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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Igor bajó la mirada tímidamente.

—Oh, esso ess máss de lo que un hombre podría essperar possiblemente —murmuró.

Magrat soltó una risita; Igor empujó la puerta y se metió adentro apresuradamente.

—¿Qué? —dijo Tata.

—¿No has notado las miradas que te ha estado echando? —dijo Magrat, mientras seguían a la figura tambaleante.

—¿Qué, él? —dijo Tata.

—Podría estar llevando una antorcha por ti —dijo Magrat,

—¡Pensé que era sólo para ver dónde iba! —dijo Tata, con un poco de pánico en la voz—. ¡Quiero decir, ni siquiera tengo mis mejores calzones ni nada!

—Creo que es un poco romántico, en realidad —dijo Magrat.

—Oh, no lo sé, realmente no lo sé —dijo Tata—. Quiero decir, es halagador y todo eso, pero creo que no podría estar saliendo realmente con un hombre con cojera.

—¿Cojera qué?

Tata Ogg siempre se había considerado a sí misma imposible de conmover, pero no hay tal cosa. Las conmociones pueden venir de direcciones inesperadas.

—Soy una mujer casada —dijo Magrat, sonriendo ante su expresión. Y se sentía bien, sólo una vez, poner una pequeña tachuela en el despreocupado sendero de Tata a través de la vida.

—Pero es... quiero decir, es Verence, ya lo sabes, muy bien en el...

—Oh, sí. Todo está... bien. Pero ahora comprendo a qué te referías en tus bromas.

—¿Qué, todas ellas? —dijo Tata, como alguien que ha encontrado todos los ases retirados de su mazo favorito de naipes.

—Bien, no uno sobre el sacerdote, la anciana y el rinoceronte.

—¡Debería esperarlo! —dijo Tata—. ¡No comprendí ése hasta los cuarenta!

Igor regresó cojeando.

—Esstán ssólo loss ssirvientess —dijo—. Usstedess podrían quedarsse en miss habitassioness en la vieja torre. Hay puertass gruessass.

—A la Sra. Ogg realmente le gustaría —dijo Magrat—. Estaba diciéndome recién qué buenas piernas tiene usted, verdad, Tata...

—¿Ussted quiere unass? —dijo Igor seriamente, encabezando la marcha hacia arriba de los escalones—. Tengo muchass y puedo arreglarme con el esspassio en el refrigerador.

—¿Usted qué? —dijo Tata, parando en seco.

—Ssoy ssu hombre si hay algún órgano que ussted nessessite —dijo Igor.

Se escuchó una tos estrangulada desde Magrat.

—¿Usted tiene... partes de personas guardadas sobre hielo? —dijo Tata, horrorizada—. ¿Partes de personas extrañas? ¿Cortadas? ¡No voy a dar otro paso!

Ahora Igor parecía horrorizado.

—No ecsstrañoss —dijo—. Familia.

—¿Usted cortó en pedazos a su familia? —Tata retrocedió un paso.

Igor agitó sus manos frenéticamente.

—¡Ess una tradissión! —dijo—. ¡Cada Igor ha dejado ssu cuerpo a la familia! ¿Por qué dessechar buenoss órganoss? Mire a mi Tío Igor, murió de búfaloss, de modo que había un corassón perfectamente bueno y algunoss riñoness ssobrantess allí, ademáss que todavía tenía lass manoss del Abuelo y eran unass manoss condenadamente buenass, permítame dessirle. —Resopló—. Ojalá yo lass tuviera, era un gran ssirujano.

—Bi-en... sé que cada familia dice cosas como, ‘Tiene los ojos de su padre’... —empezó Tata.

—No, mi primo ssegundo Igor loss ressibió.

—Pero... pero... ¿quién corta y cose? —dijo Magrat.

—Yo lo hago. Un Igor aprende ssirugía de mantenimiento en la rodilla de ssu padre —dijo Igor—. Y luego practica en loss riñoness de ssu abuelo.

—Excúseme —dijo Tata—. ¿De qué dijo usted que murió su tío?

—Búfaloss —dijo Igor, abriendo otra puerta.

—¿Se metió corriendo entre ellos?

—Una manada le atacó. Un ecsstraño acssidente. No hablamoss ssobre esso.

—Perdone, ¿usted está diciéndonos que hace cirugía sobre usted mismo? —dijo Magrat.

—No ess tan difíssil cuando ussted ssabe qué esstá hassiendo. Algunass vessess ussted nessessita un esspejo, por ssupuessto, y ayuda ssi alguien puede poner un dedo ssobre el nudo.

—¿No es doloroso?

—Oh, no, ssiempre less digo que lo ssaquen jussto antess de apretar el hilo.

La puerta se abrió con un gemido. Era un ruido largo, quejumbroso y torturado. De hecho, había más gemido que puerta, y continuaba unos segundos después de que la puerta se había parado.

—Eso suena horrible —dijo Tata.

—Grassiass. Llevó díass ponerla en el tono correcto. Gemidoss assí no ssusseden por ssí missmoss.

Se escuchó un ladrido desde la oscuridad y algo saltó sobre Igor, arrojándolo al piso.

—¡Ssal de mí, tú gran babosso!

