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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Igor se rascó la cabeza.

—Bien, ssupongo que no sse ressfriarán tan fássilmente...

El golpe de la aldaba resonó alrededor del castillo otra vez. Algunos vampiros se deslizaban a través del patio.

Tata vio una pizca de luz alrededor del borde de la puerta. El instinto tomó el control. Mientras los vampiros empezaban a correr, agarró a Igor y lo arrojó al piso.

El arco estalló, cada piedra y plancha fue expulsada en una creciente burbuja de llama abrasadora. Hizo trastabillar a los vampiros y gritaron mientras el fuego los levantaba en el aire.

Cuando la luminosidad se apagó un poco, Tata espió cuidadosamente hacia el patio.

Un ave, del tamaño de una casa, con las alas de llamas más anchas que el castillo, se alzaba en la entrada destrozada.

Poderoso Avenas se levantó sobre manos y rodillas. Las calientes llamas rugían a su alrededor, retumbando como gas quemándose ferozmente. Su piel ya debía haberse ennegreciendo, pero contra toda razón el fuego no se sentía más mortal que un caliente viento del desierto. El aire olía a alcanfor y a especias.

Miró hacia arriba. Las llamas envolvían a Yaya Ceravieja, pero se veían curiosamente transparentes, no enteramente reales. Aquí y allá un poco de oro y chispas verdes destellaban sobre su vestido, y el fuego azotaba y se rompía todo el tiempo a su alrededor.

Ella le miró.

—Usted está en las alas del ave fénix ahora, Señor Avenas —gritó, por encima del ruido—, ¡y usted no se quema!

El ave que movía las alas sobre su muñeca era incandescente.

—¿Cómo puede...?

—¡Usted es el erudito! Pero las aves macho son las que siempre hacen grandes exhibiciones, ¿verdad?

—¿Macho? ¿Éste es un ave fénix macho?

—¡Sí!

Saltó. Lo que voló... lo que voló, hasta donde Avenas pudo ver, era una gran ave de pálida llama, con una pequeña forma de ave real dentro, como la cabeza de un cometa. Añadió para sí: si ésa es efectivamente el ave real...

Voló arriba hacia la torre. Un grito, interrumpido rápidamente, indicó que un vampiro no había sido suficientemente rápido.

—¿No se quema a sí mismo? —dijo Avenas débilmente.

—No lo creería —dijo Yaya, caminando sobre las ruinas—. No tendría mucho sentido.

—Entonces debe ser fuego mágico...

—Dicen que si quema o no es elección de uno mismo —dijo Yaya—. Solía observarlos cuando era niña. Mi abuelita me contaba sobre ellos. Algunas noches frías usted los ve bailando en el cielo sobre el Eje, ardiendo en verde y oro...

—Oh, usted quiere decir las auroras coriolis —dijo Avenas, tratando de hacer que su voz sonara práctica—. Pero en realidad están causadas por partículas mágicas golpeando el...

—No sé por qué son causadas —dijo Yaya bruscamente—, pero lo que son, es el baile de las aves fénix. —Extendió la mano—. Debería sujetar su brazo.

—¿En caso de que me caiga? —dijo Avenas, todavía mirando el pájaro en llamas.

—Eso es correcto.

Mientras él la sostenía el ave fénix por encima de ellos inclinó la cabeza hacia atrás y gritó hacia el cielo.

—Y pensar que creía que era una criatura alegórica —dijo el sacerdote.

—¿Bien? Incluso las alegorías tienen que vivir —dijo Yaya Ceravieja.

* * *

Vampiros no son criaturas naturalmente cooperativas. No está en su naturaleza. Cada otro vampiro es un rival para la próxima comida. A decir verdad, la situación ideal para un vampiro es un mundo en el que cada otro vampiro ha sido eliminado y que ya nadie crea seriamente en los vampiros. Son por naturaleza tan cooperativos como los tiburones.

Los vampyros son exactamente lo mismo, la única diferencia real es que no pueden escribir apropiadamente.

Lo que quedaba del clan se escurrió a través del torreón y fue hacia una puerta que por alguna razón estaba entreabierta.

El balde que contenía un cóctel de aguas bendecidas por uno de los Caballeros de Offler, un Sumo Sacerdote de Io y un hombre tan genéricamente santo que no se había cortado el pelo ni lavado durante setenta años, cayó sobre los primeros dos que la cruzaron.

