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23 - Carpe Yugulum - Terry Pratchett - tetelx -...doc
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07.09.2019
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Verence sintió una pequeña y sin embargo fuerte patada sobre su pie.

—¿Oiga, reycito? ¿Quiere un palo largo, o qué, bigjobs?

—Sí, bien hecho —masculló.

El Feegle interrogador escupió cerca de su oreja.

—Ach, no daría skeppens por él...

Hubo un silencio repentino, una verdadera rareza en cualquier espacio que contuviera al menos un Feegle. Verence giró los ojos de soslayo.

Gran Aggie había emergido del humo.

Ahora que podía verla claramente, la regordeta criatura parecía una versión rechoncha de Tata Ogg. Y tenía algo sobre los ojos. Verence era técnicamente un gobernante absoluto y continuaría siéndolo siempre que no cometiera el error de pedirle repetidamente a los Lancrastianos que hicieran algo que no querían hacer. Era consciente de que el comandante en jefe de sus fuerzas armadas se inclinaba más a recibir órdenes de su mamá que de su rey.

Mientras que Gran Aggie ni siquiera tenía que decir algo. Todos sólo la miraban, y luego se iban y hacían las cosas.

El hombre de Gran Aggie apareció a su lado.

—Usted está queriendo salvar a su dama y a su bebé, piensa Gran Aggie —dijo.

Verence asintió. No se sentía suficientemente fuerte para hacer otra cosa.

—Pero usted todavía está muy furioso por perder su sangre, cree Gran Aggie. Las criaturas pusieron algo en su mordida que le pone obediente.

Verence estuvo absolutamente de acuerdo. Cualquier cosa que dijera alguien estaba bien para él.

Otro duende apareció por el humo, llevando un tazón de cerámica. Unas blancas burbujas rebalsaban por encima.

—Usted no puede reinar echado así —dijo el hombre de Gran Aggie—. De modo que ella ha hecho algo de brose para usted...

El duende bajó el tazón, que se veía como si estuviera lleno de nata, aunque unas líneas oscuras se movían en espiral sobre la superficie. Su portador retrocedió con reverencias.

—¿Qué hay adentro? —graznó Verence.

—Leche —dijo inmediatamente el hombre de Gran Aggie—. Y un poco de infusión de Gran Aggie. Y hierbas.

Verence comprendió la última palabra afortunadamente. Compartía con su esposa la curiosa pero inquebrantable convicción de que cualquier cosa con hierbas era seguro, sano y nutritivo.

—De modo que usted tomará un enorme trago —dijo el viejo duende—. Y entonces le conseguiremos una espada.

—Nunca he usado una espada —dijo Verence, tratando de sentarse—. Yo... yo creo que la violencia es el último recurso...

—Ah, bien, tan pronto como le traigamos su balde y su pala —dijo el hombre de Gran Aggie—. Ahora usted sólo beba, rey. Pronto verá las cosas de manera diferente.

Los vampiros planeaban cómodamente sobre las nubes iluminadas por la luna. No había tormenta aquí arriba y, para sorpresa de Agnes, tampoco sentía frío.

—¡Pensaba que ustedes se convertían en murciélagos! —gritó a Vlad.[40]

—Oh, podríamos si quisiéramos hacerlo. —Rió—. Pero es demasiado melodramático para Padre. Dice que no debemos ajustarnos a estereotipos groseros.

Una muchacha planeó junto a ellos. Se parecía a Lacrimosa; es decir, se veía como alguien que admiraba la manera en que Lacrimosa se veía y por eso había tratado de parecerse a ella. Apuesto a que no es una morena natural, dijo Perdita. Y si yo usara tanto rimel al menos trataría de no parecerme a Harry el Panda Feliz.

—Ésta es Morbidia —dijo Vlad—. Aunque ha estado llamándose Tracy últimamente, para ser súper. Mor... Tracy, ésta es Agnes.

