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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Igor titubeó con algunos fósforos y encendió una antorcha.

—... esstá todo muy bien querer un buen desscansso largo, pero éssta ess una dessgrassia...

Corrió a lo largo de los oscuros corredores, la mitad de mampostería desigual, la mitad de roca desnuda, y llegó a otra cámara que estaba totalmente vacía aparte de un gran sarcófago de piedra en el centro, en cuyo costado habían esculpido MAGPYR.

Metió la antorcha en un soporte, se quitó el abrigo y después de considerable esfuerzo logró mover la tapa de piedra a un lado.

—Lamento mucho essto, amo —gruñó cuando cayó al suelo con un ruido sordo.

Dentro del ataúd, el polvo gris centelleaba a la luz de la antorcha.

—... viniendo aquí arriba, desordenando todo... —Igor recogió su abrigo y sacó un grueso fajo de tela del bolsillo. Lo desenrolló sobre el borde de la piedra. Ahora la luz destelló sobre un surtido de bisturís, tijeras y agujas.

—... amenassando a la pequeña bebé ahora... ussted nunca hisso esso... ssólo hembrass aventurerass de máss de diessissiete y de buen asspecto en camissón, ussted ssiempre lo dessía...

Seleccionó un bisturí y cortó el meñique de su mano izquierda, con un poco de cuidado.

Una gota de sangre apareció, se hinchó y cayó al polvo, donde echó humo.

—Essto ess por Ssobrass —dijo Igor con lúgubre satisfacción.

Cuando llegó a la puerta, una neblina blanca ya estaba cayendo por encima del borde del ataúd.

—Soy una anciana —dijo Yaya Ceravieja, mirando a su alrededor severamente—. Me gustaría sentarme, muchas gracias.

Un banco fue acercado rápidamente. Yaya se sentó, y echó el ojo al Conde.

—¿Qué estaba diciendo usted? —dijo.

—Ah, Esmerelda —dijo el Conde—. Por fin viene a reunirse con nosotros. El llamado de la sangre es demasiado poderoso para ser desobedecido, ¿sí?

—Eso espero —dijo Yaya.

—Todos vamos a salir caminando de aquí, Señorita Ceravieja.

—Usted no se está yendo de aquí —dijo Yaya. Revolvió el té otra vez. Los ojos de los tres vampiros giraron tras la cuchara.

—Usted no tiene elección excepto obedecerme. Lo sabe —dijo el Conde.

—Oh, siempre hay una elección —dijo Yaya.

Vlad y Lacrimosa se inclinaron a cada lado de su padre. Se escuchó un poco de cuchicheo apresurado. El Conde miró hacia arriba.

—No, usted no podía haberlo resistido —dijo—. ¡Ni siquiera usted!

—No diré que no me costó —dijo Yaya. Revolvió el té otra vez.

Hubo más cuchicheos.

Tenemos a la Reina y a la bebé —dijo el Conde—. Creo que usted piensa muy bien de ellas.

Yaya levantó la taza a medio camino de sus labios.

—Mátelas —dijo—. No lo beneficiará.

—¡Esme! —gritaron juntas Tata Ogg y Magrat.

Yaya puso la taza en el platillo. Agnes pensó que veía suspirar a Vlad. Ella misma podía sentir el impulso...

Sé qué hizo ella, susurró Perdita. También yo, pensó Agnes.

—Él está fanfarroneando —dijo Yaya.

—¿Oh? A usted le gustaría una reina vampiro por un día, ¿verdad? —dijo Lacrimosa.

—Tuvimos una, una vez, en Lancre —dijo Yaya en tono conversacional—. La pobre mujer fue mordida por uno de ustedes. Sobrevivía con filete azul y esas cosas. Nunca le metió un diente a nadie, según escuché. Grimnir la Empaladora, era.[44]

—¿La Empaladora?

—Oh, sólo dije que no era una chupasangre. No dije que fuera una buena persona —dijo Yaya—. No le molestaba derramar sangre, pero se trazó una línea sobre no beberla. Ustedes no tienen que hacerlo, tampoco.

—¡Usted no sabe nada sobre los verdaderos vampiros!

—Sé más de lo que usted piensa, y sé sobre Gytha Ogg —dijo Yaya. Tata Ogg parpadeó.

Yaya Ceravieja levantó la taza de té otra vez, y luego la bajó.