Era un perro. O varios perros mezclados, por así decir, en uno. Había cuatro patas, y eran casi todos de la misma longitud aunque Magrat notó no del mismo color. Había una cabeza, aunque la oreja izquierda era negra y puntiaguda mientras la derecha era marrón y blanca y caída. Era un animal muy entusiasta en el departamento de baba.

—Ésste ess Ssobrass —dijo Igor, forcejeando por ponerse de pie bajo una granizada de garras excitadas—. Ess una cossa vieja y tonta.

—Sobras... sí —dijo Tata—. Buen nombre. Buen nombre.

—Tiene ssetenta y ocho añoss —dijo Igor, dirigiéndose abajo por una escalera de caracol—. Algunass partess de él.

—Puntadas muy prolijas —dijo Magrat—. Se ven bien en él, también. Contento como perro con dos... Oh, veo que tiene dos...

—Tenía una de repuessto —dijo Igor, caminando con Sobras saltando a su lado—. Penssé, ess tan feliss con una, pienssa qué contento esstará con doss...

La boca de Tata Ogg ni siquiera podía entreabrirse.

—¡Ni siquiera piensas decir algo, Gytha Ogg! —reclamó Magrat.

—¿Yo? —dijo Tata inocentemente.

—¡Sí! Y estabas por hacerlo. ¡Podía verlo! Sabes que él estaba hablando de colas, no... de otra cosa.

—Oh, penssé en esso hasse mucho —dijo Igor—. Ess obvio. Evita el dessgasste, ademáss que ussted puede ussar uno mientrass esstá reemplassando el otro. Lo ecsperimenté ssobre mí missmo.

Sus pasos resonaban sobre la escalera.

—Ahora, ¿de qué estamos hablando aquí, exactamente? —dijo Tata, con un tranquilo tono de voz, algo como estoy-sólo-preguntando-por-interés.

—Corassoness —dijo Igor.

—Oh, dos corazones. ¿Tiene usted dos corazones?

—Ssí. El otro pertenessía a pobre Ssr. Sswinetss, abajo en el asserradero, pero la essposa dijo que no era útil para él desspuéss del acssidente, ssin una cabeza para acompañarlo.

—Usted es un poco un hombre realizado por esfuerzo propio en silencio, ¿verdad? —dijo Magrat.

—¿Quién hizo su cerebro? —dijo Tata.

—No sse puede hasser sserebro a uno missmo —dijo Igor.

—Es que... usted tiene todas esas puntadas...

—Oh, pusse una placa de metal en mi cabessa —dijo Igor—. Y un alambre por mi cuello hassta miss botass. Me harté de todoss essoss relámpagoss. Aquí llegamoss. —Abrió otra gimiente puerta—. Mi pequeño rincón.

Era una habitación abovedada, fría y húmeda, claramente vivida por alguien que no pasaba mucho tiempo social allí. Había una chimenea con una canasta para perro enfrente de ella, y una cama con un colchón y una manta. Unas burdas alacenas cubrían una pared.

—Hay un posso allí bajo essa tapa —dijo—, y hay un retrete crussando allí...

—¿Qué hay por esa puerta? —dijo Tata, señalando una con cerrojos pesados.

—Nada —dijo Igor.

Tata le lanzó una mirada. Pero los cerrojos estaban muy firmes sobre este lado.

—Esto parece una cripta —dijo—. Con una chimenea.

—Cuando el viejo Conde esstaba vivo le gusstaba calentarsse una noche antess de ssalir —dijo Igor—. Díass doradoss, eran. No daría doss peniquess por esste montón. ¿Ssabe? Querían que yo me desshissiera de Ssobrass.

Sobras saltó y trató de lamer la cara de Tata.

—Vi a Lacrimossa patearlo una vess —dijo Igor sombríamente. Se frotó las manos—. ¿Puedo ofresserless damass algo para comer?

—No —dijeron Tata y Magrat al mismo tiempo.

Sobras trató de lamer a Igor. Era un perro con mucha lengua para compartir.

—Ssobrass, hasste el muerto —dijo Igor. El perro se dejó caer y dio la vuelta con las patas en el aire.

—¿Ve? —dijo Igor—. ¡Él recuerda!

—¿No estaremos acorralados aquí abajo si vienen los Magpyr? —preguntó Magrat.

—No vienen aquí abajo. No ess basstante moderno para elloss —dijo Igor—. Y essperarían afuera si lo hassen.

Magrat echó un vistazo a la puerta con cerrojos. No se veía la clase de salida que alguien querría tomar.

—¿Y qué hay de las armas? —dijo—. No pensaría que haya alguna cosa anti-vampiros en el castillo de un vampiro, ¿verdad?

—Vaya, ssiertamente —dijo Igor.

—¿La hay?

—Tantass como ussted quiera. El viejo amo era muy afissionado a esso. Cuando essperábamoss vissitantess, él ssiempre dessía, ‘Igor, assegúrate de que lass ventanass esstén limpiass y que haya montoness de limoness y partess de ornamento que puedan sser convertidoss en ssímboloss religiossoss alrededor del lugar’. Lo disfrutaba cuando lass perssonass jugaban ssegún lass reglass. Muy jussto, el viejo amo.

—Sí, pero eso significaría que él moriría, ¿verdad? —dijo Tata. Abrió una alacena y una pila de limones arrugados cayó.

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