—¡Qué nombre tan bueno! —dijo Morbidia—. ¡Qué inteligente de su parte tenerlo! Vlad, todos quieren parar en Escrow. ¿Podemos?

—Es mi verdadero... —empezó Agnes empezó, pero sus palabras fueron llevadas por el viento.

—Pensaba que íbamos al castillo —dijo Vlad.

—Sí, pero algunos de nosotros no hemos comido por días y esa anciana ni siquiera fue apenas un refrigerio y el Conde todavía no permitirá que comamos en Lancre y dice que está bien y no es alejarnos mucho de nuestro camino.

—Oh. Bien, si Padre lo dice...

Morbidia hizo una curva alejándose.

—No hemos estado en Escrow por semanas —dijo Vlad—. Es un pequeño pueblo agradable.

—¿Ustedes van a comer allí? —preguntó Agnes.

—No es lo que usted piensa.

—Usted no sabe qué pienso.

—Puedo adivinarlo, sin embargo. —Le sonrió—. ¿Me pregunto si Padre dijo que sí porque quería que usted viera? Es tan fácil tener miedo de lo que no se conoce. Y entonces, quizás, usted podría ser una especie de embajadora. Usted podía decirle a Lancre cómo es realmente la vida bajo los Magpyr.

—¿Personas arrastradas fuera de sus camas, sangre sobre las paredes, esa clase de cosas?

—Allí viene otra vez, Agnes. Es sumamente injusto. En cuanto las personas descubren que eres un vampiro actúan como si fueras alguna clase de monstruo.

Giraron suavemente a través del aire de la noche.

—Padre está muy orgulloso de su trabajo en Escrow —dijo Vlad—. Pienso que usted quedará impresionada. Y entonces quizás yo pueda atreverme a esperar...

—No.

—Estoy siendo realmente bastante comprensivo sobre esto, Agnes.

—¡Ustedes atacaron a Yaya Ceravieja! Ustedes la mordieron.

—Simbólicamente. Para darle la bienvenida en la familia.

—Oh, ¿de veras? Oh, eso lo hace mejor, ¿verdad? ¿Y ella será una vampiro?

—Indudablemente. Una buena, sospecho. Pero eso sólo es horroroso si usted cree que ser un vampiro es algo malo. Nosotros no pensamos así. Con el tiempo, usted llegará a comprender que tenemos razón —dijo Vlad—. Sí, Escrow sería bueno para usted. Para nosotros. Veremos qué puede hacerse...

Agnes se quedó mirándolo fijamente.

Sonríe bien... ¡Él es un vampiro! Muy bien, pero aparte de eso... Oh, aparte de eso, ¿eh? Tata te diría que le saques el máximo provecho. Eso podría resultar para Tata, pero ¿puede imaginarte besando eso? Sí, puedo. Lo admito, sonríe bien, y se ve bien con esos chalecos, pero mira lo que es... ¿Lo notas? ¿Notar qué? Hay algo diferente en él. Sólo está tratando de convencernos, eso es todo. No... hay algo... nuevo...

—Padre dice que Escrow es una comunidad modelo —dijo Vlad—. Muestra qué ocurre si la antigua enemistad es dejada de lado, y los humanos y los vampiros aprenden a vivir en paz. Sí. No está lejos ahora. Escrow es el futuro.

Una baja neblina derivaba entre los árboles, enrollándose en pequeñas lenguas mientras las pezuñas de la mula la perturbaban. La lluvia goteaba de las ramas. Se escuchaba incluso algún trueno sordo ahora, no del tipo que rompe el cielo sino del otro tipo, el que anda por el horizonte y chismorrea con las demás tormentas.

Poderoso Avenas habían intentado conversar consigo mismo unas pocas veces, pero el problema con una conversación era que la otra persona tenía que participar. Ocasionalmente escuchaba un ronquido desde atrás. Cuando se volvía para mirar, el halcón sobre el hombro de ella aleteaba sobre su cara.

