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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Igor hizo pasar al Rey Verence, que se quedó parado allí con la expresión suavemente desconcertada de alguien en presencia del Conde.

—Ah, su majestad —dijo la Condesa, avanzando—. Únase a nosotros en una comida ligera.

El pelo de Agnes se enganchaba en las ramas. Logró colocar una bota sobre una rama mientras se sostenía con todas las fuerzas de la rama más arriba, pero eso dejaba su otro pie parado sobre el palo de escoba, que estaba empezando a moverse de costado y obligándole a hacer lo que incluso las bailarinas no pueden hacer sin un poco de entrenamiento.

—¿No puedes verlo aún? —gritó Tata, desde muy abajo.

—Creo que éste es también un nido viejo... Oh, no...

—¿Qué ha ocurrido?

—Creo que mis calzones se han rajado...

—Siempre busco lo espacioso, para mí —dijo Tata.

Agnes puso la otra pierna sobre la rama, que crujió.

Pesada, dijo Perdita. ¡Yo podría haber trepado como una gacela!

—¡Las gacelas no trepan! —dijo Agnes.

—¿Qué es eso? —dijo la voz desde abajo.

—Oh, nada...

Agnes avanzó lentamente hacia adelante, y repentinamente su visión se llenó de alas negras y blancas. Una urraca se posó en una rama a un pie de su cara y le gritó. Otras cinco volaron desde otros árboles y se unieron al coro.

No le gustaban las aves, en todo caso. Estaban bien cuando estaban volando, y sus canciones eran bonitas, pero de cerca eran pequeñas bolas de agujas con la inteligencia de una mosca doméstica.

Trató de manotear a la más cercana, y revoloteó a una rama más alta mientras ella luchaba por recuperar el equilibrio. Cuando la rama dejó de mecerse se movió hacia adelante, cautelosamente, tratando de ignorar las aves enfurecidas, y miró dentro del nido.

Era difícil decir si eran los restos de uno viejo o el principio de uno nuevo, pero contenía un trozo de oropel, un pedazo de vidrio roto y, reluciendo incluso bajo este cielo hosco, algo blanco... con un borde brillante.

—‘Cinco para plata... seis para oro... —dijo, medio para sí misma.

—Es ‘cinco para cielo, seis para infierno’ —gritó Tata.

—Ya puedo alcanzarla, de todos modos...

La rama se rompió. Había muchas otras debajo, pero simplemente sirvieron de puntos de interés en el camino hacia abajo. La última lanzó a Agnes en un arbusto de acebos.

Tata tomó la invitación de su mano extendida. La lluvia había hecho correr la tinta, pero la palabra ‘Ceravieja’ era todavía muy legible. Rascó el borde de oro con su pulgar.

Demasiado oro —dijo—. Bien, eso explica la invitación. Te dije que las aves robarán algo que emite destellos.

—No estoy lastimada en absoluto —dijo Agnes deliberadamente—. Los acebos amortiguaron totalmente mi caída.

—Les retorceré los cuellos —dijo Tata. Las urracas en los árboles alrededor de la cabaña le gritaron.

—Creo que puedo haberme dislocado el sombrero, sin embargo —dijo Agnes, poniéndose de pie. Pero era inútil lanzar indirectas en busca de comprensión en un charco así que se rindió—. Muy bien, hemos encontrado la invitación. Fue todo un terrible error. Culpa de nadie. Ahora busquemos a Yaya.

—No si ella no quiere ser encontrada —dijo Tata, frotando el borde de la tarjeta pensativamente.

—Puedes hacer el Préstamo. Incluso si partió temprano, algunas criaturas la habrán visto...

—Yo no hago Préstamo, como regla —dijo Tata firmemente—. No tengo la autodisciplina de Esme. Me quedo... involucrada. Fui un conejo durante tres días enteros hasta que nuestro Jason fue a por Esme y me trajo de regreso. Mucho más tiempo y allí no habría una yo para volver.

—Los conejos parecen aburridos.

—Tienen sus cosas.

—Muy bien, entonces, echa una mirada en la pelota de vidrio de la boya —dijo Agnes—. Eres buena en eso, Magrat me lo dijo. —Al otro lado del claro, un ladrillo cayó de la chimenea de la cabaña.