No incluían al Conde y su familia, que se habían movido como uno solo hacia una torre lateral. No tenía ningún sentido tener subordinados si no les permitías ser los primeros en pasar por puertas sospechosas.

—¿Cómo pudiste ser tan...? —empezó Lacrimosa, y para su sorpresa recibió una bofetada de su padre en la cara.

—Todo lo que tenemos que hacer es permanecer en calma —dijo el Conde—. No hay necesidad de entrar en pánico.

—¡Me golpeaste!

—Y fue sumamente satisfactorio también —dijo el Conde—. El pensamiento cuidadoso es lo que nos salvará. Es así cómo sobreviviremos.

—¡No está resultando! —dijo Lacrimosa—. ¡Soy un vampiro! ¡Se supone que ansío el derramamiento de sangre! ¡Y en todo lo que puedo pensar es en una taza de té con tres terrones de azúcar dentro, sea lo que sea la condenada cosa! Esa anciana nos está haciendo algo, ¿no puedes verlo?

—No es posible —dijo el Conde—. Oh, es sagaz para ser un ser humana, pero creo que no hay ninguna manera en que pueda meterse en tu cabeza o en la mía...

—¡Incluso estás hablando como ella! —gritó Lacrimosa.

—Sé decidida, mi querida —dijo el Conde—. Recuerda... lo que no nos mata sólo puede hacernos más fuertes.

—¡Y lo que nos mata nos deja muertos! —rebatió Lacrimosa—. ¡Ya viste qué le pasó a los otros! ¡Tienes los dedos quemados!

—Un momentáneo lapsus de concentración —dijo el Conde—. Esa vieja bruja no es una amenaza. Ella es un vampiro. Servil hacia nosotros. Estará viendo el mundo de manera diferente...

—¿Estás loco? Algo mató a Cryptopher.

—Se dejó atemorizar.

El resto de la familia miró al Conde. Vlad y Lacrimosa intercambiaron una mirada.

—Estoy sumamente confiado —dijo el Conde. Su sonrisa parecía una mascarilla, blanca como la cera e inquietamente tranquila—. Mi mente está firme como una roca. Mis nervios están firmes. Un vampiro con agudeza nunca puede ser derrotado. ¿No les enseñé esto? ¿Qué es esto?

Su mano salió de su bolsillo, sujetando un cuadrado de cartulina blanca.

—Oh, Padre, éste no es realmente un momento para... —Lacrimosa se congeló, entonces se puso el brazo enfrente de su cara—. ¡Sácalo! ¡Sácalo de allí! ¡Es la Carta Agatana del Destino!

—Exactamente, la cual es simplemente tres líneas rectas y dos curvas organizadas agradablemente que...

—... nunca habría sabido de ella si no me lo hubieras dicho, ¡viejo tonto! —gritó la muchacha, retrocediendo.

El Conde se volvió hacia a su hijo.

—¿Y acaso ...? —empezó. Vlad saltó hacia atrás, poniéndose la mano sobre los ojos.

—¡Lastima! —gritó.

—Santo cielo, ustedes dos no han estado practicando... —empezó el Conde, y giró la tarjeta para poder mirarla.

Encogió los ojos y giró la cara.

—¡¿Qué nos has hecho?! —gritó Lacrimosa—. ¡Nos enseñaste cómo ver centenares de malditas cosas sagradas! ¡Están por todos lados! ¡Cada religión tiene una diferente! ¡Tú nos enseñaste, bastardo estúpido! Líneas y cruces y círculos... Oh, cielos... —Fijó la vista de la pared de piedra detrás de su asombrado hermano y se estremeció—. ¡Dondequiera que miro veo algo sagrado! ¡Tú nos enseñaste a ver dibujos! —dijo furiosamente a su padre, con los dientes expuestos.

—Pronto será el amanecer —dijo la Condesa nerviosamente—. ¿Nos lastimará?

—¡No lo hará! ¡Por supuesto que no lo hará! —gritó el Conde Magpyr, mientras los otros echaban un vistazo a la pálida luz que atravesaba una alta ventana—. ¡Es una reacción psicocromática aprendida! ¡Una superstición! ¡Todo está en la mente!

—¿Qué más está en nuestras mentes, Padre? —dijo Vlad fríamente.

