —dijo Tata—. Mantén a la bebé a salvo, eso es lo importante. Lo ha sido siempre. De todos modos... te lo dije, él tiene protección. Me aseguré de eso.

—Qué, ¿mágica?

—Es mucho mejor que eso. Ahora, sólo sígueme y actúa presumida. Debes haber aprendido, siendo una reina. No les permitas pensar que no tienes el derecho de estar donde estás.

Entró a grandes zancadas en la cocina. Las personas miserablemente vestidas le lanzaron una mirada de ojos apagados, como perros que esperan ver si se aproximaba una paliza. Sobre la inmensa cocina, en lugar de la acostumbrada selección de ollas relucientes de limpieza de la Sra. Ascórbico, había un gran caldero ennegrecido. El contenido era de un gris básico. Tata no lo habría revuelto por mil dólares.

—Sólo estamos pasando —dijo bruscamente—. Continúen con lo que estaban haciendo.

Todas las cabezas giraron para mirarlas. Pero hacia la parte posterior de la cocina una figura se levantó del viejo sillón donde la Sra. Ascórbico daba audiencia a veces, y caminó hacia ellas.

—Oh, maldición, es uno de los puñeteros parásitos —dijo Tata—. Está entre nosotras y la puerta...

—¡Damas! —dijo el vampiro, haciendo una reverencia—. ¿Puedo ayudarles en algo?

—Sólo estábamos saliendo —dijo Magrat arrogante.

—Posiblemente no —dijo el vampiro.

—Excúseme, joven —dijo Tata, en su suave voz de vieja chismosa—, pero ¿de dónde es usted?

—De Uberwald, señora.

Tata asintió y miró un trozo de papel que había sacado de su bolsillo.

—Eso está bien. ¿De qué parte?

—Klotz.

—¿De verdad? Eso está bien. Excúseme —Le volvió la espalda y se escuchó un breve twang de elástico antes de que girara otra vez, toda sonrisas.

—Sólo que me gusta interesarme en las personas —dijo—. Klotz, ¿eh? ¿Cuál es el nombre de ese río allí? ¿El Hum? ¿El Eh?

—El Ah —dijo el vampiro.

La mano de Tata se disparó hacia adelante y calzó algo amarillo entre los dientes del vampiro. Él la agarró pero, mientras era arrastrada hacia adelante, lo golpeó arriba de la cabeza.

Cayó de sus rodillas, agarrándose la boca y tratando de gritar a través del limón que acababa de morder.

—Parece una superstición rara, pero allí la tienes —dijo Tata, mientras empezaba a echar espuma alrededor de los labios.

—Tienes que cortarle la cabeza también —dijo Magrat.

—¿De veras? Bien, vi una cuchilla de carnicero allí atrás...

—¿Y si sólo nos vamos? —sugirió Magrat—. ¿Antes de que otra persona venga, quizás?

—Muy bien. No es un vampiro importante, de todos modos —dijo Tata con desdén—. Ni siquiera viste un chaleco muy interesante.

La noche era plata con la lluvia. Cabezas abajo, las brujas corrieron a través de las tinieblas.

—¡Tengo que cambiar a la bebé!

—Desearía un impermeable —farfulló Tata—. ¿Ahora?

—Es un poco urgente...

—Muy bien, entonces, aquí dentro...

Buscaron refugio en los establos. Tata espió en la noche con atención y cerró la puerta silenciosamente.

—Está muy oscuro —susurró Magrat.

—Yo siempre podía cambiar a los bebés por el tacto cuando era joven.

—Preferiría no tener que hacerlo. Hey... hay una luz...

El débil resplandor de una vela era apenas visible en el otro extremo de los compartimientos.

Igor cepillaba los caballos hasta que brillaban. Su hablar entre dientes mantenía ritmo con los golpes del cepillo. Parecía tener algo en mente.

—Voss tonta, ¿eh? ¿Passoss tontoss? ¿Qué diabloss ssabe él? ¡Afissionado al látigo y pressumido! Igor deja de hasser esso, Igor deja de hasser aquello... todoss essoss chicoss pavoneándosse por aquí, tratando de empujarme... hay una confabulassión en esstass cossass. ¡El viejo amo lo ssabía! Un ssirviente no ess un essclavo...

Echó un vistazo a su alrededor. Un trozo de paja se movió empujado por el viento.

Empezó a cepillar otra vez.

—¡Huh! Bussca esto, bussca lo otro... nunca una pissca de resspeto, oh no...

Igor se detuvo y se quitó otro trozo de paja de la manga.

—... y otra cosa...

Se escuchó un crujido, una ráfaga de aire, el caballo se encabritó en su compartimiento e Igor quedó tendido en el suelo, sintiendo que su cabeza estaba atrapada en un torno.

—Ahora, si juntara mis rodillas —dijo una alegre voz femenina encima de él—, es muy probable que pudiera hacer descender su cerebro por la nariz. Pero sé que eso no va a ocurrir, porque estoy segura de que somos todos amigos aquí. Diga que sí.

—Sss.

—Es lo mejor que vamos a conseguir, supongo.

Tata Ogg se levantó y sacudió la paja de su vestido.

—He estado en pajares más limpios —dijo—. Levántese, Sr. Igor. Y si usted está pensando en algo ingenioso, mi colega ahí sostiene una horca y no es muy buena para apuntar de modo que ¿sabe a qué parte de usted podría darle?

—¿Ess esso un bebé lo que ella lleva?

—Somos muy modernas —dijo Tata—. Tenemos montones de dinero y todo eso. Y ahora tomaremos su coche, Igor.

—¿Lo haremos? —dijo Magrat—. ¿Adónde nos vamos?

—Es una noche terrible. No quiero tener a la bebé afuera, y no sé dónde estaríamos seguras cerca de por aquí. Tal vez podamos llegar a las llanuras antes de mañana.

—¡Yo no dejaré Lancre!

—Salva a la niña —dijo Tata—. Asegúrate de que habrá un futuro. Además... —dijo algo a Magrat que Igor no captó.

—No podemos estar seguras de eso —dijo Magrat.

—Tú conoces la manera en que Yaya piensa —dijo Tata—. Querrá que nosotras mantengamos segura a la bebé —añadió en voz alta—. Así que enganche los caballos, Sr. Igor.

—Ssí, sseñora —dijo Igor mansamente.

—¿Está usted pateando mi balde, Igor?12

—No, ess un plasser ressibir órdeness en una voss clara y firmemente autoritaria, sseñora —dijo Igor, tambaleándose por las bridas—. Nada de essa bassura de ‘Sseríass tan amable...’. A un Igor le gussta ssaber dónde esstá parado.

—¿Ligeramente inclinado? —dijo Magrat.

—¡El viejo amo ssolía assotarme todoss loss díass! —dijo Igor con orgullo.

—¿Le gustaba eso? —dijo Magrat.

—¡Por ssupuessto que no! ¡Pero era apropiado! Él era un caballero, cuyass botass yo no meressía lamer...

—¿Pero usted lo hacía, sin embargo? —dijo Tata.

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