—No aquí, entonces —dijo Tata, con un poco de renuencia—. Se me está poniendo la piel de gallina... Oh no, como si no tuviéramos suficiente... ¿Qué está haciendo él aquí?

Poderoso Avenas estaba avanzando a través del bosque. Caminaba torpemente, como hacen las personas de la ciudad cuando cruzan un lugar blando, lleno de baches, hojas mohosas y ramitas desparramadas, y tenía la mirada preocupada de alguien que está esperando ser atacado en cualquier momento por búhos o escarabajos.

En su extraña ropa negra y blanca se veía como una urraca humana.

Las urracas gritaban desde los árboles.

—‘Siete para un secreto que nunca será contado’ —dijo Agnes.

—‘Siete es un demonio’ —dijo Tata misteriosamente—. Tú tienes tu rima, yo tengo la mía.

Cuando Avenas vio a las brujas se animó muy ligeramente y se sopló la nariz.

—¡Qué desperdicio de piel! —farfulló Tata.

—Ah, Sra. Ogg... y Srta. Nitt —dijo Avenas, moviéndose lentamente alrededor de un poco de barro—. Er... ¿confío en que las encuentro bien?

—Hasta ahora —dijo Tata.

—Había, er, esperado ver a la Sra. Ceravieja.

Por un momento el único sonido fue el gorjeo de los cuervos.

—¿Esperado? —dijo Agnes.

—¿Sra. Ceravieja? —dijo Tata.

—Er, sí. Es parte de mi... se supone que... una de las cosas que nosotros... Bien, escuché que podría estar enferma, y visitar a los ancianos y enfermos es parte, er, de nuestros deberes pastorales... Por supuesto me doy cuenta de que técnicamente no tengo ningún deber pastoral, pero sin embargo, mientras estoy aquí...

La cara de Tata era una pintura, posiblemente una pintada por un artista con un muy extraño sentido del humor.

—Realmente siento mucho que ella no esté aquí —dijo, y Agnes sabía que ella estaba siendo totalmente honesta y absolutamente desagradable.

—Oh dioses. Iba a, er, darle algún... Iba a darle... er... ¿Está bien, entonces?

—Estoy segura de que ella estará mucho mejor por una visita suya —dijo Tata, y otra vez hubo una extraña y curvilínea especie de verdad en esto—. Sería la clase de cosas de la que hablaría por días. Usted puede volver cuando quiera.

Avenas se veía desvalido.

—Entonces supongo es mejor que, er, regrese a mi, er, tienda —dijo—. ¿Puedo acompañarlas, damas, hasta el pueblo? Er, hay algunas cosas peligrosas en los bosques...

—Tenemos palos de escoba —dijo Tata firmemente. El sacerdote parecía alicaído, y Agnes tomó una decisión.

Un palo de escoba —dijo—. Le caminaré... quiero decir, usted puede acompañarme de regreso. Si lo desea.

El sacerdote parecía aliviado. Tata resopló. Había cierta calidad Ceravieja en el soplido.

—Regreso a mi casa, entonces. Y sin perder tiempo —dijo ella.

—Yo no pierdo el tiempo —dijo Agnes.

—Sólo mira que no empieces —dijo Tata, y se fue a buscar su palo de escoba.

Agnes y el sacerdote caminaron en un silencio embarazoso durante un rato. Por fin Agnes dijo:

—¿Cómo está el dolor de cabeza?

—Oh, mucho mejor, gracias. Desapareció. Pero su majestad fue sumamente gentil en darme algunas pastillas de todos modos.

—Eso está bien —dijo Agnes. ¡Ella debería haberle dado una aguja! ¡Mira el tamaño de ese divieso!, dijo Perdita, una nacida para exprimir. ¿Por qué él no hace nada sobre eso?

—Er... yo no le gusto mucho, ¿verdad? —dijo Avenas.

—Apenas le he conocido. —Se estaba dando cuenta de unas vergonzosas corrientes de aire en las regiones inferiores.

—A muchas personas no les gusto tan pronto como me conocen —dijo Avenas.

—Supongo que eso ahorra tiempo —dijo Agnes, y maldijo. Perdita había metido esa frase, pero Avenas parecía no haberse dado cuenta. Suspiró.

