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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Igor blanqueó los ojos.

—Un troll en el camino —repitió.

La escotilla se cerró. Se escuchó una conversación susurrada dentro del coche. La escotilla se abrió.

—¿Quieres decir un troll?

—Ssí, amo.

—¡Atropéllalo!

El troll avanzó, sujetando una antorcha parpadeante por encima de su cabeza. En algún momento recientemente alguien había dicho ‘Este troll necesita un uniforme’ y había descubierto que lo único en la armería que le quedaba bien era el casco, y entonces sólo si lo ataba a su cabeza con cordel.

—El Conde viejo no me hubiera dicho que lo atropelle —farfulló Igor, no totalmente por lo bajo—. Pero, entonssess, él era un caballero.

—¿Qué fue eso? —restalló una voz femenina.

El troll llegó al coche y golpeó sus nudillos contra el casco, respetuosamente.

—Naz nochez —dijo—. Ezto ez un poco embarazozo. ¿Conoze uzted un palo?

—¿Palo? —dijo Igor con desconfianza.

—Una coza larga de madera...

—¿Ssí? ¿Bien? ¿Qué passa con esso?

—Me guztaría que uzted imaginara, correcto, que hay un palo con rayaz amarillaz y negraz cruzando ezte camino, ¿correcto? Ez que zolamente tenemoz uno, y eztá ziendo uzado en el camino Cabeza de Cobre ezta noche.[10]

La escotilla se deslizó.

—¡Sigamos adelante, hombre! ¡Atropéllalo!

—Podría ir a buzcarlo zi uzted quiere —dijo el troll, moviéndose nerviosamente de un inmenso pie al otro—. Zólo que no eztaría aquí hazta mañana, ¿correcto? O uzted podría fingir que eztá juzto aquí ahora, y entonzez yo podría fingir que lo levanto, y ezo eztaría bien, ¿correcto?

—Hágalo, entonssess —dijo Igor. Ignoró las quejas detrás de él. El viejo Conde siempre había sido cortés con los trolls aunque no podía morderlos, y esa era legítima clase en un vampiro.

—Zólo que primero tengo que zellar algo —dijo el troll. Levantó media patata y una alfombrilla empapada con pintura.

—¿Por qué?

—Mueztra que uzted ha pazado por mí —dijo el troll.

—Ssí, pero habremoss passado por ussted —señaló Igor—. Quiero dessir, todoss ssabrán que hemoss passado por ussted porque passamoss.

—Pero moztrará que uzted lo hizo ofizialmente —dijo el troll.

—¿Qué ocurrirá ssi nossotross ssólo sseguimoss adelante? —dijo Igor.

—Er... entozez no levantaré el palo —dijo el troll.

Trenzados en un acertijo metafísico, ambos miraron el parche de camino donde el palo virtual obstruía el paso.

Normalmente, Igor no habría perdido tanto tiempo. Pero la familia le estaba crispando los nervios, y reaccionó a la manera tradicional del criado explotado que de repente se vuelve muy estúpido. Se inclinó hacia abajo y se dirigió a los ocupantes del coche a través de la escotilla.

—Ess un control de frontera, amo —dijo—. Tenemoss que hasser que ssellen algo.

Se escucharon más cuchicheos dentro del coche, y luego un gran rectángulo blanco, bordeado en oro, fue empujado de mala gana a través de la escotilla. Igor lo pasó.

—Pareze una láztima —dijo el troll, sellándola sin habilidad y devolviéndola.

—¿Qué ess essto? —exigió Igor.

—¿Perdone?

—¡Essta... marca esstúpida!

—Bien, la patata no era lo baztante grande para el zello ofizial y yo no zé cómo ze ve en todo cazo, pero creo que ez un buen grabado de un pato lo que hize allí —dijo el troll, alegremente—. Ahora... ¿eztá uzted lizto? Porque eztoy levantando el palo. Aquí ze va ahora. Mírelo apuntado hazia arriba en el aire. Ezo quiere dezir que uzted puede irze.

El coche continuó un pequeño trecho y paró justo antes del puente.

El troll, consciente de que había cumplido con su deber, fue hacia él y escuchó lo que consideró una conversación desconcertante, aunque para Jim Gran Bistec la mayoría de las conversaciones que involucraban palabras multisilábicas estaban envueltas en misterio.

—Ahora, quiero que todos ustedes presten atención...

—Padre, ya hemos hecho esto antes.

—Debo insistir en el punto lo suficiente. Ése es el Río Lancre ahí abajo. Agua que corre. Y lo cruzaremos. También deben considerar que sus antepasados, aunque bastante capaces de emprender viajes de cientos de millas, sin embargo creían firmemente que no podían cruzar una corriente. ¿Necesito señalar la contradicción?[11]

—No, Padre.