A veces el ronquido paraba con un gruñido, y una mano le tocaba un hombro y señalaba una dirección que se parecía mucho a la otra dirección.

Lo hizo ahora.

—¿Qué está cantando? —preguntó Yaya.

—No estaba cantando muy fuerte.

—¿Cómo se llama?

—Se llama ‘Om Está En Su Templo Sagrado’.

—Bonita melodía —dijo Yaya.

—Mantiene mi espíritu animado —admitió Avenas. Una rama mojada le abofeteó la cara. Después de todo, pensó, podría tener una vampiro detrás de mí, no importa lo buena que sea.

—Usted se reconforta en ella, ¿verdad?

—Supongo que sí.

—¿Incluso la parte sobre ‘golpeando el mal con tu espada’? Eso me preocuparía, si yo fuera un Omniano. ¿Usted recibe sólo un pequeño golpecito por una mentira piadosa pero hablan con afectación sobre el homicidio? Ése es el tipo de cosas que me mantienen despierta por la noche.

—Bien, en realidad... para ser honesto, no debería estar cantándola en absoluto. La Asamblea de Ee la quitó del cancionero por ser incompatible con los ideales del moderno Omnianismo.

—¿Esa línea sobre aplastar a los infieles?

—Ésa, sí.

—Usted la cantó de todos modos, sin embargo.

—Es la versión que me enseñó mi abuela —dijo Avenas.

—¿Estaba ansiosa por aplastar infieles?

—Bien, principalmente creo que estaba a favor de aplastar a la Sra. Ahrim, su vecina, pero usted tiene la idea correcta, sí. Pensaba que el mundo sería un mejor lugar con un poco más de aplastar y golpear.

—Probablemente cierto.

—No tanto golpear y apretujar como a ella le hubiera gustado, sin embargo, creo —dijo Avenas—. De mente un poco jueza, mi abuela.

—Nada malo en eso. Juzgar es humano.

—Preferimos dejarlo a Om en última instancia —dijo Avenas y, aquí en la oscuridad, esa declaración sonó perdida y completamente sola.

—Ser humano significa juzgar todo el tiempo —dijo la voz detrás de él—. Esto y aquello, bueno y malo, haciendo elecciones todos los días... eso es humano.

—¿Y está usted tan segura de tomar las decisiones correctas?

—No. Pero hago lo mejor que puedo.

—Y espera piedad, ¿eh?

Un dedo huesudo lo pinchó en la espalda.

—La piedad es cosa buena, pero juzgar viene primero. De otro modo, usted no sabe qué misericordioso es usted. De todos modos, siempre escuché que ustedes Omnianos eran aficionados a golpear y aplastar.

—Ésos fueron... días diferentes. Usamos aplastantes discusiones ahora.

—¿Y debates largamente mordaces, supongo?

—Bien, hay dos lados en cada cuestión...

—¿Qué hace usted cuando uno de ellos está equivocado?

La respuesta regresó como una flecha.

—Quise decir que tenemos prohibido ver las cosas desde el punto de vista de la otra persona —dijo Avenas pacientemente.

—¿Usted quiere decir que desde el punto de vista de un torturador, la tortura está bien?

—Señorita Ceravieja, usted es una disputante natural.

—¡No, no lo soy!

—Usted indudablemente se divertiría en el Sínodo, de todos modos. Se sabe que han discutido por días acerca de cuántos ángeles pueden bailar sobre la cabeza de un alfiler.

Casi podía sentir la mente de Yaya trabajando. Por fin dijo:

—¿Qué tamaño de alfiler?

—No sé eso, me temo.

—Bien, si es un alfiler de costura corriente, entonces habrá dieciséis.

—¿Dieciséis ángeles?

—Eso es correcto.

—¿Por qué?

—No lo sé. Quizás les gusta bailar.

La mula tomó su camino bajando de un banco. La neblina se estaba poniendo más espesa aquí.