—A ella le gusta un trago. Le dirá que tiene que ser el mejor brandy... —Tata asintió, afirmando—... e indudablemente eso es lo que desea, pero realmente se conformará con cerveza exactamente como todos los demás. —Tata Ogg se encogió de hombros mientras Yaya continuaba—: Pero usted no se conformaría con morcilla, verdad, porque lo que usted realmente bebe es el poder sobre las personas. Lo conozco a usted como yo me conozco. Y una de las cosas que sé es que usted no va a lastimar un pelo de la cabeza de esa niña. De todos modos —y aquí Yaya revolvió el té distraídamente otra vez—, si no tuviera ninguno aún, usted no lo haría. Usted no puede, ¿lo ve?

Recogió la taza y la raspó cuidadosamente sobre el borde del platillo. Agnes vio que los labios de Lacrimosa se abrían, hambrientos.

—De modo que realmente estoy aquí, mire, es para ver si usted recibe justicia o piedad —dijo Yaya—. Es sólo un asunto de elección.

—¿Usted realmente cree que no dañaríamos una carne? —dijo Lacrimosa, acercándose a las zancadas—. ¡Observe!

Bajó su mano con fuerza hacia la bebé, y luego saltó hacia atrás como si hubiera sido picada.

—No puede hacerlo —dijo Yaya.

—¡Casi me he quebrado el brazo!

—Lástima —dijo Yaya con calma.

—Usted ha puesto algo... algo mágico en la niña, ¿verdad? —dijo el Conde.

—No puedo imaginar quién habría pensado que haría tal cosa —dijo Yaya, mientras detrás de ella Tata Ogg se miraba las botas—. Así que he aquí mi propuesta, mire. Usted entrega a Magrat y a la bebé y les cortaremos las cabezas.

—Y eso es lo que usted llama justicia, ¿verdad? —dijo el Conde.

—No, eso es lo que llamo piedad —dijo Yaya. Puso la taza en el platillo.

Por amor del cielo, mujer, ¿va a beber ese maldito té o no? —bramó el Conde.

Yaya tomó un sorbo y puso cara rara.

—Vaya, ¿en qué estaba pensando? He estado tan ocupada hablando se ha puesto frío —dijo, y delicadamente volcó el contenido de la taza al piso.

Lacrimosa gimió.

—Probablemente desaparecerá pronto —continuó Yaya, en la misma voz tranquila—. Pero hasta que lo haga, mire, usted no dañará a la niña, usted no dañará a Magrat, usted odia la idea de beber sangre, y usted no huirá porque usted nunca huye de un desafío...

—¿Qué desaparecerá? —dijo Vlad.

—Oh, son fuertes, sus muros de pensamientos —dijo Yaya en tono soñador—. No podía cruzarlos.

El Conde sonrió.

Yaya sonrió también.

—Así que no lo hice —añadió.

* * *

La neblina rodó por la cripta, fluyendo a lo largo del piso, las paredes y el techo. Se escurrió hacia arriba de los peldaños y a lo largo de un túnel, las nubes hirviendo hacia adelante unas sobre otras, como si estuvieran peleando.

Una rata confiada se deslizó a través de las losas, pero fue demasiado lerda. La neblina cayó sobre ella. Se escuchó un chillido, se cortó, y cuando la neblina se fue todo lo que quedaba eran algunos pequeños huesos blancos.

Algunos huesos, iguales pero completamente montados y vestidos con una túnica negra con capucha igualmente pequeña y llevando una guadaña diminuta, aparecieron de la nada y caminaron hacia los otros. Unas esqueléticas garras hacían tip-tap sobre la piedra.

—¿Squeak? —dijo el fantasma de la rata lastimeramente.

SQUEAK, dijo Muerte de las Ratas. Eso era realmente todo lo que necesitaba saber.

—Usted quería saber dónde había puesto mi identidad —dijo Yaya—. No fui a ningún lugar. Sólo la puse en algo vivo, y usted lo tomó. Usted me invitó a entrar. Estoy en cada músculo de su cuerpo y estoy en su cabeza, oh sí. Estaba en la sangre, Conde. En la sangre. No he sido convertida en vampiro. Usted ha sido Ceravieja. Todos ustedes. Y usted siempre ha escuchado a su sangre, ¿verdad?

El Conde la miró con la boca abierta.

La cuchara cayó del platillo y tintineó sobre piso, levantando una ola de neblina blanca fina. Estaba entrando desde las paredes, dejando un reducido círculo de baldosas negras y blancas en medio del cual estaban los vampiros.

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