—Bien. El condicionamiento cultural sería nuestra muerte, si no tenemos cuidado. Conduce, Igor.

El troll les observó partir. El frío pareció seguirles a través del puente.

Yaya Ceravieja estaba volando otra vez, feliz por el aire limpio y frío. Estaba bien por encima de los árboles y, para beneficio de todos, nadie podía ver su cara.

Haciendas aisladas pasaban abajo, unas pocas con ventanas iluminadas pero la mayoría a oscuras, porque las personas habrían partido hacia el palacio mucho tiempo antes.

Sabía que había una historia bajo cada techo. Conocía todo acerca de las historias. Pero ésas de ahí abajo eran historias que nunca serían contadas, pequeñas historias secretas, representadas en pequeñas habitaciones...

Trataban de esas veces cuando las medicinas no ayudaban y la cabezología estaba confusa porque una mente era una rabia de dolor en un cuerpo que se había convertido en su propio enemigo, cuando las personas estaban simplemente en una prisión hecha de carne, y en momentos como ésos ella podía dejarles ir. No había necesidad de cosas desesperadas con una almohada, o errores deliberados con la medicina. No los empujabas fuera del mundo, sólo evitabas que el mundo los retuviera. Sólo llegabas dentro, y... les mostrabas el camino.

Nunca había nada que decir. A veces veías en la cara de los parientes el pedido que ellos nunca, nunca pondrían en palabras, o tal vez dirían, ‘¿Hay algo que usted pueda hacer por él?’ Y ésta era, quizás, la clave. Si te atrevías a preguntar, se verían impactados porque tú pudieras haber pensado que ellos querían decir cualquier cosa aparte de, quizás, una almohada más cómoda.

Y cualquier matrona, en cabañas aisladas en noches sangrientas, sabría todos los otros pequeños secretos pequeños...

Que nunca se dirían...

Ella había sido una bruja aquí toda su vida. Y una de las cosas que una bruja hacía era permanecer exactamente sobre el borde, donde tenían que tomarse las decisiones. Las tomabas de modo que otros no tuvieran que hacerlo, para que otros incluso pudieran engañarse de que no había ninguna decisión que tomar, ningún pequeño secreto, que las cosas sólo ocurrían. Nunca decías qué sabías. Y en retorno, tú no preguntabas nada.

Ella vio que el castillo estaba intensamente iluminado. Incluso podía distinguir figuras alrededor de la hoguera.

Otra cosa captó su mirada, porque estaba mirando a todos lados pero al castillo ahora, y la sacó de su humor. Una neblina estaba desbordándose sobre las montañas y se deslizaba hacia los lejanos valles bajo la luz de la luna. Una hebra ondeaba hacia el castillo y se volcaba, muy lentamente, en el Desfiladero Lancre.

Por supuesto, había nieblas en la primavera, cuando el clima estaba cambiando, pero esta neblina estaba viniendo desde Uberwald.

La puerta hacia la habitación de Magrat fue abierta por Millie Resfriadum, la doncella, que hizo una reverencia Agnes, o por lo menos a su sombrero, y luego la dejó a solas con la Reina, que estaba en su tocador.

Agnes no estaba segura del protocolo, pero probó una especie de reverencia republicana. Esto causó movimiento considerable en las regiones periféricas.

La Reina Magrat de Lancre se sopló la nariz y metió el pañuelo en la manga de su vestidor.

—Oh, hola, Agnes —dijo—. Toma asiento, por favor. No tienes que moverte arriba y abajo de ese modo. Millie lo hace todo el tiempo y me mareo. De todos modos, en rigor, las brujas inclinan la cabeza.

—Er... —empezó Agnes. Echó un vistazo a la cuna en la esquina. Tenía más lazos y encaje que ningún artículo de mobiliario debería tener.

—Está dormida —dijo Magrat—. Oh, ¿la cuna? Verence la pidió a Ankh-Morpork. Dije que la vieja que siempre habían usado estaba bien, pero él es muy, ya sabes... moderno. Por favor, siéntate.

—Usted me quería, su maj... —empezó Agnes, todavía indecisa. Estaba resultando ser una noche muy complicada, y ni siquiera estaba segura ahora de cómo se sentía sobre Magrat. La mujer había dejado ecos de sí misma en la cabaña —un viejo brazalete perdido bajo la cama, notas algo sensibleras en algunas de las antiguas libretas, floreros llenos de flores secas... Se puede construir una visión muy extraña de alguien por medio de las cosas que deja detrás del tocador.

—Sólo quería un poco de charla —dijo Magrat—. Es un poco... mira, soy muy pero muy feliz, pero... bien, Millie es buena pero me da la razón todo el tiempo, y Tata y Yaya todavía me tratan como si yo no fuera, bien, ya sabes, Reina y todo eso... no es que quiera ser tratada como Reina todo el tiempo pero, bien, ya sabes, quiero que sepan que soy Reina pero que no me traten como una Reina, si entiendes lo que quiero decir...