—Me temo que tengo un poco de dificultad con las personas —continuó—. Temo que no estoy hecho para el trabajo pastoral.

No te involucres con este imbécil, dijo Perdita. Pero Agnes dijo:

—¿Usted quiere decir ovejas y esas cosas?

—Todo parecía mucho más claro en la universidad —dijo Avenas, quien como muchas personas rara vez prestaba mucha atención a lo que los demás decían cuando estaba desenrollando sus miserias—, pero aquí, cuando les cuento a las personas algunas de las historias más accesibles del Libro de Om dicen cosas como, ‘Eso no es correcto, los hongos no crecerían en el desierto’, o, ‘Ésa es una manera estúpida de llevar una viña’. Todos aquí son tan... literales.

Avenas tosió. Parecía que algo agobiaba su mente.

—Desafortunadamente, el Viejo Libro de Om es algo inflexible sobre el tema de las brujas —dijo.

—Realmente.

—Aunque habiendo estudiado el pasaje en cuestión en el original Segundo Texto Omniano IV, he promovido la teoría algo audaz de que la verdadera palabra en cuestión se traduce más con exactitud como cucarachas...[26]

—¿Sí?

—Especialmente ya que continúa diciendo que pueden ser matadas por fuego o en ‘trampas de melaza’. También dice más adelante que producen sueños lujuriosos.

—No me mire —dijo Agnes—. Todo lo que usted está logrando es una caminata a casa.

Ante su asombro, y el deleite cacareado de Perdita, se ruborizó aun más que ella.

—Er, er, la palabra en cuestión en ese pasaje podría ser fácilmente leída en el contexto como ‘langostas hervidas’ —dijo apresuradamente.

—Tata Ogg dice que los Omnianos solían quemar a las brujas —dijo Agnes.

—Solíamos quemar prácticamente a todo el mundo —dijo Avenas tristemente—. Aunque algunas brujas sí fueron empujadas dentro de grandes barriles de melaza, creo.

También tenía una voz aburrida. Él parecía ser, tuvo que admitirlo, una persona aburrida. Era también una presentación casi demasiado perfecta, como si estuviera tratando de parecer aburrido. Pero una cosa había picado la curiosidad de Agnes.

—¿Por qué vino a visitar a Yaya Ceravieja?

—Bien, todos hablan muy... bien de ella —dijo Avenas, repentinamente escogiendo sus palabras como un hombre que saca ciruelas de una olla hirviendo—. Y dijeron que no había aparecido la noche pasada, que era muy extraño. Y pensé que debía ser difícil para una anciana dama vivir a solas. Y...

—¿Sí?

—Bien, entiendo que es muy vieja y nunca es demasiado tarde para considerar el estado de su alma inmortal —dijo Avenas—. Que ella debe tener, por supuesto.

Agnes le lanzó una mirada de soslayo.

—Ella nunca lo ha mencionado –dijo.

—Usted probablemente piensa que soy estúpido.

—Sólo pienso que usted es un hombre con una suerte asombrosa, Sr. Avenas.

Por otro lado... aquí había aquí alguien a quien le habían hablado sobre Yaya Ceravieja, y todavía había cruzado estos bosques que lo atemorizaban para verla, aunque fuera posiblemente una cucaracha o una langosta hervida. Nunca nadie en Lancre visitó a Yaya a menos que quisieran algo. Oh, a veces venían con pequeños regalos (porque algún día querrían algo otra vez), pero generalmente se aseguraban primero de que ella estuviera fuera. Había más en el Sr. Avenas que lo que veía el ojo. Tenía que haberlo.

Un par de centauros aparecieron de los arbustos delante de ellos y se alejaron a medio galope por el sendero. Avenas se agarró de un árbol.

—¡Estaban corriendo de un lado para el otro cuando me acerqué! —dijo—. ¿Son habituales?

—Nunca los he visto antes —dijo Agnes—. Creo que son de Uberwald.

—¿Y los pequeños duendes azules horribles? ¡Uno de ellos me hizo un ademán muy desagradable!

—No sé de ellos en absoluto.