—¿Usted ha contado dieciséis? —dijo Avenas al final.

—No, pero es una respuesta tan buena como cualquiera que reciba. Y sobre eso discuten sus hombres santos, ¿verdad?

—No habitualmente. En este momento hay un violento debate muy interesante sobre la naturaleza del pecado, por ejemplo.

—¿Y qué piensan ellos? Contra él, ¿verdad?

—No es tan simple como eso. No es un asunto de negro y blanco. Hay demasiados tonos de gris.

—Nop.

—¿Excúseme?

—No hay grises, solamente blanco que se ha ensuciado. Me sorprende que usted no lo sepa. Y pecado, joven, es cuando usted trata a las personas como cosas. Incluyéndose a usted mismo. Eso es pecado.

—Es mucho más complicado que eso...

—No. No lo es. Cuando las personas dicen que las cosas son mucho más complicadas que eso, quiere decir que se preocupan porque no les gustará la verdad. Personas como cosas, allí es donde empieza.

—Oh, estoy seguro de que hay peores crímenes...

—Pero ellos comienzan con la idea de las personas como cosas...

La voz de Yaya se apagó. Avenas dejó que la mula siguiera caminando durante varios minutos, y luego un bufido le dijo que Yaya había despertado otra vez.

—¿Usted es fuerte en su fe, entonces? —dijo, como si no pudiera dejar el tema.

Avenas suspiró.

—Trato de serlo.

—Pero usted leyó muchos libros, creo. ¿Es difícil tener fe, verdad, cuando ha leído demasiados libros?

Avenas se alegró de que ella no pudiera ver su cara. ¿Estaba la anciana leyendo su mente a través de su nuca?

—Sí —dijo ella.

—¿Todavía la tiene, sin embargo?

—Sí.

—¿Por qué?

—Si yo no la tuviera, no tendría nada.

Esperó durante un rato, y luego probó un contraataque.

—¿Usted misma no es creyente, entonces, Señorita Ceravieja?

Hubo unos momentos de silencio mientras la mula seguía su camino sobre raíces musgosas. Avenas creyó escuchar, detrás de ellos, el sonido de un caballo, pero entonces se perdió en el susurro del viento.

—Oh, calculo que creo en el té, los amaneceres, esa clase de cosas —dijo Yaya.

—Me refería a religión.

—Conozco a algunos dioses por estos lares, si es lo que usted quiere decir.

Avenas suspiró.

—Muchas personas encuentran en la fe un gran consuelo —dijo. Ojalá fuera una de ellas.

—Bien.

—¿De veras? De algún modo pensé que usted discutiría.

—No es mi lugar decirles qué deben creer, si actúan honestamente.

—¿Pero no es algo a lo que usted se sienta atraída, quizás, en las horas más oscuras?

—No. Ya tengo una botella de agua caliente.

El halcón aleteó. Avenas miró en la neblina húmeda y oscura. Repentinamente se sentía enfadado.

—Y usted cree que la religión es eso, ¿verdad? —dijo, tratando de controlarse.

—Generalmente no pienso en ella en absoluto —dijo la voz detrás de él.

Sonó más apagada. Sintió que Yaya se agarraba de su brazo...

—¿Está usted bien? —dijo.

—Ojalá esta criatura fuera más rápido... No soy completamente yo misma.

—Podemos parar para descansar.

—¡No! ¡No estamos lejos ahora! Oh, he sido tan estúpida...

Se escuchó el trueno. Sintió que su mano se aflojaba, y la escuchó golpear el suelo.

Avenas saltó abajo. Yaya Ceravieja estaba tendida torpemente sobre el musgo, los ojos cerrados. Tomó su muñeca. Había un pulso ahí, pero era horriblemente débil. Se sentía fría, helada.

Cuando le palmeó las mejillas ella abrió los ojos.

—Si usted plantea el tema de la religión en este momento —dijo resollando—, le daré un escon... —Sus ojos se cerraron otra vez.