Creo que sí —dijo Agnes cuidadosamente.

Magrat agitó las manos en un esfuerzo de describir lo indescriptible. Unos pañuelos usados cayeron en cascada de sus mangas.

—Quiero decir... me mareo con personas que se mueven arriba y abajo todo el tiempo de modo que cuando me vean me gustaría que piensen, ‘Oh, ésa es Magrat, ella es Reina ahora pero la trataré de una manera perfectamente normal’...

—Pero quizás sólo un poquito más cortésmente porque ella es Reina, después de todo —sugirió Agnes.

—Bien, sí... exactamente. En realidad, Tata no está demasiado mal, por lo menos trata a todos lo mismo todo el tiempo, pero cuando Yaya me mira puedes verla pensando, ‘Oh, ésa es Magrat. Haz el té, Magrat’. Un día juro que haré un comentario muy mordaz. ¡Es como si ellas pensaran que estoy haciendo esto como un pasatiempo!

—Sé qué quiere decir.

—Es como si pensaran que voy a salirme de mi sistema para irme a brujear otra vez. No lo dirían, por supuesto, pero eso es lo que piensan. No creen que haya cualquier otro tipo de vida realmente.

—Es verdad.

—¿Cómo está la vieja cabaña?

—Hay muchos ratones —dijo Agnes.

—Lo sé. Solía alimentarlos. No se lo digas a Yaya. Ella está aquí, ¿verdad?

—Todavía no la he visto —dijo Agnes.

—Ah, estará esperando un momento dramático —dijo Magrat—. ¿Y sabes qué? Nunca la he atrapado en realidad esperando un momento dramático, no en todas, bueno, las cosas en las que hemos estado involucradas. Quiero decir, si fueras tú o yo, estaríamos sin hacer nada en el salón o algo, pero ella sólo entra y es el momento correcto.

—Ella dice que haces tu propio momento correcto —dijo Agnes.

—Sí —dijo Magrat.

—Sí —dijo Agnes.

—¿Y tú dices que ella todavía no está aquí? ¡Fue la primera tarjeta que hicimos! —Magrat se inclinó más cerca—. Verence hizo que ellos le pusieran hojas de oro adicionales. Me sorprende que no resuene cuando la deja sobre algún lugar. ¿Cómo estás llevando el té?

—Se quejan siempre —dijo Agnes.

—Lo hacen, ¿verdad? Tres terrones de azúcar para Tata Ogg, ¿correcto?

—No es como si incluso me dieran dinero del té —dijo Agnes. Olfateó. Había un leve olor a humedad en el aire.

—No vale la pena hornear bollos, puedo decirte —dijo Magrat—. Solía pasarme horas haciendo unos elegantes con lunas crecientes y todo eso. Bien podrías comprarlos en la tienda.

Ella también olfateó.

No es la bebé —dijo—. Estoy segura de que Shawn Ogg ha estado tan ocupado organizando cosas que no ha tenido tiempo de limpiar el foso del retrete las últimas dos semanas. El olor sube hasta arriba con las ráfagas de viento desde el vestidor en la Torre del Gong. He tratado de colgar hierbas fragantes pero más bien se disuelven.

Parecía insegura, como si una peor perspectiva que la negligente higiene del castillo hubiera cruzado su mente.

—Er... ella debe haber recibido la invitación, ¿verdad?

—Shawn dice que la entregó —dijo Agnes—. Y ella probablemente dijo —y aquí su voz cambió, volviéndose cortante y chillona—, No puedo tolerarlo a esta altura de mi vida. Nunca he sido una que se pone a sí misma por delante, nadie jamás pudo decir que soy una que se pone a sí misma por delante’.

La boca de Magrat era una O de asombro.

—¡Eso fue tan como ella que es atemorizante! —dijo.

—Es una de las pocas cosas en que soy buena —dijo Agnes, en su voz normal—. Gran cabellera, una personalidad maravillosa, y un oído para los sonidos. —Y dos mentes, añadió Perdita—. Vendrá, de todos modos —continuó Agnes, ignorando la voz interior.

—Pero han pasado las once y media... ¡Santo cielo, es mejor que me vista! ¿Puedes darme una mano?

Corrió hacia el vestidor con Agnes pegada atrás.

—Incluso escribí un poco debajo pidiéndole que sea la madrina —dijo, sentándose enfrente del espejo y rebuscando entre los restos de maquillaje—. Ella siempre ha querido secretamente ser una.

—Eso es algo para desearle a un niño —dijo Agnes, sin pensar.

La mano de Magrat se detuvo a medio camino de su cara, en una pequeña nube de polvo, y Agnes vio su mirada horrorizada en el espejo. Entonces apretó la mandíbula, y por un momento la Reina tuvo exactamente la misma expresión que Yaya a veces empleaba.