El Conde estaba girando, tratando de mantener vigilada a Lacrimosa. La muchacha estaba flexionando los dedos y gruñía.

—Dije...

—¡Nada hay en nuestras mentes que no hayamos puesto allí! —bramó el Conde—. ¡Vi la mente de esa vieja bruja! Es débil. ¡Depende del engaño! ¡No sería posible que encontrara una manera de entrar! ¿Me pregunto si hay otros programas aquí?

Enseñó sus dientes a Lacrimosa.

La Condesa se abanicó desesperadamente.

—Bien, pienso que todos nos estamos poniendo un poco sobreexcitados —dijo—. Creo que todos deberíamos tranquilizarnos y tomar una buena taza de... una buena... de té... una taza de...

—¡Somos vampiros! —gritó Lacrimosa.

—¡Entonces actuemos como ellos! —gritó el Conde.

Agnes abrió los ojos, pateó, y el hombre con el martillo y la estaca perdió todo interés en los vampiros y también el conocimiento.

—Whsz —Agnes retiró de su boca lo que era, esta vez, un higo—. ¿Pueden meter en sus estúpidas cabezas que no soy un vampiro? Y esto no es un limón. Es un higo. Y miraría a ese tipo con la estaca. Es demasiado aficionado a ella. Calculo que hay un poco de psicología ahí...

—No habría permitido que la use —dijo Piotr, cerca de su oreja—. Pero usted actuó muy raro y luego sólo se desplomó. Así que pensamos que sería mejor ver qué se despertaba.

Se puso de pie. Los ciudadanos de Escrow permanecían entre los árboles, observando, sus caras demacradas bajo la luz parpadeante de las antorchas.

—Está bien, todavía no es una —dijo. Hubo un poco de relajación general.

Tú has cambiado realmente, dijo Perdita.

—¿Tú no estás afectada? —dijo Agnes. Se sentía como si estuviera en el extremo de un cordel y con alguien tirando del otro.

No. Soy la parte de ti que observa, ¿lo recuerdas?

—¿Qué? —dijo Piotr.

—Realmente, realmente espero que esto desaparezca —dijo Agnes—. ¡Sigo tropezando con mis propios pies! ¡Estoy caminando mal! ¡Todo mi cuerpo se siente mal!

—Er... ¿podemos continuar hacia el castillo? —dijo Piotr.

Ella ya está ahí —dijo Agnes—. No sé cómo, pero...

Se detuvo y miró las caras preocupadas, y por un momento se encontró a sí misma pensando como Yaya Ceravieja pensaba.

—Sí —dijo, más despacio—. Creo... quiero decir, creo que debemos llegar allí ahora mismo. Las personas tienen que matar a sus propios vampiros.

Tata bajó corriendo los escalones otra vez.

—¡Se los dije! —dijo—. Ésa es Esme Ceravieja ahí abajo, eso es. ¡Se los dije! ¡Sabía que sólo estaba esperando su momento! ¡Ja! ¡Me gustaría ver al chupasangre que pudiera engañarla!

—A mí no —dijo Igor, fervientemente.

Tata caminó sobre un vampiro que no había notado, en las sombras, una astuta combinación de cable-trampa, un bulto pesado y una estaca, y abrió una puerta hacia el patio.

—¡Coo-ee, Esme!

Yaya Ceravieja empujó a Avenas y se adelantó.

—¿Está la bebé bien? —dijo.

—Magrat y Es... la joven Esme están encerradas en la cripta. Es una puerta muy fuerte —dijo Tata.

—Y Ssobrass lass esstá protegiendo —dijo Igor—. Ess un maravillosso perro guardián.

Yaya levantó las cejas y miró a Igor de arriba para abajo.

—Creo que no conozco a este... estos caballeros —dijo.

—Oh, éste es Igor —dijo Tata—. Un hombre de muchas partes.

—Así parece —dijo Yaya.

Tata miró a Poderoso Avenas.

—¿Para qué lo trajiste? —dijo.

—Parece que no me lo pude sacar de encima —dijo Yaya.

—Siempre trato de esconderme detrás del sofá —dijo Tata. Avenas apartó la mirada.

Se escuchó un grito desde algún sitio sobre las almenas. El ave fénix había descubierto otro vampiro.

—En todas partes ahora se prohíbe barrer el polvo, entonces —dijo Tata—. No parecían muy listos...