Avenas se sentó para recuperar la respiración. Frío... sí, había algo frío sobre toda ella, como si ella siempre alejara el calor. Cualquier tipo de calor.

Escuchó el sonido del caballo otra vez, y el apagado tintineo de un arnés. Se detuvo un poco más allá.

—¿Hola? —dijo Avenas, poniéndose de pie. Se esforzó por ver al jinete en la oscuridad, pero sólo había una tenue forma más allá, sobre el sendero.

—¿Está usted siguiéndonos? ¿Hola?

Avanzó algunos pasos y distinguió al caballo, la cabeza inclinada contra la lluvia. El jinete era sólo una sombra más oscura en la noche.

Repentinamente inundado de temor, Avenas corrió y patinó hacia la forma silenciosa de Yaya. Luchó para quitarse el abrigo empapado y lo puso sobre ella, por lo que pudiera servir, y miró desesperadamente a su alrededor por algo que pudiera hacer un fuego. Fuego, ésa era la cosa. Traía la vida y alejaba la oscuridad.

Pero los árboles eran altos abetos empapados con helechos húmedos entre los negros troncos. No había nada que pudiera arder aquí.

Rebuscó apresuradamente en su bolsillo y encontró una caja encerada con sus últimos fósforos adentro. Incluso algunas ramitas secas o una mata de hierba serviría, cualquier cosa que secaría otro puñado de ramas...

La lluvia rezumó a través de su camisa. El aire estaba lleno de agua.

Avenas se encorvó para que su sombrero lo protegiera de las gotas, y sacó el Libro de Om por el consuelo que le ofrecía. En momentos de problemas, seguramente Om señalaría el camino.

... Ya tengo una botella de agua caliente...

—Maldita sea —dijo, por lo bajo.

Abrió el libro al azar, prendió un fósforo y leyó:

... y en ese tiempo, en la tierra de los Cyrinitas, hubo una multiplicación de camellos...

El fósforo se apagó con un siseo.

Ninguna ayuda allí, ninguna pista. Trató otra vez.

... y levantó la mirada a Gul-Arah, y la lamentación del desierto, y montó entonces...

Avenas recordó la sonrisa burlona del vampiro. ¿En qué palabras podía confiar? Prendió el tercer fósforo con manos temblorosas, abrió el libro otra vez y leyó, bajo la débil luz movediza:

... y Brutha dijo a Simony, ‘Donde haya oscuridad haremos una gran luz...

El fósforo murió. Y hubo oscuridad.

Yaya Ceravieja gimió. En la parte posterior de la mente de Avenas pensó que ella podía escuchar el sonido de pezuñas, acercándose despacio.

Avenas se arrodilló en el barro y probaron una plegaria, pero no llegó ninguna voz en respuesta desde el cielo. Nunca había sucedido. Le habían dicho que nunca esperara una. Om ya no trabajaba así. A solas de todos los dioses, le habían enseñado, Om entregaba las respuestas directo en la profundidad de la cabeza. Desde el profeta Brutha, Om era el dios silencioso. Es lo que dijeron.

Si no tenías fe, entonces no eras nada. Estaba sólo la oscuridad.

Se estremeció en la penumbra. ¿Era el dios silencioso, o no había nadie que hablara?

Trató de rezar otra vez, más desesperadamente ahora, fragmentos de una plegaria infantil, perdiendo el control de las palabras e incluso de su dirección, de modo que salieron tambaleantes y volaron alto hacia el universo dirigidas simplemente a El Ocupante.

La lluvia chorreaba de su sombrero.

Se arrodilló y esperó en la oscuridad mojada, y escuchó a su propia mente, y recordó, y sacó el Libro de Om otra vez.

E hizo una gran luz.

El coche pasó con estruendo a través de los pinos junto a un lago, golpeó una raíz, perdió una rueda y patinó hasta detenerse volteado de costado mientras los caballos escapaban.

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