—Bien, si fuera una elección desearle a un niño salud, riqueza y felicidad, o que Yaya Ceravieja esté de su lado, sé cuál escogería —dijo Magrat—. Debes haberla visto en acción.

—Una o dos veces, sí —reconoció Agnes.

—Nunca será derrotada —dijo Magrat—. Espera hasta que la veas cuando esté en un rincón, acorralada. Ella tiene esa manera de... poner partes de sí misma en algún lugar seguro. Es como si... como si se entregara a otra persona para mantenerse escondida durante un rato. Todo es parte de ese asunto de Préstamo que hace.

Agnes asintió. Tata le había advertido sobre eso pero, incluso así, era perturbador aparecer en la cabaña de Yaya y encontrarla estirada sobre el piso tan tiesa como un palo y sosteniendo, con dedos que estaban casi azules, una tarjeta con las palabras: NO ESTOY MUERTA.5 Sólo quería decir que estaba fuera en algún lugar del mundo, mirando la vida a través de los ojos de un tejón o una paloma, cabalgando como un ignorado pasajero en su mente.

—¿Y sabes qué? —continuó Magrat—. Es exactamente como esos magos en Howondaland que mantienen su corazón escondido en un pote en algún lugar, por seguridad, de modo que no puedan matarlos. Hay algo sobre eso en un libro en la cabaña.

—No tendría que ser un pote grande —dijo Agnes.

—Eso no fue justo —dijo Magrat. Hizo una pausa—. Bien... no justo la mayor parte del tiempo. A menudo, de todos modos. A veces, por lo menos. ¿Puedes ayudarme con esta condenada gorguera?

Se escuchó un gorjeo desde la cuna.

—¿Qué nombre le están dando? —dijo Agnes.

—Tendrás que esperar —dijo Magrat.

Mientras seguía a Magrat y a las doncellas al salón Agnes tuvo que admitir que tenía algo de sentido. En Lancre se nombraban los niños a medianoche para que empezaran el día con un nuevo nombre. No sabía por qué tenía sentido. Sólo sentía como si, alguna vez, alguien hubiera descubierto que funcionaba. Los Lancrastianos nunca tiraban nada que funcionara. El problema era que rara vez cambiaban algo que funcionaba, tampoco.

Había oído que esto estaba deprimiendo al Rey Verence, que se estaba enseñando a sí mismo a reinar por los libros. Sus planes para mejor irrigación y agricultura eran aplaudidos calurosamente por las personas de Lancre, que luego no hacían nada sobre ellos. Ni tampoco tomaban nota de su sistema de saneamiento, por ejemplo, porque debía haber alguno, ya que la idea Lancrastiana de alcantarillado refinado era un sendero no-resbaladizo al retrete y un catálogo de correo con páginas muy blandas allí. Habían estado de acuerdo con la idea de una Sociedad Real para el Mejoramiento de la Humanidad, pero ya que gran parte de esto consistía de tanto tiempo libre como Shawn Ogg tuviera los jueves por la tarde, la Humanidad estaba a salvo de demasiado Mejoramiento durante un tiempo, aunque Shawn había inventado unos protectores de corrientes para algunas de las partes más ventosas del castillo, por lo que el Rey le había otorgado una pequeña medalla.

Las personas de Lancre no soñarían con vivir en otra cosa que una monarquía. Lo habían hecho durante miles de años y sabían que resultaba. Pero también habían descubierto que no tenía sentido prestar demasiada atención a lo que el Rey quería, porque con seguridad habría otro rey en cuarenta años más o menos, y seguramente querría algo diferente y por tanto se habrían metido en todos esos problemas para nada. Mientras tanto, su trabajo, como ellos lo veían, era quedarse mayormente en el palacio, practicar el saludo con la mano, tener sentido suficiente para poner la cara del lado correcto de las monedas, y permitir que ellos continuaran arando la tierra, sembrando, cultivando y cosechando. Éste era, según lo veían, un contrato social. Hacían lo que siempre hicieron, y él los dejaba.

Pero a veces, él reinaba...

En el Castillo de Lancre, el Rey Verence se miró en el espejo y suspiró.

—Sra. Ogg —dijo, ajustándose la corona—, yo tengo, como usted sabe, un gran respeto a las brujas de Lancre pero esto es, con respeto, en términos generales un tema de política que, yo sostengo respetuosamente, es un asunto para el Rey. —Se ajustó la corona otra vez, mientras Spriggins el mayordomo cepillaba su túnica—. Debemos ser tolerantes. Realmente, Sra. Ogg, no la he visto en este estado antes...

—¡Van por todos lados prendiendo fuego a las personas! —dijo Tata, molesta por todo el respeto.

Solían hacerlo, creo —dijo Verence.

—¡Y eran brujas las que quemaban!

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