—El Conde todavía está aquí —dijo Yaya rotundamente.

—Oh, voto porque le prendamos fuego al sitio y nos vayamos a casa —dijo Tata—. No es como si fuera a volver a Lancre a toda prisa...

—Una multitud esstá viniendo —dijo Igor.

—No puedo escuchar nada —dijo Tata.

—Tengo muy buenass orejass —dijo Igor.

—Ah, bien, por supuesto algunos de nosotros no podemos elegir —dijo Tata.

Se escuchó un ruido de pisadas a través del puente y de repente las personas se estaban aglomerando sobre los escombros.

—¿Ésa no es Agnes? —dijo Tata. Normalmente no habría manera de confundir la figura que avanzaba a través del patio, pero había algo en el caminar, la manera en que cada pie golpeaba el piso como si las botas estuvieran peleadas con la tierra. Y los brazos, también, balanceados de cierta manera...

—¡No puedo tolerar esto! —gritó Agnes, caminando hacia Yaya—. No puedo pensar derecho. Eres tú, ¿verdad?

Yaya extendió la mano y tocó las heridas sobre su cuello.

—Ah, ya veo —dijo—. Uno de ellos te mordió, ¿sí?

—¡Sí! ¡Y de algún modo me hablaste!

—No yo. Fue algo en tu sangre que hablaba, creo —dijo Yaya—. ¿Quiénes son todas estas personas? ¿Por qué ese hombre está tratando de prenderle fuego a la pared? ¿No sabe que la piedra no se quema?

—Oh, ése es Claude, es un poco simplón. Sólo déjame saber si toma una estaca, ¿quieres? Mira, son de Escrow, es un pueblo no muy lejos... Los Magpyr los trataban como... bien... mascotas. ¡Animales de granja! ¡Exactamente lo que estaban tratando de hacer en casa!

—No nos iremos hasta que hayamos terminado con el Conde —dijo Yaya—. De otra manera será como regresar a hurtadillas...

—Er, discúlpeme —dijo Avenas, que parecía haber estado pensando en algo—. Excúseme, pero ¿alguien mencionó que la Reina estaba encerrada en la cripta?

—Segura como una casa —dijo Tata—. Inmensa puerta gruesa y puedes trancarla desde el interior.

—¿Qué tan seguras son las casas de los vampiros? —dijo Avenas.

La cabeza de Yaya giró bruscamente.

—¿Qué quiere decir?

Avenas dio un paso hacia atrás.

—Ah, sé qué quiere decir —dijo Tata—. Está bien, no somos tontas, no se abrirá hasta que ella sepa que somos nosotras...

—Quise decir, ¿cómo detiene una puerta a los vampiros?

—¿Detenerlos? Es una puerta.

—Por eso... ¿no pueden convertirse en alguna especie de neblina, entonces? —dijo Avenas, friéndose en la radiación conjunta de sus miradas—. Es que yo pensé que los vampiros podían, mire. Pensé que todos lo sabían, quien sabe algo sobre los vampiros...

Yaya se volvió hacia Igor.

—¿Sabe algo sobre esto?

La boca de Igor abrió y se cerró varias veces.

—El viejo Conde nunca hisso nada como esso —dijo.

—Sí —dijo Tata—, pero él jugaba limpio.

Se escuchó un creciente aullido desde las profundidades del castillo, cortado repentinamente.

—¡Ésse era Ssobrass! —dijo Igor, comenzando a correr.

—¿Ssobrass? —dijo Agnes, arrugando la frente. Tata la agarró del brazo y la arrastró detrás de Igor.

Yaya se balanceó un poco. Sus ojos tenían una mirada poco fija.

Avenas le echó un vistazo, se decidió, se tambaleó algo teatralmente y cayó repantigado sobre el polvo.

Yaya parpadeó, sacudió la cabeza y le miró.

—¡Ja! Todo esto es demasiado para usted, ¿eh? —dijo roncamente.

Unos dedos temblorosos se acercaron a Avenas. Él los tomó, teniendo cuidado de no tirar, y se puso de pie.

—Si usted sólo pudiera darme una mano —dijo, mientras el peso agradecido de Yaya chocaba con su hombro.

—Correcto —dijo—. Ahora busquemos la cocina.

–¿Huh? ¿Qué queremos con la cocina?