—¿Y los vampiros? Quiero decir, sabía que cosas eran diferentes aquí, pero realmente...

—¡¿Vampiros?! —gritó Agnes—. ¿Usted vio a los vampiros? ¿Anoche?

—Bien, quiero decir, sí, los estudié detalladamente en el seminario, pero nunca pensé que los vería por allí hablando sobre beber sangre y cosas, realmente, estoy sorprendido de que el Rey lo permita...

—¿Y ellos no... afectaron su mente?

—Tenía esa migraña terrible. ¿Eso cuenta? Pensaba que eran los langostinos.

Un grito resonó a través del bosque. Parecía tener muchos componentes, pero principalmente sonaba como si un pavo fuera estrangulado en el otro extremo de un tubo de estaño.

¿Y qué diablos fue eso? —gritó Avenas.

Agnes miró a su alrededor, perpleja. Había crecido en los bosques de Lancre. Oh, algunas veces encontrabas cosas extrañas, pasando, pero generalmente no contenían nada más peligroso que otras personas. Ahora, en esta luz sin brillo, incluso los árboles estaban empezando a parecer sospechosos.

—Vayamos hasta Malasno por lo menos —dijo, tirando de la mano de Avenas.

—¿Usted qué?

Agnes suspiró.

—Es el pueblo más cercano.

¿Malasno?

—Mire, había un burro, y se paraba en medio del río, y no iba para atrás ni para adelante —dijo Agnes, tan pacientemente como le fue posible. Las personas de Lancre estaban acostumbradas a explicarlo—. Malasno. ¿Lo ve? Sí, sé que ‘Burro Desobediente’ podría haber sido más... aceptable, pero...

El horrible grito resonó alrededor de los bosques otra vez. Agnes pensó en todos los rumores sobre cosas que estaban en las montañas, y arrastró a Avenas detrás de ella como un carro malamente enganchado.

Entonces el sonido estaba justo enfrente de ellos y, a la vuelta del recodo, una cabeza emergió de un arbusto.

Agnes había visto dibujos de un avestruz.

Así que... empiece con uno de ellos, pero ponga la cabeza y el cuello en violento amarillo, y póngale a la cabeza un inmenso collarín de plumas rojas y moradas y dos grandes ojos redondos, cuyas pupilas se zangolotean como borrachas mientras la cabeza se mueve adelante y atrás...

—¿Es alguna clase de pollo local? —gorjeó Avenas.

—Lo dudo —dijo Agnes. Una de las plumas largas tenía un dibujo escocés.

El grito empezó otra vez, pero fue estrangulado a medio camino cuando Agnes se adelantó, agarró el cuello de la cosa y tiró.

Una figura se puso de pie desde el sotobosque, arrastrado por su brazo.

—¿Variopintenen?

Él le respondió con un cuac.

—Sáquese esa cosa de la boca —dijo Agnes—. Usted suena como el Sr. Punch.[27]

Se quitó el silbato.

—Lo siento, Srta. Nitt.

—Variopintenen, ¿por qué...? —y me doy cuenta de que podría no gustarme la respuesta— ¿por qué se está escondiendo en los bosques con su brazo vestido como Hetty la Gallina y haciendo ruidos horribles por un tubo?

—Tratando de atraer al ave fénix, señorita.

—¿El ave fénix? Ésa es un ave mítica, Variopintenen.

—Eso es correcto, señorita. Hay una en Lancre, señorita. Es muy joven, señorita. Así que pensé que podría atraerla.

Miró el guante intensamente colorido. Oh, sí, si criabas pollitos, tenías que dejarles saber qué clase de ave eran así que usabas una especie de guante-marioneta. Pero...

—¿Variopintenen?

—¿Sí, señorita?

—No soy una experta, por supuesto, pero creo recordar que de acuerdo con la leyenda comúnmente aceptada, el ave fénix nunca vería a su padre. Usted sólo puede tener un ave fénix a la vez. Es automáticamente un huérfano. ¿Lo ve?

—Hum, ¿puedo añadir algo? —dijo Avenas—. La Srta. Nitt tiene razón, tengo que decirlo. El ave fénix construye un nido y le prende fuego y la nueva ave surge de las cenizas. He leído eso. De todos modos, es una alegoría.

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