—Después de una noche como ésta, nos podría venir bien a todos una taza de té —dijo Yaya.

Magrat se inclinó contra la puerta cuando un segundo golpe hizo resonar los cerrojos. A su lado, Sobras empezó a gruñir. Era quizás algo relacionado con su cirugía extensiva, pero Sobras gruñía en media docena de tonos diferentes a la vez.

Entonces hubo silencio, que era aun más terrorífico que los golpes.

Un ruido apagado le hizo bajar la mirada. Un humo verde estaba entrando por el ojo de la cerradura.

Era espeso, y tenía una cualidad oleosa...

Se precipitó al otro lado de la habitación y tomó un pote que había contenido limones tan deportivamente suministrados por el misterioso viejo Conde de quien Igor pensaba tan bien. Quitó la tapa y la sujetó bajo el ojo de la cerradura. Cuando el humo la había llenado dejó caer dentro algunos dientes de ajo y volvió a cerrar la tapa.

El pote se meció frenéticamente sobre el piso.

Entonces Magrat echó un vistazo a la tapa del pozo. Cuando la levantó, escuchó el agua que corría a buena distancia abajo. Bien, eso era posible, ¿no? Debía haber muchos ríos subterráneos en las montañas.

Sujetó el pote sobre el centro del agujero y lo dejó caer. Entonces cerró de golpe la tapa otra vez.

La joven Esme gorjeó en el rincón. Magrat se acercó rápidamente y agitó un sonajero.

—Mira el bonito conejito —dijo, y volvió a la puerta otra vez.

Se escuchaba un susurro del otro lado. Entonces la voz de Tata Ogg dijo:

—Está todo bien, querida, los tenemos. Puedes abrir la puerta ahora. Querida.

Magrat blanqueó los ojos.

—¿Ésa realmente eres tú, Tata?

—Eso es correcto, querida.

—Gracias al cielo. Entonces sólo dime la broma sobre la anciana, el sacerdote y el rinoceronte, y te dejaré entrar.

Hubo una pausa, y unos cuchicheos más.

—No creo que tengamos tiempo para eso, querida —dijo la voz.

—Ja, ja, buen intento —dijo Magrat—. ¡He dejado caer a uno de ustedes en el río! ¿Quién era?

Después de algún silencio la voz del Conde dijo:

Pensábamos que la Condesa podía convencerla de atender razones.

—No puede hacerlo en un pote —dijo Magrat—. ¡Y tengo más potes si usted quiere intentarlo otra vez!

—Habíamos esperado que usted fuera sensata al respecto —dijo el Conde—. Sin embargo...

La puerta se abrió de golpe, arrancando los cerrojos de la pared.

Magrat agarró a la bebé y retrocedió, con la otra mano levantada.

—¡Usted se acerca a mí y le clavaré con esto! —gritó.

—Es un osito de peluche —dijo el Conde—. Me temo que no resultaría, incluso si usted lo afilara.

La puerta era tan dura que la madera era como piedra con vetas. Alguien alguna vez había pensado en ‘duro’ como la máxima cantidad de fuerza que una turba realmente decidida podía aplicar, y la había sobredimensionado entonces.

Colgaba abierta.

—¡Pero la escuchamos cruzarle las barras! —gimió Tata.

Unos trozos de varios colores estaban dispersos enfrente de la puerta. Igor se arrodilló y recogió una garra blanda.

—¡Han matado a Ssobrass! ¡Los basstardoss!

—¡Tienen a Magrat y a la bebé! —gritó Tata.

—¡Él era mi único amigo!

El brazo de Tata salió disparado y, a pesar de su tamaño, Igor fue levantado por el cuello.

—¡Usted va a tener un enemigo muy serio realmente pronto, mi muchacho, a menos que usted nos ayude ahora mismo! Oh, por el amor de Dios... —Con su mano libre rebuscó dentro de la pernera y sacó un gran pañuelo arrugado—. Sóplese la nariz, ¿quiere?

Se escuchó como una sirena de niebla sonando.

—Ahora, ¿a dónde las llevarían? ¡El lugar hierve de campesinos justicieros! —dijo Tata, cuando hubo terminado.

—Ssiempre esstaba lissto con su rabo que sse meneaba y ssu nariss fría... —dijo Igor sollozando.

—¿Dónde, Igor?

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